jueves, 22 de diciembre de 2011

DIOS A FAVOR




Hace tanto tiempo ya que nos acostumbramos a vivir la Navidad entre luces, música, felicitaciones y regalos, que se nos olvida cuál es el verdadero sentido de estas fiestas. Todavía a veces alguien nos recuerda aquello de los buenos deseos y paz y bien para todos, y sentimos que casi tocamos con los dedos el amor universal y, por supuesto, impersonal y preferentemente distante, muy distante: el prójimo no es más que el nombre de los que están más lejos y pertenecen a otras razas y otras lenguas: los que están aquí al lado son de otro género, más duros, más incómodos, más difíciles de aceptar.


Pero aún así: alguien insiste en llamar a estas fiestas “Fiestas de Invierno” porque están ya desprovistas de cualquier referencia a la primera Navidad, se disfrazan de otra cosa, de un sentimiento, o, mejor, de una forma de vida, de un principio de convivencia quizá. No es que se pierda la perspectiva de la fe, claro está, pero se la desvirtúa, se pasa por ella como de puntillas, no quiere repararse en ella. No son tiempos fáciles para la fe, y menos en estas horas de crisis en las que lo más urgente parece ser salvar los muebles sea como sea: “cueste lo que cueste”.


Y es curioso: nos hemos empeñado en presentar como lo más importante del hombre la racionalidad, la comunicación, la instrumentalización,… y la verdad es que, cuando entramos en cuentas con nosotros mismos nada de todo eso tiene importancia: acabamos de salir de un siglo enormemente aventajado en técnicas instrumentales, en medios de comunicación y de transporte de difusión mundial, en capacidad de análisis y desmenuzamiento de la realidad… que ha conseguido los más eficaces métodos de destrucción del hombre. Parecía que se estaba ganando la guerra contra la naturaleza hostil, y ahora nos preguntamos quién en concreto está ganando. No, la verdad es que no nos fiamos de nosotros mismos, tememos por nuestra seguridad porque los recursos que debían estar a nuestro servicio –la ciencia, la filosofía, la psicología, la economía- se levantan por encima de nosotros y nos llevan a donde no queremos ir. Nos sabemos débiles y tenemos miedo.


Ha resultado que nada de todo aquello era lo más importante: se nos había olvidado lo que sabe cualquier niño de tres o cuatro años: que lo más importante es el amor. Por eso Dios, -”Dios es Amor”-, rasga los cielos, abandona su trono y se nos presenta, completamente desvalido, entregado, inerme, a nuestra merced –como estamos siempre que amamos a alguien-, para que podamos mirarlo, tocarlo, dirigirnos confiadamente a Él -¿quién puede tenerle miedo a un niño?- Viene a reducir el mal a la impotencia, a devolvernos la paz, a fortalecernos y a darnos la seguridad que un niño tiene junto a su padre. Se acerca a nosotros y nos dice -¡cuántas veces!- “¡No tengáis miedo!”. Son las palabras con las que Dios saluda al hombre: a Zacarías, a María, a José, a los apóstoles que están en la barca sacudida por las olas, las palabras con las que les tranquiliza tras la Transfiguración y tras la Resurrección: “¡No tengáis miedo!”.


No tengamos miedo: por mal que parezcan ir las cosas, por encima de todo lo que va mal, Dios es Amor Todopoderoso. Y se ha implicado, se ha comprometido, ha apostado a nuestro favor, y ha apostado fuerte: toda la carne en el asador: se ha hecho uno de nosotros, se ha pasado a nuestro bando. No para un rato, o para unos años: para toda la eternidad, para siempre. Dios juega en nuestro equipo, está de nuestra parte: la partida está ganada.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

EL SUEÑO DE LA RAZÓN

La Federación de Mujeres Progresistas ha hecho público un informe en el que se recogen los resultados de una encuesta entre jóvenes, “que consideran propias de las chicas, en su mayoría, la ternura y la comprensión, mientras que los chicos se caracterizan por la agresividad y la valentía”. El dato preocupa a la responsable del programa Igualdad, Eva López Reusch, para quien admitir diferencias entre hombres y mujeres es lo mismo que aceptar como natural la violencia machista.

No debe pensar lo mismo Diego Urbina, uno de los participantes en ese simulacro de viaje a Marte que ha durado 520 días y que ha mantenido aislados a los seis participantes, todos ellos, varones. Diego declaró al comenzar la experiencia: “Las mujeres tienen esa facultad de hacer que la sonrisa venga a nuestra cara. Eso va a faltarnos”.

Sin unos conocimientos psicológicos especiales, pero atento a la realidad, Diego Urbina ha dado con la clave que explica el persistente fracaso de esos programas que parten de la idea de que los hombres y las mujeres somos iguales. Porque esa idea, que procede de la Revolución Francesa, está muy bien, pero a condición de entenderla muy bien: lo que afirma es que hombres y mujeres somos iguales en dignidad, iguales ante la ley. Nada más. Suspender la frase a mitad de camino y afirmar que los hombres y las mujeres somos iguales (y punto), es salir de la realidad para entrar en la fantasía, en esa clase de fantasía que llamamos ideología. Por eso, es ésa una igualdad que no toman en serio ni siquiera los que la predican; de ahí las cuotas en las listas electorales, por ejemplo.

Pero como creen deseable esa igualdad, ahora les ha dado por considerar que la innegable desigualdad existente está provocada por factores externos, adquiridos, producto de la educación recibida, y se proponen acabar con ella. Es un error, y no promete ninguna mejora de la situación, porque la realidad es la realidad, y no puede desistir, de modo que acaba vengándose del que la ignora. Hasta para modificarla, como pretendemos en este asunto de la violencia machista, debemos tenerla en cuenta y partir de ella.

Es verdad que en diferentes momentos y culturas varía el contenido de los papeles masculino y femenino, pero siempre se mantiene esa relación que orienta al hombre hacia la mujer, y viceversa. No hay igualdad, sino equilibrio, que es otra cosa; un equilibrio dinámico hecho de desigualdad y tensión. Que, como es equilibrio, mantiene a ambos a la misma altura, y como es dinámico, cualquier cambio en uno de los brazos de la balanza produce cambios en el otro.

Por razones puramente biológicas que son largas de explicar, pero que hunden sus raíces en las primeras semanas de vida embrionaria, los cerebros –y las mentes- del hombre y de la mujer son distintos, y tienen sensibilidades y tendencias distintas. El hombre y la mujer son formas diferentes de vida humana, y ninguna de ellas se puede reducir a la otra: cada uno tiene sus aptitudes y sus talentos; sus disposiciones, sus valores y su forma de ver el mundo que les son propios. Eso es justamente lo que hace que las relaciones mutuas estén teñidas de una tensión, de una expectación, de una incertidumbre, que no se dan cuando esa relación tiene lugar entre personas del mismo sexo, y que hacen posible la ilusión, esa sonrisa de la que nos habla Diego Urbina y que está en el origen del amor.

Recientemente declaraba Paolo Conte: "Nunca me he dejado influir por la realidad; he mantenido la comodidad del sueño, de la fábula”. Ésa es la cuestión: dejarse influir por la realidad, o mantenerse en un sueño. Con todas sus excepciones -que son precisamente eso: excepciones- las relaciones entre hombres y mujeres son generalmente de atracción y entusiasmo, y lo son, precisamente, por la diferencia existente entre ellos. Una diferencia que sólo inquieta a quienes, como Paolo Conte, sustituyen la realidad por un sueño. Porque, como ya sabía Goya, el sueño de la razón produce monstruos.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

LAS VERDES PRADERAS


Nos dicen que la población mundial acaba de alcanzar los 7000 millones. Por tener un punto de referencia: a principios de los 60, cuando mataron a Kennedy, éramos la mitad que ahora. Y en 1900, la cuarta parte: la población mundial se duplica cada 50 años. Ya estábamos avisados: los sabios que leyeron a Malthus con provecho nos advirtieron ya desde los años 70 del peligro de desabastecimiento que se nos echaba encima: la tierra no da para más, no se puede alimentar a tanta gente, hay que cortar ya.
El objetivo era disminuir la población, y nos pusimos a ello. Empezamos a hablar de “control de natalidad”. Bueno, lo llamábamos “control de natalidad” pero, en realidad, queríamos decir “supresión de natalidad”, claro: “controlar” significaba “impedir”, a nadie se le ocurría controlar promoviendo: ¡éramos tantos ya…! Y llegaron los anticonceptivos, y, en seguida, el aborto, las formas más eficaces –y silenciosas- de suprimir bocas. Y también las más capitalistas, porque esas bocas no solamente consumían riqueza sin crearla, sino que, además, mantenían ocupados a unos padres que bien podrían dedicarse a otra cosa. Así que era un procedimiento sencillo que servía tanto para eliminar comensales como para liberar manos asalariadas: matábamos dos pájaros de un tiro.
Pero no todos fueron tan sensatos. Hubo países que se resistieron a disminuir su población y continuaron creciendo desbocada e insolidariamente, de modo que, a pesar de los esfuerzos de Occidente por apagar el incendio (en los años 70 el Informe Kissinger ofrecía ayuda a los países del Tercer Mundo que pusiesen en marcha medidas para disminuir su población), hoy, cuarenta años después de aquello, estamos como estamos: en 7000 millones de habitantes.
El número 7000 representa también el valor de la densidad de población de Singapur, uno de los núcleos más densamente poblados del mundo: 7000 habitantes por kilómetro cuadrado (por comparar con algo conocido, la densidad de población del área metropolitana de Madrid es de 2600 habitantes por kilómetro cuadrado). Es mucho, es verdad -no hay más que echarle un vistazo a Singapur-, pero ahí están. Y el ejemplo es singularmente adecuado porque nos permite un cálculo fácil: si ahora somos 7000 millones, eso quiere decir que si reuniésemos a toda la humanidad hasta alcanzar una densidad de población homogénea de 7000 habitantes por kilómetro cuadrado ocuparíamos una superficie de un millón de kilómetros cuadrados. Un millón de kilómetros cuadrados: dos veces la superficie de España, menos que la suma de los territorios de España y Francia.
Esta era la superpoblación mundial que nos tenía contra las cuerdas: España y Francia con la densidad de población de Singapur, y todo lo demás, vacío. Vacío, es decir, disponible para explotaciones agrícolas, ganaderas y mineras, para reservas naturales,… ¡hasta para parques temáticos de dimensiones continentales habría sitio! No, la verdad es que no parece que esté cercano el día en que la tierra agote sus recursos. Se diría, más bien, que hemos sido víctimas de una ilusión, de un espejismo, que hemos estado huyendo de fantasmas. Que nos han engañado, vaya.
Y ahora somos viejos y estamos solos. Nuestras finanzas se evaporan, se agota la ilusión que se sostuvo sobre nuestra riqueza y nosotros mismos, sin dinero ya y sin gente, buscamos la salvación -¡caramba, qué coincidencia!- en los países con mayor población del mundo, porque son los únicos que disponen de la fuerza necesaria para sacarnos del hoyo: lo que los políticos llaman “recursos humanos”, el “capital humano” de los economistas: o sea, la gente, el único recurso que pone en marcha todos los recursos, y del que tan alegremente decidimos prescindir hace tantos años.
¡Qué cosas!: nos hemos empeñado durante cuarenta años en disminuir la población para acabar con el hambre y ahora va a resultar que sólo gracias a los países de mucha población vamos a evitar que el hambre acabe con nosotros.

jueves, 6 de octubre de 2011

AL PAN, TRUS, Y, AL VINO, FROLO

Acaba de tener lugar en San Millán de la Cogolla una reunión dedicada a la presencia de lo “políticamente correcto” en el lenguaje periodístico. Parecería que detrás de lo políticamente correcto habría que buscar la tolerancia, pero me temo que las cosas no son exactamente así: sólo toleramos lo que nos parece malo –lo bueno no se tolera: se busca-, pero, pareciéndonos malo, transigimos con ello en la medida en que no nos parece tan malo como su alternativa, no nos importa tanto. Por eso somos más propensos a tolerar, pongo por caso, faltas en los hijos de los demás que en los nuestros, simplemente porque nuestros hijos nos importan más. Se ha extendido la idea de que no tolerar algo a alguien es indicio de falta de sintonía, de falta de solidaridad y de cercanía; es decir, que si yo quiero a alguien debo aceptar como bueno todo lo que haga. Es exactamente al revés: en la medida en que alguien me importa, en esa medida estoy dispuesto a sacarle del error o a intentar que rectifique. Que yo mismo esté en un error a ese respecto es indiferente para lo que quiero decir: la actitud honrada y solidaria es mostrarle el error en que creo que está, y ayudarle a salir de él.
En la tentación de la tolerancia se esconde, además, un cierto desprecio: “yo digo una cosa, tú dices otra; tanto vale”. Tanto vale a condición de que no me importe nada el asunto del que estamos hablando o la persona que habla conmigo, claro está. Uno de los fundamentos de nuestra civilización, la filosofía griega, nos enseña a usar la razón para discernir en busca de la verdad. Entonces confiaban en que la razón era capaz de abrir un camino en la maleza; ahora la razón está tan desprestigiada que ante una discrepancia la conversación termina con un “así es como tú lo ves, no como yo lo veo”. Sócrates daría un puñetazo en la mesa: es justamente ahora que no estamos de acuerdo cuando hay que empezar a hablar, hasta llegar a la verdad –expresión ésta que hace hoy temblar a muchos, que miran la verdad con desconfianza-. Pero hasta el puñetazo en la mesa está hoy desprestigiado.
De modo que lo que pasa por tolerancia quizá no es más que indiferencia, desinterés, “pasotismo” de la más pura estirpe. El siguiente paso es vivir directamente de espaldas a la verdad. Esta es una novedad. Aristóteles comenzó su “Metafísica” afirmando que todo hombre tiende por naturaleza a saber, y la historia de la humanidad muestra que el hombre ha querido siempre conocer la verdad de todas las cosas y toda la verdad de cada cosa. De modo que este nuevo paso no es más que es la renuncia a lo más propio del hombre. Ahora ya no se busca la verdad, y ni siquiera se cree que exista o que podamos llegar a ella. La desconfianza en la razón es tal que a lo máximo que se aspira es a la imperturbabilidad, a dejarnos llevar por la corriente evitando los esfuerzos por seguir un rumbo. Pero eso es, literalmente, ir al garete.
Esa renuncia a la verdad está detrás de lo políticamente correcto, y por eso importan hoy más las palabras que la realidad a la que se refieren: llegamos a creer que cambiando el nombre cambiamos la propia realidad. Ayer mismo en un noticiario de TV llamaban a las prostitutas “trabajadoras del sexo”. ¿Cambia eso la condición de las prostitutas? ¿Por qué ese miedo a llamar a las cosas por su nombre? Yo se lo voy a decir: para evitar la asociación de ideas que esa palabra produce en el oyente. Es una forma de manipulación, de deformación de la verdad, de dar gato por liebre.
Hace unos años un personaje de Forges aseguraba orgulloso: “Yo soy de los que llaman al pan, trus, y, al vino, frolo”. Eso, hoy, ha dejado de ser un chiste. Y ahora, sólo una semana después de la reunión de San Millán, se hace público que la BBC, rizando el rizo de lo políticamente correcto, retira las siglas “B.C.” y “A.D.” (“antes de Cristo”, “después de Cristo”) de sus programas, porque ellos son de los que llaman al pan, trus, y a la era cristiana, era común.
Lo que más me alarma es que la iniciativa tiene unos antecedentes inquietantes: ya se le ocurrió eso mismo a la Revolución Francesa, que en 1789 proclamó la Era Revolucionaria, con las secuelas de Terror que conocemos. Repitió después la ocurrencia la Revolución Soviética, que entre 1929 y 1940 tuvo su propia era: también sabemos qué pasó luego. En seguida llegó Mussolini, que se empeñó en contar los años a partir de su “Marcha sobre Roma”, ocasión de su llegada al poder. El último intento hasta ayer fue alemán: apoyándose en Nietzsche, que también quiso sacudirse a Cristo de encima en favor del Superhombre, Hitler necesitó sólo unos pocos años para reducir Europa a escombros.
Mark Twain decía que la tradición es la tradición, y nadie debe arrojarla por la ventana. En lo que se refiere a la “era cristiana”, la historia se empecina en darle la razón.



martes, 20 de septiembre de 2011

LA MEMORIA ESTÁ EN LOS BESOS

Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno en una época crucial de España, pasea por el jardín de la casa que le sirve de cobijo y de claustro. Quienes lo ven le recuerdan como la persona que propició la Reforma Política tras la muerte de Franco, legalizó el Partido Comunista y coordinó la elaboración de nuestra Constitución. Pero él no recuerda ya nada de eso, la demencia se instaló en su vida para borrar el pasado y el futuro, y vive ahora náufrago del tiempo y ajeno a su propia vida. A su lado caminan Fernando Alcón y su esposa, María José. Fernando, amigo desde la infancia, asesor y confidente, continúa visitándolo, como hacía cuando eran estudiantes, y como siguió haciendo cuando Suárez llegó a la Dirección de RTVE, durante su Presidencia y después del retiro de la política activa. Una amistad de medio siglo largo, un afecto que permanece en pie más allá de los vaivenes de la vida. Siguen visitándolo a pesar de que él no sabe ya quienes son, ni recuerda haberlos visto antes. Se despiden ya, y en la puerta buscan en su mirada al amigo ausente. De pronto, la expresión de Suárez se ilumina, y dice: “No sé por qué, pero os quiero mucho”.

Una de las condiciones de la enfermedad de Alzheimer que más dolorosas resultan es la aparente destrucción de la persona. La enfermedad mina progresivamente las áreas del cerebro que controlan la memoria y la relación con el mundo, y, como ocurre en otras enfermedades neurológicas en estadio avanzado, el enfermo se convierte a los ojos de los que lo rodean en una máscara inexpresiva, dando la impresión de que se ha volatilizado y que de la persona que quisimos no queda más que la apariencia externa vacía de contenido.

Es verdad, la demencia destruye la memoria por parcelas, y progresivamente el olvido borra extensas regiones de la biografía del enfermo. Pero respeta las estructuras ligadas a la vida afectiva, y aunque la expresión de esos afectos está atenuada o desaparece, los afectos mismos perduran incluso cuando no podemos darnos cuenta de ellos. Y no olvidemos que la vida humana –mi vida, la vida de cada uno- más allá de la expresividad y de los recuerdos, es la historia de mi relación con los demás, la historia de mi amor, de mis amores: “no puedo vivir sin mi vida” decimos cuando perdemos un afecto central; “esto no es vida”, cuando nos vemos impedidos para dedicarle el tiempo que nos gustaría.

Por eso es un error considerar que tras la pérdida de la memoria la persona ha desaparecido y que del enfermo “ya no queda nada”. No, la persona que queremos, y el amor con que nos quiere, siguen estando allí, ocultos pero vivos, y esperan la palabra cariñosa, la caricia de unas manos conocidas, el beso que abre su corazón al nuestro. No nos dejemos desanimar por la aparente frialdad con que los recibe, no les dejemos solos en su enclaustramiento. El amor es lo único que da humanidad a nuestra vida, y eso se hace más evidente, y se vuelve más valioso, cuando estamos desprovistos de cualquier otra posibilidad.


domingo, 21 de agosto de 2011

SIEMPRE ES NUEVO EL AMOR

Ha cruzado España una multitud de más de un millón de jóvenes. Vienen de todos los continentes, de todas las razas; andando, en bicicleta, en autobuses, desde países vecinos y desde países lejanos de nombres impronunciables, durante días o semanas, a veces después de haber ahorrado durante años para encontrarse aquí ahora. En todas las ciudades van dejando el recuerdo de su entusiasmo y de su alegría, de la sinceridad de una fe que proclaman sin vergüenza. Les hemos visto con sus mochilas y sus banderas, cantando al paso y sentándose en el suelo de las plazas para comunicar a los demás su itinerario de fe. No hablan de la crisis, de miseria –algunos la conocen muy de cerca-, de memorias del pasado, de odios ni revanchas. Cantan, rezan.

Para estos jóvenes, pasar unas horas en Madrid junto al Papa, oyéndolo y viéndolo de cerca, escuchando su palabra clara y estimulante, merece todo el sacrificio que les ha supuesto este viaje. Y también para el Papa, que, octogenario ya y con dificultades de movimiento, supera sus debilidades para acercarse hasta ellos, para convivir con ellos, para contagiarse de su alegría y dejarles el ejemplo de la fidelidad a la misión a la que ha sido llamado: “apacienta mis ovejas” (Jn 21, 16). Apacentar sus ovejas es proclamar la verdad y defenderla, desenmascarar la falsedad, llamar al pan, pan; y, al vino, vino, decirles que el bien es el bien y que el mal no es el bien, que no se dejen engañar. Alguien le ha pedido que no se meta en cuestiones como el aborto o la eutanasia. Es un ingenuo. O no ha entendido bien esta visita.

¿Qué podemos decirles a estos jóvenes? Se les está recibiendo en muchas ocasiones con una hostilidad que no pueden entender, con un rechazo que, en realidad, no va dirigido contra ellos. Ellos no entienden de guerras ni de mercados ni política ni de bandas sociales: no tienen poder ni dinero. Están aquí para encontrarse con Cristo-en-la-tierra (“Somos adictos a Benedicto”), para trasmitir un mensaje de amor y renovación interior, para cambiar el mundo. A su paso rugen los leones, les amenazan, les insultan, les llaman borregos y pederastas. No es importante, no tienen miedo: les anima una alegría invencible, una confianza firme. A mí me recuerdan a María, sentada a los pies de Jesús mientras a su alrededor el tráfago distrae la atención de Marta. “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, pero sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no le será arrebatada” (Lc 10, 41-2).

No buscan enfrentamientos, porque saben que somos, todos, imperfectos, complicados, llenos de debilidades, de perezas, de contradicciones y paradojas. Y saben que podemos ser lobos para los que no piensan como nosotros, podemos lanzarnos sobre ellos y desplazarlos, destruirlos, los seres humanos somos así. Pero también saben que hay otra forma, que acoger, comprender y disculpar abre nuevas posibilidades, que el amor puede renovar el mundo. Eso sí, hay que vencer las dificultades que nos salen al camino. También las propias. Por eso se ha llenado el Retiro de confesonarios, y, en todas las lenguas, los jóvenes –pero también los mayores, que se han visto arrastrados por esa marea de fe- vuelven la mirada atrás, echan cuentas, restañan las heridas y se disponen a recomenzar con la ilusión renovada y el corazón limpio.

Durante cuatro días hemos asistido a la alegría contagiosa de la vida, del amor. Hemos visto cómo respondía la muchedumbre a la llamada de un Papa que les convocaba a no dejarse intimidar, que les animaba a ser sinceros, abiertos y francos, a estar orgullosos de su fe en el Resucitado, y a hacerlo presente en sus vidas por encima de burlas, incomprensiones y dificultades. Y hemos aprendido que es posible deshacerse del barro pegado en las alas y volar alto, sentir la mirada de Dios que sonríe complacido ante nuestro esfuerzo por ser mejores, y renovar el mundo. Hoy suenan las palabras de la última cena: “Os he destinado para que vayáis, y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Jn 15, 16).

viernes, 12 de agosto de 2011

SAMPEDRO Y EL PAPA

La generosidad de una antigua y querida amiga me ha permitido conocer el vídeo en el que José Luis Sampedro expone su opinión acerca de la visita del Papa a la JMJ(1). Si yo tuviera por el escritor la misma admiración socio-política que tengo literaria, estaría tan orgulloso como a él se le ve, de todo lo que dice y piensa, y de todo lo que no dice y no piensa. Pero no la tengo, ésa es la cuestión.
José Luis Sampedro ataca en dos frentes principalmente: la Iglesia y la enseñanza.
-propone que la política nacional no tenga en cuenta la opinión de los católicos, ya que apenas el 27% va a misa todos los domingos, de lo que deduce que el 73% comparte su posición laicista. Para empezar, parece difícil de asumir que se pida al Gobierno que no tenga en cuenta a la cuarta parte de la población. Pero probablemente será más, porque olvida que más a menudo nos dejamos llevar por la pereza que por las convicciones, o por intereses mayores o más gratificantes, ¿o pretenderá que sólo están en contra de esta visita los españoles que así se manifiesten en Madrid?
-acusa a los gobiernos de tener miedo al voto católico, como si tener en cuenta al 27% de la población sólo puede ser consecuencia del miedo, y como si ese voto fuese de mala calidad, de segunda clase, despreciable: habrá que recordarle que los católicos no perdimos nuestro derecho a ser ciudadanos corrientes el día de nuestro bautizo.
-considera que la educación a los niños en centros católicos es una “colonización de las mentes infantiles”: ¡hombre, claro!, en eso consiste cualquier educación, en implantar en esas cabecitas frescas y vírgenes unos conocimientos y unos criterios que hayan de servirles más adelante.
-le parece que esa educación “impide que sean ciudadanos”: volvemos a lo de antes: ¿por qué se emperra en que la fe católica suprime la ciudadanía?, ¿no será que esconde una cierta intolerancia de la que acusa al prójimo? Pretende extender patente de ciudadanía: ciudadanos, sí, pero los que él diga. Vamos a ser serios: habíamos quedado en que en eso consistía precisamente la democracia, en que todos tienen voz y voto: equiparar democracia con laicismo no es un ejemplo de democracia, sólo es un ejemplo de laicismo.
-además, “no podrán –esos niños educados en la fe católica- razonar por su cuenta”. ¿No?, ¿no podrán? ¿No pudo Julián Marías razonar por su cuenta?, ¿no pudieron Gabriel Marcel, Jacques Maritain, Emmanuel Mounier, Edith Stein,… razonar por su cuenta? ¡Ah, no! ¡Lo había entendido mal!: lo que dice es que quiere que no se les permita pensar por su cuenta: "¡los educados en la fe católica no podrán -no se les permitirá- pensar por su cuenta!" Así sí, así se entiende mejor.
Decía al principio que no tengo por Sampedro la misma admiración socio-política que literaria. Lo que sí tengo, en cambio, es la impresión de que Sampedro ha trastocado los papeles: no son ya los ciudadanos los que han de tener el Estado que quieren: ahora es el Estado el que ha de tener los ciudadanos que quiere. Mal asunto.

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lunes, 1 de agosto de 2011

PERDONAR PARA PODER VIVIR

La reciente noticia del perdón de una mujer iraní que ha evitado que el hombre que la cegó con ácido haya sido cegado por el mismo procedimiento ha puesto sobre la mesa, no sólo la heroicidad del hecho en sí, sino la misma posibilidad del perdón.
La primera impresión es que se trata de algo poco natural, de un perdón que contraviene a la propia naturaleza, que está por encima de nuestras posibilidades, que es sobrehumano. Y, desde luego, no podríamos objetar nada si no hubiese concedido ese perdón: al fin y al cabo, todos somos humanos, y el dolor reclama venganza. Estamos en la ley del talión, tan frecuentemente denostada, pero a la que tan bien viene recurrir algunas veces. No olvidemos que la ley del talión, más que rasgo de barbarie, es un indicio de que la barbarie va quedando atrás: pone un límite a la venganza, que, de otra manera, iría multiplicándose en sucesivos viajes de ida y vuelta, hasta hacer imposible toda convivencia, toda sociedad: basta volver la mirada a las guerras de la antigua Yugoslavia, o la que enfrentó a hutus con tutsis en Ruanda, para comprender que la ley del talión nació de la necesidad de sobrevivir a una violencia creciente y feroz.
Pero esta mujer, Ameneh Bahrami, ha ido más allá de la pura limitación de la venganza, y lo ha hecho en circunstancias heroicas. Enfrentada con el horror, oprimida por el horror, ha sabido alejarse de él, dañada pero incontaminada. No es fácil, es casi sobrehumano. Pero es lo único, no ya “bueno”, “honroso” o “noble” que puede hacer: es lo único “saludable” que puede hacer. En primer lugar, porque la alternativa –hacer al otro lo que el otro le hizo a ella- en el fondo, la hubiera puesto al mismo nivel que su agresor: se nos olvida que nuestras decisiones, nuestros actos tienen un efecto en el mundo exterior que puede ser que no nos importe demasiado, pero tienen otro efecto que nos transforma por dentro: cuando robo, cuando torturo, cuando mato, provoco el traslado de una cosa a otro lugar, la presencia del sufrimiento donde no lo había, la sustitución de una persona por un cadáver; pero también me transformo a mí mismo: me convierto en un ladrón, en un torturador, en un asesino.
Hay, además, una razón de máxima importancia práctica. El rencor provocado por el dolor sufrido acaba apoderándose de nuestro corazón y de nuestra voluntad, prolongando el daño, haciéndonos cómplices de nuestro agresor y multiplicando su poder sobre nosotros. No hay adónde huir: nos persigue incansable, reabriendo la herida sin cesar y robándonos la paz y la propia vida. Y ni siquiera devolver el mal nos deja descansar: no hay daño bastante para satisfacernos, no hay medida suficiente para adormecer el corazón, para matar el odio, la rabia perpetuada. ¿Cómo librarnos de esto, cómo volver a vivir y a descansar?
La única escapatoria del dolor es el perdón, que extingue el rencor y limita la duración del daño, que destruye el poder del agresor y nos devuelve la soberanía sobre nuestra propia vida. El perdón –“per-don”- es el regalo sobreabundante que da lo que no se merece, que libera a la víctima de la servidumbre a la que la sometía el resentimiento, que destruye la obra del agresor, que aniquila el mal. El perdón es la última esperanza que le queda a la víctima de sobrevivir a su dolor. ¿Es sobrehumano? No: es la liberación del mal, una condición para alcanzar una vida plenamente humana.

martes, 28 de junio de 2011

ESPIRITUAL, PERO NO RELIGIOSO



A propósito de la celebración del Corpus Christi en Toledo el pasado jueves, día 23, ha vuelto a cobrar actualidad la cuestión de la religión y su vinculación con normas de comportamiento, que se han tachado de excluyentes: “la exclusión no es de estos tiempos”. Es lo mismo que piensa Lady Gaga, que ha sido educada en la fe católica, y que a la pregunta de un periodista sobre si creía “en el Dios católico o en algo más espiritual” optaba por "algo más espiritual", por “no excluir a nadie”.
Son éstos, efectivamente, tiempos poco proclives a la exclusión de nadie, tiempos en los que triunfa la tolerancia indiferenciada. Así que se rechaza la idea de religión, que resulta antipática y dura, y se sustituye por algo más dulce, más tierno: la espiritualidad. “Espiritual, pero no religioso” es el lema de nuestra época.
Lo más que esa espiritualidad está dispuesta a aceptar es la existencia de un dios tenue y encantador que no nos compromete a nada, un “dios espiritual” de tolerancia universal, que nos acepta indiferentemente y que no pone objeciones a nadie, lo que resulta muy atractivo para muchos. Pero se nos olvida que sólo se puede tolerar el mal: al bien no se le tolera, al bien se le busca y se le abraza. Por eso, un dios de tolerancia universal no objeta nada tampoco a los ladrones, ni a los adúlteros, ni a los corruptos, ni a los torturadores, lo que no resulta atractivo para nadie.
De modo que “no excluir” no es ventajoso en absoluto, y antes de pronunciarnos sobre la expresión “espiritual, pero no religioso” debemos preguntarnos qué es ser “espiritual” y qué es ser “religioso”.
Hace algunos años, en un estudio universitario sobre la práctica religiosa, se definió lo espiritual como “el desarrollo de la autocomprensión, la preocupación por los demás, la transformación en alguien más cosmopolita y la aceptación de otros que pertenecen a confesiones distintas”: es decir; se llamó “espiritual” a aquellas actitudes de las que eran partidarios. Y, claro está, una gran mayoría resultó partidaria de “lo espiritual”.
Pero la verdad es que para expresar todas esas cosas ya tenemos otras palabras más adecuadas: justicia, humildad, comprensión, generosidad, filantropía, apertura al otro, disponibilidad, entrega, bondad, amor,… Si no queremos sacar a las palabras de su quicio, “espiritual” debe hacer referencia a un espíritu: un espíritu que nos ama y nos enseña, que nos propone un ideal que debemos alcanzar y que nos ayuda a alcanzarlo. Desde el momento en que reconozco la realidad de ese espíritu que orienta mi existencia, me siento ligado a él y estoy atento a lo que espera de mí, desde ese momento tengo una religión y prefiero unas normas de comportamiento.
Una espiritualidad desligada de toda religión, como la del estudio universitario al que me he referido antes, no es espiritualidad, sino otra cosa: lo que David Mills ha llamado “materialismo con esmoquin”. Pero, al fin y al cabo, tiene cierta consistencia. La alternativa que nos ofrece Lady Gaga no es más que la huida hacia un mundo irreal de angelitos y nubecillas vaporosas en el que podemos dar rienda suelta a nuestros deseos de que viva el amor y vivan las flores, con la tranquilidad de que no nos comprometemos a nada, de que no va a cambiar nuestra vida en absoluto, porque es una espiritualidad que resulta equivalente a no tener espiritualidad alguna.

miércoles, 22 de junio de 2011

¿CUÁNDO CONSULTAR AL MÉDICO?


Acabamos de celebrar el Día Europeo del Melanoma, el cáncer de piel más agresivo y el tumor maligno más fácilmente detectable. Su incidencia se ha multiplicado por cuatro en los últimos 10 años, aunque su mortalidad no ha crecido a ese ritmo, en gran medida debido a los programas de divulgación entre la población general. La importancia de los hábitos protectores es decisiva, y eso tenemos que recordarlo también en invierno, porque la luz del sol es la misma todo el año.


Pero yo quiero ahora subrayar algunos aspectos del melanoma que ayudarían a reducir su mortalidad. Está bien -es vital- que nuestra forma de vida no nos exponga a un riesgo aumentado por desprotección frente la luz del sol, pero es también importante la detección precoz, y eso está mal entendido: en muchas ocasiones dejamos de prestar atención a nuestras manchas –todos tenemos muchas, se considera que una persona normal tiene hasta 20 manchas en su piel- y, así, se pasan por alto los signos de alarma, que podrían hacer que la intervención del médico fuera sencilla y suficiente. Y en otros muchos casos los programas de divulgación sólo consiguen sembrar el miedo indiscriminado, lo que es también fuente de problemas.


En este caso la virtud sí está en el medio: se trata de dar importancia a lo importante y de no dársela a lo que no lo es, y para eso la prevención debe incluir la enseñanza de los criterios que deben llevar a consultar al médico por una mancha, y a distinguirlas de las otras manchas que no deben preocuparnos. Y esos criterios, tantas veces repetidos, son muy sencillos de recordar:


A-B-C-D-E.


Asimetría: una mancha benigna suele tener forma simétrica; si es asimétrica puede tratarse de un melanoma: vaya al médico.


Bordes: los bordes de una mancha benigna suelen ser lisos, regulares; si es de contorno irregular puede tratarse de un melanoma: vaya al médico.


Color: el color de una mancha benigna suele ser homogéneo, similar en toda su superficie; si presenta áreas de diferente tonalidad puede tratarse de un melanoma: vaya al médico.


Diámetro: una mancha benigna no suele medir más de 6 mm. de diámetro; si es más grande puede tratarse de un melanoma: vaya al médico.


Evolución: una mancha benigna no suele experimentar cambios; si la mancha ha cambiado de aspecto, o ha aparecido de nuevo, puede tratarse de un melanoma: vaya al médico.


Otra regla fácil de recordar: el patito feo. Acabamos de recordar que todas las personas tenemos numerosas manchas en la piel. Todas ellas son “hermanas”: la misma forma, el mismo color, el mismo aspecto general. Cuando aparece una que es diferente a las demás –más grande, más abultada, más coloreada, más abigarrada, o que pica, escuece,…en fin, una mancha más llamativa, lo que se dice “un patito feo”, puede tratarse de un melanoma: vaya al médico.








jueves, 5 de mayo de 2011

HABAS CONTADAS

El reciente artículo del señor Cela "Azar y evolución"(1) ha vuelto a poner sobre el tapete la confrontación entre los que se llaman creacionistas y los darwinistas. La cuestión, reducida a su núcleo principal, puede resumirse así: la teoría de Darwin afirma que todas las especies derivan de otra anterior a través de pequeñas modificaciones sucesivas provocadas por la necesidad de adaptarse a un ambiente que está en continuo cambio. Dando esto por sentado, se echa por tierra la teoría que afirma que las especies son el producto de un acto expreso de creación por parte de Dios, y, por lo tanto, quienes adoptan una postura favorable a la idea de creación se sienten en la necesidad de rechazar a Darwin.

Es ésta una cuestión sobre la que habría alguna cosa que decir, porque no es asunto que deba resultarnos ajeno. Lo primero que hay que decir es que no hay que perder la perspectiva: nos dicen los que saben de eso que el universo dio comienzo con una gran explosión que tuvo lugar hace aproximadamente quince mil millones de años. Diez mil millones de años más tarde –cuando ya habían transcurrido dos terceras partes de la historia del universo- se formó nuestro sistema solar, y hace sólo tres mil ochocientos millones de años surgió la vida en la tierra. Primero, en forma unicelular: los fósiles más antiguos que conocemos, denominados “estromatolitos”, y que quizá fueron formas primitivas de vida bacteriana –aunque algunos sabios lo discuten-, son de hace tres mil quinientos millones de años. La teoría de la evolución no trata de explicar el origen de la vida, sino sólo los cambios que han experimentado los seres vivos, y su ámbito se limita, por lo tanto, a la última cuarta parte de la historia del universo: es decir, explicar el origen del universo no entra en el horizonte del darwinismo. No hay, por tanto, oposición entre las ideas de la creación y de la evolución de las especies.

Entonces, ¿por qué se mantiene esa oposición? Pues porque el conflicto no estriba en aceptar o no la idea de creación, sino en que Darwin postula una línea de continuidad ininterrumpida desde las formas de vida más antiguas hasta las actuales y los que se llaman creacionistas pretenden introducir en esa línea puntos de discontinuidad en virtud de los cuales aparecería una especie “ex novo”, es decir, “de repente”, por aparición súbita en el escenario. Pero esta afirmación carece de fundamento científico. Lo más parecido a una aparición repentina es la explosión de formas de vida nuevas que tuvo lugar en el Cámbrico, hace entre 530 y 520 millones de años: en sólo 10 millones de años surgieron al menos 11 de los 20 phyla de metazoos, es decir, de organismos multicelulares, que conocemos. Eso quiere decir que en ese breve plazo aparecieron al menos once planes diferentes de organización corporal, dando lugar a sistemas de locomoción completamente nuevos y a multitud de formas predadoras diferentes que fueron a ocupar nichos ecológicos hasta entonces deshabitados. La razón no puede ser la adaptación al medio, pues tuvo lugar en un ambiente marino homogéneo y en el que no existía presión selectiva alguna. La razón de aquella explosión de formas de vida fue la mutación en los genes reguladores, que son los encargados de decidir dónde, cómo y cuándo han de ponerse en marcha los demás genes. Son lo que determinan que las extremidades surjan a los lados del cuerpo, y no en la línea media; que las extremidades resulten ser brazos y no piernas; que los dedos se formen después del brazo, y no al contrario. Esto hizo que, con los mismos colores de antes, se pintaran cuadros completamente nuevos y distintos entre sí. Ésa es la misión del genoma, ése es su papel: codificar un programa dinámico perfectamente establecido en el que, desde la primera división, se van produciendo, en cascada, cada uno en su momento exacto y en su lugar exacto, cada uno cuando toca, todos los pasos sucesivos hasta realizar el plan que estaba ya completo en la primera célula que tuvo ese genoma.

Esto es ciencia. Decidir que una fuerza exterior obligó a esa línea continua e ininterrumpida a dar un salto en el Cámbrico no solamente no es ciencia, sino que es lo contrario de ciencia. No es ciencia, porque el conocimiento científico no lo avala. Y es lo contrario de ciencia, porque lo que la ciencia dice es precisamente que hay una continuidad expresa en la que cada paso es la consecuencia del anterior y la causa del siguiente.

Y eso está tan firmemente asentado en la ciencia actual que sorprende oír a estas alturas que durante el desarrollo de la forma de vida que llamamos hombre esa continuidad se rompe, y en algún momento todavía no determinado tiene lugar un acontecimiento aún por aclarar que hace que lo que antes no era un ser humano ahora haya empezado a serlo. No hay nada en la ciencia que apoye esta pretensión: lo que la ciencia enseña es que la única innovación que se produce es la constitución del genoma. Todo lo que viene luego ya no es más que desplegamiento de lo que estaba plegado, desvelamiento de lo que estaba velado: habas contadas. Negarlo a estas alturas no es más que volver a un creacionismo injustificado, y, desde luego, algo completamente ajeno a la ciencia.
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martes, 5 de abril de 2011

LA IMPORTANCIA DE ENSEÑAR

Repasando la historia de la cultura europea uno se pregunta cómo consiguió extenderse hasta Asia y no pasó justo lo contrario, porque son tantos los inventos llegados hasta nosotros desde la China -la brújula, la pólvora, el papel, la imprenta, la seda,.- que parece que lo probable en aquel momento hubiera sido la invasión de Europa por la cultura china. Pero no fue así, y eso debe hacernos pensar.
A partir del siglo X, en la desembocadura del río Yangtzé, gracias a cuidadosos programas de canalización del delta y de selección de semillas, fue posible lograr dos cosechas anuales de arroz y alimentar a una población que abandonaba el campo y se instalaba en la ciudad. Bien alimentada, la población creció, y el aumento de la población -eso es algo que se olvida ahora- facilitó el progreso científico y técnico.
El resultado fue que se alcanzó un nivel de desarrollo sin comparación en su época y en 1420 el Imperio Chino era una potencia militar que disponía de pólvora y cañones, de timones y de brújulas; una potencia cultural que se difundía gracias al papel y a la imprenta; una economía agraria que conocía el collar para la caballería y utilizaba ya fertilizantes, una sociedad que conocía el sistema decimal, los números negativos y el cero, y cuyos comerciantes circunnavegaban África mucho antes de que sus colegas portugueses llegasen siquiera a Ceuta.
Pero en 1433, temeroso del influjo extranjero y del peligro mongol, el Emperador prohibió la navegación marítima. En el momento más alto de su historia, la flota de la mayor potencia marítima del momento se vio constreñida a patrullar los ríos y los grumetes más capaces de suceder a los grandes marinos del momento no tuvieron la oportunidad de aprender junto a ellos el oficio de marear; el resultado fue que en el transcurso de una generación no quedaba nadie que pudiese enseñar a los que podrían aprender, y la que fue potencia marítima perdió hasta la simple posibilidad de navegar.
Basta con unos pocos años de abandono para perder lo conseguido a lo largo de siglos de esfuerzo sostenido; ésa es la lección que nos enseña la Historia. Nada de lo que tenemos lo tenemos para siempre, y si despreciamos lo conseguido, nos exponemos a perderlo mucho más rápidamente de lo que queremos imaginar.
El mayor mérito de la Enseñanza en España en los últimos años ha sido su universalización: ha aspirado a no dejar atrás a nadie, y lo ha conseguido en buena parte. Podemos estar orgullosos de eso, pero la tozuda insistencia del Informe PISA nos recuerda un año tras otro que lo ha conseguido a costa de la excelencia, y de eso se resiente la sociedad entera, que tiene una optimista confianza en el progreso sin pararse a pensar en las condiciones que lo hacen posible.
No, el progreso no es un producto de la naturaleza ni llueve del cielo. El progreso cuesta, y alcanzarlo cuesta tanto como mantenerlo, porque mantenerlo no es más que hacer que lo alcance la siguiente generación. No todos los miembros de esa generación, pero sí los que puedan tomar el relevo a los de ésta, los que estén en mejores condiciones para hacerlo: que en cada campo de la acción humana estén los mejores para eso.
Ahora se plantea si será conveniente o no dedicar una enseñanza "especializada" a aquellos alumnos que destaquen. Tanto la Presidente de Madrid como el Ministro de Educación parecen estar de acuerdo, pero éste último se niega a separar a los alumnos por no hacer diferencias. No me parece equivocado el argumento. Lo que me parece equivocado es aplicarlo en este caso, porque estamos hablando de una situación en la que, de hecho, ya existe esa diferencia, de modo que no se hacen diferencias, únicamente se reconoce la realidad.
Si queremos que el futuro de la próxima generación permanezca abierto y que el nivel de nuestros hijos esté a mayor altura que el nuestro, tenemos el deber de aumentar sus posibilidades permitiendo que el dotado de talento para la música tenga una enseñanza musical adecuada a sus posibilidades, y el dotado de talento para las matemáticas o las letras tenga una enseñanza adecuada a las suyas. Es necesario recordar que la justicia es dar a cada uno lo que le corresponde. Y, al contrario, nada hay más injusto que educar de la misma forma a personas diferentes, como saben todos los padres que han educado a sus hijos.

sábado, 26 de marzo de 2011

EN LA CELEBRACIÓN DEL DÍA INTERNACIONAL DE LA VIDA

El Día Internacional de la Vida no es un día contra, sino un día a favor. Un día a favor del mayor bien que encontramos en la naturaleza: la vida humana. Tenemos que recordarlo nosotros y recordárselo a otros. Porque todos tenemos la obligación de ampararla y protegerla, y de acudir en su ayuda cuando lo necesite. No seremos verdaderamente humanos si no nos posicionamos decididamente a favor de la vida humana. Sin fisuras, sin excepciones. Y siempre: desde que comienza hasta que termina.
Nadie puede atribuirse el papel de juez para decidir qué vida merece ser vivida y cuál no. No hay unas vidas más dignas y otras vidas menos dignas. Y si hay personas que viven en condiciones indignas nuestra obligación es intentar cambiar esas condiciones. La sociedad tiene que reconocerlo así y promover las medidas necesarias para el cuidado de la vida.
"Vive y deja vivir". Llevamos toda la vida oyéndolo. Pero lo entendemos mal: dejar vivir no es despreocuparse por el otro, sino dejar que viva, permitirlo, posibilitarlo. Eliminar los obstáculos y facilitar la vida. Aliviar las dificultades en las que se encuentra una mujer embarazada en apuros, aliviar la situación en la que encuentra un enfermo terminal. Dejar vivir no es quitar algo: el embarazo o el enfermo. No es quitar, sino dar: dar amor. La vida humana es una vida capaz de amar, y el amor no quita la vida, sino que la cuida. Desde el principio. Y hasta el final.
Es ésta una misión que encomendamos a nuestros políticos, pero en realidad nos concierne a todos. Si sabes de alguna mujer que está embarazada y se encuentra sola, o sin empleo, es posible que llegue a contemplar el aborto como una solución; ofrécele tu ayuda: escúchala, acompáñala, aconséjala. Si sabes de alguien abandonado a su enfermedad, acompáñalo, dale tu afecto: el dolor no es más fuerte que el amor.
¡Difunde la cultura de la vida!

jueves, 3 de marzo de 2011

¿CÓMO PODEMOS ESTAR TAN CIEGOS?

Se ha convocado una manifestación con el lema "Sí a la vida" que tendrá lugar en Madrid el día 26 de marzo, y en otras ciudades entre los días 26 y 27, con ocasión del próximo día 25 de marzo, declarado Día Internacional de la Vida.
Lo primero que hay que destacar es la propia denominación de la jornada, en la que no se recoge ningún sentimiento contrario a nada, ninguna actitud “anti”. Es simplemente una manifestación gozosa, una celebración, una fiesta que subraya la singular posición, la inmensa grandeza que posee la vida humana.
Es verdad que las cosas se pierden de vista, que hay pocas cosas más frágiles que la evidencia, que lo que aparece con una claridad meridiana cuando lo tenemos delante se oscurece y se enturbia cuando miramos hacia otro lado. Por eso, de vez en cuando asistimos a declaraciones que denigran la vida humana, contemplada más como un instrumento adecuado para otros fines que como algo portador de un valor intrínseco máximo. Falta entonces el conocimiento o la sensibilidad necesarios para apreciar su grandeza, y tenemos que volver a mostrarla en su realidad.
A lo largo de catorce mil millones de años el universo ha demostrado una inimaginable reserva de creatividad. Enfrentándose permanentemente a la nada, ha ido ganando batallas en las que la complejidad y la belleza han aumentado sin cesar, ha dado de sí nuevas formas de existencia que no estaban incluidas en nada anterior. Desde la Gran Explosión, pasando por la Radiación Primordial para dar lugar a los quarks primero, a los átomos después, y luego, sucesivamente, a nubes interestelares, galaxias, estrellas, planetas, hasta la aparición de la vida, con la que se produce un cambio cualitativo incomparable. Desde entonces los saltos cualitativos se han ido sucediendo con mayor velocidad y mayor complejidad cada vez: el estallido de la sensibilidad, que llenó el universo de colores, sonidos, texturas, aromas y sabores; el surgimiento de la razón, que lo ordena y lo hace comprensible; la aparición del amor, que saborea ya la victoria definitiva sobre la nada.
Pero esa victoria no se produce en el plano teórico, un plano abstracto, irreal e intangible: el universo es concreto, real y tangible, y su victoria se produce en cada vida humana concreta, real y tangible. El universo entero culmina en cada uno de nosotros, y culmina de tal manera que a un observador no avisado le costaría aceptar que el universo no ha sido “atraído” en la dirección de nuestra existencia.
Toda esta historia se concentra en cada momento de nuestras vidas, desde su origen hasta su fin natural; ¿cómo no lo vemos?, ¿cómo podemos estar tan ciegos?, ¿cómo podemos malbaratar esta historia por un plato de lentejas? El día 26 lo que se celebra es la Vida Humana. Que no nos vengan con otras historias. Hay muchas cosas que son importantes, es verdad. Pero la vida humana es más importante. Es lo más importante. Pertenece a otro orden. No se puede comparar.

jueves, 17 de febrero de 2011

NO ES ASUNTO MÍO



Como todas las cosas, también la fiesta de El Cairo tiene sus claroscuros, también hay dolor mientras suena la música. El día 11 de febrero Lara Logan, corresponsal estrella de la CBS, está en la plaza Tahrir acompañando a la población y cubriendo para su cadena la alegría que sacude a los manifestantes por el abandono del poder de Mubarak. Súbitamente, un grupo de hombres enloquecidos “-unos doscientos”- la arranca del lado de sus colaboradores y la somete a “más de veinte minutos” de apaleamiento –no parece confirmada la agresión sexual, en este caso- ante la multitud, que asiste impertérrita.
En Nueva York, en 1964, se produjo una situación que ha quedado en el recuerdo. Catherine Susan Genovese, Kitty Genovese, regresa a su casa de madrugada. Acaba de dejar su coche cuando es asaltada. Grita, y algunos vecinos encienden la luz y se asoman a la calle, pero el asaltante la apuñala y se va. Nadie acude a los gritos de Kitty. Salvo su asaltante, que vuelve para rematar la faena, dejándola mortalmente herida. Nuevos gritos: “¡Me muero, me muero!”. Los vecinos se asoman, pero nadie acude. Salvo, de nuevo, su asaltante. Con el cuchillo en la mano, la viola y le roba 49 dólares que lleva encima. Un vecino llama a la policía, que llega al cabo de unos minutos. Kitty muere, asaltada y violada a la vista de sus vecinos.
Afortunadamente, este caso no tiene los tintes dramáticos que concurrieron en Kitty, y Lara se recupera con ánimos de volver a la brecha. Pero pone ante nosotros la vieja cuestión: ¿cómo es posible que podamos asistir impasibles a algo así? La clave nos la puede dar una vieja respuesta infantil ante la urgencia de un quehacer: -“¡Alguien tiene que hacerlo!” –“Bueno, pero ¿por qué yo?”. ¿Por qué yo? ¿Por qué no puede ser otro? El niño no se siente interpelado por esa urgencia, no siente el peso de la responsabilidad todavía. Pero acaba llegándole, todos nos hacemos adultos. “Cuando yo era niño pensaba y razonaba como niño, pero cuando me hice hombre dejé atrás las cosas de niño”. Cuando dejó de preguntarse ¿por qué tengo que hacerlo yo? y pasó a preguntarse “¿por qué no voy a hacerlo yo?” dejó las cosas de niño y se hizo hombre.
Es la parábola del buen samaritano, tan conocida que llegamos a creer que lo que nos cuenta es una historia real, y, sobre todo, nos olvidamos que otros dos personajes bajaron por allí antes que él y pasaron de largo: dos de tres, la mayoría. ¿Por qué no hicieron nada? No lo sé, probablemente les urgía la prisa: yo creo que iban a una conferencia sobre los derechos humanos y no querían llegar tarde. Lo mismo que a estos cairotas su papel de víctimas de la opresión de Mubarak les impidió reconocer a Lara como víctima de su propia opresión. Pero, ¿y los espectadores?
Cuando Edmund Burke, primer crítico de la Revolución Francesa, afirmó que “para que triunfe el mal basta con que los buenos no hagan nada” estaba expresando un principio viejo como la playa: que raras veces asistimos al Mal, con mayúscula, hipostasiado, casi sobrehumano e invencible, como los héroes del cómic americano; lo más corriente es encontrarnos con el daño infringido por el hombre, un daño a pequeña escala y al que podría haber ofrecido resistencia, porque lo provoca alguien de mi tamaño, uno como yo.
No tenía razón, en cambio, cuando afirmaba que la condición es que los buenos no hagan nada. Esa es una excusa muy frecuente, también típica de la infancia: -“Yo no he hecho nada”. Pero eso, precisamente, me excluye del grupo de los buenos: no he hecho nada cuando había que hacer algo, algo, lo que fuera, cualquier cosa menos quedarme mirando cruzado de brazos. La pasividad es una forma de complicidad. Eso que está tan claro cuando asisto a la pasividad de otro y que se me pasa por alto cuando soy yo el que se cruza de brazos ante la injusticia.
No, no vivimos en un cómic americano, nuestros enemigos no son todopoderosos, son de nuestra talla, y están fuera, pero también dentro de nosotros, dentro de mí: mi egoísmo, mi miedo, mi pereza, mi cobardía, mi comodidad, mi vergüenza. A todos podemos resistir, a todos podemos rechazarlos. Pero hace falta la voluntad de sacar adelante lo que nos parece más justo y de enfrentarnos a la injusticia. Y al injusto. La tarea parece sobrehumana a veces. Hasta que nos ponemos a ello. Entonces se desvanecen los fantasmas, y el cómic americano se convierte en una novela inglesa -al final, la vieja Europa- en la que Frodo Bolsón, un simple hobbit, consigue llevar el anillo al Monte del Destino venciendo la oposición del poderoso Saurón.

domingo, 30 de enero de 2011

A QUÉ LLAMAMOS SALUD SEXUAL

La Consellería de Sanidad ha puesto en marcha un Plan Integral de Salud Sexual frente al que se levantan voces en nombre de la Ciencia y su autonomía. En ese mismo nombre quisiera yo decir alguna cosa.
En otras materias de salud, como el creciente alcoholismo de nuestros jóvenes, la actitud de las autoridades es promover una conducta “sin riesgo” –no consumir alcohol- en vez de una conducta de compromiso –vino, pero no licores-. Lo mismo pasa con las drogas, después del fracaso de la doctrina de las “drogas blandas”. Y lo mismo con el tabaco: no se pretende que se fume tabaco bajo en alquitrán, sino que no se fume en absoluto.
Sin embargo, en materia de salud sexual parece que olvidamos lo que hemos aprendido en estos campos. Nadie puede ignorar que la conducta “sin riesgo” desde el punto de vista de la salud sexual es la castidad–que, por otra parte, no lo olvidemos, coincide con los deseos de la mayoría de padres de adolescentes-, pero nuestras autoridades se rinden antes de plantear la batalla por una conducta “sin riesgos” y se conforman con llegar a soluciones “de compromiso”, dando por sentado que la castidad no es alcanzable. Sin embargo, ¿cuántos programas para evitar el consumo de drogas, de tabaco o de alcohol han fracasado antes de ahora? Y, sin embargo, no nos hemos rendido: lo siguiente ha sido diseñar otro programa con ese mismo objetivo, y luego, otro, y otro. Pues si eso pasa con el tabaco, el alcohol o las drogas, ¿cómo no va a pasar con el sexo, para el que tenemos un impulso natural mucho más poderoso?
De modo que nos declaramos vencidos en la única educación sexual verdaderamente sin riesgos que conocemos, y nos conformamos con otras, que presentamos bajo el disfraz de “seguras”. Pero no lo son, porque aunque podemos calificarlas de “bajo riesgo”, no están en absoluto exentas de riesgo. Por poner sólo unos pocos ejemplos:
- La FDA, encargada en los Estados Unidos de autorizar la venta de productos sanitarios y de consumo, considera que la calidad de un preservativo es aceptable cuando la permeabilidad no supera 4 por mil; aspirar a una impermeabilidad absoluta no es realista.
- RF Carey y su equipo han demostrado que el látex no es impermeable al HIV y recomienda usar doble par de guantes para tratar las heridas de los enfermos de SIDA; esa misma recomendación debería extenderse al preservativo, pero no parece que vaya a ser una medida muy popular.
- N Hearst y SB Hulley han publicado en JAMA un estudio de la eficacia del preservativo para impedir la infección por HIV que concluye que es mucho menos peligroso mantener relaciones sexuales sin preservativo con alguien que no pertenece a un grupo de alto riesgo (drogadictos, bisexuales o prostitutas) que mantener relaciones sexuales en situación de alto riesgo usando preservativo, con lo que se desvanece la ilusión de que el preservativo proporciona seguridad.
- Los estudios de Salud Pública muestran entre un 10 y un 20% de infecciones entre quienes “siempre utilizan preservativo”.
-El uso del preservativo tiene un efecto añadido, que se pone en especial evidencia en los estudios entre adolescentes: animados por la invulnerabilidad que, a su juicio, les proporciona el preservativo, la conducta sexual podría llegar a ser más despreocupada, exponiéndose así a un riesgo más elevado. Y eso es exactamente lo que ocurre: J Kasun ha probado que en California, estado pionero en el acceso libre de adolescentes a los preservativos, en los cinco primeros años los embarazos de adolescentes se multiplicaron por 20 respecto al resto de los Estados de la Unión. Y, a la inversa, el número de embarazos y abortos descendió considerablemente cuando no hubo fácil acceso a estos medios, como fue el caso en Utah, que exigió en 1980 permiso de los padres para proporcionar estos métodos a los adolescentes. Lo mismo ha demostrado el equipo de JL Rogers para Minnesota
Si queremos salud sexual, lo primero que tenemos que hacer es averiguar qué es salud en materia de sexo. Todo lo demás es simplemente negar la realidad a favor de otro interés. 
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Bibliografía: 
R.F.Carey, W.A.Herman, S.M.Retta, J.E.Rinaldi, B.A.Herman, T.W. Athey, Effectiveness of Latex Condoms as barrier to Human Immunodeficiency Virus-sized Particles Under Conditions of Simulates Use, Sexually Transmitted Diseases, 1992, 19, 230-234.   

N. Hearst, MD, MPH; S.B. Hulley, MD, MPH . Preventing the Heterosexual Spread of AIDSAre We Giving Our Patients the Best Advice? JAMA. 1988;259(16):2428-2432 

Kasun J. The War Against Population. San Francisco CA: Ignatius Press, 1988. 

Rogers JL, Boruch RF, Stoms GB, et al. Impact of the Minnesota Prenatal Notification Law on Abortion and Birth. Am J Public Health 1991; 81: 294-298.

CDC. Condoms for Prevention of Sexually Transmitted Diseases. MMWR 1988; 37: 133-134.

National Recall Alert center. Recall warning Alert #842 (Condoms). March 26,1991 p.8.