jueves, 13 de noviembre de 2014

LA CONQUISTA DEL COMETA Y EL ORIGEN DE LA VIDA


 La llegada de la sonda Philae al cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko ha despertado en la prensa la esperanza de descubrir el origen de la vida, dando por sentado que demostrar que son los meteoritos los que aportaron a nuestro planeta el agua necesaria para ello es lo mismo que establcer la forma en que surgió la vida.

Esta aventura comenzó en 1953 en la Universidad de Chicago, donde Stanley Miller, alumno de doctorado de Harold Urey, llevó a cabo un célebre experimento en el que reprodujo en un matraz las condiciones supuestas de la atmósfera primitiva (vapor de agua, metano, amoníaco e hidrógeno) y la sometió a descargas eléctricas en un intento de reproducir la situación de nuestro planeta durante sus primeros mil millones de años de existencia, en los que la inestabilidad geológica y los frecuentes impactos de meteoritos eran la norma. Miller consiguió de esta forma sintetizar diecinueve sustancias orgánicas elementales, incluyendo cuatro aminoácidos, que son las piezas básicas que forman las proteínas.

Algunos años después, en 1961, el español Juan Oró llevó a cabo experimentos análogos en la Universidad de Houston: trabajando con una “sopa” de agua, ácido cianhídrico y amoníaco sintetizó algunos otros aminoácidos y aportó un elemento nuevo: la adenina, que está presente en los nucleótidos -los elementos que componen la cadena del ADN- y es pieza fundamental para la producción y manejo de energía en la célula y para el control de numerosas funciones celulares. La euforia se disparó en el mundo científico de la época, seguros de tener al alcance de la mano la síntesis de vida artificial.

Pero aquí terminan las buenas noticias: dejando aparte el hecho de que hoy se considera que las sustancias que reunió Miller en su matraz tienen poco que ver con las que existían realmente en la atmósfera primitiva, lo cierto es que hay muchos aminoácidos que aún no se han podido sintetizar, y, desde luego, no se ha podido ensamblar la adenina (y otras bases similares) con azúcares y fosfatos para formar los nucleótidos del ADN. Aunque la literatura de divulgación científica deja creer al lector que los demás componentes básicos de los seres vivos, que son centenares, aparecen sin más por estos procedimientos, lo cierto es que no sólo es problemática la síntesis de los productos que se obtienen, sino que las condiciones necesarias para la síntesis de algunos de ellos impiden la síntesis de otros.

En 1991, el propio Stanley Miller aseguraba: “El origen de la vida ha resultado ser más complicado de lo que muchos suponíamos”. Unos años más tarde, en 2000, alguien preguntó a Werner Arber, Premio Nobel de Medicina por sus trabajos sobre los enzimas de restricción –que fragmentan el ADN- qué es la vida. “No puedo contestar a esa pregunta –dijo-. No entiendo cómo todas esas moléculas han podido juntarse inicialmente para formar esos organismos unicelulares o multicelulares. Simplemente, no lo comprendo. Estoy lejos de entender lo que es la vida”. Y cuando en 2003 le preguntaron a Christian de Duve, Premio Nobel de Medicina por sus trabajos sobre la endosimbiosis –teoría que considera que determinados orgánulos celulares con membrana, como las mitocondrias, fueron en otro tiempo células primitivas autónomas que se quedaron a vivir dentro de otras- en qué punto estábamos de la comprensión del origen de la vida, respondió: “No estamos en ningún punto, no sabemos nada”, y realizó un llamamiento para rechazar teorías “basadas en probabilidades tan incomparablemente pequeñas que sólo pueden considerarse “milagros”, fenómenos que se alejan del ámbito de la investigación científica”.

¿Cómo de pequeñas son esas probabilidades? Para ilustrar esto, el astrónomo Arthur Eddington propuso un ejemplo que se ha hecho clásico: si cien mil chimpancés manipulasen un teclado al azar durante el tiempo suficiente, acabarían escribiendo todo lo que almacena la Biblioteca Nacional británica. El punto clave aquí es “durante el tiempo suficiente”. Pero parece ser que no disponemos de "el tiempo suficiente": hoy, que, con los potentes ordenadores actuales, los matemáticos pueden concretar algo más, Michael Starbird, experto en teoría de probabilidades, asegura que mil millones de chimpancés tecleando una vez por segundo una combinación de 18 letras durante los 13.700 millones de años que tiene el universo tendrían una posibilidad entre mil millones de escribir “En un lugar de la Mancha”. ¿Cuánto tiempo sería necesario para hacer que surgiera, por azar, la enorme complejidad, estructural y funcional, de, pongamos,… la membrana celular?