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miércoles, 23 de septiembre de 2020

DAVID HUME, EXPURGADO DE LA UNIVERSIDAD DE EDIMBURGO: EL SIGNO DE LOS TIEMPOS

 

Defendiendo la fachada del Palacio de Justicia de Edimburgo permanece todavía, cuando escribo estas palabras, la estatua sedente de David Hume, figura cumbre del empirismo británico y orgullo, hasta ahora, de la Universidad de Edimburgo. Hoy, en la Red, se pueden ver fotografías en las que le han colgado a la estatua la cita que lo condena y que ha sido motivo de que su nombre haya sido eliminado de la Universidad: sospechaba que los negros eran intelectualmente inferiores a los blancos. Por esas palabras la militancia de lo políticamente correcto se propone rectificar –mejorando (?)- la Historia del pensamiento humano. No quiero pensar lo que pasará cuando descubran los comentarios que le merecieron a Darwin -¡nada menos que a Darwin!- los tres indios fueguinos con los que coincidió en el Beagle.

Las bandas de robespierres que cruzan en nuestra época el mundo de la política y de la cultura enarbolando su ignorancia y su rencor por la excelencia han descubierto que ésta es la manera más cómoda y rápida de la equiparación social. Equiparación por abajo, ya se entiende. No hace todavía mucho tiempo asegurábamos que la defensa de las clases menos favorecidas era una sociedad que premiase el esfuerzo. La única oportunidad de alcanzar otras posibilidades en la vida que las que encontramos al nacer es que la excelencia no sea familiar o social, sino personal, debida al esfuerzo de cada uno: a su propio mérito. Todo lo que no sea esto es reaccionario de la más pura estirpe.

Sin embargo, han descubierto ahora una forma con la que más rápidamente –y con menos esfuerzo- pueden ocupar el nivel más alto: talar a los que les sobrepasan. Y se han encontrado, para su sorpresa, con que las grandes figuras de la humanidad son, también, imperfectas. Que tienen defectos, como todos. Como ellos también, habría que decirles. Y como sus propios héroes. Son incapaces de comprender que lo que admiramos en esas figuras que ahora quieren descabalgar a la fuerza no son sus defectos o sus insuficiencias, sino la excelencia que les impulsó al nivel que alcanzaron. “¡Pertenecían a una clase social privilegiada!” ¿Y qué? Su mérito no es proceder de una clase social privilegiada, sino haber aprovechado ese privilegio para impulsar hacia adelante a toda la raza humana, su mérito es haberse agotado en el esfuerzo por alcanzar un ideal noble, en lugar de gastarlo exclusivamente en su beneficio particular, como hicieron otros de su época, como hacen hoy también todavía algunos de los que les señalan con el dedo.

Pero es especialmente significativo -y triste- que esto ocurra en una Universidad, que conserva aún en su nombre su razón de ser: universitas magistrorum et scholarium, todo el conjunto de profesores y alumnos. Todos ellos, cada uno con sus ideas y opiniones, con sus creencias, sus fortalezas y sus debilidades. El sentido de la Universidad es el debate, la confrontación de conocimientos y puntos de vista. Los miembros de esa comunidad, entrenados en la honradez intelectual y en la comprensión de la postura del otro, deberían estar en condiciones de superar las limitaciones de lo políticamente correcto. 

Nos empeñamos en estimular y aceptar la diversidad, la heterogeneidad, la coexistencia de puntos de vista diferentes. Y queremos que nuestros hijos sean capaces de convivir en buenos términos con el que es distinto a ellos. Pero ¿cómo vamos a conseguirlo si les impedimos tener contacto, acercarse al otro, conocerlo, escuchar sus argumentos? A lo más que llegamos cuando confrontamos puntos de vista es a: -“Ésa es tu opinión, no la mía”, y cada uno sigue su camino. En realidad, lo que toca en ese momento es sentarse y “pesar” las opiniones. Del debate nace la luz. Porque no olvidemos que todo el conocimiento humano -también el científico, hoy sacralizado- progresa principalmente a fuerza de rectificaciones. O, como dijo alguien antes de ahora, “la ciencia avanza funeral a funeral”.

Si descartamos a nuestros mejores mayores porque han sido imperfectos, ¿con quién nos quedaremos? Seremos nuevos Adanes perpetuamente privados del privilegio del que se reconocía deudor Newton: -“He visto más lejos porque me he subido en los hombros de gigantes”. Permaneceremos para siempre en el punto de salida.

No es lugar para quedarse.


miércoles, 3 de octubre de 2018

UNIVERSIDAD PRECARIA



Circula por las redes la historia de un alumno que va a ver a su profesora de matemáticas para reclamar un suspenso en un examen. La mujer le dice que ha suspendido porque ha contestado que 2+2 es igual a 22 y le explica por qué está mal, pero el niño no atiende a explicaciones, se da media vuelta y se va tirando las cosas al suelo de un manotazo. 

Al día siguiente acuden los padres del niño, para quienes todo se reduce a una confrontación de opiniones. Consideran que la actitud de la maestra pone de manifiesto un sentimiento nazi de superioridad y, tras abofetearla, abandonan la sala amenazándola con hacer que la expulsen de su trabajo.

A la mañana siguiente es el Director el que va a verla. Le sugiere que ofrezca sus disculpas a la familia, ya que no es misión de los profesores transmitir prejuicios a los alumnos.

Al otro día la profesora se encuentra ante un tribunal académico. Hay que tomar medidas: el colegio ha sido demandado por acoso a un menor. Necesitan que se retracte, que admita que es posible que haya varias respuestas correctas para 2+2. Hasta entonces, está suspendida de empleo.

Todas las cadenas de televisión se hacen eco de estos hechos: una profesora clasista abusa de los derechos de un estudiante, y la profesora, finalmente, es despedida.

Aquí termina la historia. Una historia ficticia, sobra decirlo: una parodia, una bufonada.

Pero quizá sirva para valorar otra historia: Lisa Littman, ginecóloga de la Universidad de Brown, en los Estados Unidos, ha llevado a cabo una encuesta a 256 padres, todos ellos favorables a las relaciones homosexuales, cuyos hijos presentaron repentinamente, al llegar a la adolescencia, disforia de género. Littman advirtió que en un elevado número de casos la aparición de la disforia estuvo precedida por situaciones traumáticas o estresantes, lo que le ha llevado a sugerir que la disforia pudo surgir como mecanismo de defens por influencia del medio social –lo mismo que ocurre, por ejemplo, con el ingreso en tribus urbanas o con el desarrollo de aficiones sociales-.

La revista Journal of Adolescent Health publicó un avance del artículo en febrero de este año, momento en el que The Advocate, una revista LGTB, se apresuró a calificarlo como “ciencia basura”. El artículo completo ha visto la luz en agosto, publicado por PLOS ONE, y ha recibido de los colegas de Littman críticas favorables que llegaron hasta la revista The Times. La propia Universidad de Brown lo ha exhibido en su página web, entre las investigaciones novedosas que se llevaban a cabo allí. 

Pero, como se podía esperar, las comunidades LGTB “salieron a la calle” para denigrar el trabajo y a su autora. Acto seguido, PLOS ONE ya ha comunicado que el artículo será revisado por otro equipo diferente que juzgará su calidad, y la Universidad de Brown, arrepentida de su "atrevimiento", lo ha retirado ya de su página web, y se ha apresurado a declarar “su compromiso con la diversidad de género y la inclusión, parte inquebrantable de nuestros valores fundamentales como comunidad”. 

La historia de Lisa Littman es idéntica a la de la profesora de matemáticas que acabo de contar. Una bufonada. Pero no es una ficción, es una historia real, esa es la diferencia. Y en el mundo real las bufonadas no provocan sonrisas, sino rechazo. En este caso, un rechazo masivo del mundo de la ciencia, “más allá de lo esperado en una disputa académica normal”, en palabras de The Economist. La razón es muy sencilla: en una disputa académica normal las partes se apoyan sólo en datos científicos, que pueden ser contrastados, reproducidos y revalidados o contradichos. Nadie se asusta porque alguien rechace las conclusiones de otro autor. La discrepancia es norma -más que norma: en una ciencia sana, la discrepancia honesta es obligada-, y las opiniones encontradas se esfuerzan por aportar datos objetivos que sostengan su opinión. Todo, con el ánimo de desentrañar la verdad latente. Pero en el caso de Lisa Littman no ha sido así. No han sido los datos objetivos de la ciencia los que ha doblegado la honestidad intelectual de esas dos entidades: ha sido la presión de los grupos LGTB los que han amordazando la verdad por razones espurias.

El exdecano de la Facultad de Medicina de Harvard, Jeffrey Flier, en la línea de aquel "No he de callar por más que con el dedo/ ya tocando la boca, ya la frente/ silencio avises o amenaces miedo", ha recordado la larga lucha de las Universidades con los poderes fácticos en defensa de la verdad. "Su éxito en este aspecto - ha declarado- es uno de los grandes triunfos intelectuales de los tiempos modernos, que está en la base de las sociedades libres.” Más práctica, y más concreta, ha sido Alice Greger, historiadora de la Medicina y profesora de bioética en la Universidad Northwestern, en Chicago: “¿Qué investigador querrá trabajar en la Universidad de Brown cuando el valor de su trabajo está determinado por la presión política?”


sábado, 28 de junio de 2014

CAZA DE BRUJAS


Los extremos se tocan, eso ya lo sabíamos. Cuando dejábamos atrás los tics del dogmatismo en favor de la tolerancia y se imponía el relativismo del “todo vale” resurge el fanatismo con una fuerza ya olvidada. La mentalidad dominante hoy ni siquiera admite una opinión contraria. Opinión contraria que es por lo general perfectamente legítima y, muy a menudo, profundamente moral y socialmente mayoritaria. Pero el fanatismo es incompatible con la libertad; con la libertad del otro, quiero decir.

La voz de alarma la ha dado el ex-alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg: “Los dos partidos se gritan el uno al otro y desprecian las investigaciones que desafían sus ideologías” Pero ya sabemos que cuando chocan dos ruedas de molino, el que sale perdiendo es el pequeño grano de trigo que se encontraba en el lugar equivocado. Continúa Bloomberg: “Habría que preguntarse si los estudiantes están siendo formados en la diversidad de puntos de vista que una universidad debería ofrecerles”.

Hay pocas dudas al respecto. Si imaginamos la vida universitaria como un florecimiento de argumentaciones y disputas tenemos que irnos al París del siglo XIII. Las cosas se hacen ahora de otra manera, de una manera que se repite sospechosamente en diferentes partes:
-Ayaan Hirsi es una mujer somalí que lleva años denunciando la inferioridad de la mujer en su país. La Universidad de Brandeis, en Massachusetts, le ha concedido un premio por su defensa de la mujer, pero se han vuelto atrás tras acusarla de islamofobia. Quizás tenga razón en lo que dice,  y quizás no. Pero no vamos a averiguarlo tapándole la boca.
-el Sindicato de Estudiantes de la Universidad de Cardiff, en Gales, prohíbe a las asociaciones de estudiantes participar en manifestaciones a favor de la vida. La razón que dan lo explica todo: ellos están a favor de la libertad de elegir.
-el Real Colegio de Obstetricia y Ginecología del Reino Unido niega el título de experto en salud reproductiva a quienes tengan “objeciones morales o religiosas” a la contracepción y la píldora del día siguiente.
-los Colegios de Abogados de Ontario y Nueva Escocia, en el Canadá, no admiten el Grado en Derecho de la Trinity Western University. ¿Porque imparten una formación juridica deficiente? No. Porque no están a favor de las relaciones homosexuales.

¿Nada nuevo bajo el sol? Es verdad que la Inquisición es una vieja compañera de la Humanidad, pero algo nuevo ha aparecido. No hace tanto tiempo, cuando Fernando de los Ríos visitó la Unión Soviética y elogiaba la Revolución, se atrevió a decirle a Lenin que, de todas formas, echaba de menos la libertad. “¿Libertad? ¿Para qué?”, respondió Lenin. Hoy, la novedad es que se presenta a la nueva Inquisición como adalid de la libertad: defensora de su víctima, ésa es la novedad. 

Pero hay otro motivo de alarma. El afán de lo políticamente correcto ha llegado, en las universidades norteamericanas, a eludir el tratamiento de asuntos con los que alguien, en algún momento, por alguna razón, pueda sentirse violentado: cualquier material que trate sobre racismo, homofobia, sexismo, colonialismo, minusvalía física, violencia, suicidio, acoso,... debe llevar un aviso. Así, Huckleberry Finn es condenado por racista y El mercader de Venecia, por antisemita. El objeto confesado de todo eso es que los alumnos se pongan en el lugar del otro, pero ¿cómo lo harán si no conocen el punto de vista del otro, si sacralizamos la posición en que se encuentran? Karen Swallow, profesora de la Universidad de Nueva York, recuerda a una alumna a la que una novela del siglo XIX le hacía sufrir al recordarle  los abusos sufridos en su infancia: “Una persona traumatizada por leer una novela victoriana es una persona que necesita ayuda”, declaró. Swallow la puso en contacto con una especialista que la ayudó a resolver el problema.

El miedo a herir y a ser herido destruye la posibilidad de que el debate llegue a conclusiones racionales, igual que la destruye la imposición del pensamiento único. El fin de la Universidad es conocer la verdad y valorar esa verdad por sí misma, independientemente de intereses políticos, laborales o económicos. Las Universidades deben ser templos de la razón, del pensamiento crítico, no centros del dogmatismo, deben ser el lugar donde puedan expresarse todas las ideas y se fomente el debate cívico.

Isaiah Berlin, claro defensor de la libertad -además de judío y minusválido físico- dejó escrito: "Quedaba para el siglo XX concebir que la forma más eficaz de tratar las cuestiones que se planteaban, particularmente los temas recurrentes que habían confundido y a menudo atormentado a las mentes originales y honestas de cada generación, no era empleando las armas de la razón, y menos todavía las de aquellas capacidades más misteriosas denominadas visión o intuición, sino eliminando las cuestiones mismas".