martes, 26 de marzo de 2013

EL TÚNEL DEL TIEMPO


 La imaginación de los escritores y de los guionistas de cine y televisión ha reparado a menudo en el atractivo de un viaje en el tiempo que nos permita viajar al pasado, con la esperanza de modificarlo y cambiar así nuestro presente. Como una versión actual de esas historias, Mario Costeja mantiene ahora una batalla jurídica con Google para evitar que el buscador continúe señalándolo como el esposo y deudor que fue y que hace quince años que ya no es. Espero que consiga su objetivo y que se libere de la pesadilla que lo tiene ahora en los titulares de los periódicos, pero, más allá del fin de esa historia, la noticia me ha hecho pensar. ¿El pasado nos persigue? Desde luego, se hace presente, pero no sé yo si lo que hace es perseguirnos, y no otra cosa. 

Somos hijos de nuestras decisiones, ésa es la cuestión. Con cada paso que damos decidimos el punto desde el que daremos el paso siguiente, nada de lo que hacemos resulta indiferente. Ahí reside la trascendencia de nuestros actos. La ilusión de permanecer en el punto de partida no es más que eso: una ilusión. Nuestro pasado nos condiciona, no somos Adán sin pasado;  el mismo Adán tuvo pronto un pasado a sus espaldas, y un pasado que le condicionó decisivamente. El punto en el que nos encontramos es siempre el resultado de las decisiones que tomamos antes.

Pero también es ilusoria la pretensión de actuar sin consecuencias, de movernos sin avanzar, sin abandonar el punto de partida. No es posible quedarse ahí, porque cada decisión que tomamos nos acerca a uno de nuestros futuros posibles -pero todavía irreales- y nos aleja de los demás; nuestra vida se va abriendo a unas posibilidades pero también se va cerrando a otras: también cerramos camino al andar. 

No, no creo que nos persiga el pasado. Lo que creo es que el pasado está incrustado en nosotros, lo llevamos puesto, forma parte de nosotros y no podemos sacudírnoslo de encima. El pasado es “lo que pasó”, sí. Pero "pasó" no significa que una vez fue y ya no es; lo que significa es que una vez ocurrió y ya no puede no haber ocurrido. De modo que, en lo que verdaderamente importa, no podemos borrar nuestro pasado. Nadie vuelve atrás. 

Ni siquiera de los pasos que dimos en falso, de los que nos arrepentimos y querríamos que no hubieran tenido lugar, podemos volvernos atrás. Arrepentirnos no borra el pasado, al contrario: el arrepentimiento sólo es posible si nace de la revisión de nuestro pasado y de nuestra solidaridad con aquél que éramos entonces, el mismo que ahora rechaza aquella decisión.

Si la vida es un asunto serio es precisamente porque con ella nos vamos dibujando a nosotros mismos, vamos definiendo nuestros rasgos, constituyéndonos. Y no dejamos de ser el que fuimos: lo que fuimos una vez no es posible ya no serlo, seguimos siéndolo ahora, al menos en esa forma particular de serlo que consiste en haberlo sido. “He quedado presente sucesiones de difuntos” decía Quevedo. Y no, no hay viajes en el tiempo.

sábado, 16 de marzo de 2013

TAMBIÉN EL PAPA ES CATÓLICO


Cuentan que cuando Pío XII recibió a la enviada especial de los Estados Unidos, ésta empezó a exponer la situación en su país con frecuentes incisos en los que afirmaba que "ella era católica”. Al Papa parece que esta actitud le chocaba un poco, y tuvo que recurrir a su paciencia para seguir con su afectuosa sonrisa escuchando a su invitada. Pero tanto fue el cántaro a la fuente que llegó al final de la paciencia, allí donde se acaba la paciencia y ya no hay más paciencia. Y, entonces, dicen que la interrumpió con un “Señorita Baum, permítame recordarle que también Nos somos católico”.
 
No he podido evitar recordarlo al leer en la prensa de los últimos días algunos de los numerosos artículos que se ocupan de la figura del nuevo Papa. No me sorprende la extendida coincidencia en señalar que se trata del primer Papa que es esto y aquello, y que se hace la comida, y que viaja en autobús, y etc, etc, etc. Son aspectos de su persona que resultan novedosos y suscitan comentario, a menudo entusiasta. Lo que ya no entiendo tan bien es que, inmediatamente después de subrayar su cercanía a los más necesitados, se espere que convierte a la Iglesia en una ONG. Y, definitivamente, soy incapaz de entender que todos coincidan en subrayar que se trata de un Papa “doctrinalmente conservador”.

 Lo primero que hay que decir es que si quedaba alguna duda de la importancia del Papa, a estas alturas ya se ha disuelto: todo el mundo se apresura a sugerir cómo debe ser y qué debe hacer el Papa. No sé yo si es muy oportuno. Cuando el piloto del avión en el que viajo salga de su cabina para preguntar a los pasajeros qué altura, qué velocidad y qué rumbo desean llevar, yo me levantaré de mi asiento y pediré un paracaídas. Creo que se pierde de vista una forma de servicio particularmente importante y delicada, que consiste en el ejercicio adecuado de la autoridad. Que es, precisamente, para lo que ha sido elegido el Papa: ¿cómo es posible que se subraye de un Papa que es “doctrinalmente conservador” si está puesto precisamente para eso, para conservar la doctrina? Esa es su razón de ser, su justificación.

Si durante siglos el Papa ha sido una figura lejana, cuyo rostro –y no digamos la voz- era desconocido para la inmensa mayoría de los fieles, hoy la televisión nos lo trae al salón de nuestra casa, al ámbito privado de la familia. Eso tiene la ventaja de hacerlo más cercano y entrañable, pero también más minuciosamente examinado, desmitificado, “vulgar y corriente”, uno como nosotros. Así que le pedimos que se gane su prestigio.

Desde luego, como no se lo va a ganar es siendo como los demás. “Si yo fuera Papa haría esto así y asá”. Si el Papa hiciese lo que haría yo, tendríamos que buscarnos a otro Papa: ¡estaríamos arreglados! Y, es verdad, “tiene que hablar el lenguaje de nuestra época”, pero no cualquier lenguaje de nuestra época: el lenguaje tiene muchos registros, y a él le toca hablar “el lenguaje de un Papa de nuestra época”.

Ni doctrinalmente reformista, ni director de una ONG. No se le puede pedir al Papa que se olvide del encargo que Jesús le ha confiado para adaptarse a la opinión de unos hombres a los cuales tiene que servir precisamente siendo el que tiene que ser. Ser mejor Papa es ser más Papa, no menos. Y ser Papa significa ser el vicario de Cristo, que le asiste especialmente -¿no hemos reconocido en su sonrisa la sonrisa de Jesús? -, significa hacer presente a Jesús. A Jesús, que no vino a acabar con el hambre (aunque si alimentó a algunos), ni con la enfermedad (aunque sí sanó a algunos), sino a traernos a Dios: todo lo demás fue por añadidura.

Ser más Papa quiere decir recordar el carácter sacro de su mensaje. Y la forma más eficaz de profanar ese mensaje es trivializarlo. Por eso no puede hacer de la Iglesia una ONG. Hay una jerarquía religiosa de las verdades, de los problemas y de las urgencias. La inversión de esos valores es, en su caso, una gravísima responsabilidad, y, en el nuestro, una grave deformación de la realidad: si nos dejamos cambiar por su mensaje no harán falta las ONGs, pero al revés no es verdad. Porque no funciona: ya se ha intentado, y no funciona.


sábado, 2 de marzo de 2013

UNO DE NOSOTROS





Le parecía a Jorge Manrique que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”; yo creo que a menudo ha sido peor en muchos aspectos. El progreso es muchas veces evidente, pero otras no es fácil reconocerlo. Es el caso del desarrollo moral: solemos echarnos las manos a la cabeza, por ejemplo, cuando oímos la expresión “ojo por ojo, diente por diente”, y no nos damos cuenta de que, en realidad,  supone acotar la venganza, limitarla, evitar una violencia de ida y vuelta que crece sin cesar. O la abolición de la esclavitud, de la que tan orgullosos nos sentimos, y que nos hace denostar su introducción entre los hombres: perdemos de vista el enorme avance moral que supuso su aparición frente a lo que era entonces su alternativa: el asesinato puro y limpio del vencido.  

Pero hemos avanzado, y ya no nos conformamos con el ojo por ojo, ni con la esclavitud. Ni siquiera aceptamos ya otros puntos de vista que suponían privilegiar la posición del europeo o del varón, mostrando así que somos capaces de atender los intereses del “otro”. Y llegamos aún más lejos, porque la igualación legal de las diferentes razas y de ambos sexos se considera ahora una restricción egoísta que privilegia la pertenencia a nuestra especie sobre las demás. Por eso se propugna una visión de más amplia perspectiva que deje atrás lo que, estableciendo una analogía con el racismo y el sexismo se ha llamado “especismo”, y se quiere extender algunos de esos privilegios a los miembros de ciertas especies afines a la nuestra.   

 Yo no sé muy bien si existe eso que se ha llamado "derechos de los animales". De lo que sí estoy seguro es de que tenemos con ellos unas obligaciones, unos deberes a los que venimos obligados en la medida en que encontramos en ellos un valor que merece ser conservado y cuidado: en este caso, la existencia de vida. Pero del mismo modo que estamos también obligados a conservar y cuidar, por ejemplo, las Meninas de Velázquez o la cueva de Altamira, sin que necesitemos acordar que el cuadro o la cueva son titulares de derecho alguno. No importa: nosotros sí somos titulares de obligaciones. 

Lo último entre nosotros ha sido el reciente Decreto Ley que prohíbe la experimentación con simios y otros parientes lejanos nuestros. Denota una sensibilidad hacia esos valores que merecerá, sin duda, la simpatía de gran parte de la población y muestra una solidaridad que va más allá de la simple defensa de lo propio. Un generoso Decreto, libre de toda sospechosa. 

 Pero de tanto pensar en nuestros parientes lejanos nos habíamos olvidado de nuestros propios hijos. En estos momentos está en marcha en la Unión Europea una Iniciativa Ciudadana Europea -equivalente a nuestra Iniciativa Legislativa Popular- para establecer una norma que extienda al embrión humano los privilegios que el mencionado Real Decreto reconoce a los monos. Se trata de la iniciativa "One of us" ("Uno de nosotros"), que aspira a prohibir la financiación con fondos públicos de cualquier actividad que suponga la destrucción de embriones humanos. No olvidemos que,  independientemente de cualquier consideración ideológica, la Biología demuestra que el embrión humano tiene en su ADN las secuencias ALU que permiten a la policía científica asegurar que unos restos biológicos son restos humanos, y muestra en sus dedos, desde la décima semana, las huellas dactilares por las que se le podría acusar de un crimen.  

 “One of us” aspira a conseguir un millón de firmas en su apoyo. Se puede participar en esta Iniciativa través de  la página www.unodenosotros.eu, en la que se encuentra disponible toda la información pertinente.