jueves, 23 de enero de 2014

LA HUELLA DE LOS PADRES




La investigación biológica con células madre ha despertado esperanzas tanto en el campo de la medicina regenerativa como en lo que se ha llamado “reproducción asistida”: se abren perspectivas de crear óvulos y espermatozoides artificiales con la carga genética del adulto que desea “reproducirse”, y hasta se habla de fabricar espermatozoides a partir de óvulos, y viceversa, lo que abriría un futuro esperanzador a las parejas de homosexuales. Pero la cosa no resulta fácil, porque no basta con empaquetar los genes en la nueva célula: es necesario algo más, algo que se ha llamado “imprimación del genoma”. ¿De qué se trata?

Dejando al margen los cromosomas sexuales del varón, cuya procedencia es cierta -el cromosoma X, de la madre; el Y, del padre-, clásicamente se ha considerado que era indiferente que un cromosoma concreto fuera de origen materno o paterno. Sin embargo, con el avance de la genética en los últimos años las cosas aparecen de otra manera, como se ejemplifica con los síndromes de Prader-Willi y de Angelman. El síndrome de Prader-Willi se caracteriza por dificultad en el aprendizaje, baja estatura, necesidad compulsiva de comer y pies y manos pequeños. El síndrome de Angelman, por su parte, consiste en retraso mental grave, convulsiones, movimientos rígidos y en sacudidas y una expresión extrañamente alegre, rasgos estos últimos por los que han recibido el nombre descriptivo de “marionetas felices”.

La sorpresa surgió cuando los estudios genéticos, que acostumbran a caracterizar una enfermedad por un perfil unívoco, descubrieron que estos dos síndromes tan diferentes eran genéticamente idénticos: la misma alteración en el mismo punto del mismo cromosoma: el 15. Con una particularidad: en todos los pacientes de Prader-Willi el cromosoma afectado era el de origen paterno, mientras que en los pacientes con Angelman era siempre el de origen materno. Se puso así de manifiesto que la procedencia de los genes comporta alguna diferencia en su función, que no eran exactamente intercambiables. Pero ¿cómo distingue el organismo el origen de los cromosomas?

Se sabía que los genes son cadenas de ADN formadas por cuatro tipos diferentes de eslabones. Hoy sabemos  que uno de esos eslabones, las moléculas de citosina, reciben un “marcaje” químico –una metilación- y que el número y la posición de esas metilaciones es característico de cada cromosoma y diferente según el órgano de procedencia. La razón de ello es que ese "marcaje" provoca el "bloqueo" del gen en cuestión, de modo que es fácil comprender que en cada órgano la metilación será diferente, pues se trata de bloquear funciones que no se llevan a cabo allí: por ejemplo, bloquear en las células nerviosas las funciones de las células hepáticas. 

Por lo tanto, se podría esperar que el espermatozoide, que se desentiende de todo lo que no sea desarrollar un sistema de desplazamiento rápido, tenga más metilaciones que el óvulo, que mantiene sus funciones celulares y debe, además, desarrollar una cubierta para dirigir la entrada del espermatozoide, y almacenar nutrientes que permitan al embrión alimentarse hasta que acceda a otra fuente de recursos. Pues bien, eso es exactamente lo que se observa: las metilaciones de los genes en el espermatozoide son mucho más numerosas que en el óvulo. De hecho, más numerosas que en cualquier otra célula del organismo.

 Claro está que una de las primeras tareas del embrión consistirá en ir eliminando esas metilaciones, para dejarlo todo “a cero” y empezar a aplicar él las metilaciones oportunas. Por eso, cuando se desarrollen los testículos y los ovarios, y maduran espermatozoides y óvulos, no queda ya nada de aquel patrón heredado, y las nuevas células sexuales reciben el patrón que les corresponde.

La cuestión es que esa metilación “marca” los genes como procedentes del padre, o de la madre. Y eso no es indiferente, al menos para ciertas funciones, como hemos visto en los síndromes de Prader-Willi y de Angelman. Otros ejemplos ocurren durante el desarrollo embrionario: el embrión construye la placenta, el primer órgano que desarrolla su funcionalidad completa, y el que le permite mantenerse con vida durante todo el tiempo que permanece en el seno materno, con los genes que ha recibido de su padre. Y, al contrario, de la disposición general del cuerpo se ocuparán sus genes maternos.  

La cuestión, para lo que importa a los investigadores a los que me refería antes, es que el desarrollo del embrión requiere la aportación conjunta de los genes del padre y de la madre, de modo que si faltase uno de ellos –porque el óvulo o el espermatozoide fuesen “artificiales”; no digamos si lo fuesen los dos- no llega a formarse un nuevo individuo. La imprimación del genoma constituye una verdadera barrera biológica que reafirma la vinculación heterosexual originaria: la naturaleza dispone las cosas de tal forma que cada "uno" o "una" proceda forzosamente de "una y uno".

miércoles, 8 de enero de 2014

ESCÁNDALO DE PERPLEJOS



 “Año nuevo, vida nueva”. Todos los años hacemos revisión y nos proponemos alcanzar nuevas metas. Bueno, nuevas o menos nuevas, porque a menudo estamos dando vueltas a los mismos propósitos, que no acabamos de alcanzar. Hace unos días, en vísperas de los Reyes Magos, no dejábamos de oír a cada paso: “este años he sido bueno”: el veredicto era unánime en todos los casos, nadie se mostraba insatisfecho consigo mismo, pese a que, seguramente, los propósitos de hace un año están todavía pendientes. No importa: el balance era favorable.

¿No será que el juicio es benévolo porque no esperamos grandes cambios, que, de verdad, eso de “vida nueva” es sólo una expresión vacía? Cuando yo decía también eso de que he sido bueno recordaba sin querer una vieja anécdota: asistía a una conferencia sobre la historia de España cuando, estando en las primeras palabras introductorias, el orador fue interrumpido por una voz anónima desde el fondo de la sala, que gritó: -“¡España es una mierda!”. Inmediatamente se levantó un clamor entre el público, que fue atenuándose poco a poco. Se alzó entonces, serena, la voz del orador, que se dirigía al que le había interrumpido: -“Comparada… ¿con qué?”. 

Ésta es la cuestión: ¿con qué me comparo? Porque no podemos valorar sin tener un punto de referencia, sin un modelo en el que fijarnos. Necesitamos un “patrón” antes de calificar como mala, o buena, cualquier cosa que valoremos. 

Colea todavía el escándalo que ha provocado el cuestionario de Beniarrés (1), escándalo que ha dividido, dicen, a la población, y que ha saltado a las televisiones nacionales. Es preciso reconocer que no es sencillo de entender, que profundiza más allá de los que solemos habitualmente. Algunas preguntas son llamativas; otras, simplemente poco cómodas. Pero a cualquiera se le ocurre –de hecho, a mí también se me ha ocurrido- que están dirigidas a los feligreses, para ayudarles a hacer revisión de vida y acercarse al “patrón” que presenta la Iglesia: la vida de su Fundador. “Si les da la real gana”, habría que añadir. Se trata, en definitiva, de una guía para conversar en la intimidad con el Señor, para preguntarle: -“Tú, Señor, que me conoces, y conoces mis puntos negros, ¿dónde crees que debo prestar más atención?”

Porque eso de “año nuevo, vida nueva” podría ser que tuviera cierto interés también para esos feligreses, que quieran mejorar lo mejorable, hacer limpieza, adecentarse de nuevo como quien se ducha antes de empezar el nuevo día. Los puntos que repasa pueden ser aspectos sorprendentes, y hasta insólitos quizá, pero podría ser que a alguien le resonasen profundamente como una campanada en su esfuerzo por reflejar en su vida la vida de su Maestro. ¿Que a muchos eso no les interesa? Perfectamente. Para cualquiera de nosotros, la cantidad de cosas publicadas que no nos interesan tiende a infinito, de modo que no creo que eso llame la atención a nadie.

Entonces, ¿por qué se produce el escándalo? No puede ser porque un sacerdote católico proponga a otros católicos un modelo de vida de acuerdo con el Catecismo, que lleva al alcance del público ya más de veinte años, tiempo que parece suficiente para una lectura detenida. No. Yo creo que el escándalo se produce porque se ha sacado de su sitio, que es la intimidad de la conciencia, de la misma manera que las palabras que se dicen en la intimidad dos enamorados pierden su sentido sacadas a la plaza pública: es necesaria una cierta sensibilidad, un sentido del pudor, porque hay una ocasión para todo, y el diálogo amoroso del hombre con su Padre no es una excepción: rebajarlo a tema de conversación tabernaria es el secreto para no entenderlo en absoluto.
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(1) http://www.diarioinformacion.com/alcoy/2014/01/04/vives-fornicacion-homosexual/1454595.html