miércoles, 17 de diciembre de 2008

¿QUÉ PINTA DE JUANA CHAOS EN EL ULSTER?

Pocos se habrán sorprendido al saber que De Juana Chaos se encuentra alojado en tierras del IRA, que le acoge como a un igual. No es la primera vez que los líderes nacionalistas irlandeses amparan a los terroristas vascos, a los que consideran compañeros en la lucha por las libertades de sus pueblos, y se han llegado a presentar paralelismos entre unos y otros con el fin de extrapolar a las provincias vascas la iniciativa del Viernes Santo que está en vías de resolver el conflicto irlandés. Pero aunque no es raro hoy leer a autores bienintencionados que propugnan un estrecho paralelismo entre ambas situaciones, no debemos dejarnos confundir por su aparente semejanza: si lo analizamos en profundidad se hacen evidentes las diferencias de origen. Sin ánimo de defender ninguna clase de terrorismo, pero con interés por diferenciar lo que es diferente, me gustaría recordar brevemente las condiciones en las que surge el IRA, que son muy diferentes, en sus causas y en su desarrollo, de las que rodean el origen de la banda ETA.
En Irlanda tiene lugar, a partir de 1641, una guerra que dura doce años y en la que mueren cinco sextas partes de la población irlandesa. Tras ella comienza lo que André Maurois llamó “el largo martirio irlandés”: Cromwell reparte la tierra entre los colonos ingleses, interrumpe las comunicaciones entre las comarcas y prohíbe cualquier contacto entre gaélicos y sajones, persigue al clero y la población local es vendida como esclava. En 1690, tras asumir la Corona de Inglaterra, Guillermo de Orange prohíbe a los irlandeses el culto católico, así como recibir educación, acceder a puestos públicos, tener un caballo cuyo precio sea superior a las cinco libras, comprar o alquilar tierras, comerciar, votar, poseer armas, disfrutar de una pensión vitalicia o tutelar niños (incluidos los propios niños irlandeses).

Cuando, entre 1845 y 1849 tiene lugar la peor hambruna que ha conocido la isla, los propietarios de las tierras irlandesas -ingleses unionistas que viven en Inglaterra- exportan enormes cantidades de alimentos a Bristol, Glasgow, Liverpool y Londres: de acuerdo con Christine Kinealy, profesora de la Universidad Drew (History Ireland, 1997, número 5, pp. 32-36), en el peor momento de la hambruna salieron para Inglaterra, desde las zonas más afectada de Irlanda (Ballina, Ballyshannon, Bantry, Dingle, Killala, Kilrush, Limerick, Sligo, Tralee y Westport), 4000 embarcaciones con ganado, tocino, jamón, guisantes, alubias, cebollas, conejos, salmón, ostras, arenque, manteca, miel, lenguas, pieles de animales, trapos, zapatos, jabón, pegamento y semillas. El caso de la mantequilla es singular: se exportaron a Bristol 2.314.000 litros, y 1.426.000 litros a Liverpool en los primeros nueve meses de 1847, cuando 400.000 hombres, mujeres y niños irlandeses murieron de hambre.

La exclusión de los católicos llega a ser tan hiriente y tan irracional que cuando arraiga en el siglo XIX el movimiento independentista, no sólo los católicos republicanos están deseosos de abandonar el Reino Unido: numerosos irlandeses anglicanos, entre ellos algunas de las más populares figuras de la cultura irlandesa, como George Bernard Shaw o William Butler Yeats, por ejemplo, se alían con los católicos en la construcción de una Irlanda libre.

En 1920 la división de Ulster es el reflejo del afán de los angloirlandeses por mantener su hegemonía sobre la minoría irlandesa: tres de los condados de Ulster, de mayoría católica (Donegal, Monaghan y Cavan), se unen a la República de Irlanda, mientras que los cuatro de mayoría anglicana (Antrim, Armagh, Derry y Down) pasan a constituir Irlanda del Norte con otros dos condados (Fermanagh y Tyrone) de mayoría católica, que quedan así incorporados y sometidos. El Parlamento de Belfast llega incluso a alterar las circunscripciones electorales para garantizar la mayoría unionista (partidarios de la incorporación al Reino Unido) en los distritos de población nacionalista. Se emprenden auténticos pogromos contra las familias católicas, lo que no evitará que los nacionalistas sigan siendo mayoría en la segunda ciudad de Irlanda del Norte, Derry, rebautizada por los unionistas como Londonderry.

Consumada la independencia (parcial) de la isla, los católico-nacionalistas en el Ulster son segregados hasta quedar la mayoría de la ciudades separadas en zona anglicana y zona católica, las viviendas públicas se alquilan separando una y otra población, se veda el acceso de los católicos a los puestos laborales mejor remunerados, y el resultado es que los católicos tienen un nivel social inferior y la miseria se extiende entre los irlandeses republicanos. En estas condiciones, la policía y la judicatura quedan en manos de los unionistas, y los católicos sienten que sus delitos se reprimen más duramente, sobre todo en los enfrentamientos entre ambas comunidades. A esto se añade la humillación sufrida por los católicos que tienen que ver cómo continúan celebrándose las victorias inglesas con desfiles de unionistas que atraviesan barrios católicos recordándoles quienes robaron su tierra y sus derechos. Así están las cosas cuando llega el Acuerdo de Viernes Santo, que pretende acabar con el terrorismo del IRA actuando en su origen, esto es, acabando con la discriminación para reconciliar a las dos comunidades.

No hay nada parecido a esto en la historia de nuestras provincias vascas, y nadie responsable debería equiparar una historia y la otra, porque supondría una afrenta para los irlandeses conocedores de su historia y de la nuestra. Con su acogida a De Juana, los actuales dirigentes del nacionalismo irlandés se sitúan fuera de este grupo, porque, como todo lo humano admite grados, pese a ser todos terroristas, difícilmente se puede justificar la amorosa atención que recibe el etarra.






martes, 4 de noviembre de 2008

ACTITUD PREVENTIVA

Sabemos que determinados hábitos, como el tabaquismo, el alcoholismo o el sedentarismo, repercuten desfavorablemente en nuestra salud y, en consecuencia, consideramos responsabilidad nuestra evitar los riesgos para nuestra salud cambiando dichos hábitos. No negamos que la Medicina pueda actuar solidariamente buscando una solución a los problemas que se produzcan, pero nos parecería descabellado que un médico nos dijese “puede usted seguir fumando tranquilamente, que la Medicina se ocupará de protegerle de los riesgos que corre y, si llega el caso, de curarle la enfermedad que sobrevenga”, y consideraríamos un completo irresponsable a quien hiciese caso de ese consejo y se empecinase en vivir contra su salud.
Y, en efecto, las autoridades competentes intervienen, en primer lugar, atacando de raíz el problema con medidas coercitivas, en las dos acepciones que recoge la Academia para el término: “que sirve para forzar la voluntad o la conducta de alguien.” y “represivo, inhibitorio”, con el fin de que sustituyamos la conducta habitual que nos coloca en riesgo grave para la salud por una forma de vida exenta de esos riesgos: no fume, haga usted ejercicio. Luego se hará caso de esa recomendación, o no, pero lo primero es recomendar que cambie de vida. Esto, hoy por hoy, tiene poca discusión. Las medidas propiamente asistenciales de la Medicina vienen después, para corregir los problemas aparecidos, pero no sustituyen una actitud personal responsable. Aún recordamos el triste caso de George Best, el antiguo jugador del Manchester United al que se le negó en el Reino Unido un transplante hepático con el argumento de que era injusto destinar uno de los pocos órganos disponibles para trasplante a librarlo de la enfermedad que él mismo se había buscado con su adicción al alcohol, y que acabó con su vida.
He dicho que, hoy por hoy, tiene poca discusión que lo primero es recomendar un cambio de vida, e inmediatamente tengo que corregirme. Hay un grave asunto de salud pública cuyo origen último radica en la actitud personal y para el que se reclaman enormes cantidades de dinero, que, naturalmente, nunca llegan a nada, olvidando la solución más barata y efectiva, que es la preventiva: recomendar un cambio de actitudes de la población. Me estoy refiriendo al cáncer de cuello de útero, una enfermedad que tienen estrecha relación, no ya con la conducta sexual de la enferma –que muchas veces es la víctima inocente-, sino de un amplio sector de la sociedad, que acepta en este campo el comportamiento irresponsable y errático como el patrón más lógico y más razonable o, en el mejor de los casos, de unas autoridades sanitarias que simplemente ha desistido de promover cambios en ese aspecto.
Es evidente que un cambio en esa conducta repercutiría favorablemente en la situación de la enfermedad, y el interés de las autoridades en intervenir en esta materia no debería ser menor que el que tienen en actuar cuando se trata de tabaquismo Se dirá que no es lo mismo, que la conducta sexual pertenece al ámbito de lo privado. Es verdad, pero sus consecuencias se salen de ese ámbito, y, sobre todo, a menudo se llevan por delante a quien no era más que un “tercero inocente”, exactamente como lo es el “fumador pasivo”, al que con tanto afán sí se ha defendido.
No debe eximirse el Estado del papel, siquiera testimonial, de denunciar públicamente una forma de vida lesiva de nuestra salud. Pero entre las conspiraciones de silencio, ésta es ejemplar: ni una sola palabra hemos oído en este sentido de las mismas autoridades sanitarias que advierten que fumar puede matar o que el que mueve las piernas mueve el corazón; a lo más que hemos llegado es al “póntelo, pónselo”, que es lo mismo que conformarse con recomendar cigarrillos bajos en nicotina y alquitrán. Ni siquiera las autoridades de la Organización Mundial de la Salud se han atrevido hasta ahora a decir que la solución más eficaz, y que puede aplicarse incluso con las más depauperadas economías es -y corro a mi refugio tapándome los oídos- una conducta sexual monogámica estable y fiel. Pero alguien tiene que decirlo, porque se da por supuesto que la promiscuidad ha de ser condición de una sexualidad plenamente humana y se olvida que lo único plenamente humano es la libertad responsable. Y la libertad es lo contrario de la espontaneidad, porque exige reflexión y valoración de las consecuencias, para optar por lo mejor.

lunes, 25 de agosto de 2008

LA MENTIRA

Acaban de terminar unos Juegos Olímpicos cuyo Comité Organizador ha confesado que en la ceremonia de inauguración hubo fraude. No lo ha dicho así, pero eso es lo que ha dicho. Ha pretendido justificarlo en vistas de un interés nacional anterior y superior a la ceremonia, pero ha admitido que falseó la realidad para trasmitir una idea distinta, artificial, de su país; es decir, ha confesado su intención de engañar. O sea, que ha mentido. Porque mentir, a pesar de lo que estamos acostumbrados a oír a nuestros políticos, no es faltar a la verdad. Faltar a la verdad es algo que todos podemos hacer, porque no somos infalibles y nos equivocamos muchas veces al día. Mentir es otra cosa, mentir es deformar voluntariamente la verdad para engañar a otros; y esto es algo que sí podemos evitar.
 
Pero lo más significativo no ha sido esa mentira, sino la imperturbabilidad con que la mentira ha sido acogida. Apenas se ha levantado alguna voz de censura por lo que consideraba un acto de discriminación; lo mayoritario ha sido aceptarla con una sonrisa indulgente que ha puesto de manifiesto que, en el fondo, vivimos en una sociedad que vive de espaldas a la verdad, si no directamente contra ella. Esto, y no lo que pueda tener de discriminatorio, es lo más grave del asunto. En realidad, ya sabíamos que la verdad no es uno de nuestros valores, y tuvimos una buena prueba de ello cuando, en los mundiales de Corea-Japón, Ronaldo declaró sin ruborizarse que había fingido el penalti que le valió una victoria. Ahí estaba la novedad: “sin ruborizarse”. Siempre hemos convivido con la mentira, pero hasta ahora se consideró que era algo vergonzoso, cuyo conocimiento público desprestigiaba a su autor. Ahora no, en estos tiempos utilitarios sólo se valora un acto por el beneficio que produce, sin referencia a un valor propio intrínseco. Por eso, inmediatamente, el Real Madrid ofreció por el jugador una cantidad indecente de dinero. Y por eso el jefe del Partido Comunista Chino, Liu Qi, que conoce la realidad, ha declarado al finalizar los Juegos: “El mundo ha recuperado su confianza en China”.
 
Éstas son las cosas que expulsan a la verdad. Pero expulsar a la verdad tiene consecuencias. La primera es que las falsificaciones se acumulan hasta impedirnos desenvolvernos en la realidad, en la que braceamos a bulto con la esperanza de dar con algo a lo que agarrarnos. Pero la realidad es como es, y va a seguir siéndolo después de su ocultamiento, porque no puede desistir. Por eso acaba reapareciendo y vengándose de los desprecios que recibe. Aunque, lamentablemente, no siempre en la persona que la despreció. Por eso debemos defendernos y aislar al mentiroso, excluirlo de nuestra atención, ponerlo en evidencia para contrarrestar el efecto de sus mentiras.
 
Pero faltar a la verdad tiene otra consecuencia que es, acaso, más grave: con la repetición de mentiras nos vamos convirtiendo en mentirosos. Esto puede no parecer muy grave en los tiempos que corren, pero la verdad es que lo es en un grado que no sospechamos. Aristóteles fue el primero en afirmar que “todos los hombres desean por naturaleza saber” y nuestra historia muestra que aspiramos a conocer la verdad de todas las cosas y a conocer toda la verdad de cada cosa. Pero si “el hombre es el ser que busca la verdad”, vivir contra ella es vivir contra nuestra propia naturaleza, es hacernos la guerra, cortarnos las alas y renunciar a nuestra humanidad. Recuerdo haber oído expresiones como “¡Mira qué vicio ha cogido esa puerta!” para expresar que, por la humedad o el largo tiempo que había permanecido abierta, la puerta se había combado o descendido, y ya no podía cumplir el papel para el que fue pensada: cerrar el hueco de la pared. Éste es el verdadero sentido de la palabra “vicio”. Por eso decimos que el hábito de la mentira es un vicio, porque nos incapacita para entrar en posesión de la verdad y dar satisfacción a nuestra tendencia natural. Cuando Jesús dijo que la verdad nos hará libres no estaba diciendo ninguna tontería. Es cierto que, en el fondo, los hombres no somos muy diferentes unos de otros, y, desde luego, nuestras diferencias estriban no tanto en nuestros logros como en nuestras pretensiones, pero la pretensión de vivir en la verdad o de espaldas a ella es definitiva.
 
Hay una tercera consecuencia que ofrece alguna esperanza y que está en la base del derecho a la libertad de expresión: cuando oigo a alguien mentir, o defender la verdad, tengo información de primera mano sobre esa persona, una información que me permite saber quién es en el fondo el que está hablando, conocer su catadura intrínseca, saber si puedo fiarme de él o no, si debo prestarle atención cuando tenga de nuevo la oportunidad de oírle; en definitiva, me permite saber a qué atenerme con respecto a esa persona. Por eso importa no olvidar quién propaló las mentiras que se han demostrado tales, porque ha puesto en evidencia que no merece nuestro crédito ni nuestra atención.
 
Y, en el fondo, las propias mentiras proclaman el valor de la verdad, porque su pretensión es hacerse pasar por ella y ser apreciadas como verdades. Los que desprecian la verdad y apuestan por la mentira necesitan, para conseguir sus fines, que nosotros sí apostemos por la verdad. La mentira se contradice, se destruye a sí misma. No sería posible en un mundo de mentirosos.

viernes, 8 de agosto de 2008

EL ORIGEN DE LA PERSONA

La condición humana está latente en el fondo de todos los grandes temas que preocupan al hombre contemporáneo. Desde la cuestión de la población mundial a la economía, las libertades, la inmigración o los derechos de las minorías, todo se sustenta en el concepto que sostengamos de la condición humana. Ahora ha saltado a los periódicos el proyecto de fijar un punto de separación en el desarrollo del embrión, y queremos hacerlo sobre bases objetivas. Pero la verdad es que es éste un asunto sobre el que parece que no somos capaces de ponernos de acuerdo
 
Para empezar, porque no hay acuerdo sobre los criterios utilizados para definir a la persona. Y porque dentro de cada criterio, cada autor define unas condiciones distintas para conceder estatus personal. Si acudimos a la autonomía e independencia, las opiniones varían desde los que reconocen la autonomía del cigoto, y presentan en su apoyo las experiencias de fecundación in vitro, a los que observan la necesidad que un niño de cuatro años tiene de sus padres, y los que opinan que a medida que se gana en desarrollo personal aumenta la necesidad que tenemos de los demás: desde amigos y familiares con los compartimos dolores y alegrías, hasta historiadores, astrónomos, astrofísicos y geógrafos que nos explican dónde estamos y cómo hemos llegado hasta aquí; antropólogos, filósofos y teólogos, que nos dicen quienes somos; biólogos, químicos, físicos y matemáticos, que nos enseñan a desenvolvernos en la realidad; o músicos, artistas, poetas, que nos muestran la belleza. Sin todo esto la vida biográfica cae a niveles puramente biológicos.
 
No parece, pues, que sea fácil afirmar si somos o no autónomos, y qué significaría que lo fuéramos. Optamos, por tanto, por la capacidad de responder al entorno. Pero tampoco aquí encontramos acuerdo entre los sabios: unos exigen una actividad racional que no reconocen hasta mucho después del nacimiento (Engelhardt), otros atribuyen la conciencia al embrión en la trigésima semana del embarazo (Mc Mahan), algunos reconocen al sistema nervioso capacidad para registrar cambios ambientales en la séptima semana (Tauer), hay quien reconoce actividad neuronal primitiva en la placa neural y en la línea primitiva, hacia la segunda semana (Knoepffler), y aún hay quien interpreta como respuesta al entorno la activación del crecimiento embrionario por influjo del factor de crecimiento CSF-1 producido en el aparato genital femenino.
 
Vemos, pues, que todos admiten una reacción al entorno, pero si eso es o no un rasgo humano parece quedar a criterio personal más que apoyarse en certezas. Así que tampoco sacamos nada en claro por la vía de la respuesta al entorno. Quizá la clave esté en la complejidad biológica, de modo que en etapas incipientes esa complejidad no tendría la envergadura suficiente para justificar su concepción como persona. Se ha sugerido que nuestra complejidad biológica puede utilizarse como criterio para decidir cuándo un embrión humano adquiere el estatus de persona, y se ha señalado, en contraposición, el estadio morular del embrión, cuando todo parece un aglomerado informe, como momento indiscutiblemente no humano. Pero es difícil admitir sin más la complejidad biológica como criterio de humanización. En otra escala, semejante complejidad, y mayor, encontramos en la propia organización de la vida celular, y nadie propone que una célula cualquiera, por ese simple hecho, sea merecedora de ser considerada persona.

De modo que no está la clave en la complejidad biológica. Quizá se trate, más bien, de la determinación o indeterminación celular: si las células tienen su carácter ya determinado estaríamos ante un ser ya humano, mientras que la totipotencialidad del estadio de blastocisto sería indicativo de vida aún no humana. Pero, de nuevo, se trata de una posición arbitrtaria, y, por lo tanto, sospechosa: el descubrimiento de células madre en tejidos adultos pone de manifiesto que esa indefinición celular está al servicio, precisamente, de las necesidades del individuo.
 
Otro camino: si aún es posible que se originen dos gemelos será prueba de que no había aún una persona. Se ha establecido el límite en torno a la segunda semana, cuando ya no se desarrolla un segundo gemelo por separación de una célula embrionaria. Pero ese criterio se ha contestado tanto desde el punto de vista biológico -considerando que no se trata de la división del embrión, sino de la reproducción asexual del mismo, igual que la que observamos en las estrellas de mar, y eso supone la existencia previa del individuo- como desde el punto de vista de la antropología metafísica, afirmando que el hecho de que finalmente resulten dos personas es la prueba de que ontológicamente se trataba de dos personas desde el inicio.
 
Ya vemos que estos caminos no nos conducen a ninguna parte. Parece más fácil observar nuestra diferencia con los animales para descubrir en qué consiste ser persona. Consultemos una enciclopedia: si buscamos un animal, por ejemplo, “gato”, encontramos una descripción en la que encajan todos los gatos de todos los tiempos y de todos los lugares, porque un gato es completamente gato desde que nace, y no se diferencia esencialmente de otro gato. En cambio, si buscamos una persona, por ejemplo, “Julio César”, lo que encontramos no es una descripción, sino una biografía, que no es más que la forma en que se fue constituyendo la persona de Julio César hasta los Idus de marzo.
 
Esta es la cuestión: no somos completamente nosotros al nacer; nos dan la vida, pero no nos la dan hecha, tenemos que hacerla nosotros con nuestro vivir, vamos “realizando” lo que al principio no son más que “posibilidades” que tenemos que decidir. Por eso no estamos nunca “completos”, siempre estamos “por hacer”. Pero si lo que somos es un conjunto de posibilidades en vías de realización, ¿podemos negar que el embrión humano es, precisamente por el cúmulo de posibilidades que encierra, un ser humano con todo merecimiento?

sábado, 31 de mayo de 2008

UNA SITUACIÓN DE ALTO RIESGO



Los espectáculos de los hipnotizadores presentan regresiones de sus voluntarios a una vida intrauterina que transcurre cómoda y feliz en un ambiente acogedor, cálido y seguro. Pero las últimas estadísticas hechas públicas por el Gobierno reflejan la situación exactamente contraria. Durante el año 2006 han tenido lugar en España 482.597 nacimientos y se han provocado 101.592 abortos. Es decir, había 584.189 vidas albergados en el seno de sus madres, y el 17,39 % de ellas se perdió de forma violenta provocada. Se trata de una situación sin igual. Para hacernos una idea, las feroces matanzas entre hutus y tutsis de los años 90 acabaron con el 11 % de la población. El útero materno es hoy un entorno más inhóspito que la guerra de Ruanda.

Pero hay otra conclusión. Los datos que acabamos de ver indican que el 17 % de las mujeres embarazadas se encuentra en una situación tal de angustia, soledad, desamparo o miedo ante su situación, que se ciega a las posibilidades reales y no ve otra salida que procurarse un aborto. Es algo que debería hacernos pensar. La protección del más débil debe ser asunto prioritario en cualquier acción de política social. Y la mujer embarazada es el motor de la renovación generacional, el origen mismo de la sociedad. Abandonarla en sus necesidades más elementales debe ser motivo de profunda vergüenza para todos nosotros.

Se está poniendo en marcha en todas las Comunidades Autónomas un proyecto que nos recuerda los deberes que tiene la sociedad con las mujeres más necesitadas en su situación más necesitada. La Iniciativa Legislativa Popular "Red Madre" aspira a ofrecer una alternativa a tantas mujeres que, cegadas por una situación en la que no deberían encontrarse solas, únicamente ven una solución para sus problemas.

viernes, 25 de enero de 2008

EL HABLA DE LOS TARTAMUDOS



A finales de los años setenta la sociedad se conmovió con la publicación de un libro titulado “El informe Hite. Estudio sobre la sexualidad femenina”. Revelaba datos sorprendentes y desconocidos hasta entonces. Alguien podrá corregirme: “desconocidos por los hombres”, pero lo cierto es que no sólo por ellos. Llamaba la atención un dato declarado en el prólogo del libro: se había elaborado un cuestionario que se remitió por correo a cien mil mujeres de todos los Estados Unidos; tres mil de ellas lo devolvieron contestado, y sobre esos tres mil cuestionarios se elaboró el libro. Es decir, es un estudio hecho a partir de las respuestas del 3% de la población encuestada. Cualquiera podría pensar que para conocer la sexualidad femenina sería más interesante partir de la opinión de la gran mayoría de las mujeres, y no de ese 3 % residual que por alguna razón se sintió impulsada a optar por lo excepcional: contestar al cuestionario. Era como intentar conocer el habla de una comarca escuchando a sus tartamudos. Pero lo cierto es que ese libro quedó erigido en canon de los posteriores estudios sobre sexualidad. Inquieta pensar lo lejos de la realidad que podemos estar a estas alturas
A veces da la impresión de que después de unas elecciones pasa algo parecido: se sacan conclusiones a partir del 3 % de los votos, se gobierna con la mínima parte. ¿Qué van a hacer con mi voto? Probablemente servirá para apoyar un programa que voté, pero también para apoyar otro que ni voté ni comparto, servirá para apoyar algún aspecto de la política nacional contra mi parecer expreso, porque el caso es que nuestro voto es, hoy por hoy, un voto nómada, lo que no deja de parecer fraudulento. Pero la verdad es que ese nomadismo de nuestro voto tiene algo de previsible, y debemos tenerlo en consideración cuando lo decidimos.
Es verdad que no suelen ser las cosas tan sencillas como escoger entre lo bueno y lo malo. Es fácil sentirse de acuerdo con el que critica alguno de los principales partidos políticos que nos representan, y el primer impulso es renunciar a ellos. Importa entonces recordar las primeras palabras de la última novela de Javier Marías: “Uno no lo desea, pero prefiere siempre que muera el que está a su lado”. Ésta es la cuestión. Quizá no deseo este partido, pero lo prefiero a los demás. Y en esa consideración debe entrar el probable desplazamiento de nuestro voto hacia partidos distintos del que votamos.
Terminamos una legislatura que sirve de ejemplo de lo que quiero decir. Los votos de uno de los partidos han servido para promover iniciativas completamente ajenas al programa que pretendían apoyar, y se ha presentado como un apoyo social abrumadoramente mayoritario, pero de manera tan burda que cuando un programa radiofónico consultó a sus oyentes si apoyaban o no el “matrimonio” entre homosexuales, al finalizar su tiempo los oyentes nos quedamos sin saber cómo había resultado ese apoyo popular: nos negaron los resultados.
Ahora el juego es más declarado: los partidos minoritarios clave en el Parlamento exigen ya despenalizar ampliamente el aborto provocado. Con sus solos votos no obtendrán el apoyo necesario, pero podrían recibir más de algún partido mayoritario a cambio de soporte parlamentario para gobernar. Ése es un tema que estará implícito en estas elecciones. Ya está anunciado. No podremos decir que no lo veíamos venir.
Mientras no se cambie la ley electoral estaremos expuestos a que nuestro voto acabe donde menos imaginamos, de modo que conviene pensar bien hacia dónde podrían caer los votos finalmente. La cuestión es que no nos hagan creer que es opinión de cien mil lo que sólo es la respuesta del 3 %. La cuestión es que no nos hagan creer que nuestra habla es el habla de los tartamudos.