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martes, 5 de abril de 2022

LIBRERÍA DE VIEJO

 


En un pueblo alejado del tráfago de las vías modernas hay, a pocos metros de la carretera general, una vieja casa rural que parece semejante en todo a sus vecinas, pero en la que unos amigos han sabido crear un rincón en el que el tiempo, refrenado en su curso, se detiene y ensancha.

 A través de un zaguán cuadrangular situado en una esquina de la casa se entra en una gran sala cuyas paredes aparecen revestidas de estanterías en las que se disponen hasta el techo hileras de libros cuya presencia nos acerca a otros tiempos y otras lenguas. Las viejas encuadernaciones alternan con la madera de la estructura de la casa, de las propias estanterías y de los otros pocos muebles, para ocupar cuanto abarca la vista, y el visitante tiene la impresión de haber retrocedido en el tiempo. La librería, desde su asentamiento inicial, ha ido creciendo y se ha extendido por el espacio destinado a vivienda, ha ocupado corredores y pasillos, ha transformado los que una vez fueron cuadra y pajar, y empieza ya a necesitar nuevos estantes dispuestos perpendicularmente a la pared.

 Un recorrido por las estanterías nos permite asomarnos a las diferentes facetas del conocimiento y de la creación artística que a través del tiempo han acompañado al hombre y han ampliado su mundo. El horizonte se dilata ante los ojos del visitante: publicaciones de tema regional -ampliamente representado-, Memorias, Biografías, Historia, Geografía,  -el tiempo y el espacio se despliegan ante nosotros- Lingüística, Filosofía, Arte, Literatura, -a nuestro alcance aparecen obras que en el momento de su publicación significaron un enriquecimiento de alguna faceta de la vida humana: primeras ediciones en castellano de De Saussure, de Spengler y de Heiddeger; antiguas ediciones de autores españoles siempre disponibles, junto a otros, como Balmes, tan difíciles de encontrar- Medicina, Química, Ingeniería -ante nosotros aparecen momentos del esfuerzo del hombre por dominar su entorno, por construirse un mundo-, Bibliografía y Bibliofilia -obras en las que el libro se ocupa de sí mismo-, y raras curiosidades, como una vieja enciclopedia geográfica alemana del periodo de entreguerras, editada en cuatro volúmenes de apretada letra gótica, que nos acerca la figura de un mundo ya desvanecido.

 Pasamos de una habitación a otra recorriendo con la vista los títulos y los nombres de los autores escritos en los tomos y entreteniéndonos en contemplar alguna obra con más detenimiento. Los dueños, que acudieron a darnos la bienvenida, han vuelto a su quehacer y nos dejan en libertad para recorrer las estanterías. Y al referirnos a alguno de los libros descubrimos que, sin darnos cuenta, hemos dejado atrás la exposición de la tienda y hemos entrado en la biblioteca familiar.

 Tiene la casa dos estancias de trabajo: en la parte baja, un pequeño despacho donde ella reúne y cataloga libros en los que, por su autor o por el tema del que se ocupan, destaca la visión del mundo desde la perspectiva de la mujer; al otro lado de la casa, en un cuarto bajo la vertiente del tejado, iluminado por un ventanal abierto en una cubierta, él se ocupa de catalogar unos libros que esperan en el suelo, en pequeños grupos, el momento de pasar a las estanterías que llenan las paredes, ya de poca altura, de la habitación. Y en ambos cuartos, sobre la mesa de trabajo, un ordenador introduce en el ambiente una nota de actualidad y de anacronismo.

 Pero el amoroso cuidado que ponen no se agota en los libros: se han ocupado de rescatar el material procedente del desecho de viejas imprentas de la provincia que cierran o modernizan sus instalaciones, y podemos ver en la casa chibaletes listos para participar en el nacimiento de nuevas páginas. En alguna parte aguarda una prensa y por el suelo encontramos cajones apilados en los que pacientemente se han ido distribuyendo los diferentes tipos metálicos de la imprenta doméstica.

 Ha terminado la visita. Los dueños, que desde el momento de franquearnos su casa nos han hecho sentir su cálida hospitalidad, nos dedican ahora, en la mesa de la cocina, su tiempo y su conversación ante unas lonchas de queso y unas rodajas de pan. Es el momento de sedimentar el poso de esta visita, de imprimir en nosotros la huella que nos permita saborearla despacio cuando estemos lejos de aquí.

 Tras despedirnos, en el coche que nos aleja de la tranquilidad del valle y nos devuelve a la ciudad, acuden a la memoria los viejos versos de Quevedo:


Retirado en la paz de estos desiertos,

con pocos pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con los difuntos

y escucho con los ojos a los muertos.

 

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,

o enmiendan o fecundan mis asuntos,

y en músicos callados contrapuntos,

al sueño de la vida hablan despiertos.