viernes, 5 de junio de 2009

OBAMA EN LA ARCADIA



Sucesor de un presidente que entre el Tigris y el Éufrates se encontró con un infierno, Obama busca ahora el Paraíso en otras tierras, y nos ofrece como modelo “la tradicional tolerancia y libertad religiosa de al-Ándalus”, con lo que viene a recordarnos algo que ya sabíamos: que el hombre más poderoso de la Tierra no está bien informado. Piensa en al-Ándalus como en una Arcadia Feliz en la que los hombres vivían en paz dedicados a las artes y a los placeres sonrientes de la vida, y olvida que, junto a sus muchas e indudables cualidades, la Arcadia Feliz tenía un único inconveniente: no existía. Con la tolerante y libre al-Ándalus nos pasa algo parecido: los propios andalusíes nos dicen que de tolerancia y libertad, nada de nada. Un vistazo atento a los documentos musulmanes de la época nos muestran una sociedad formada por grupos aislados inspiradores de odios recíprocos y bajo un poder opresor.

Si hablamos de libertad religiosa, hay que recordar que la población no musulmana vivía sometida a constante presión: el impuesto de la dimma les compraba cierta autonomía, pero estaban obligados a mostrar sumisión ante cualquier musulmán, a no adelantarlos en el paso, a usar prendas identificativas, a agachar la cabeza ante sus insultos, a no montar a caballo, a no llevar armas… La condena moral llegó hasta el punto de obligar a los cristianos a circuncidarse en los siglos XI y XII, o a deportarlos en masa al norte de África (Málaga y Granada, principios del s. XII), cuando no a exterminarlos directamente (Córdoba, s. IX; Granada, s. XII). En el s. XI se proscribe que lleven atuendo honorable, que se les dé masaje, que se les venda ropa o libros de ciencia, etc. El rechazo a los judíos fue aún mayor, y llegó a reflejarse en las Capitulaciones de rendición, desde las de Zaragoza, de 1118, (“sobre ellos ni sobre sus haciendas se ponga a ningún judío”), hasta las de Santa Fe de Granada, de 1491, (“no se permitirá que los judíos tengan facultad ni mando sobre los moros”).
 
Y ahora vamos con la tolerancia. Un buen ejemplo es Abú Amir Muhammed, Almanzor (s. X), que, una vez adueñado de los resortes del imperio, mandó quemar los libros de la biblioteca de al-Hakam considerados heréticos; nos dice Sha’id al-Andalusi que desde entonces, y hasta el fin de los Omeyas, “los hombres de talento no dejaron de ocultar sus conocimientos y se limitaron a manifestar solamente aquellos relacionados con la ciencias cuyo estudio estaba permitido”. El episodio se repitió con las obras de Ibn Hazm (s. XI) y de Ibn al-Jatib de Granada (s. XIV), sin que tuvieran nada que ver los almorávides ni los almohades, a quienes ahora se adjudica en exclusiva la intolerancia.

Esa intolerancia se reflejaba en la vida diaria. Basta asomarnos a al-Wansarisi o a Ibn ‘Abdun para perder el menor deseo a recrear aquella sociedad: la mujer, de la que nos dicen ahora que disfrutaba de un trato independiente y libre, vivía encerrada y rodeada de prohibiciones: en el mercado, en el cementerio, en la calle: prohibido pasear en barca por el río, prohibido descubrirse, prohibido sentarse a la orilla del río, prohibido lavar la ropa en los huertos,… incluso prohibido usar de coquetería cuando están a solas, y prohibido hacer fiesta aunque tengan permiso para ello. Averroes se lamenta de que “parecen destinadas exclusivamente a dar a luz y a amamantar a los hijos” y de que “su vida trascurre como la de las plantas”. Sobre la poesía y la música caía el baldón de “actividad poco piadosa”, se prohibía fabricar vasos para escanciar vino –parece que la prohibición de beberlo no resultaba efectiva-, así como llevar el pelo largo y jugar al ajedrez o a las damas; se llega a disponer que se persiga a “jóvenes y comerciantes” para que no falten a las horas de oración. Para Serafín Fanjul (1) las prohibiciones sociales incluían "todas aquellas (conductas) que implicaran sentido lúdico, diversión, liberación de rasgos del carácter reprimidos, ruptura de las convenciones vigentes o transgresión en general". No desentona de los criterios generales de la época la pena de muerte para quien injurie al Profeta, pero nos resulta algo más difícil de aceptar la pena de linchamiento por entrar calzado en la mezquita.
 
Rosa María Rodríguez Magda (2) nos recuerda que las mismas biografías de las principales figuras de la cultura andalusí muestran que sus vidas se forjaron en la incomprensión, la marginación y la persecución:

-Ibn Masarra (s. X), acusado de impiedad y herejía, tuvo que exiliarse de Córdoba, y cuando pudo volver vivió una vida semiclandestina.
-Ibn Hazm (s. XI), defensor de la escuela zahirí, fue perseguido, encarcelado y desterrado, confiscándosele los bienes.
-Ibn Rusd (Averroes, s. XII) tras perder la relevancia política de que disfrutó, fue denunciado y recluido, y sus libros fueron quemados.
-Maimónides (s. XII) –judío presentado ahora como símbolo de buena convivencia- fue forzado a aceptar la fe islámica, lo que no evitó que se viera obligado a huir de Córdoba para salvar su vida.

¿Sabe Obama lo que nos propone como modelo? ¿De verdad cree en la Arcadia Feliz? Yo creo que no se ha informado bien, que no era esto lo que quería decir. Se merece que le concedamos un plazo de confianza para rectificar. Yo, personalmente, confío en que lo haga. Porque espero oír una oferta mejor que ésta.

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[1] Serafín Fanjul: La quimera de al-Ándalus. Siglo XXI. Madrid, 2004.
[2] Rosa María Rodríguez Magda: Inexistente al-Ándalus. Nobel. Oviedo, 2008.