lunes, 12 de enero de 2009

UNA APROXIMACIÓN A LA FAMILIA. Respuesta a José Asensi Sabater (1)

Se difumina el concepto de familia, se extiende la confusión. Ante la diversidad de versiones de la familia parece atractiva la idea de analizarla “hacia atrás”, desde el presente, para descubrir en qué consiste. Pero pensar hacia atrás nunca es buena idea, porque plantea las cosas al revés, y cuando planteamos las cosas al revés podemos estar seguros de que alcanzaremos una conclusión equivocada. Me gustaría intentar la actitud contraria: empezar por las premisas y ver adonde me lleva la conclusión.

Para empezar, acudiré a los datos de la naturaleza, que me permitirán saber “hacia dónde cae” eso que llamamos familia. Uno de los hechos incontrovertibles de la evolución de las especies es que en el caso de la especie humana ha tomado la dirección de mayor inmadurez en el momento del nacimiento, y de eliminación de los instintos, todo lo cual obliga a un período de aprendizaje en los primeros años de vida, lo que a su vez exige una estrecha y prolongada convivencia del niño con sus padres, que cooperan en la educación de los hijos y en la supervivencia de la familia.

De modo que si algo podemos afirmar es que la familia trae su origen de la propia naturaleza humana. El hecho de que a lo largo de la historia aparezca modulada por factores culturales no debe hacernos perder de vista que su origen último nunca puede reducirse a hechos culturales. Y es verdad que aparece modulada de diversas maneras y en diferente grado, pero en todos los modelos de familia encontramos algunos puntos invariables que pueden tener algún interés para nuestro propósito: para empezar, se forja, como hemos visto, a partir de la unión de un hombre y una mujer, ambos con un carácter mutuamente complementario, y con la posibilidad de establecer una relación estable entre ellos. Esa relación se hace pública ante la sociedad, pero la sociedad hace algo más que aceptarla: reconoce en esa relación la fuente de nuevos ciudadanos y su importancia en la primera formación de los mismos; es decir, la sociedad reconoce en la familia su propio origen.

Esto es lo que históricamente ha venido siendo una familia, y es lo que nos encontramos en las manos cuando intentamos la comprensión de las nuevas formas sobrevenidas. Intentemos ahora responder a algunos puntos más detenidamente.

Se ha hecho notar el papel indudablemente práctico que desempeña la familia, y se ha utilizado como argumento para combatir el concepto de “familia natural”. Pero este planteamiento da a entender que la naturaleza debería agotarse en la producción de formas inútiles, exactamente lo contrario de lo que nos enseña el propio Darwin: que perdura lo que resulta ventajoso.

¿Introduce el amor un elemento de inestabilidad en la familia? Aquí habría que decir dos cosas: la primera es que el amor no es tanto un sentimiento como un movimiento de la voluntad, que cuando yo amo a alguien sólo secundariamente experimento un sentimiento; lo primario es mi determinación a permanecer junto a esa persona y hacer mías sus necesidades y proyectos; más exactamente, a hacer que esa persona pase a formar parte de mi proyecto. Y si es cuestión de voluntad, su constancia no depende ya de la veleidad de un sentimiento, sino de algo más profundo. Lo segundo que hay que decir es que, como todo lo humano, la determinación de la voluntad admite grados y no está clausurada: permanentemente debe confirmarse y afianzarse en mi proyecto de vida. De modo que si observamos inseguridad en la familia no es porque intervenga el amor, sino porque interviene el hombre, que no está nunca “dado”, que es una realidad “viniente”. Eso es lo que le da consistencia humana y valor tanto a las relaciones familiares como a cualquier relación personal que establezcamos. No hay que temer, porque si el amor es asunto de la voluntad, entonces podemos estar tranquilos: estamos en nuestras propias manos.

En cuanto a la diversidad actual de modelos, eso no indica más que la extraordinaria vitalidad de la familia incluso en sus formas deficitarias o parciales. Porque es verdad que una familia mermada sigue siendo una familia. Pero es verdad que está mermada. Su forma plena puede ser infrecuente, incluso puede no darse en nuestra realidad inmediata, pero no por eso deja de ser su forma plena. Podría, en todo caso, argüirse que la plenitud es un grado difícil de alcanzar y de sostener, pero ¿hay alguien tan ignorante de la condición humana que se sorprenda por eso?

¿Está a la vista que la familia natural no puede erigirse como patrón jurídico? Esa es una cuestión algo más peliaguda, y lo es por un motivo que ha generando cierto debate últimamente: ¿cuál es la fuente del derecho? Podemos responder que la propia legislación positiva, de modo que sería derecho todo aquello que reconozca la ley como tal. Sería el caso del derecho a perseguir judíos, o palestinos. Y podemos pensar que la ley positiva se limita a reconocer un hecho anterior que fundamenta ese derecho. En el caso que nos ocupa bien puede pensarse que la figura de la familia recibe un trato especial en materia sanitaria, fiscal, de pensiones, etc, en virtud de su ya mencionado papel, único e irrenunciable, como motor del recambio generacional. Papel, por cierto, que algunas formas "familiares" recientemente diseñadas por nuestros legisladores no cumplen ni siquiera en sentido analógico remoto.

(1)
"La familia al natural", Diario Información, 1 de enero de 2009.