lunes, 22 de junio de 2009

EL PODER LEGISLATIVO: ¿CAPRICHOSO O RACIONAL?

Después de leer el artículo “El aborto de menores”, de D. Luis Segovia López (1), de quien siempre aprendemos algo, me encuentro en la necesidad de hacer algunos comentarios con la esperanza de contribuir a iluminar este asunto, dicho sea sin ánimo de enfrentarme a su autor, a quien me une, además del agradecimiento por sus enseñanzas, el interés por desbrozar el camino de la realidad: “Soy amigo de la verdad, pero también soy amigo de Platón”.

1º.- Sus conocimientos jurídicos le permiten exponer doctrina y casi regalarnos una introducción al derecho comparado, pero le impiden “asomarse al exterior”. “Según nuestro Derecho…”, dice. No creo que sea esa la cuestión. Nuestro Derecho dirá lo que decidan nuestros legisladores; de lo que se trata es de saber si la ley puede ser injusta; no digo “no ajustada a derecho”, sino “injusta”. No se trata de hacer un ejercicio de teoría: nuestra historia contemporánea ya ha conocido leyes injustas.

2º.- Afirma que el embrión es un ser humano “únicamente en potencia”. Podría ser, no digo yo que no. Ni que sí: lo que digo es que ése no puede ser el punto de partida. Podrá ser, en todo caso, la conclusión a la que se llega. Pero hay que llegar a ella, no se puede dar por supuesta. Y no veo yo cómo ha llegado a ella D. Luis. Aunque quisiera verlo, porque me liberaría de la desazón que produce pensar que algo de tanta consecuencia podría no estar bien justificado.

3º.- Considera que el papel de los jueces es proteger al menor de la influencia de sus padres, y nos recuerda los casos en lo que se ha sabido de padres que no merecen ese nombre. Es verdad. Pero eso no puede poner a todos bajo sospecha. Al contrario, habíamos quedado en que la inocencia se supone, que es la culpa lo que hay que demostrar. De modo que no puede ser ése el “telón de fondo” sobre el que se levanta la nueva ley.

En definitiva, a mi juicio habría que plantear la cuestión en otros términos:

-¿cuál es el fundamento de la ley? ¿cualquier voluntad, por infundada que esté, puede, por el simple número de los votos, fundamentar un derecho? Para no buscar más cerca, la historia alemana del pasado siglo debería enseñarnos a pesar las opiniones antes que a contarlas.

-¿es el embrión humano un ser humano? Para contestar a esa pregunta antes deberemos ponernos de acuerdo en la respuesta de otra: ¿en qué consiste “ser humano”? Pero, de momento, la respuesta a esta última pregunta no es unánime. Yo estoy seguro de que si le consultásemos a D. Luis sobre si disparar o no disparar contra algo que se mueve tras un arbusto, nos diría que esperásemos hasta asegurarnos de que no se trata de una persona. Creo que el caso que nos ocupa es similar, y resolver la cuestión poniendo el principio de autoridad por encima del principio de razón suficiente no deja de ser inquietante.

-¿ahora lo que se supone es que somos culpables?, ¿lo que hay que demostrar ahora es que somos inocentes? Pues preparémonos, porque vamos a saber lo que es tener unos juzgados cortos de personal y de medios.


(1) http://www.diarioinformacion.com/opinion/2009/06/18/aborto-menores/899730.html

viernes, 5 de junio de 2009

OBAMA EN LA ARCADIA



Sucesor de un presidente que entre el Tigris y el Éufrates se encontró con un infierno, Obama busca ahora el Paraíso en otras tierras, y nos ofrece como modelo “la tradicional tolerancia y libertad religiosa de al-Ándalus”, con lo que viene a recordarnos algo que ya sabíamos: que el hombre más poderoso de la Tierra no está bien informado. Piensa en al-Ándalus como en una Arcadia Feliz en la que los hombres vivían en paz dedicados a las artes y a los placeres sonrientes de la vida, y olvida que, junto a sus muchas e indudables cualidades, la Arcadia Feliz tenía un único inconveniente: no existía. Con la tolerante y libre al-Ándalus nos pasa algo parecido: los propios andalusíes nos dicen que de tolerancia y libertad, nada de nada. Un vistazo atento a los documentos musulmanes de la época nos muestran una sociedad formada por grupos aislados inspiradores de odios recíprocos y bajo un poder opresor.

Si hablamos de libertad religiosa, hay que recordar que la población no musulmana vivía sometida a constante presión: el impuesto de la dimma les compraba cierta autonomía, pero estaban obligados a mostrar sumisión ante cualquier musulmán, a no adelantarlos en el paso, a usar prendas identificativas, a agachar la cabeza ante sus insultos, a no montar a caballo, a no llevar armas… La condena moral llegó hasta el punto de obligar a los cristianos a circuncidarse en los siglos XI y XII, o a deportarlos en masa al norte de África (Málaga y Granada, principios del s. XII), cuando no a exterminarlos directamente (Córdoba, s. IX; Granada, s. XII). En el s. XI se proscribe que lleven atuendo honorable, que se les dé masaje, que se les venda ropa o libros de ciencia, etc. El rechazo a los judíos fue aún mayor, y llegó a reflejarse en las Capitulaciones de rendición, desde las de Zaragoza, de 1118, (“sobre ellos ni sobre sus haciendas se ponga a ningún judío”), hasta las de Santa Fe de Granada, de 1491, (“no se permitirá que los judíos tengan facultad ni mando sobre los moros”).
 
Y ahora vamos con la tolerancia. Un buen ejemplo es Abú Amir Muhammed, Almanzor (s. X), que, una vez adueñado de los resortes del imperio, mandó quemar los libros de la biblioteca de al-Hakam considerados heréticos; nos dice Sha’id al-Andalusi que desde entonces, y hasta el fin de los Omeyas, “los hombres de talento no dejaron de ocultar sus conocimientos y se limitaron a manifestar solamente aquellos relacionados con la ciencias cuyo estudio estaba permitido”. El episodio se repitió con las obras de Ibn Hazm (s. XI) y de Ibn al-Jatib de Granada (s. XIV), sin que tuvieran nada que ver los almorávides ni los almohades, a quienes ahora se adjudica en exclusiva la intolerancia.

Esa intolerancia se reflejaba en la vida diaria. Basta asomarnos a al-Wansarisi o a Ibn ‘Abdun para perder el menor deseo a recrear aquella sociedad: la mujer, de la que nos dicen ahora que disfrutaba de un trato independiente y libre, vivía encerrada y rodeada de prohibiciones: en el mercado, en el cementerio, en la calle: prohibido pasear en barca por el río, prohibido descubrirse, prohibido sentarse a la orilla del río, prohibido lavar la ropa en los huertos,… incluso prohibido usar de coquetería cuando están a solas, y prohibido hacer fiesta aunque tengan permiso para ello. Averroes se lamenta de que “parecen destinadas exclusivamente a dar a luz y a amamantar a los hijos” y de que “su vida trascurre como la de las plantas”. Sobre la poesía y la música caía el baldón de “actividad poco piadosa”, se prohibía fabricar vasos para escanciar vino –parece que la prohibición de beberlo no resultaba efectiva-, así como llevar el pelo largo y jugar al ajedrez o a las damas; se llega a disponer que se persiga a “jóvenes y comerciantes” para que no falten a las horas de oración. Para Serafín Fanjul (1) las prohibiciones sociales incluían "todas aquellas (conductas) que implicaran sentido lúdico, diversión, liberación de rasgos del carácter reprimidos, ruptura de las convenciones vigentes o transgresión en general". No desentona de los criterios generales de la época la pena de muerte para quien injurie al Profeta, pero nos resulta algo más difícil de aceptar la pena de linchamiento por entrar calzado en la mezquita.
 
Rosa María Rodríguez Magda (2) nos recuerda que las mismas biografías de las principales figuras de la cultura andalusí muestran que sus vidas se forjaron en la incomprensión, la marginación y la persecución:

-Ibn Masarra (s. X), acusado de impiedad y herejía, tuvo que exiliarse de Córdoba, y cuando pudo volver vivió una vida semiclandestina.
-Ibn Hazm (s. XI), defensor de la escuela zahirí, fue perseguido, encarcelado y desterrado, confiscándosele los bienes.
-Ibn Rusd (Averroes, s. XII) tras perder la relevancia política de que disfrutó, fue denunciado y recluido, y sus libros fueron quemados.
-Maimónides (s. XII) –judío presentado ahora como símbolo de buena convivencia- fue forzado a aceptar la fe islámica, lo que no evitó que se viera obligado a huir de Córdoba para salvar su vida.

¿Sabe Obama lo que nos propone como modelo? ¿De verdad cree en la Arcadia Feliz? Yo creo que no se ha informado bien, que no era esto lo que quería decir. Se merece que le concedamos un plazo de confianza para rectificar. Yo, personalmente, confío en que lo haga. Porque espero oír una oferta mejor que ésta.

 .-----------------------------
[1] Serafín Fanjul: La quimera de al-Ándalus. Siglo XXI. Madrid, 2004.
[2] Rosa María Rodríguez Magda: Inexistente al-Ándalus. Nobel. Oviedo, 2008.