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miércoles, 21 de marzo de 2018

ODIO A LA ENFERMEDAD, AMOR AL ENFERMO





La fecha de hoy, 3-21, es el motivo por el que se ha elegido como Día Internacional del Síndrome de Down: la trisomía 21. Yo quiero celebrarlo aquí recordando al profesor Lejeune, descubridor del origen de esta enfermedad.

El síndrome de Down había sido descrito con detalle en 1866, aunque se desconocía su origen, y, atribuido a la sífilis, resultaba en la estigmatización de estos pacientes y de sus familias. Pero cien años después, en 1957, Marta Gautier descubre que los pacientes con el síndrome de Down tienen 47 cromosomas: uno de más. Y en 1959 un joven médico, Jérôme Lejeune, descubre que ese cromosoma extra es un cromosoma 21, por lo que llamó a la enfermedad “trisomía 21”.

Atribuir el origen del síndrome de Down a una alteración genética supuso un enorme alivio para todas aquellas familias que se veían señaladas por la sociedad, y abrió la posibilidad de estudiar el origen y las consecuencias de esa alteración. Nació así la Genética Médica, que sigue abriendo caminos en la medicina actual.

El Dr. Lejeune continuó sus estudios, y algunos años después describió otra alteración cromosómica, el Síndrome  del maullido de gato, conocido también como Síndrome de Lejeune. En 1964 es nombrado primer profesor de Genética Fundamental de la Facultad de Medicina de París.

Su prestigio internacional es inmenso: recibe el Premio Kennedy en 1962 y es un firme candidato al Premio Nobel.  Pero en 1969, en el acto en que se le hace entrega del premio William Allan, Lejeune, que se ha dado cuenta de que los Estados Unidos se plantean autorizar el aborto de los trisómicos, asume su defensa: el estatus biológico está presente desde la concepción: el hijo de dos seres humanos es un ser humano; no es un simio, ni un oso. Y la tentación de suprimir mediante el aborto a ese ser humano atenta contra la ley moral, que no es una ley arbitraria, y cuyo fundamento queda confirmado por la genética.

No recibe ni un solo aplauso; cuando termina de hablar se produce un silencio hostil y molesto entre esos hombres que son la élite de su profesión.  Y esa noche escribe a su esposa: “Hoy he perdido el premio Nobel”. Pero se halla en paz, y en su diario confiesa: “El racismo cromosómico es esgrimido como un estandarte de libertad. Que esa negación de la medicina, de toda la fraternidad biológica que une a los hombres, sea la única aplicación práctica del conocimiento de la trisomía 21 es más que un suplicio. ¡Proteger a los desheredados! –ironiza- ¡qué idea más reaccionaria, retrógrada, integrista e inhumana!”.

En el año 1972, en Francia, por un sentimiento humanitario mal entendido, se aprobó el aborto de los discapacitados diagnosticados antes del nacimiento. Lejeune, que tuvo que contemplar impotente cómo usaban su descubrimiento para abortar a niños con síndrome de Down, defendía en todos los círculos que somos seres humanos desde la concepción. Esta defensa de la vida humana y la lucha por los más débiles le llevó a formar parte de distintas asociaciones Provida, y, en consecuencia, gran parte de los aplausos que había recibido hasta la década de los 70 se transformaron en ataques directos contra su persona.

Él soportó estos ataques sin quejarse, porque sabía que detrás de la enfermedad hay un ser humano con capacidad de amar y de sentirse amado, y sentía el deber de defenderlo: “No lucho por mí mismo, por eso los ataques no tienen importancia”. El ataque que realmente sí le hizo daño fue la retirada en 1982 de los créditos para seguir con su equipo de investigación, perdiendo de esta manera tanto su laboratorio como el equipo que dirigía. Los últimos quince años de su vida obtuvo los fondos que necesitaba dando conferencias por todo el mundo, y consiguiendo becas y premios de investigación para su equipo.

Inspirado por su conciencia médica y por su amor a sus pacientes, su vocación era cuidarlos. Y curarlos cuando fuera posible. Por eso consideraba que cualquier hallazgo de los investigadores debía ser trasladado enseguida a la práctica. En su consulta del hospital Necker, Jérôme Lejeune atendió a más de 9000 pacientes, a los que trataba hasta donde era posible, y ayudaba a su familia a aceptar su tribulación asegurándoles que su hijo, pese a su discapacidad, rebosa amor y ternura. Su propio amor por sus pacientes se refleja en estas palabras:

"Con sus ojos un poco oblicuos, su nariz pequeña en una cara redonda de rasgos cincelados de forma incompleta, los niños que tienen trisomía 21 son más niños que los demás. Los niños tienen las manos cortos y los dedos cortos, pero los suyos son más cortos. Toda su anatomía está como redondeada, sin asperezas ni rigideces. Sus ligamentos, sus músculos, tienen una elasticidad que da una tierna melancolía a su forma de ser. Y esta dulzura se extiende a su carácter: expansivos y afectuosos, tienen un encanto especial que es más fácil de amar que de describir. Esto no quiere decir que la trisomía 21 sea una condición deseable. Es una enfermedad implacable, que priva al niño de la cualidad más preciosa que nos confiere nuestro patrimonio genético: el pleno poder del pensamiento racional. Esta combinación de un trágico error cromosómico y de una naturaleza realmente estremecedora, revela de un golpe la verdad de la medicina: el odio a la enfermedad, y el amor al enfermo".

Jérôme Lejeune murió el 3 de abril de 1994 con el triste sentimiento de no haber terminado su misión: “Yo era un médico que debía haberles curado, y me voy. Tengo la impresión de que les abandono”. Y cuando sus hijos le preguntaron en su lecho de muerte si dejaba algo para sus pacientes, contestó: “No tengo gran cosa, ya lo sabéis. Pero les he dado mi vida. Y mi vida era todo lo que tenía".

El propio Jérôme Lejeune y el bien que hizo en defensa de los más débiles quedan reflejados en la siguiente anécdota: Bruno, uno de los trisómicos 21 que aportaron sus células para el descubrimiento de esta anomalía, cogió el micrófono durante el funeral en la catedral de Notre Dame y con una potente voz dijo: “Gracias, profesor, por todo lo que has hecho por mi padre y por mi madre, gracias a ti estoy orgulloso de mí mismo”.

 El 19 de febrero de 2004 la décima Asamblea General de la Academia Pontificia para la Vida acogió con una fuerte ovación la propuesta de Cardenal Fiorenzo Angelini de iniciar el proceso de beatificación de Jérôme Lejeune.