martes, 29 de agosto de 2023

EL REINO VISIGODO DE TOLEDO

  

Los visigodos están tan desprestigiados entre nosotros que basta que mencionemos a los reyes godos para que se dibuje una sonrisa de suficiencia en quienes nos oyen. Creo que es una actitud poco acertada, y que impide entender la historia de España desde entonces hasta nosotros. Yo, este verano, me he acercado a conocer el Museo de los Concilios y la Cultura Visigoda, un pobre testimonio de una época en la que el nombre de Toledo traía resonancias de esplendor. 

El Reino de Toledo tuvo una breve existencia, poco más de 200 años, contados desde la caída del reino visigodo de Tolosa en 507 a manos de los francos, hasta su desmoronamiento sorprendente y estrepitoso antes los musulmanes en 711. Pero en ese pequeño plazo unificaron la sociedad y la proyectaron con fuerza en el Occidente cristiano. 

Cuando entran en la historia, la palabra “godo” sólo designaba a los seguidores armados de Alarico, Walia o Teodorico II. Pero cuando se asentaron fueron capaces de aprovechar, mantener y desarrollar las estructuras administrativas, económicas y sociales que encontraron en las antiguas provincias del Imperio. Y generaron un mundo dinámico y mestizo en el que terminó aflorando una cultura erudita, enciclopédica, que facilitó un renacimiento cultural que precedió y determinó al más conocido Renacimiento carolingio. 

Los visigodos vivieron bajo un régimen de monarquía electiva, pero el rey no era el dueño y señor del reino, pues “el nombre de Rey se posee cuando se obra rectamente, y se pierde cuando se obra mal” (S. Isidoro de Sevilla). El rey ejercía su poder con el consentimiento de sus súbditos y en beneficio “de la prosperidad de los pueblos y de la patria” (diversos Concilios de Toledo). 

Su rey Leovigildo es recordado como uno de los principales reyes de nuestra historia. Fue promotor del Codex Revisus, que unificó a los hispanorromanos residentes en la península y a los integrantes del grupo invasor en un solo pueblo, el godo, y en una sola cultura, la hispanorromana. Fue también el reformador del ejército: si en 571 sólo pudo conquistar Corduba mediante golpes de mano nocturnos propiciados por la traición, en 583-584 el ejército visigodo era ya capaz de cercar Sevilla cortando el Guadalquivir, construyendo posiciones y manteniéndolo durante veinte meses, una proeza logística de dimensiones incomparable a nada en el Occidente europeo. Y un año después derrota a los francos, a los que toma ciudades y fortalezas y cuya flota desbarata en el Cantábrico, mientras, simultáneamente, ocupa el reino de los suevos en el noroeste de la península. Leovilgildo creó un nuevo ejército mixto de tropas permanentes y de leva con una logística sin parangón en Occidente y que se mantendría hasta los terribles días de Guadalete. 

En 589 su hijo Recaredo se convierte -y con él, su pueblo- a la fe católica, abandonando el arrianismo y alcanzando la unidad religiosa del reino. Una reunificación social en la que no hubo reproches ni escarnios, una reconciliación sin alardes, pura y simple, silenciosa. Y, por eso mismo, sólida. 

En 612 es coronado Sisebuto, un general de una gran cultura y magnífico gobernante, íntimo amigo y aliado de san Isidoro, del que se dice que, a excepción de Heraclio, el emperador contemporáneo de los romanos, no hubo en aquel tiempo otro soberano que pudiera igualarlo en amplitud de conocimientos y en su gusto por la cultura. Dio lugar a que experimentase Spania un renacimiento cultural en el siglo VII, un momento de oscurecimiento cultural de Europa occidental, a la que extenderá su influencia. 

Diez años después Suintila completará la anexión de los territorios de la península con la conquista de los vascones asentados en Navarra y la expulsión de las últimas posesiones de Bizancio en el Levante español.

 En 654, Recesvinto promulga el Liber Iudiciorum, un código sin parangón en la Europa occidental que constaba de 12 libros y que, una vez traducido a las lenguas romances medievales con el título de Fuero Juzgo, determinó la legalidad de los reinos hispanos y de la Monarquía Española hasta bien entrado el siglo XIX. 

Desde la segunda mitad del siglo VI fue cada vez más común el término de Spania como sinónimo del territorio regido por los godos de Occidente, tanto dentro como fuera del mismo: Gregorio de Tours se refiere a Leovigildo como Rex Spaniae. La unidad política, legislativa y religiosa del reino godo se iba expresando en la creciente sinonimia entre Regnum Gothorum y Spania. Las diferencias entre godos e hispanorromanos se borran rápidamente desde la segunda mitad del siglo VI, como refleja la honda amistad entre Sisebuto e Isidoro. La asimilación entre los godos y la población hispanorromana fue tal que mientras la llegada de los francos convirtió a Galia en Francia, la llegada de los godos no convirtió a Hispania en Gotia. 

La invasión musulmana supuso para todo Occidente la “pérdida de España”, y su recuperación movilizó, con intermitencias, durante ocho siglos, los corazones y las voluntades de un pueblo que rechazó activamente la nueva religión, ocho siglos en los que los reyes cristianos de la península se consideraban “reyes solidarios de España”. 

Esta es la historia que llevaba yo conmigo cuando me acercaba al Museo de los Concilios y la Cultura Visigoda. Y luego recorrí las calles, repletas de tiendas de recuerdos para turistas, en busca de algún objeto que recordase esa cultura. Entra tantas muestras de la orfebrería musulmana, o del arte de forjar espadas, o recuerdos inespecíficos de la España actual, o hasta objetos de carácter perfectamente anodino, no encontré ni un solo objeto que recordase al viejo Reino de Toledo: una corona votiva de aspecto visigodo, por ejemplo, o un arco de herradura visigótico que carezca de los añadidos musulmanes, o una simple chapa con las palabras “Fuero Juzgo”. En fin, algo, cualquier cosa me habría servido. 

¡Nada! El reino que consolidó nuestra sociedad tras la caída del Imperio Romano de Occidente, lo unificó y lo proyectó al exterior está definitivamente desaparecido en el recuerdo de la que fue su capital.


lunes, 28 de agosto de 2023

HISTORIA DE Y

La noticia de la semana en genética humana ha sido el desciframiento final de la secuencia de bases del cromosoma Y. Se trata del cromosoma más pequeño de nuestra especie, pero su peculiar naturaleza dificulta especialmente este tipo de estudios, que se lleva a cabo troceándolo en minúsculos fragmentos para, a continuación, compararlos entre sí para reconstruir, como un puzle, la secuencia original. Y es particularmente difícil porque en el cromosoma Y hay una cantidad desproporcionadamente alta de secuencias repetitivas grandes, de pequeñas tandas de letras repetidas miles de veces, de grandes palíndromos de ADN que se leen igual al derecho que la revés,...

El cromosoma Y es singular por otras muchas razones. Determina, como es sabido, el sexo en nuestra especie. Pero la determinación cromosómica del sexo es una novedad en el árbol de la vida: en los insectos el sexo depende de la cantidad de ADN que constituye el embrión; en peces, anfibios y reptiles, de la temperatura del huevo,… Sólo cuando la evolución deja atrás a los reptiles, surgen los cromosomas sexuales: idénticos para las hembras de los mamíferos (XX) y para los machos de la aves (ZZ), diferentes en caso contrario: XY y WZ para los machos de los mamíferos y hembras de las aves, respectivamente. Las parejas X-Y y W-Z han llevado una evolución semejante pero proceden de cromosomas diferentes.

Cada miembro de una pareja de cromosomas procede de uno de los padres, y son  idénticos entre sí. Los cromosomas no sexuales (los autosomas) se emparejan con sus gemelos entremezclando (“recombinando”) sus porciones análogas, pero X e Y se emparejan mutuamente a pesar de sus notables diferencias. ¿Cómo se ha llegado a esto?

En su origen, X e Y eran un par de autosomas más, con sus secuencias paralelas de principio a fin. Pero hace unos 300 Ma (millones de años), cuando con los monotremas (ornitorrinco y equidna) aparecen los mamíferos, el que acabaría convirtiéndose en el cromosoma Y desarrolló el gen SRY, que determina la formación de testículos. Esto impidió que, en esa región, Y se ensamblase con X, y poco a poco, esa “región no recombinante” se fue extendiendo. Como consecuencia, cada vez mayor porción de Y era diferente de X y, por lo tanto, no se recombinaba con él. Pero no recombinarse significa que su presencia deja de ser importante para pasar a la siguiente generación y, por lo tanto, su ausencia tampoco importa. De modo que fue posible transmitir  cromosomas Y más cortos sin graves consecuencias, y así, generación tras generación, Y se fue acortando, aunque conservando puntos de anclaje que le permitían aún recombinarse con X.

El escenario se repitió en otros momentos a lo largo de nuestro árbol genealógico: hace unos 150 Ma, coincidiendo con la aparición de los marsupiales (canguros, koalas y afines), se produce una nueva pérdida de ADN de Y, lo mismo que ocurrió con la aparición de los placentarios hace unos 100 Ma.

El resultado es que hoy Y es mucho más pequeño que X: unas pocas docenas de genes, frente a los dos o tres millares que tiene X. Entre los genes que ha perdido Y se encuentran algunos que son clave en el desarrollo del sistema nervioso central, de modo que los varones se encuentran con una sola copia de estos genes, frente a los dos de las mujeres.  Por eso las variaciones extremas por arriba o por abajo en esta materia son más frecuentes en el varón que en la mujer, que puede compensar el exceso o el defecto de una de las copias con la actividad de la otra.  O, en palabras de la conocida activista Camille Paglia, "no hay mujeres Mozart por la misma razón que no hay mujeres Jack el Destripador". 

Pero en estos 300 Ma, Y se las ha arreglado para albergar y transmitir los genes encargados de la masculinidad, y de la fertilidad (muchos de ellos llegados de otros cromosomas). Se conocen en Y al menos tres regiones AZT -“a”, “b” y “c”-, cada una de ellas con múltiples genes, cuya ausencia se asocia a falta de producción de espermatozoides. Y también, algunos otros que parece que permitirían explicar la mayor prevalencia de diferentes enfermedades,  como el autismo entre varones, y las enfermedades autoinmunes entre mujeres. 

O relacionados con la aparición de cáncer. El mejor ejemplo es el gen UT (UTX o UTY, según el cromosoma en que se localice), un poderoso regulador de la expresión génica y de la herencia epigenética que podría explicar la aparición de algunos tumores (cáncer de esófago, mieloma, leucemia,…). UTY podría tener, además, algo que ver con la aparición de cáncer en varones que, con la edad, van perdiendo la expresión de estos genes, riesgo del que están a salvo las mujeres,  que tienen otra copia de reserva. 

Bueno,  el cromosoma Y contiene también el gen de las orejas peludas, pero no son muy molestas. 

lunes, 21 de agosto de 2023

NATURALEZA Y DESTINO

 

Un águila captura una presa, la mata, la trocea y la traga. Es un mecanismo automático que conduce siempre al mismo resultado. Siempre... excepto si es época de cría; en época de cría los pasos son muy diferentes: llevará el alimento en la boca hasta que esté de vuelta en su nido, y entonces abrirá la boca y lo entregará a sus polluelos. Los mismos estímulos provocan diferentes respuestas según el fin que persigue. Lo decisivo es el fin, todos los pasos están orientados a alcanzar una meta concreta. La vida es un proceso teleológico, en el que la meta que se pretende alcanzar condiciona y decide el desarrollo del conjunto: el fin (telos) al que se dirige es causa y motor de todo el proceso.

La teleología está presente en Biología en todos los niveles que consideremos, tanto si el final es anticipado por el agente –como ocurre en el caso del hombre y, quizás, de otros animales-,  como si se trata de sistemas autorregulados -por ejemplo, la temperatura corporal en los mamíferos y en las aves, o la indemnidad de la cadena de ADN-, o de estructuras diseñadas anatómica y fisiológicamente para realizar una función específica. Todo en la Biología: el cortejo, el desarrollo del embrión, la migración, la obtención de alimento, los procesos metabólicos, la reparación de una herida,… ¡todo!, muestra que la finalidad es la fuerza dominante. 

En Evolución, se ha dicho que las probabilidades de que la vida que conocemos sea fruto del azar es menor que las que habría de que un mono, tecleando al azar, escribiese  las obras de Shakespeare. Richard Dawkins, vehemente defensor del azar como único motor del cambio, ha propuesto un  experimento para mostrar que su pretensión es plausible. Para ello introduce un cambio aparentemente pequeño en el planteamiento: se pretende como objetivo una frase (en su ejemplo, “parece una comadreja”) y un programa introduciría pequeñas variaciones al azar en cada tanda de caracteres, guardándose como nuevo punto de partida “la que más se parece a la frase objetivo”. Repitiendo una y otra vez el procedimiento, nos dice Dawkins, se alcanzaría la frase completa en la generación 43. 

Con este ejemplo pretende demostrar que una evolución acumulativa que tome como nuevo punto de partida los resultados ya alcanzados permitiría llegar a este mundo aparentemente teleológico. Pero su razonamiento es engañoso: él mismo introduce la teleología cuando afirma que el ordenador, en cada paso, entre las diferentes copias producidas “elige la que más se parece a la frase objetivo”. No es fácil formular un enunciado más teleológico que éste.

En realidad, los ejemplos de direccionalidad en la naturaleza son muy comunes. En el nivel más elemental, la Física de Partículas, el principio de  exclusión Pauli refleja el hecho de que dos fermiones no pueden ocupar el mismo estado cuántico en el mismo sistema: esto provoca un tipo de organización que afecta a todos los electrones de todos los átomos y, por tanto, afecta a muchos otros tipos de organización sucesivos (átomos, moléculas, macromoléculas, seres mayores inorgánicos y orgánicos) y a la mayoría de las propiedades de la materia. Es decir: las cosas simplemente no pueden existir sin encontrarse ordenadas de un modo concreto. La existencia de tendencias significa que existen canales selectivos de comportamiento de la materia, y esos comportamientos favorecen la cooperación de diferentes elementos para formar niveles superiores de organización. Visto a la luz de la ciencia actual, el universo, tal como lo conocemos, es el resultado de un gran proceso de autoorganización en el que la materia, desde el Big Bang, ha dado de sí nuevas pautas que se han ido integrando en una serie de sistemas progresivamente organizados. 

Para el darwinismo ortodoxo –ha escrito Ernst Mayr- “la selección natural es un proceso a posteriori que recompensa el éxito que se ha dado ya, pero nunca propone objetivos futuros. La selección natural nunca está orientada hacia un objetivo. Es engañoso y completamente inadmisible considerar conceptos tan ampliamente generalizados como supervivencia o éxito reproductivo como objetivos definidos.

Esto es darwinismo puro. Pero entonces, para explicar la evolución, debemos examinar antes cuál es la fuente de las innovaciones. Para John Haught es razonable considerar que la creatividad de la evolución tiene lugar primariamente en la autoorganización de la materia previa a la selección.

La ciencia actual presenta nuestro mundo como el resultado de un proceso gigantesco de autoorganización en el cual sucesivas potencialidades específicas se han ido actualizando, dando lugar a una serie de sistemas crecientemente organizados que culminan en el organismo humano, que proporciona la base para una existencia verdaderamente racional. 

¿Es todo esto fruto del azar? Podría serlo. Pero parece que ese azar  ha tenido ante sí en cada paso sólo un limitado número de posibilidades. Como si el universo hubiera sido conducido suavemente, poco a poco, sin forzar, a seguir un camino por el que se llegaba al mundo que conocemos.