sábado, 15 de mayo de 2010

EL ARTE DE LA MEDICINA

El ejercicio de la Medicina ha sido tradicionalmente considerado una ciencia y un arte: ciencia porque se apoya en unos conocimientos de la biología que no dejan de crecer, y arte, porque al acercarnos a la persona doliente nos acercamos a una realidad que sólo puede conocerse mediante la experiencia directa y personal, lo que se ha reflejado en el aforismo "no existen enfermedades, sino enfermos".

"En Medicina y en amor, no digas ‘siempre’ ni ‘nunca’ " nos enseñaban en la Facultad en tiempos menos relativistas que éstos. No se trata de "blanco o negro", hay infinidad de grises, y el médico, está obligado, en esta situación, a tomar una decisión según su leal saber y entender y teniendo siempre presente el bien del enfermo. Pero tenerlo presente no es garantía de alcanzarlo, y el azar se introduce en su quehacer profesional, que no es una ciencia exacta sino una rama de la Biología: algo abierto, inseguro, inestable, frágil.

Vienen estas consideraciones a propósito de una reciente sentencia que condena a un ginecólogo a pagar un millón de euros por la parálisis sobrevenida a una paciente (1). Y el motivo que se indica es "mala praxis" por no haber informado de ese riesgo en la administración de un fármaco. Vaya por delante mi convicción de que la paciente no debe quedar abandonada a su suerte: tenemos la obligación de ayudarla en su situación, y hay formas adecuadas para ello. Pero dicho esto, inmediatamente hay que recordar que del hecho de que haya ocurrido un accidente no se deduce la existencia de una culpa. Sólo podemos ser responsables del mal que procuramos, y del que podemos razonablemente esperar y no evitamos. Y en este punto, la palabra clave es "razonablemente".

La Medicina está siempre expuesta a un accidente, y la primera ocasión puede ser la ocasión fatal: la desgracia no siempre es previsible. Claro está que esto no tiene por qué saberlo un juez, un juez no es un médico. Pero, precisamente por eso, la prudencia aconseja dejarse asesorar por quienes sí lo son. En este caso parece ser que no han tenido peso suficiente los informes exculpatorios emitidos por distintas especialidades, y por la propia Agencia Estatal del Medicamento. Si se desprecia la opinión de los expertos, desde luego, eludimos el peligro de corporativismo, pero también se hace más difícil emitir un juicio responsable.

Se argumenta que, dada la gravedad de la complicación, por muy improbable que sea, debe exigirse un consentimiento informado antes de administrar el fármaco. Podría ser. Pero, en tal caso, habrá que exigirlo igualmente para productos con complicaciones igual de graves y más probables, algunos de los cuales –estoy pensando, por ejemplo, en la aspirina o los anovulatorios, por no hablar de la píldora del día siguiente- se consiguen hoy no sólo sin hoja de consentimiento informado, sino directamente sin necesidad de pasar por el médico.

Conozco personalmente al ginecólogo castigado con esta sentencia. Hace más de veinte años que trabajo en el mismo hospital que él, y soy testigo de su calidad humana y profesional. No trabaja a la ligera, y su preocupación por sus pacientes no termina cuando deja de tenerlas delante: todavía en estos momentos tan duros para él, no se despreocupa de reclamar el resultado de un análisis que se demora. Desde luego, lo que menos cuadra con él es el calificativo de "negligente".

Termino ya. Y quiero hacerlo recordando que el médico y el enfermo juegan en el mismo equipo, que no son rivales. Pero esto, que lo sabemos todos, puede perderse de vista ante la desgracia repentina por la tendencia a buscar un responsable sobre el que vaciar nuestro dolor y nuestra rabia. Se puede comprender sin dificultad, pero si nuestra sociedad no se esfuerza en discernir con más cuidado, la consecuencia será una Medicina a la defensiva en la que el médico se tentará muy bien la ropa antes de tomar una decisión. Y nada bueno puede salir de ahí.
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(1) El País, 3 de mayo de 2010.