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lunes, 16 de junio de 2014

LA RAZÓN PERDIDA




Se cumplen cien años del nacimiento de Julián Marías (Valladolid, 17 de junio de 1914 - Madrid, 15 de diciembre de 2005), que tuvo, como pidió en oración en Tierra Santa durante el Crucero Universitario de 1933, “una vida intensa y llena de sentido cristiano”. Discípulo y continuador de Ortega, fue su defensor cuando no favorecía asociar ese nombre al propio. Su primera obra "personal" es “Introducción a la Filosofía”, en el que por primera vez aplica de forma metódica la razón vital a su meditación. Desde entonces el tema central de su pensamiento fue la vida humana, única “realidad radical”, como había visto su maestro. Tras veintisiete siglos de pensamiento de las cosas, Marías, comprendiendo la insuficiencia de ese planteamiento en el estudio de la vida personal, despliega ante nosotros su auténtica realidad, siempre inestable y menesterosa, siempre por hacer.

Su libro “Antropología metafísica” es, seguramente, su obra cumbre, aquella en la que Julián Marías, según sus propias palabras, “alcanza su nivel”. En ella se desarrollan todos los conceptos esbozados anteriormente: la menesterosidad de la vida humana, su dimensión irreal y futuriza, su estructura polar, el carácter sexuado, su irreductibilidad a nada anterior, su instalación vectorial, la pretensión de felicidad. A partir de este momento su meditación  va ganando en amplitud y profundidad: “La mujer en el siglo XX”, “La mujer y su sombra”, “Breve tratado de la ilusión”, “La felicidad humana”, “Mapa del mundo personal”, “La educación sentimental”, “Persona”. Su delicioso librito “Tratado de lo mejor” es la presentación de una moral sustentada en la propia realidad humana rehuyendo un fundamento apriorístico en Dios, a pesar de ser Marías un pensador de profundas raíces cristianas.

Ha aplicado también la razón vital a la vida colectiva: después de estudiar el concepto histórico-social de la generación en “El método histórico de la generaciones” –ampliado más tarde en “Generaciones y constelaciones”- Julián Marías, tras haber conocido las sociedades americanas del norte y del sur, cuya influencia en su pensamiento siempre reconoció con agradecimiento, publica en 1955 su gran obra sociológica, “La estructura social”. En ella analiza detenidamente conceptos previos como las generaciones y las creencias, de tan clara raíz orteguiana, y se pone de manifiesto su autonomía respecto a su maestro, del que dos años después aparece, póstumamente y sobre el mismo tema, “El hombre y la gente”, tan distinto en sus planteamientos y su desarrollo. Y todavía en 1984 publica “España inteligible”, que supone el primer intento serio de comprender la realidad española como un proceso de estructura dramática con un argumento bien definido, lo contrario de la incomprensibilidad de la historia de España que durante tiempo se ha venido pregonando.

Pero no se agota aquí el interés de Julián Marías. Hombre esperanzado, cree que la voluntad humana es en buena medida capaz de superar cualquier dificultad con tal de aplicarse a ello seriamente. En “Meditaciones del Quijote” –escrito precisamente en 1914, año del nacimiento de Marías- había escrito Ortega su tan frecuente e incompletamente citada frase “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Marías toma esta enseñanza al pie de la letra y adopta un lema que le acompañará toda la vida: “Que por mí no quede”. Pronto tuvo ocasión de aplicarlo: tiene 24 años cuando acaba la guerra civil, que él ha pasado en Madrid, y su catedrático de Lógica, Julián Besteiro, se esfuerza por evitar una prolongación innecesaria de la guerra. Marías se une a ese esfuerzo por evitar tanta destrucción estéril. Muchos años más tarde, cuando escribe sus memorias, reconocerá que esta actividad desplegada entonces –aun infructuosa, como fue- constituía su único motivo de orgullo.

Esos antecedentes, y su firme lealtad a unos valores que le impedían prestar el juramento que exigía el régimen franquista, imposibilitaron que realizase su profunda vocación de profesor universitario en España –lo fue en otros países-, y cuando, en 1964, es elegido miembro de la Real Academia, alguien acudió a Franco para que bloqueara ese ingreso. Pero la Real Academia Española se había mantenido firme desde el principio ante los intentos de Franco de intervenir en sus decisiones, y Franco sabía que no tenía influencia sobre ella.

Con el fallecimiento de su mujer, Dolores Franco, Lolita, en la Navidad de 1977, se produce una suspensión en su vida, que se mantiene hasta mediados de año, cuando acepta dar un ciclo de conferencias en Buenos Aires. Se le acerca allí una anciana de provincias para contarle un sueño que se le ha repetido a primeros de año, y que carecía para ella de sentido hasta reconocer su nombre en los carteles que anunciaban las conferencias. En ese sueño le decían: “Dolores Franco ha llegado a la presencia del Señor; debe decírselo a Julián Marías”. Nuestro autor confesó guardar estas palabras en su corazón, y recordaba su viaje de novios por los pueblos castellanos, cuando Lolita conseguía que les abriesen las iglesias cerradas que pretendían visitar y él bromeaba diciendo que, llegado el momento, ella se encargaría también de que le abriesen las puertas del cielo.

Julián Marías siguió trabajando hasta los últimos meses, cuando, reducido a la ceguera, había dejado de publicar. En el prólogo de "La fuerza de la razón" se despedía de sus lectores con estas líneas que reproduzco:

"Ahora aparece La fuerza de la razón, que, como he dicho, recoge mi últimos artículos. Más que nunca, son precisamente eso: últimos. Quizá, con seguridad, ya no escriba más. La razón es divina, como nos recuerda Lope de Vega. Dios es Logos, es Razón. Y la ha depositado en nosotros, aunque a veces se debilite debido a nuestra fragilidad. No perdamos la esperanza. Mientras gracias a esa fuerza me encamino a Dios e imagino cerca, con ilusión, la vida perdurable, pido a mis amables lectores -que me han acompañado benevolentes y atentos durante tanto tiempo- tengan presente el último verso de ese primer soneto de las Rimas sacras de Lope: "Vuelve a la patria la razón perdida", cuando su luz venza mi oscuridad. Esa luz perpetua que siempre me iluminará. Nos iluminará, divina y admirablemente, a todos con su hermosísima claridad. Con su todopoderosa fuerza."