Repasando la historia de la cultura europea uno se pregunta cómo consiguió extenderse hasta Asia y no pasó justo lo contrario, porque son tantos los inventos llegados hasta nosotros desde la China -la brújula, la pólvora, el papel, la imprenta, la seda,.- que parece que lo probable en aquel momento hubiera sido la invasión de Europa por la cultura china. Pero no fue así, y eso debe hacernos pensar.
A partir del siglo X, en la desembocadura del río Yangtzé, gracias a cuidadosos programas de canalización del delta y de selección de semillas, fue posible lograr dos cosechas anuales de arroz y alimentar a una población que abandonaba el campo y se instalaba en la ciudad. Bien alimentada, la población creció, y el aumento de la población -eso es algo que se olvida ahora- facilitó el progreso científico y técnico.
El resultado fue que se alcanzó un nivel de desarrollo sin comparación en su época y en 1420 el Imperio Chino era una potencia militar que disponía de pólvora y cañones, de timones y de brújulas; una potencia cultural que se difundía gracias al papel y a la imprenta; una economía agraria que conocía el collar para la caballería y utilizaba ya fertilizantes, una sociedad que conocía el sistema decimal, los números negativos y el cero, y cuyos comerciantes circunnavegaban África mucho antes de que sus colegas portugueses llegasen siquiera a Ceuta.
Pero en 1433, temeroso del influjo extranjero y del peligro mongol, el Emperador prohibió la navegación marítima. En el momento más alto de su historia, la flota de la mayor potencia marítima del momento se vio constreñida a patrullar los ríos y los grumetes más capaces de suceder a los grandes marinos del momento no tuvieron la oportunidad de aprender junto a ellos el oficio de marear; el resultado fue que en el transcurso de una generación no quedaba nadie que pudiese enseñar a los que podrían aprender, y la que fue potencia marítima perdió hasta la simple posibilidad de navegar.
Basta con unos pocos años de abandono para perder lo conseguido a lo largo de siglos de esfuerzo sostenido; ésa es la lección que nos enseña la Historia. Nada de lo que tenemos lo tenemos para siempre, y si despreciamos lo conseguido, nos exponemos a perderlo mucho más rápidamente de lo que queremos imaginar.
El mayor mérito de la Enseñanza en España en los últimos años ha sido su universalización: ha aspirado a no dejar atrás a nadie, y lo ha conseguido en buena parte. Podemos estar orgullosos de eso, pero la tozuda insistencia del Informe PISA nos recuerda un año tras otro que lo ha conseguido a costa de la excelencia, y de eso se resiente la sociedad entera, que tiene una optimista confianza en el progreso sin pararse a pensar en las condiciones que lo hacen posible.
No, el progreso no es un producto de la naturaleza ni llueve del cielo. El progreso cuesta, y alcanzarlo cuesta tanto como mantenerlo, porque mantenerlo no es más que hacer que lo alcance la siguiente generación. No todos los miembros de esa generación, pero sí los que puedan tomar el relevo a los de ésta, los que estén en mejores condiciones para hacerlo: que en cada campo de la acción humana estén los mejores para eso.
Ahora se plantea si será conveniente o no dedicar una enseñanza "especializada" a aquellos alumnos que destaquen. Tanto la Presidente de Madrid como el Ministro de Educación parecen estar de acuerdo, pero éste último se niega a separar a los alumnos por no hacer diferencias. No me parece equivocado el argumento. Lo que me parece equivocado es aplicarlo en este caso, porque estamos hablando de una situación en la que, de hecho, ya existe esa diferencia, de modo que no se hacen diferencias, únicamente se reconoce la realidad.
Si queremos que el futuro de la próxima generación permanezca abierto y que el nivel de nuestros hijos esté a mayor altura que el nuestro, tenemos el deber de aumentar sus posibilidades permitiendo que el dotado de talento para la música tenga una enseñanza musical adecuada a sus posibilidades, y el dotado de talento para las matemáticas o las letras tenga una enseñanza adecuada a las suyas. Es necesario recordar que la justicia es dar a cada uno lo que le corresponde. Y, al contrario, nada hay más injusto que educar de la misma forma a personas diferentes, como saben todos los padres que han educado a sus hijos.