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domingo, 9 de febrero de 2014

NO, NO PODRÁ



Dice René Goscinny que en el Bagdad de las mil y una noches, bajo el califato de Harum el-Pussah, conspiraba en la sombra el visir Iznogud, que quería “ser Califa en lugar del Califa”. Algo de Goscinny ha debido de quedar en las cabezas de los jerarcas de la ONU, que, ahora exigen a la Iglesia Católica que modifique sus enseñanzas sobre moral para darles gusto a ellos: quieren ser el Papa en lugar del Papa. El modelo que se han buscado, desde luego, no es de lo mejor que se despacha: Iz-no-gud no-es-bueno, y así le va.  

 La ONU, preocupada –con razón- por la pederastia, reclama al Vaticano medidas que el Vaticano ya había implantado, como quedó de manifiesto en el informe presentado ante la sede de la ONU en Ginebra el pasado 16 de enero: no es la primera vez que la ONU llega tarde, como sabemos todos. 

 Lo malo no es que llega tarde, lo malo es su incapacidad para ver la realidad. Atendamos a algunos datos, referidos principalmente a los EE.UU, que es donde más extensa y más profundamente se ha estudiado este problema, y donde más denuncias se han presentado contra sacerdotes pederastas:  

-en un artículo publicado en 2009 con datos recogidos en 22 países,  la revista Clinical Psychology Review concluyó que el índice de pederastia era de 9,2 % en Europa y de 10,1 % en los EE.UU; en Asia y África, donde la cultura no tiene un fundamento básicamente cristianismo, los índice son 23,9 y 34,4 %, respectivamente.  

-según esa misma fuente, los padres son responsables del 30% de las agresiones, y personas del entorno familiar y escolar provocan otro 60%; sólo el 10% son desconocidos de la víctima.  

-a juicio del Departamento de Educación de los Estados Unidos, en 2004 un 9,6% de los alumnos de primaria y secundaria había sufrido algún abuso sexual en la escuela pública.  

-según la revista Newsweek (7 de abril de 2002), alrededor del 8% de los adultos americanos ha cometido abuso sexual a niños alguna vez. Con una población de 80 millones de varones entre 30 y 70 años (2011), supone una población total de 6400 pederastas en los EE.UU.

-según la BBC (4 de mayo de 2010), en Alemania el 0,8% sacerdotes católicos están implicados en estos abusos; en los EE.UU, según  Philip Jenkins, de la Universidad de Pensilvania ­–“Pedófilos y sacerdotes: anatomía de una crisis social”-, ese índice es de  0,2%. Lo que, sobre 40.000 sacerdotes católicos (2011), arroja un total de 80 sacerdotes católicos pederastas, el 1,02% del total de pederastas de los EE.UU.

-el psiquiatra alemán Manfred Luetz no cree que el celibato católico pueda incentivar este tipo de agresiones sexuales,  y afirma que “un padre de familia tiene 36 veces más probabilidades de agredir sexualmente a un niño que un sacerdote célibe.” (BBC, 6 de abril de 2010). 

-Hans-Ludwig Kröber, director del Instituto de Psiquiatría Forense de la Universidad Libre de Berlín, que se proclama ateo, ha declarado: “En vista de que los delincuentes de abusos sexuales con menores son extraordinariamente raros entre célibes, no puede decirse que el celibato sea la causa de la pedofilia. El pedófilo no es nunca una persona que se esfuerza por vivir la abstinencia sexual”. 

-y el dato definitivo: las pólizas de seguros en los EE.UU. no tienen un recargo cuando cubren a niños escolarizados en colegios asistidos espiritualmente por sacerdotes católicos. 

 Bueno, pues, pese a todo, la ONU señala con el dedo a la Iglesia Católica, y únicamente a ella: su interés se concentra, para el caso de los EE.UU., en el 1,02% de los pederastas: el 98,98% de los culpables no merece su atención. Es inevitable la sospecha de insinceridad, sospecha que cobra fuerza cuando reparamos en que ni siquiera investiga las numerosas denuncias de abusos sexuales realizados por los propios Cascos Azules en diferentes partes del mundo: en los años 90, en los Balcanes, Camboya y Timor Oriental; en 2002, en África occidental; en 2004, en la República Democrática del Congo; en 2007, en Haití y Sri Lanka; en 2010, de nuevo en la República Democrática del Congo; en 2011, en Costa de Marfil y Benin; en 2012, en Haití. 

 Quizá, al fin y al cabo, su interés no son las víctimas de la pederastia, quizá sólo pretende criminalizar a la Iglesia Católica para que deje de ser una autoridad moral independiente más allá de las presiones políticas, sociales y económicas, un palo atravesado en las ruedas que mueven el discurso de lo políticamente correcto, como la ideología de género y la "salud reproductiva y sexual". “¿Por qué no desapareces?”, parece preguntarle. 

 Trabajo perdido, como aprendió ya Napoleón en su momento: “¡Voy a destruir a su Iglesia!” le dijo al cardenal Consalvi. “No podrá” contestó éste. “¡Sí, la destruiré!”, insistió el Emperador. “No, no podrá. Ni siquiera nosotros - los millones de pecadores que la minamos desde dentro todos los días desde hace dos mil años- hemos podido hacerlo”.  

Pues eso.


 

miércoles, 8 de enero de 2014

ESCÁNDALO DE PERPLEJOS



 “Año nuevo, vida nueva”. Todos los años hacemos revisión y nos proponemos alcanzar nuevas metas. Bueno, nuevas o menos nuevas, porque a menudo estamos dando vueltas a los mismos propósitos, que no acabamos de alcanzar. Hace unos días, en vísperas de los Reyes Magos, no dejábamos de oír a cada paso: “este años he sido bueno”: el veredicto era unánime en todos los casos, nadie se mostraba insatisfecho consigo mismo, pese a que, seguramente, los propósitos de hace un año están todavía pendientes. No importa: el balance era favorable.

¿No será que el juicio es benévolo porque no esperamos grandes cambios, que, de verdad, eso de “vida nueva” es sólo una expresión vacía? Cuando yo decía también eso de que he sido bueno recordaba sin querer una vieja anécdota: asistía a una conferencia sobre la historia de España cuando, estando en las primeras palabras introductorias, el orador fue interrumpido por una voz anónima desde el fondo de la sala, que gritó: -“¡España es una mierda!”. Inmediatamente se levantó un clamor entre el público, que fue atenuándose poco a poco. Se alzó entonces, serena, la voz del orador, que se dirigía al que le había interrumpido: -“Comparada… ¿con qué?”. 

Ésta es la cuestión: ¿con qué me comparo? Porque no podemos valorar sin tener un punto de referencia, sin un modelo en el que fijarnos. Necesitamos un “patrón” antes de calificar como mala, o buena, cualquier cosa que valoremos. 

Colea todavía el escándalo que ha provocado el cuestionario de Beniarrés (1), escándalo que ha dividido, dicen, a la población, y que ha saltado a las televisiones nacionales. Es preciso reconocer que no es sencillo de entender, que profundiza más allá de los que solemos habitualmente. Algunas preguntas son llamativas; otras, simplemente poco cómodas. Pero a cualquiera se le ocurre –de hecho, a mí también se me ha ocurrido- que están dirigidas a los feligreses, para ayudarles a hacer revisión de vida y acercarse al “patrón” que presenta la Iglesia: la vida de su Fundador. “Si les da la real gana”, habría que añadir. Se trata, en definitiva, de una guía para conversar en la intimidad con el Señor, para preguntarle: -“Tú, Señor, que me conoces, y conoces mis puntos negros, ¿dónde crees que debo prestar más atención?”

Porque eso de “año nuevo, vida nueva” podría ser que tuviera cierto interés también para esos feligreses, que quieran mejorar lo mejorable, hacer limpieza, adecentarse de nuevo como quien se ducha antes de empezar el nuevo día. Los puntos que repasa pueden ser aspectos sorprendentes, y hasta insólitos quizá, pero podría ser que a alguien le resonasen profundamente como una campanada en su esfuerzo por reflejar en su vida la vida de su Maestro. ¿Que a muchos eso no les interesa? Perfectamente. Para cualquiera de nosotros, la cantidad de cosas publicadas que no nos interesan tiende a infinito, de modo que no creo que eso llame la atención a nadie.

Entonces, ¿por qué se produce el escándalo? No puede ser porque un sacerdote católico proponga a otros católicos un modelo de vida de acuerdo con el Catecismo, que lleva al alcance del público ya más de veinte años, tiempo que parece suficiente para una lectura detenida. No. Yo creo que el escándalo se produce porque se ha sacado de su sitio, que es la intimidad de la conciencia, de la misma manera que las palabras que se dicen en la intimidad dos enamorados pierden su sentido sacadas a la plaza pública: es necesaria una cierta sensibilidad, un sentido del pudor, porque hay una ocasión para todo, y el diálogo amoroso del hombre con su Padre no es una excepción: rebajarlo a tema de conversación tabernaria es el secreto para no entenderlo en absoluto.
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(1) http://www.diarioinformacion.com/alcoy/2014/01/04/vives-fornicacion-homosexual/1454595.html

viernes, 19 de julio de 2013

SI LA VIERAS CON MIS OJOS...





En su célebre cuento “El Principito”, Antoine de Saint-Exupéry nos muestra el proceso por el que su personaje aprende a no quedarse en las apariencias y a profundizar para alcanzar las corrientes de fondo donde reside la auténtica consistencia de las cosas. Lo resume el secreto que le confía el zorro: “Sólo se puede ver con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos.”

Es algo que tiene que ver con el amor: la mirada del amor ilumina a la persona amada y descubre en ella cualidades y aspectos que pasan desapercibidos a los ojos de los demás. No: aunque los clásicos lo representaban con los ojos vendados, el amor no es ciego, sino todo lo contrario: es una luz poderosa que ilumina los últimos resquicios y permite ver lo que permanecía oculto. No es un engaño, no es una ilusión. El amor muestra la verdad profunda de la realidad con tal evidencia que nos entregamos a él con una confianza que resiste toda argumentación contraria. Lo sabía muy bien Segismundo, para quien la persistencia de su amor por Estrella (“esto”) es prueba única y bastante de una realidad que empieza a parecerle irreal: “Que fue verdad veo yo en que todo se acabó y esto sólo no se acaba”.

Es la misma historia que nos contaba Platón de aquellos hombres que estaban encadenados en una caverna, de espaldas a su boca, y sólo conocían del mundo exterior las sombras que se proyectaban sobre la pared que tenían enfrente. Un día uno de ellos se liberó y contempló la realidad exterior abiertamente, sin disfraz ni camuflaje; cuando volvió a la cueva no pudo mirar ya aquellas sombras de la misma manera: miraba ya “con otros ojos”. Dyango, una autoridad en esta materia, subrayaba la importancia de adoptar el punto de vista enamorado para alcanzar la verdad más profunda: “¡Si la vieras con mis ojos... !”.

A veces pienso que algo parecido ocurre con el relato que nos ofrece la ciencia. Los griegos reconocían que en todas las cosas existía una “sub-stancia” que estaba escondida bajo la apariencia de las cosas y que constituía su verdadero ser. La ciencia de hoy, sin embargo, se ha olvidado todo esto, y se conforma con proponernos una imagen de la realidad que resulta poco imaginativa, algo miope, corta de vista, como de andar por casa. Que sirve, sí, para alcanzar el objetivo inmediato que se propone, pero que cuando la hacemos funcionar en el seno de nuestra vida se demuestra insuficiente y pobre. Pienso, por ejemplo, en las sensaciones que provoca en nosotros la contemplación de un paisaje hermoso, en la emoción que nos produce una melodía, en la ilusión expectante en que nos coloca el amor: ante eso ¿quién puede creer que la música no es más que vibraciones, que la luz no es más que una partícula con una onda asociada, que el amor no es más que química? No, cuando nos tomamos la vida como realmente es, cuando no la disecamos, es imposible que nos conformemos con lo que nos propone la ciencia; sus respuestas no acaban de servirnos, no podemos tomárnoslas definitivamente en serio: nos perderíamos lo mejor.

Yo no soy teólogo, pero me basta vivir la vida como es para sospechar que el Papa ha dicho más de una cosa interesante en su primera encíclica: que toda la realidad es fruto del amor de Dios, y que ese amor puede iluminar nuestra mirada para enriquecerla; que el amor de Dios nos sitúa en otro plano más rico, un plano de mayor plenitud. Toda la carta está escrita en el lenguaje del amor: “la característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre”, “creer significa confiarse a un amor misericordioso, que siempre acoge y perdona, que sostiene y orienta la existencia”, “la salvación comienza con la apertura a algo que nos precede, a un don originario que afirma la vida y protege la existencia”. El Papa nos recuerda la importancia de mirar con ojos enamorados: “transformados por ese amor, recibimos ojos nuevos, experimentamos que en él hay una gran promesa de plenitud y se nos abre la mirada al futuro”; “el cristiano (…) comienza a ver con los ojos de Cristo”.

También para el Papa el amor y la verdad se requieren mutuamente: si, por una parte “sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona”, por otra, “sólo en cuanto está fundado en la verdad el amor puede perdurar en el tiempo, superar la fugacidad del instante y permanecer firme para dar consistencia a un camino en común”. Resuenan las palabras de Segismundo.

Y toda la realidad asciende a otro plano: “En la cultura contemporánea se tiende a menudo a considerar como verdad sólo la verdad tecnológica (...) (la fe) ilumina incluso la materia, confía en su ordenamiento, sabe que en ella se abre un camino de armonía y comprensión cada vez más amplio. La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: ésta invita al científico a estar abierto a la realidad en toda su riqueza inagotable”.

De modo que al final resulta que la verdad profunda de todo es el amor. Valía la pena escribir una encíclica para explicarlo.

sábado, 16 de marzo de 2013

TAMBIÉN EL PAPA ES CATÓLICO


Cuentan que cuando Pío XII recibió a la enviada especial de los Estados Unidos, ésta empezó a exponer la situación en su país con frecuentes incisos en los que afirmaba que "ella era católica”. Al Papa parece que esta actitud le chocaba un poco, y tuvo que recurrir a su paciencia para seguir con su afectuosa sonrisa escuchando a su invitada. Pero tanto fue el cántaro a la fuente que llegó al final de la paciencia, allí donde se acaba la paciencia y ya no hay más paciencia. Y, entonces, dicen que la interrumpió con un “Señorita Baum, permítame recordarle que también Nos somos católico”.
 
No he podido evitar recordarlo al leer en la prensa de los últimos días algunos de los numerosos artículos que se ocupan de la figura del nuevo Papa. No me sorprende la extendida coincidencia en señalar que se trata del primer Papa que es esto y aquello, y que se hace la comida, y que viaja en autobús, y etc, etc, etc. Son aspectos de su persona que resultan novedosos y suscitan comentario, a menudo entusiasta. Lo que ya no entiendo tan bien es que, inmediatamente después de subrayar su cercanía a los más necesitados, se espere que convierte a la Iglesia en una ONG. Y, definitivamente, soy incapaz de entender que todos coincidan en subrayar que se trata de un Papa “doctrinalmente conservador”.

 Lo primero que hay que decir es que si quedaba alguna duda de la importancia del Papa, a estas alturas ya se ha disuelto: todo el mundo se apresura a sugerir cómo debe ser y qué debe hacer el Papa. No sé yo si es muy oportuno. Cuando el piloto del avión en el que viajo salga de su cabina para preguntar a los pasajeros qué altura, qué velocidad y qué rumbo desean llevar, yo me levantaré de mi asiento y pediré un paracaídas. Creo que se pierde de vista una forma de servicio particularmente importante y delicada, que consiste en el ejercicio adecuado de la autoridad. Que es, precisamente, para lo que ha sido elegido el Papa: ¿cómo es posible que se subraye de un Papa que es “doctrinalmente conservador” si está puesto precisamente para eso, para conservar la doctrina? Esa es su razón de ser, su justificación.

Si durante siglos el Papa ha sido una figura lejana, cuyo rostro –y no digamos la voz- era desconocido para la inmensa mayoría de los fieles, hoy la televisión nos lo trae al salón de nuestra casa, al ámbito privado de la familia. Eso tiene la ventaja de hacerlo más cercano y entrañable, pero también más minuciosamente examinado, desmitificado, “vulgar y corriente”, uno como nosotros. Así que le pedimos que se gane su prestigio.

Desde luego, como no se lo va a ganar es siendo como los demás. “Si yo fuera Papa haría esto así y asá”. Si el Papa hiciese lo que haría yo, tendríamos que buscarnos a otro Papa: ¡estaríamos arreglados! Y, es verdad, “tiene que hablar el lenguaje de nuestra época”, pero no cualquier lenguaje de nuestra época: el lenguaje tiene muchos registros, y a él le toca hablar “el lenguaje de un Papa de nuestra época”.

Ni doctrinalmente reformista, ni director de una ONG. No se le puede pedir al Papa que se olvide del encargo que Jesús le ha confiado para adaptarse a la opinión de unos hombres a los cuales tiene que servir precisamente siendo el que tiene que ser. Ser mejor Papa es ser más Papa, no menos. Y ser Papa significa ser el vicario de Cristo, que le asiste especialmente -¿no hemos reconocido en su sonrisa la sonrisa de Jesús? -, significa hacer presente a Jesús. A Jesús, que no vino a acabar con el hambre (aunque si alimentó a algunos), ni con la enfermedad (aunque sí sanó a algunos), sino a traernos a Dios: todo lo demás fue por añadidura.

Ser más Papa quiere decir recordar el carácter sacro de su mensaje. Y la forma más eficaz de profanar ese mensaje es trivializarlo. Por eso no puede hacer de la Iglesia una ONG. Hay una jerarquía religiosa de las verdades, de los problemas y de las urgencias. La inversión de esos valores es, en su caso, una gravísima responsabilidad, y, en el nuestro, una grave deformación de la realidad: si nos dejamos cambiar por su mensaje no harán falta las ONGs, pero al revés no es verdad. Porque no funciona: ya se ha intentado, y no funciona.


viernes, 15 de febrero de 2013

NO SE TRATABA DEL PODER

          El día 16 de abril de 2005 el cardenal Ratzinger cumplía 78 años y, preguntado por su situación en el Cónclave que se iniciaba dos días más tarde, aseguró su completa falta de ambición papal. Había invertido sus ahorros en comprar una casa en Alemania a la que retirarse con su hermano Georg, y si no estaba ya en ella era porque Juan Pablo II le había pedido que aplazase su jubilación.
La víspera del Cónclave Ratzinger era considerado el candidato con más posibilidades, y la prensa europea atacaba de frente. El Sunday Times recordaba en portada su integración en las Juventudes Hitlerianas, los “vaticanófobos” consideraban que un conservador a machamartillo entraba Papa al Cónclave y su paso “de Gran Inquisidor a jefe de la Iglesia Católica” no auguraba nada bueno. El “guardián de la fe” no era el candidato más idóneo para poner en marcha la larga serie de reclamaciones que la prensa europea recordaba a los cardenales: celibato sacerdotal, aborto, ordenación de mujeres, matrimonio homosexual,… Ratzinger era demasiado viejo, demasiado enfermo, demasiado europeo, demasiado intelectual, demasiado “línea dura”
Pero cuando, al día siguiente, se iniciaba el Cónclave, desde la primera votación se confirmó su posición destacada, poniéndose de manifiesto la libertad de los cardenales por encima de las presiones de los medios. Las cosas no salían como Ratzinger hubiera deseado. Él mismo ha confesado que, al ver que en las sucesivas votaciones aumentaba su ventaja, dirigió su oración a Dios: “¡No me hagas esto!”. El segundo día de votaciones, mientras se iban leyendo en voz alta los votos de la urna, dos lágrimas corrían por sus mejillas. Con 78 años a cuestas, cansado ya de estar cansado, se le pedía la entrega definitiva, apurar la oblación. Seguro de su debilidad, pero también seguro de la asistencia de Dios, se puso en Sus manos y consintió en Su voluntad.
El mismo día de su elección, desde el balcón del Palacio Apostólico, afirmaba: “Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones. En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado.” Con la humildad que le caracterizó como profesor, como teólogo y como Prefecto emprendió un Pontificado apoyado únicamente en la palabra de Jesús, que le había dicho: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra Yo edificaré mi Iglesia”.
Y le dejó edificar. Los críticos que temían un poder avasallador se encontraron con un Papa que pedía perdón por los pecados de la Iglesia, que reconocía que el mayor enemigo de la Iglesia estaba dentro de ella, que tendía una mano a los disidentes, que no confundía su obra privada con el magisterio petrino. Se encontraron con que un Papa al que habían calificado de conservador… ¡renunciaba a la Cátedra de Pedro!
Las mismas voces que le acusaron en 2005 de haber hecho campaña para ser elegido le reprochan ahora “bajarse de la Cruz”, y son las mismas voces que reprocharon a Juan Pablo II “aferrase al poder”. No comprenden nada. Ignoran que Dios tiene un plan personal para cada uno de nosotros, que no pide lo mismo a todas las personas, y tampoco pide lo mismo a todos los Papas. Que lo decisivo es el servicio a la fe, el servicio a la Iglesia de Cristo. Benedicto XVI lo ha explicado con mucha claridad: dadas sus condiciones físicas, y después de mucho tiempo de oración ante el Señor, y por el bien de la Iglesia, toma la decisión de renunciar al servicio que tenía encomendado. Tras consultarlo largamente con el Señor, y por el bien de Su Iglesia. Hay poco que añadir. Sólo una cosa: que se encomendó a mis oraciones, y yo no he rezado bastante por él.

sábado, 14 de abril de 2012

…Y CON ÉL LLEGÓ EL ESCÁNDALO


Las palabras de Monseñor Reig Pla el pasado Viernes Santo, en las que se refirió al adulterio, el aborto, las relaciones homosexuales, los empresarios que se aprovechan de los trabajadores, los trabajadores que sabotean a los empresarios, los jóvenes destruidos por el alcohol y las drogas y los sacerdotes de "doble vida”, como situaciones en las que se presenta el mal con apariencia de bien, han suscitado una sonora protesta en diversos medios de comunicación.

Está claro que una porción de la sociedad no comparte la postura del obispo de Alcalá de Henares. Pero, ¿hubiera sido preferible que callara? Al contrario, creo que hay que agradecerle que haya hablado como lo ha hecho, en primer lugar porque conociendo claramente lo que piensa es más fácil decidir si nos interesa o no prestarle atención la próxima vez. Pero, además, porque algo tiene de bueno que haya hablado así.

Que haya proclamado una posición tan abiertamente contraria a lo que ha canonizado la clase política es bueno, porque nos incita a revisar nuestros criterios y hacer con ellos la prueba del nueve: no podemos estar firmemente asentados en una convicción hasta que la confrontamos con la contraria y comprobamos su validez. Y en materia tan delicada y que tan íntimamente toca la vida efectiva de la gente, no hay que perder la ocasión que las palabras de Monseñor han provocado: estamos demasiado acostumbrados a que el César actúe de manera voluntarista usurpándonos el debate que debería preceder a sus decisiones.

Que haya hablado alto y claro en nombre de la Iglesia Católica es bueno para quienes quieren seguir sus enseñanzas, pero también para quienes quieren oponerse a ellas, porque la palabra de un obispo dibuja con autoridad y claridad las líneas que definen la moral de la Iglesia y acaba con la inseguridad sembrada por tantas voces contradictorias que se declaran católicas.

Que se haya pronunciado abiertamente, sin temor a unas consecuencias que podía adivinar fácilmente, es bueno por lo que tiene de testimonio de su fe en la existencia de una verdad que no depende de una mayoría parlamentaria ni de una decisión soberana del César. Y, si es así, lo lógico sería intentar descubrir en qué consiste esa verdad. Ya sé que la confianza en la razón está hoy en el nivel más bajo desde Sócrates, y no será raro que en este punto alguien diga que cada cual debe decidir con qué verdad se queda, que eso es asunto individual. Pero ésa es, ya digo, una postura que nos hace retroceder dos mil quinientos años, una forma de arcaísmo, una forma más de ser retrógrado.

Que haya insistido en unos valores que parecen ya caducos es bueno, porque eleva el nivel medio de credibilidad de nuestra sociedad. La autoridad y el prestigio hay que ganarlos día a día, y un obispo tiene que hacerlo de la misma manera que lo hacen un médico, un escultor, un electricista o un maestro: siendo “más” lo que es cada uno. Un obispo sólo puede conseguirlo siendo “más obispo”, siendo “plenamente” obispo. Y eso significa, entre otras cosas, hablar a los hombres de su tiempo de los problemas de su tiempo. Que no quiere decir de los problemas de los que los hombres crean que hace falta hablar: hay una jerarquía religiosa de las verdades, de las urgencias y de los problemas, y atender a esa jerarquía es lo que hace de un obispo alguien coherente, de quien te puedes fiar porque sabes que hará lo que se espera de él, lo que se espera de la misión que se la ha encomendado.

Pero hay algo que merece particular atención: entre las acusaciones vertidas contra el obispo destaca la de “homofobia”. Aceptando que la palabreja signifique “odio al homosexual”, esa acusación me hace pensar que no han entendido muy bien el significado de una amonestación: cualquier persona que haya educado a unos niños, o se haya interesado por el bien de un amigo, puede entender que es posible –casi diría que es forzoso- amar a quien se corrige, y que querer a alguien no es lo mismo que aceptar como bueno todo lo que esa persona haga. No, no se puede acusar a monseñor Reig de odio a los homosexuales, como no se le puede acusar de odio a los casados, a los empresarios, a los trabajadores o a los sacerdotes. El obispo se refiere a comportamientos, no hace ninguna mención a las personas. Odia el pecado y ama al pecador: nada nuevo.



domingo, 21 de agosto de 2011

SIEMPRE ES NUEVO EL AMOR

Ha cruzado España una multitud de más de un millón de jóvenes. Vienen de todos los continentes, de todas las razas; andando, en bicicleta, en autobuses, desde países vecinos y desde países lejanos de nombres impronunciables, durante días o semanas, a veces después de haber ahorrado durante años para encontrarse aquí ahora. En todas las ciudades van dejando el recuerdo de su entusiasmo y de su alegría, de la sinceridad de una fe que proclaman sin vergüenza. Les hemos visto con sus mochilas y sus banderas, cantando al paso y sentándose en el suelo de las plazas para comunicar a los demás su itinerario de fe. No hablan de la crisis, de miseria –algunos la conocen muy de cerca-, de memorias del pasado, de odios ni revanchas. Cantan, rezan.

Para estos jóvenes, pasar unas horas en Madrid junto al Papa, oyéndolo y viéndolo de cerca, escuchando su palabra clara y estimulante, merece todo el sacrificio que les ha supuesto este viaje. Y también para el Papa, que, octogenario ya y con dificultades de movimiento, supera sus debilidades para acercarse hasta ellos, para convivir con ellos, para contagiarse de su alegría y dejarles el ejemplo de la fidelidad a la misión a la que ha sido llamado: “apacienta mis ovejas” (Jn 21, 16). Apacentar sus ovejas es proclamar la verdad y defenderla, desenmascarar la falsedad, llamar al pan, pan; y, al vino, vino, decirles que el bien es el bien y que el mal no es el bien, que no se dejen engañar. Alguien le ha pedido que no se meta en cuestiones como el aborto o la eutanasia. Es un ingenuo. O no ha entendido bien esta visita.

¿Qué podemos decirles a estos jóvenes? Se les está recibiendo en muchas ocasiones con una hostilidad que no pueden entender, con un rechazo que, en realidad, no va dirigido contra ellos. Ellos no entienden de guerras ni de mercados ni política ni de bandas sociales: no tienen poder ni dinero. Están aquí para encontrarse con Cristo-en-la-tierra (“Somos adictos a Benedicto”), para trasmitir un mensaje de amor y renovación interior, para cambiar el mundo. A su paso rugen los leones, les amenazan, les insultan, les llaman borregos y pederastas. No es importante, no tienen miedo: les anima una alegría invencible, una confianza firme. A mí me recuerdan a María, sentada a los pies de Jesús mientras a su alrededor el tráfago distrae la atención de Marta. “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, pero sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no le será arrebatada” (Lc 10, 41-2).

No buscan enfrentamientos, porque saben que somos, todos, imperfectos, complicados, llenos de debilidades, de perezas, de contradicciones y paradojas. Y saben que podemos ser lobos para los que no piensan como nosotros, podemos lanzarnos sobre ellos y desplazarlos, destruirlos, los seres humanos somos así. Pero también saben que hay otra forma, que acoger, comprender y disculpar abre nuevas posibilidades, que el amor puede renovar el mundo. Eso sí, hay que vencer las dificultades que nos salen al camino. También las propias. Por eso se ha llenado el Retiro de confesonarios, y, en todas las lenguas, los jóvenes –pero también los mayores, que se han visto arrastrados por esa marea de fe- vuelven la mirada atrás, echan cuentas, restañan las heridas y se disponen a recomenzar con la ilusión renovada y el corazón limpio.

Durante cuatro días hemos asistido a la alegría contagiosa de la vida, del amor. Hemos visto cómo respondía la muchedumbre a la llamada de un Papa que les convocaba a no dejarse intimidar, que les animaba a ser sinceros, abiertos y francos, a estar orgullosos de su fe en el Resucitado, y a hacerlo presente en sus vidas por encima de burlas, incomprensiones y dificultades. Y hemos aprendido que es posible deshacerse del barro pegado en las alas y volar alto, sentir la mirada de Dios que sonríe complacido ante nuestro esfuerzo por ser mejores, y renovar el mundo. Hoy suenan las palabras de la última cena: “Os he destinado para que vayáis, y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Jn 15, 16).

viernes, 12 de agosto de 2011

SAMPEDRO Y EL PAPA

La generosidad de una antigua y querida amiga me ha permitido conocer el vídeo en el que José Luis Sampedro expone su opinión acerca de la visita del Papa a la JMJ(1). Si yo tuviera por el escritor la misma admiración socio-política que tengo literaria, estaría tan orgulloso como a él se le ve, de todo lo que dice y piensa, y de todo lo que no dice y no piensa. Pero no la tengo, ésa es la cuestión.
José Luis Sampedro ataca en dos frentes principalmente: la Iglesia y la enseñanza.
-propone que la política nacional no tenga en cuenta la opinión de los católicos, ya que apenas el 27% va a misa todos los domingos, de lo que deduce que el 73% comparte su posición laicista. Para empezar, parece difícil de asumir que se pida al Gobierno que no tenga en cuenta a la cuarta parte de la población. Pero probablemente será más, porque olvida que más a menudo nos dejamos llevar por la pereza que por las convicciones, o por intereses mayores o más gratificantes, ¿o pretenderá que sólo están en contra de esta visita los españoles que así se manifiesten en Madrid?
-acusa a los gobiernos de tener miedo al voto católico, como si tener en cuenta al 27% de la población sólo puede ser consecuencia del miedo, y como si ese voto fuese de mala calidad, de segunda clase, despreciable: habrá que recordarle que los católicos no perdimos nuestro derecho a ser ciudadanos corrientes el día de nuestro bautizo.
-considera que la educación a los niños en centros católicos es una “colonización de las mentes infantiles”: ¡hombre, claro!, en eso consiste cualquier educación, en implantar en esas cabecitas frescas y vírgenes unos conocimientos y unos criterios que hayan de servirles más adelante.
-le parece que esa educación “impide que sean ciudadanos”: volvemos a lo de antes: ¿por qué se emperra en que la fe católica suprime la ciudadanía?, ¿no será que esconde una cierta intolerancia de la que acusa al prójimo? Pretende extender patente de ciudadanía: ciudadanos, sí, pero los que él diga. Vamos a ser serios: habíamos quedado en que en eso consistía precisamente la democracia, en que todos tienen voz y voto: equiparar democracia con laicismo no es un ejemplo de democracia, sólo es un ejemplo de laicismo.
-además, “no podrán –esos niños educados en la fe católica- razonar por su cuenta”. ¿No?, ¿no podrán? ¿No pudo Julián Marías razonar por su cuenta?, ¿no pudieron Gabriel Marcel, Jacques Maritain, Emmanuel Mounier, Edith Stein,… razonar por su cuenta? ¡Ah, no! ¡Lo había entendido mal!: lo que dice es que quiere que no se les permita pensar por su cuenta: "¡los educados en la fe católica no podrán -no se les permitirá- pensar por su cuenta!" Así sí, así se entiende mejor.
Decía al principio que no tengo por Sampedro la misma admiración socio-política que literaria. Lo que sí tengo, en cambio, es la impresión de que Sampedro ha trastocado los papeles: no son ya los ciudadanos los que han de tener el Estado que quieren: ahora es el Estado el que ha de tener los ciudadanos que quiere. Mal asunto.

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viernes, 14 de enero de 2011

LOS CRUZADOS DE LA ALIANZA

Esperaron a que fuera de noche para ir a por él. El jefe de los ancianos les había ordenado llevarlo atado a su presencia para ser juzgado, y aunque esperaban encontrarlo solo y ellos eran muchos, no iban tranquilos: su fama de hombre poseedor de unos poderes especiales hacía pensar que no sería fácil prenderlo; un mago poderoso que había resucitado a muertos y había aquietado las fuerzas de la naturaleza, que había caminado sobre el agua y alimentado a muchedumbres con un puñado de peces y unos panes, no tendría graves dificultades para desembarazarse de ellos. Por eso no olvidaron llevar consigo espadas y palos para defenderse.
Pero no tuvieron necesidad de usarlos, porque no encontraron la resistencia para la que se habían preparado. Es verdad que su sola palabra les hizo caer por tierra, pero él no se enfrentó a sus captores, lo que no dejó de suponer para ellos una sorpresa y un profundo alivio. Y la sorpresa fue mayor cuando lo vieron acercarse a curar la herida que uno de sus amigos le hizo con una espada al criado del jefe de los ancianos.
Tampoco los ancianos que lo juzgaron las tenían todas consigo. Había dicho de ellos algunas cosas terribles, pero también conocían los poderes que había manifestado en público, y no se atrevían a enfrentársele abiertamente. Por eso lo trataban con un respeto distante, y esperaban que otros hiciesen las acusaciones directas. Pero no había manera, él siempre les ponía en evidencia la falsedad de las acusaciones. Hasta que uno de los guardias pierde la paciencia y le abofetea. Al instante, la sala del tribunal enmudece y todos los ojos lo miran petrificados. El propio guardia, de pronto, cae en la cuenta de lo que ha hecho: “¡No, no, no…! “¡Dios mío… ¿qué he hecho?!”. Y todos esperan verlo caer fulminado bajo las iras del acusado.
Pero, para su sorpresa, no pasó absolutamente nada. Jesús no devolvió la bofetada, y todo el mundo respiró aliviado. Se habían acabado sus terribles poderes: podían escupirlo, insultarlo, abofetearlo, azotarlo, apalearlo,... ¡matarlo! ¡Fuera miedos! Habían descubierto que golpear a Jesús sale gratis. Empezaba la orgía de sangre.
Y hasta hoy, Jesús sigue siendo abofeteado. No hablo de nuestras ofensas personales, se trata de otra cosa más honda: el afán de borrar el rostro de Jesús a fuerza de golpes y salivazos. Últimamente, con especial virulencia, en la cara de su Vicario, cuya sola presencia despierta una agresividad que no se explica únicamente por la persona del Papa. Porque hay que admitir que tampoco el Papa acude a sus abogados, tampoco él se querella ni busca la venganza. Y los enemigos de Jesús se crecen: ya no toleran tampoco los crucifijos, repartidos por todos los rincones de todos los pueblos de Europa.
Ahora dan un paso más. Parece ser que la Universidad de Barcelona había firmado en 1988 un convenio, aún vigente, con el Arzobispado de Barcelona, en el que se acordó que se destinara un espacio académico al culto católico. Pero los activistas del laicismo fundamentalista no pueden convivir con eso, y llevan un par de meses boicoteando las misas que se celebran en su Facultad de Ciencias Económicas, donde se encuentra el oratorio. Las cosas han llegado a tal punto de violencia que las autoridades académicas no han podido seguir mirando para otro lado, y en un sucinto comunicado se muestran dispuestas a debatir la cuestión en los órganos de gobierno, porque “los tiempos y las opiniones cambian”. Para empezar, se ha cerrado el oratorio al culto para evitar más disturbios.
Siento tener que decirlo, pero en este comunicado de la Universidad de Barcelona no veo más que una invitación al derecho del más fuerte: si los fieles desalojados hubieran tenido el impulso de responder a la violencia con una violencia mayor en favor de su propia causa, las cosas habrían tenido que hacerse de otra forma. Lo que significa que no se protegen ya los bienes jurídicos a consecuencia de unos principios, sino que ya sólo se pretende evitar el choque con el más fuerte. En esto queda la Alianza de Civilizaciones, en la alianza de los que queden cuando hayan eliminado a los que no les gustan. Y cuando sólo queden en pie los que devuelven la bofetada, la Alianza se habrá reducido a un solo miembro: el más fuerte.
Recientemente, el pensador francés Bernard-Henri Lévy, ateo confeso y referencia intelectual de la “nueva izquierda”, reclamaba en el “Corriere della Sera” una defensa decidida de los cristianos perseguidos: “O se adhiere uno a la doctrina criminal y loca que hace competir a las víctimas (a cada uno los propios muertos, a cada uno la propia memoria y, entre unos y otros, la guerra de muertos y memorias) y nos preocupan sólo las víctimas ‘propias’, o se rechaza (sabemos que en todo corazón hay suficiente espacio para compasión, luto y solidaridad no menos fraternos)”. Y concluye: “¿existe acaso permiso para matar cuando se trata de los fieles del ‘Papa alemán’? ¿Un permiso para oprimir, humillar, martirizar, en nombre de otra guerra de las civilizaciones no menos odiosa que la primera?” “No –responde–. Hoy es necesario defender a los cristianos”.

lunes, 22 de noviembre de 2010

EL PAPA Y LOS PRESERVATIVOS

    
       Es portada en todos los periódicos del mundo y en todos se refieren a ello como una apertura de la Iglesia al uso del preservativo. Hasta en las Naciones Unidas tiran cohetes ante lo que parece el derribo del último obstáculo: el Papa bendice el uso del condón. De la noche a la mañana cambia radicalmente la postura del Magisterio de la Iglesia sobre este problemático asunto.
Pero, ¿es realmente eso lo que ha dicho el Papa? Porque, para empezar, hay que recordar que se trata de una entrevista, y, como subrayaba el propio Pontífice a propósito de la publicación de su libro “Jesús de Nazaret”, no es un documento del Magisterio, sino una opinión personal: también el Papa tiene derecho a tener opiniones personales.
Aunque eso, en el tema que nos ocupa, es secundario. Lo principal es, como ocurre frecuentemente, que se trata de una reproducción parcial y poco afortunada de las palabras del Papa. Hoy es posible ya acceder a su contexto y las cosas aparecen en su auténtico relieve. En él, el Papa recuerda sus palabras durante el viaje a Angola y Camerún, en el que describió la complejidad del problema, y dejó constancia de que el fácil acceso que se tenía a los preservativos era la prueba de que ahí no se encontraba la solución definitiva del SIDA. De hecho, desde el ámbito secular ha surgido la iniciativa Castidad-Fidelidad-Preservativo que ha dado la vuelta al SIDA en Uganda y empieza a hacerlo en otros países, y en la que aparece el preservativo al final, tras el rechazo a los otros factores.
Benedicto XVI dice ahora: “Puede haber casos individuales justificados, como por ejemplo cuando una prostituta utiliza un preservativo, y esto puede ser el primer paso hacia una moralización, un primer acto de responsabilidad para desarrollar de nuevo la conciencia de que no todo está permitido y que no se puede hacer todo lo que se quiere.” No dice que el uso del preservativo está justificado, sino que en algunas ocasiones puede suponer un progreso moral que lleva a concienciarse de que no todo está permitido y que suponga un paso hacia esa humanización de la sexualidad a la que siempre ha aludido en esta materia
Es decir, parte de una condición: la disposición psicológica previa de quien lo usa, y su avance en el camino que pone una instancia por encima de la voluntad o el placer y, en esa medida, supone un progreso moral. Pero es un progreso moral relativo: relativo a la situación de partida del usuario. El Papa continúa con estas palabras: “Pero no es la manera de resolver el mal de la infección por el VIH, que solo puede venir de una humanización de la sexualidad”. Por “humanización de la sexualidad” el Papa quiere señalar la verdad sobre la sexualidad humana, ejercida de una manera amorosa y fiel entre un hombre y una mujer unidos en matrimonio. Ésta es la verdadera solución, no la que pasa por ponerse un preservativo y tener relaciones sexuales promiscuas con las personas infectadas con un virus mortal.
Supongamos que al Papa le preguntasen acerca de las muertes en asalto a un banco por uso de armas de fuego, y él dijese que si alguien está resuelto a asaltar un banco llevando consigo armas de fuego, sería deseable que el arma estuviese descargada a fin de evitar víctimas mortales. ¿Alguien creería que el Papa está instruyendo acerca de la manera de sacar dinero del banco? No, el Papa simplemente pretendería elevar la moralidad de un acto en sí mismo inmoral: el asalto a un banco: si alguien quiere robar, que no mate.
El Papa no justifica moralmente el ejercicio desordenado de la sexualidad. Pero ante una situación en la que el ejercicio de la sexualidad representa un verdadero riesgo para la vida del otro, la utilización del preservativo para disminuir el peligro de contagio es "un primer acto de responsabilidad", "un primer paso en el camino hacia una sexualidad más humana". En este sentido, el razonamiento del Papa no puede ser definido como un cambio revolucionario.
No, el Papa no reforma la enseñanza de la Iglesia. Al contrario: la reafirma, poniéndola en la perspectiva del valor y de la dignidad de la sexualidad humana, como expresión de amor y responsabilidad.

viernes, 5 de noviembre de 2010

"ENTRE PICOS, PALAS Y AZADONES..."

El Observatorio de la Laicidad no ha tardado en lanzar una campaña que, con el título “Pásale factura al Papa”, pretende subrayar el aspecto económico de la visita que Benedicto XVI se dispone a realizar a España este fin de semana, y que supondrá, a su juicio, unos gastos de 5 millones de euros. A lo que añade otros 50 millones previstos para la visita con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud del próximo año. 

Sorprendente, sorprendente, no se puede decir que sea. Más bien, al contrario: indica falta de imaginación. Pero no me molestaría en escribir estas líneas si no fuera porque me ha hecho llegar la noticia alguien a quien considero persona de juicio y de criterio que sabe distinguir las voces de los ecos y no se deja nublar con facilidad. Y el hecho de que me llegue de alguien así me ha encendido las alarmas: por respeto a él y a quienes, como él, opten por conocer la verdad estoy ahora escribiendo esto.

No voy a discutir las cifras que proporcionan en ese manifiesto, que doy por buenas. Pero quisiera recordar que la casilla del IRPF que asigna fondos a la Iglesia Católica es la alternativa de la de “otros fines de interés social”, lo que hace pensar, por una parte, que se considera a la Iglesia “de interés social”, y, por otra, que ese dinero no lo da el Estado, sino el contribuyente que desea hacerlo, y que si no se dedica a eso forzosamente ha de dedicarse a esos “otros fines”. Pero no va a pagar a la Iglesia el que no quiera hacerlo, pueden dormir tranquilos. 

Pero vamos al asunto. Lo más importante que habría que decir es ¿quién puede ver las cosas bajo ese prisma? ¿Qué pensaríamos si alguien pasase las cuentas de una visita del presidente ruso Medvédev o del presidente iraní Ahmadineyad, con quienes la población española tiene menos vínculos que con el Papa? No olvidemos que, de acuerdo con los datos que publica el CIS, el 73% de los españoles se declara católico. 

Y, ¿qué pensarían de mí si le reprocho a mi mujer el gasto en café y pastas que suponga una visita de amistades suyas, con el pretexto de que no son mis amigos, pero el dinero sale de mi cuenta bancaria? Lo primero, que estoy dolorosamente metalizado, y lo segundo, que no tengo ningún respeto por la que a ella le importa. Es una postura verdaderamente poco elegante, aunque estoy dispuesto a admitir el derecho que asiste a todo el mundo de comportarse de manera poco elegante. Al fin y al cabo, la libertad de expresión está para eso: para que sepamos quién es quién y a qué atenernos con cada uno. Como sabía Fichte, “la clase de filosofía que se tiene depende de la clase de hombre que se es”.

Dicho queda lo más importante. Pero dado el interés crematístico que manifiestan, no quiero dejar de aportar algunos datos que servirán para que quienes estén interesados puedan saber “hacia dónde cae” la realidad económica de la Iglesia. Para hablar sólo de lo que revierte a la sociedad, hay que recordar que:
-uno de cada dos edificios catalogados como Monumento Nacional (que son atractivos turísticos de primera magnitud, con lo que eso conlleva) pertenece a la Iglesia, que corre con los gastos de su mantenimiento. 
-Manos Unidas ha recibido este año fondos públicos (procedentes del Estado español y de la Unión Europea) por un total de 12 millones y ha invertido en labor social por valor de más de 49 millones (datos de Manos Unidas) 
-Cáritas ha recibido este año fondos públicos (íd) por un total de 87 millones y ha invertido en labor social por valor de 230 millones (datos de Cáritas) 
-cada plaza escolar en centro concertado supone para el Estado un ahorro de 1677 € anuales, lo que supone un total anual de 3378 millones de euros (datos del Ministerio). 

Dice la leyenda que cuando Fernando el Católico pidió a Gonzalo Fernández de Córdova, El Gran Capitán, cuentas de sus gastos en la victoriosa campaña que mantenía contra los franceses en Italia, y que valió a la Corona de Aragón el Reino de Nápoles, éste comenzó con las palabras que figuran en el título, y terminó con éstas otras: “… y cien millones de ducados por escuchar que el Rey le pide cuentas a quien le ha regalado un Reino”.

Eran otros tiempos, y otra gente.

martes, 2 de noviembre de 2010

A PROPÓSITO DE PEDRO


El Papa se dispone a visitar España, y, como sucedió en su visita al Reino Unido, se levantan voces críticas sobre su actitud pastoral. Espero que también sea igual el aumento de la estimación de la gente al final de la visita, pero no es de eso de lo que quiero ocuparme ahora.
De lo que quiero ocuparme ahora es de algo previo que está en la base de esta reacción. Juan José Tamayo acaba de hacer pública una vez más, por si alguien aún no se hubiese enterado, el aprecio que siente por el Papa: “una autoridad religiosa antidemocrática” que es “uno de los factores que más han contribuido al fracaso (sic) del cristianismo en su historia” (1). Creo que estas manifestaciones merecen alguna reflexión.
“Democracia” es una de las palabras que mejor ejemplifican la hipertrofia semántica que puede llegar a producirse. En realidad, no es más que una de las formas que se han inventado para decidir quién va a mandar: el más votado. Cuánto va a mandar el más votado es ya otra cuestión. Pero “antidemocrático” resulta una palabra antipática, y viene bien para denostar todo lo que no sea “yo y los míos”.
Lo que ocurre es que dar el salto al ámbito religioso es no saber de qué se está hablando. Cualquier católico sabe que la fe de la Iglesia no es más –ni menos- que el banderín de enganche de Dios entre nosotros, el mensaje de salvación que Jesús confió a Pedro y a los apóstoles. Y no es asunto de libre interpretación: no hay más que ver en qué ha parado el luteranismo tras cinco siglos de libre interpretación.

Todos los padres saben que la necesidad de alimentarse bien, o la conveniencia de evitar situaciones de peligro no es algo que se decida por votación: la realidad es la que es, y únicamente podemos elegir ser consecuentes con ella o no serlo; pero nuestra decisión no va a cambiar la propia realidad, sólo cambiarán las consecuencias para nosotros.
Lo mismo pasa en el caso que nos ocupa: Jesús ya dijo la última palabra acerca de la salvación del hombre, y sólo nos queda aceptar esa verdad y trasmitirla. Y la responsabilidad de la custodia de esa palabra la tiene precisamente el Papa: ésa es su misión. Que ahora venga alguien, so capa de teólogo, a poner en tela de juicio una verdad tan palmaria sólo hace pensar que no está bien informado, o que no le guía una intención recta: no hay otra opción.
El señor Tamayo aboga por un Pontífice “plebiscitario”, sometido a la voluntad popular. Claro está que su ministerio sería entonces incomparablemente menos ingrato, pero sabe bien el Papa que no ocupa la silla de Pedro para contemporizar, sino para confirmar en la fe. No hay que pedirle que haga dejación de su papel de cabeza y pastor de la Iglesia. Lo que hay que pedirle es que sea más Papa, que sea más plenamente pastor, que guíe y proteja al rebaño que se le ha confiado; lo que hay que pedirle es fidelidad a su ministerio, no acuerdos o cesiones a los críticos con el único fin de callarlos.
Cuesta creer que diga en serio que es éste un factor determinante en lo que llama “fracaso del cristianismo”. En primer lugar, porque no se ve bien dónde está ese fracaso del cristianismo. A lo que asistimos sin dificultad, más bien, es a un fracaso de los cristianos, que a menudo no estamos a nuestra altura. Pero, en segundo lugar, porque no hay cristiano de verdad que no esté firmemente cierto en la victoria final de Jesús y de su Iglesia, con la que ha prometido estar “todos los días, hasta el fin del mundo”. Y Jesús no pierde batallas. No es ésa su preocupación, su preocupación no es la Iglesia, sino, más bien, tantos hombres que por ignorancia o por desinterés se alejan de ella y de la salvación que ofrece. Esa es la preocupación de los cristianos, y del Papa en primer lugar.
Cuando leo manifestaciones como la del señor Tamayo no puedo dejar de imaginar que si un Cónclave le ofreciera la silla de Pedro la rechazaría para no renunciar a su propia infalibilidad.

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[1] Juan José Tamayo: “La visita del inquisidor de la fe” El País, 2 de noviembre de 2010.
http://www.elpais.com/articulo/opinion/visita/Inquisidor/Fe/elpepuopi/20101102elpepiopi_5/Tes

domingo, 4 de abril de 2010

El LODO EN LA SOTANA

Abrimos el periódico y parece que buscamos nuevos titulares sobre otro caso de pedofilia de sacerdotes, las autoridades de la Iglesia no dan abasto para desmentir o dar unas explicaciones que a pocos parecen convencer, nos acostumbran a relacionar sacerdocio con homosexualidad y pedofilia… Todo esto no podemos asumirlo y pasar a otro asunto: merece una reflexión detenida.
Pastores consagrados de la Iglesia aparecen, de pronto, como ejemplo de incontinencia sexual y de comportamiento homosexual y pedófilo, es decir, un compendio de todo lo que rechaza la Iglesia en materia sexual. ¿Cómo ha sido posible? Porque nadie que quiera entender la realidad puede tomarse en serio la afirmación de que esos comportamientos son consecuencia de su pertenencia a la Iglesia, que predica exactamente lo contrario desde hace dos mil años. Y tampoco puede relacionarse con el compromiso de celibato: después de una fase de abstinencia sexual uno no deja de soñar con mujeres atractivas y empieza de repente a soñar con menores: en este campo, para un varón heterosexual los niños carecen de interés. Pero es que, además, la promesa de vivir el celibato no la hacen los sacerdotes hasta los 25 ó 30 años, cuando la identidad sexual está ya plenamente formada.
El profesor Hans-Ludwig Kröber, director del Instituto de Psiquiatría Forense de la Universidad Libre de Berlín, uno de los más prestigiosos profesores de su especialidad en Alemania, que en su juventud militó en el Partido Comunista, y que se proclama públicamente ateo, ha declarado: “Naturalmente que siempre es posible combatir el celibato y defender el punto de vista de Lutero; pero, en vista de que los delincuentes de abusos sexuales con menores son extraordinariamente raros entre las personas celibatarias, no puede decirse que el celibato es la causa de la pedofilia. El típico pedófilo no es en ningún caso una persona que se esfuerza por vivir la abstinencia sexual”.
Entonces, si no surgen del celibato, y si la identidad sexual se forja en los años de la adolescencia, ¿dónde está el origen de estas conductas? Yo creo que la respuesta hay que buscarla, más que en su condición sacerdotal o religiosa, en la sociedad en la que se desenvuelve. ¿Cómo contempla esa sociedad la sexualidad humana? Desde luego, no bajo el prisma de principios cristianos: primero la Ilustración y después la Revolución Francesa separaron la moral de la religión. Jeremy Bentham y John Stuart Mill identificaron el bien con el placer. En el siglo XIX, Frederick Engels planteó la ruptura de la relación heterosexual tradicional como la primera fase de la lucha de clases, y, ya en el siglo XX, Freud concedió a la sexualidad una importancia determinante en la configuración de la personalidad, aunque aceptaba la necesidad de controles y normas para que no se imposibilitase la civilización.
En el último siglo, las ideas marxistas y freudianas han sido radicalizadas por autores-icono, de los que son paradigma Wilhelm Reich y Herbert Marcuse, el primero por su promoción de la satisfacción sexual plena sin condicionamientos, y el segundo por su oposición a cualquier ordenamiento de la sexualidad, sea familiar, moral o social. A esto hay que añadir los trabajos de Alfred Kinsey, que defendió la “naturalidad” de la homosexualidad y de la sexualidad de menores. Hoy sabemos que la investigación de Kinsey estuvo sesgada, y que incluso se permitió “experimentos” sexuales inauditos con niños, pero nada de eso ha importado realmente.
Actualmente, la propia sociedad civil ha puesto en marcha una iniciativa legislativa para tolerar las relaciones sexuales con menores si se da consentimiento por parte de éstos, hace retroceder la edad por debajo de la cual una persona deba considerarse “menor” en lo que se refiere a materia sexual y facilita el ejercicio irresponsable de la sexualidad entre jóvenes incluso al precio de su propia salud.
Claro está que el impulso sexual es poderoso, pero cuando la personalidad se forja en estas circunstancias y no se fortalece la voluntad para gobernarlo adecuadamente su poder parece multiplicarse. Y no es de extrañar que la sexualidad acabe erigiéndose en rector de la conducta. ¿Podemos sorprendernos si después nos encontramos con adultos que no han aprendido a dominar su impulso sexual y que buscan su satisfacción sin parar en trabas externas? Aquellos polvos nos han traído estos lodos.
No, ésta no es la cultura de la Iglesia, sino la de nuestra sociedad laica, una cultura que la Iglesia viene combatiendo desde hace dos mil años.