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sábado, 29 de octubre de 2022

LA "LEY TRANS", CONTRA LA CIENCIA


Asegura un estudio llevado recientemente a cabo en varias clínicas de los Estados Unidos que el hecho de que un tutor trate de impedir que el menor a su cargo reciba terapias "trans" para, hipotéticamente, alejar el riesgo de secuelas mentales o de autolesión, puede considerarse como negligencia. Y “la negligencia, como término médico-legal, puede usarse para iniciar una evaluación por parte de los Servicios de Protección Infantil y dejar de considerarlo tutor legal de un niño en los casos más graves”.  

Se presiona a las familias asegurando que el riesgo de suicidio del menor es alto si no se le afirma en su voluntad de ser reconocido como del sexo opuesto, y que eso se evitará con la “transición”. Pero no es verdad: un estudio llevado a cabo por Cecilia Dhejne en Suecia ha mostrado que la transición médica completa al género deseado no libra a las personas trans de exhibir una tasa de suicidios mayor que la media, y Kaltiala-Heino, en Finlandia, después de revisar las historias clínicas de 52 adolescentes diagnosticadas de disforia, observó que la aplicación de hormonas del otro sexo (de efectos no siempre reversibles) no atenuaba los síntomas psiquiátricos. “La reasignación de género no es suficiente para mejorar el funcionamiento y aliviar las comorbilidades psiquiátricas entre adolescentes con disforia de género”, apuntó.  

Cuando la subsecretaria de Sanidad de Estados Unidos declaró que en la cuestión de los tratamientos para la transición de género no había “nada de lo que preocuparse”, Erica Anderson, psicóloga clínica con amplia experiencia en este tipo de terapias y ella misma trans (de sexo biológico masculino pero autoidentificada como mujer), ha afirmado que eso "simplemente no es cierto. Existe un problema, y negarlo solo perjudica a los pacientes". Señala que se están produciendo negligencias en el diagnóstico y tratamiento de los pacientes, y muchos jóvenes  arrastran factores psicológicos especiales que deberían ser tenidos en cuenta: el confinamiento y su impacto en las relaciones personales, el abuso de las redes sociales, o el influjo que ejercen en ellos algunas personas que, sin la preparación profesional adecuada, han hecho del cambio de género un negocio. Anderson explica que “la revisión cuidadosa de los problemas concurrentes o incluso preexistentes no priva a esas personas de atención, sino, al contrario,  la adapta y personaliza, y eso siempre es positivo”. El creciente número de transexuales arrepentidos de haberse sometido a estas terapias, “confirma la necesidad de que cada paciente reciba una evaluación personalizada”. 

 En este contexto, el NHS (el Servicio Nacional de Salud británico) encargó un estudio sobre la eficacia y la seguridad de tales terapias hormonales al NICE (National Institute of Health and Care Excellence), que, tras valorar las investigaciones empíricas publicadas -en total 19 estudios- concluye que todos presentan graves deficiencias:

- Estudian poblaciones muy pequeñas: sólo unos pocos incluían a más de cien individuos, y la mitad no llegan a cincuenta.

-No cumplen las condiciones necesarias para distinguir los efectos que pueden deberse a otros factores.

·ninguno contó con un grupo de control, imprescindible para saber si un tratamiento da mejores resultados que no aplicarlo.

·la mayoría no detalla otros trastornos que los pacientes pudieran tener ni otros tratamientos que estuvieran recibiendo.

· o carecen de análisis estadístico, por lo que no permiten valorar la relevancia de las diferencias observadas.

-El seguimiento es muy corto y, en muchas ocasiones, pobre en datos.  

Por tanto, advierte el NICE, todos esos estudios son vulnerables al sesgo y a la confusión de factores. Haría falta realizar experimentos controlados, pero, en opinión de los especialistas, eso sería peligroso, por las posibles repercusiones para la salud psíquica de los sujetos del grupo de control. 

Entre nosotros, Luisa González, vicepresidente del Colegio de Médicos de Madrid, denuncia que “no hay suficiente evidencia científica en la literatura que sostenga hacer estos tratamientos de hormonación cruzadas simplemente a bote de un deseo expresado por un adolescente en un momento dado, sin que se haga un diagnóstico de la causa que nosotros llamamos etiológico y sin que se haga un abordaje integral de toda la situación que lleva a un adolescente en cuestión de semanas a plantear que su cuerpo no es correcto y que desea un cambio de sexo”. 

Es preocupante que tenga más fuerza el consentimiento del interesado que la valoración del especialista, y también es preocupante que se limite la libertad de práctica clínica: todo médico tiene la obligación ética de intentar comprender las causas del malestar de la persona que le pide ayuda, y eso implica valorar todas las opciones posibles; pero en este nuevo modelo de atención, el profesional debe posicionarse en un marco de pensamiento único que impide la exploración y la contextualización individual. 

En resumen, no hay evidencia científica de un beneficio clínico de estos tratamientos, ni libertad para su adecuada asistencia. Y la falta de datos científicos, la irreversibilidad del tratamiento y la ausencia de beneficio clínico parecen motivo suficiente para frenar esta ley. 

LA "LEY TRANS", CONTRA EL HOMBRE

 


La “ley trans” vulnera los derechos humanos de los niños. A todos los niños del mundo se les reconoce el derecho a un tratamiento integral de la salud física y mental, pero esto, ahora mismo, no se les permite a los pacientes con disforia de género: no se permite llegar a un diagnóstico etiológico y abordar la parte psicológica que siempre está presente en estos jóvenes que manifiestan una confusión entre su sexo biológico, su identidad sexual percibida y su sentimiento de quién soy.  

Entra esta ley en contradicción con el deber y el derecho de las familias a cuidar de sus hijos. Expropia la patria potestad. Yo tengo la obligación de cuidar de mis hijos. Si, por una patología que aparece de forma brusca y acelerada, y que no se permite estudiar completamente, quieren ponerles un tratamiento cuya eficacia podría no estar científicamente demostrada, mi deber es proteger a mi hijo. Y ponerme en guardia frente a soluciones simplistas que prometen resolver sus problemas cambiándoles nombre y  pronombres, y mutilando su cuerpo. Hay muchos que han recorrido ese camino sólo para lamentarlo luego. El amor auténtico por los hijos siempre va unido a la verdad, y, en el caso de la disforia de género, esto significa reconocer que la felicidad y la paz no la encontrarán en el rechazo de la verdad sobre la persona y el cuerpo humano. ¿Quién atenderá los conflictos familiares que eso genere? ¿El ministro del ramo? Ayudar a esos pacientes significa favorecer el apoyo de la familia en todo el proceso, y no imponerles algo que puede ser perjudicial para sus hijos. 

La historia Amanda (Agrupación de Madres de Adolescentes y Niñas con Disforia Acelerada) es un ejemplo del poder de la sociedad civil cuando lucha por sus derechos. Comenzó con el atemorizado tweet de la madre de una niña que quería ser niño, la enérgica respuesta de una diputada amenazando con quitarle la custodia y la posterior viralización del debate. Ocho madres más comparten su experiencia: contra lo que les dicen políticos y psicólogos, ellas –que los han parido–prefieren ser prudentes y considerar el asunto con más calma. No están dispuestas a que sus hijos –niñas en su mayor parte– pasen por el quirófano y tomen decisiones irreversibles a una edad que se caracteriza, precisamente, por la volubilidad. Saben que el mayor bien que les pueden hacer a sus hijas –a las que quieren mucho más de lo que puede quererlas cualquier ministro– es mantenerse firmes, resistir y esperar a que escampe. Ya no son ocho, sino dieciocho, sesenta y ocho, ochenta madres, y van comprobando que, la mayoría de las veces, escampa. Que sus hijos lo que tienen, casi siempre, no se llama disforia sino autismo, depresión, anorexia o simplemente adolescencia y que se pasa con el tiempo, con cariño… O con terapia o con medicación, o con todo junto. Pero sin bisturí y sin hormonas.  

Han educado a sus hijos en la igualdad y no tienen nada en contra de las personas transexuales. Ni siquiera niegan la disforia de género. Simplemente no quieren que la ideología malogre la felicidad ni la salud de sus hijos, y piden a los políticos que se dejen de hacer experimentos con los niños. Y a los psicólogos, que sean serios en sus diagnósticos. Y a los educadores, que no encasillen a una niña que le guste el fútbol o a un niño que le guste el ballet -¡que ya estamos en el segundo decenio del siglo XXI!-. Y a los medios de comunicación, que informen con rigor y sin ideologizar.  

Otra cuestión que hay que considerar es la de los arrepentidos, cuyo número, según cuenta Eric Kaufmann, profesor de Ciencias Políticas del Birkbeck College de la Universidad de Londres, aumenta, y cuyas demandas judiciales, resueltas favorablemente, pueden hacer que las cosas cambien.  

Uno de esos arrepentidos es Sandra,  nacida varón. Decidió comenzar su "mal llamado cambio de sexo" y acudió a un psicólogo, que al verlo tan femenino y oír su voz le dio la razón. "Lo que yo denuncio es que cuando una persona con disforia consulta a un psicólogo o psiquiatra lo que hay que hacer es indagar en la raíz del problema que tiene esa persona -¡porque esa persona tiene disconformidad con su propio cuerpo!- y no empujarlo a mutilarse”. Tras los tratamientos, Sandra comenzó a experimentar efectos secundarios en su cuerpo, empezó una montaña rusa de sentimientos de la que nadie le había advertido. En el período de reflexión previo a la vaginoplastia "me preguntaron si me gustaba el rosa y si me vestía de chica o si en el sexo era activa o pasiva".   

Scott Newgent, nacida mujer, hizo la “transición” a varón a los 42 años. Hoy se arrepiente de esa decisión. Tiene 48 años, tres hijos adolescentes, y lo que ha vivido le ha convencido de que la terapia afirmativa está diseñada para cualquier cosa menos para curar. Lo ha sufrido en su propia carne, después de que las complicaciones del proceso derivaran en siete cirugías, un embolismo pulmonar, un ataque cardíaco, 17 meses de infección recurrente, la reconstrucción de un brazo, daños en un pulmón, el corazón y la vejiga, insomnio, alucinaciones, síndrome de estrés postraumático, un millón de dólares en gastos médicos, y la pérdida de su casa, su coche, su carrera, su matrimonio… Pero sabe que nadie vuelve atrás, por eso tampoco el convence el activismo de los detrans: “La detransición es una fantasía, y se está vendiendo de la misma manera que la transición. Tenemos dos bandos en la arena, y a la gente le importa un comino quién sale dañado de esto. Si una chica toma hormonas sintéticas durante 18 meses o más, nunca volverá a ser quien era”. 

 Newgent coincide con Kaufmann en que la tendencia a percibirse “de otro género” se está revirtiendo. “Éste es el escándalo médico más importante de la historia moderna; y no lo digo para molestar a nadie, lo digo porque es cierto. Apenas estamos empezando a ver la carnicería”.

LA "LEY TRANS", CONTRA LA REALIDAD

La nueva “ley Trans” que se tramita ahora en el Parlamento permitiría cambiar libremente el sexo en el Registro Civil a partir de los 16 años por la simple voluntad del interesado, y aunque los mayores de 14 tendrán que actuar «asistidas por sus representantes legales», no se pide dictamen de especialistas ni se evalúa su madurez. La ley contempla también la posibilidad de sancionar a la familia que cuestione la «expresión de género» del menor. Y cualquier planteamiento crítico es respondido públicamente con la mayor intolerancia y agresividad, bajo la acusación de transfobia. 

Que no se precise la presentación de un informe médico o psicológico cae por su peso, porque la primera obligación de la Medicina es indagar buscando la causa para dirigir a ella su actuación, y la ley prohíbe expresamente ponerse a indagar en ese asunto. 

A juicio de Celso Arango, jefe de Psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón, el crecimiento exponencial de la disforia de género de inicio rápido (que es la que sufren la mayoría de los adolescentes) no es fruto de la liberación de ningún tabú, como sostienen algunos políticos, sino un claro ejemplo de contagio social, un contagio social multiplicado por la acción de las redes sociales y el constante activismo de los colectivos LGTBI que lleva a los jóvenes a tomar decisiones drásticas en su propio cuerpo: “Una avalancha de adolescentes, seducida por la estética que un determinado discurso proyecta en internet y las redes sociales, cree que la transexualidad será la solución instantánea a la natural confusión sobre la propia orientación o identidad sexual que surge en la pubertad. Aunque luego entre el 80 y el 95% de los adolescentes que manifiestan dudas sobre su identidad sexual se desdice en la edad adulta”. 

Es, además, una ley que no ha tenido en cuenta los efectos secundarios que podrán sufrir los adolescentes: “Se les da tratamiento hormonal pese a que hay pruebas suficientes que demuestran que un porcentaje muy amplio sólo llega a una transformación parcial y no alcanza un objetivo terapéutico satisfactorio. Pero en el camino ha sufrido numerosos efectos secundarios, muchos de ellos irreversibles”. 

La Academia Española de Sexología y Medicina Sexual y el Observatorio de Salud Sexual (ONSEX) han adoptado un Posicionamiento conjunto en el que afirman que “Existen, sobre todo en niños, niñas y adolescentes, etapas en las que la persona, aún en un proceso psicoevolutivo y de formación hacia la adultez, tiene dudas en relación a su identidad sexual. Pueden darse también trastornos de personalidad o psicopatologías que se expresen en parte a través de dudas sobre la identidad sexual, y sería una “decisión inconveniente” que se prescindiera de una valoración profesional a la hora de permitir la “autodeterminación de género” a los mayores de 16 años o a los menores con la aprobación de sus padres, pues ello “podría conducir a confusiones de difícil reversibilidad”. 

El Grupo de Trabajo sobre la Ley Trans de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática (SEMP) ha elaborado unas “reflexiones” sobre las consecuencias médicas, sanitarias y científicas de la propuesta. En ellas subraya que la existencia de unidades específicas en 10 comunidades autónomas -unidades que corren el peligro de desaparecer– ha puesto en evidencia la necesidad de una atención interdisciplinar a estos casos (por ginecología, endocrinología, cirugía, urología, pediatría, neurología, psiquiatría, psicología, etc.). Si se dejase esta asistencia en manos de médicos de familia se carecería de la evaluación y el asesoramiento adecuados, y sería más probable que los interesados tomaran precipitadamente decisiones poco informadas que atentarían contra su salud. “Se propone –anota el documento de la SEMP– una libre determinación para los menores de edad con ‘suficiente madurez’ y que se encuentren en una ‘situación estable de transexualidad’. ¿Quién será responsable de informar al menor de estos aspectos?, ¿qué criterio se utilizará para determinar esa madurez?, ¿cómo se valorará la estabilidad de la identidad trans si no se exige una valoración por parte de un profesional médico/psicológico?” El 75% de los menores que acuden a las unidades específicas de atención a personas trans piden tratamientos médicos de inmediato: prescindir de esas unidades especiales dará lugar a procesos terapéuticos precipitados y poco reflexivos que podrían tener consecuencias desfavorables. 

A mediados de octubre ha aparecido en JAMA Pediatrics un breve informe de cuatro médicos de la Universidad de Vanderbilt: "Reconstrucción torácica que afirma el género entre adolescentes transgénero y de género diverso en USA. De 2016 a 2019". Es "la investigación más grande hasta la fecha de reconstrucción torácica de afirmación de género en una población pediátrica". Pues bien, los investigadores encontraron que la cirugía de "reconstrucción torácica de afirmación de género" para niñas menores de 18 años, - más conocida como mastectomía doble, aquí,  "trabajos de alto nivel"- aumentó en un 389% entre 2016 y 2019. Calculan que en esos cuatro años se llevaron a cabo 1.130 “trabajos de alto nivel” en niñas de hasta 12 años. “Trabajos de alto nivel” lo llaman, pero Juan Llor, médico especialista en Medicina Interna y en Ética Médica, se pregunta: “¿Qué tipo de médico amputa los senos sanos de una niña de 12 años? Es pura mutilación. Es peor que prescribir una liposucción a un niño de 12 años que padece anorexia nerviosa. O la amputación de extremidades o la amputación de la médula espinal para las personas que padecen el Trastorno de Identidad de la Integridad Corporal. ¿Dónde están los estudios que muestran que los “trabajos de alto nivel” por sí solos resolverán la disforia de género de las niñas? Además, más de un tercio de las niñas habían sido diagnosticadas de ansiedad o depresión ¿Qué tipo de cirujano amputa los senos de una adolescente con una enfermedad mental? Los datos de este estudio ya tienen casi tres años. ¿Cuántas niñas más serán mutiladas de por vida por cirujanos sociópatas antes de que los estadounidenses se den cuenta de esta grotesca violación de los derechos humanos?” 

 Ahora corremos a colocar una etiqueta cuanto antes, pero lo que dicen los endocrinólogos pediátricos y los psiquiatras es que los jóvenes viven una confusión, y que lo que debemos hacer es acompañarlos, investigar y hacer un abordaje desde todos los puntos de vista, para ver cuál es su sexo biológico y su situación psicológica en ese momento.