domingo, 12 de diciembre de 2010

UNA EDUCACIÓN REACCIONARIA

Estamos tan obsesionados por los genes que se nos olvida que, en realidad, sólo una pequeña porción de nuestras vidas viene determinada por nuestro material genético. No es infrecuente descubrir que los descendientes de personajes deslumbrantes se pierden en el anonimato, y que grandes figuras de la historia proceden de familias perfectamente corrientes.
Lo que sí es una diferencia inicial de profundas consecuencias es el ambiente en el que tiene lugar la formación de la persona. Los niños nacidos en familias en las que se domina el uso de la lengua, en las que se escribe y se habla con corrección, respetando la ortografía y la sintaxis, en las que es común el acceso a los libros, en las que se habla ordinariamente de temas múltiples y de interés general, tienen, de partida, una enorme ventaja sobre aquellos en cuyas familias la lengua se utiliza sin cuidado, con fonética confusa, sin atención a la corrección gramatical, en las que no hay libros y no se lee, en las que no se habla más que de temas cotidianos de interés inmediato. Dependiendo del punto de partida, las posibilidades de desarrollar una vida plena son enormemente distintas en uno y otro caso.
Los estados modernos se esfuerzan en atenuar esa desigualdad de raíz, esa desventaja de unos respecto a otros, implantando una enseñanza general que equilibre las oportunidades, que las haga comparables. Es un principio elemental en una política social de progreso.
Claro, que alcanzar esa igualación del nivel de lo humano exige esfuerzo, porque supone re-crear las condiciones en las que se apoya la vida humana, rectificar lo que da la naturaleza. Y la naturaleza no proporciona parques y jardines, sólo, en el mejor de los casos, campos, prados y praderas: los parques y los jardines cuestan un esfuerzo humano constante. Y hay que añadir: e improbable.
Porque lo primero que oye el niño que se acerca a la escuela –y no deja de oírlo hasta la Universidad, y más adelante- es que hay que aprender jugando. Yo no sé quién fue el primero en expresar esa fórmula, pero sí sé que nunca educó a nadie. La educación, la instrucción, el aprendizaje en general, cuesta esfuerzo. Lo siento, pero es así. Y hay que decirlo para que lo oigan los interesados, para que lo oigamos todos. Los únicos que aprenden jugando son las crías de los animales, que quizá fueron los modelos del descubridor de ese secreto. La formación de las personas no podría ser zoológica aunque nos lo propusiéramos: antes o después acabamos encontrándonos con la voluntad, que, en busca del objetivo que persigue, me obliga a hacer lo que no me apetece y a renunciar a lo que me apetece.
Nos hemos empeñado en alcanzar esa igualación de oportunidades fingiendo que es indiferente estudiar o no, esforzarse o no, porque igual se va a pasar al siguiente curso. Y es verdad que se pasa al siguiente curso. Pero no se pasa igual, como acaba de mostrarnos una vez más el informe PISA. Un informe en el que figuran en el grupo de cabeza Shanghai, Japón, Corea, Hong Kong y Singapur, todos ellos con un elevado número de alumnos por grupo –lo contrario de lo que nos empeñamos en promover nosotros- pero también todos ellos orientados no al examen -como sucede entre nosotros- sino al trabajo, y con un alto grado de exigencia: han asumido que aprender es costoso, que exige esfuerzo, y actúan en consecuencia.
Nuestro sistema educativo es profundamente inhumano, porque la condición más profunda del hombre es “poder ser más”, es su capacidad de ascenso, de rectificación, de superación. Y, paradójicamente, han sido los que se titulan progresistas los que más interés han demostrado en desterrar el esfuerzo de la enseñanza. No es fácil imaginar algo más reaccionario que negar la posibilidad de tener unas oportunidades de vida superiores a las de nacimiento. Lo progresista, lo igualitario, es conseguir una sociedad en la que la excelencia no sea familiar o de clase, sino individual, debida al esfuerzo personal. Sin eso, las demás desigualdades son secundarias.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

LA REPÚBLICA DE LAS ONGs

El cólera ha provocado en Haití durante el último mes 1.721 muertos, y más de 18.000 personas han sufrido la enfermedad. No se trata en rigor de un problema médico grave: después de unas cuantas pandemias en los últimos dos siglos, hemos aprendido a habérnoslas con la enfermedad. El vibrión causante provoca en las células del intestino una secreción centuplicada, que el organismo es incapaz de reabsorber. El resultado es una diarrea acuosa que puede alcanzar un volumen de 1 litro cada hora, y aunque la enfermedad es autolimitada y se resuelve en unos pocos días, puede ser tiempo suficiente para que la pérdida de líquidos acabe con la vida del enfermo. Todos hemos podido ver las estremecedoras imágenes de los enfermos tirados en la calle, abandonados a su muerte. La asistencia hospitalaria es sencilla: basta con poner un gotero que restituya lo perdido, y esperar a que el tiempo juegue a nuestro favor. Pero debe iniciarse rápidamente para resultar efectiva.

Y también es sencilla la prevención de la enfermedad. Sencilla, pero no fácil, y eso es lo que hace que una enfermedad que no es un problema médico, sea un problema sanitario de primer orden. La enfermedad no se adquiere por contacto con los enfermos, sino por la ingesta de aguas contaminadas con heces portadoras de vibriones, de modo que las actuaciones deben dirigirse a la eliminación adecuada de los excrementos humanos y a la purificación del aprovisionamiento del agua. Pero el huracán Tomás ha devastado lo que quedaba en pie del país, y la población se hacina en “campamentos” asentados en tierras ocupadas provisionalmente desde hace un año. Sin agua potable, sin tratamiento de aguas negras, sin conducciones saneadas, sin suministros adecuados de bebidas y alimentos, sin salubridad de ninguna especie, sin las medidas higiénicas elementales, sin más medidas preventivas que el “¡agua va!”, utilizan letrinas públicas y beben el agua que encuentran, como la encuentran.

Ahora mismo hay más de 10.000 ONGs trabajando en Haití, que se ha convertido en el segundo país del mundo con más ONGs per cápita, detrás de la India. De toda la ayuda internacional comprometida, más del 60% no ha llegado a la isla. Y la que ha llegado ha ido a parar a las ONGs. Pero la solución del problema de Haití no puede llegar de las ONGs, la solución pasa por el levantamiento de un Estado capaz de coordinar el esfuerzo para desarrollar las infraestructuras necesarias. Haití necesita un sistema de agua potable y alcantarillado; no hay otra manera de evitar que el cólera se cebe en los que han resistido hasta ahora. Y las ONGs no pueden sustituir al Estado porque están en la posición exactamente contraria: no son instituciones de acción global, abarcadora y totalizante, sino que fragmentan la situación y se especializan en parcelas claramente definidas: mujeres, niños, pacientes con VIH, este barrio, esta escuela, este orfanato, este pueblo,… Y llevan, así, a cabo, una labor enormemente meritoria. Pero no constituyen un Estado.

Y el verdadero Estado no tiene dinero. El sistema fiscal está roto y los que consiguen un empleo remunerado no se quedan a la vista del recaudador de impuestos. Las pastillas potabilizadoras no son más que un simulacro de solución. Urge que las ONG se coordinen entre sí y con el Gobierno; la situación que sufre Haití sólo puede resolverse con medidas de gestión.






lunes, 22 de noviembre de 2010

EL PAPA Y LOS PRESERVATIVOS

    
       Es portada en todos los periódicos del mundo y en todos se refieren a ello como una apertura de la Iglesia al uso del preservativo. Hasta en las Naciones Unidas tiran cohetes ante lo que parece el derribo del último obstáculo: el Papa bendice el uso del condón. De la noche a la mañana cambia radicalmente la postura del Magisterio de la Iglesia sobre este problemático asunto.
Pero, ¿es realmente eso lo que ha dicho el Papa? Porque, para empezar, hay que recordar que se trata de una entrevista, y, como subrayaba el propio Pontífice a propósito de la publicación de su libro “Jesús de Nazaret”, no es un documento del Magisterio, sino una opinión personal: también el Papa tiene derecho a tener opiniones personales.
Aunque eso, en el tema que nos ocupa, es secundario. Lo principal es, como ocurre frecuentemente, que se trata de una reproducción parcial y poco afortunada de las palabras del Papa. Hoy es posible ya acceder a su contexto y las cosas aparecen en su auténtico relieve. En él, el Papa recuerda sus palabras durante el viaje a Angola y Camerún, en el que describió la complejidad del problema, y dejó constancia de que el fácil acceso que se tenía a los preservativos era la prueba de que ahí no se encontraba la solución definitiva del SIDA. De hecho, desde el ámbito secular ha surgido la iniciativa Castidad-Fidelidad-Preservativo que ha dado la vuelta al SIDA en Uganda y empieza a hacerlo en otros países, y en la que aparece el preservativo al final, tras el rechazo a los otros factores.
Benedicto XVI dice ahora: “Puede haber casos individuales justificados, como por ejemplo cuando una prostituta utiliza un preservativo, y esto puede ser el primer paso hacia una moralización, un primer acto de responsabilidad para desarrollar de nuevo la conciencia de que no todo está permitido y que no se puede hacer todo lo que se quiere.” No dice que el uso del preservativo está justificado, sino que en algunas ocasiones puede suponer un progreso moral que lleva a concienciarse de que no todo está permitido y que suponga un paso hacia esa humanización de la sexualidad a la que siempre ha aludido en esta materia
Es decir, parte de una condición: la disposición psicológica previa de quien lo usa, y su avance en el camino que pone una instancia por encima de la voluntad o el placer y, en esa medida, supone un progreso moral. Pero es un progreso moral relativo: relativo a la situación de partida del usuario. El Papa continúa con estas palabras: “Pero no es la manera de resolver el mal de la infección por el VIH, que solo puede venir de una humanización de la sexualidad”. Por “humanización de la sexualidad” el Papa quiere señalar la verdad sobre la sexualidad humana, ejercida de una manera amorosa y fiel entre un hombre y una mujer unidos en matrimonio. Ésta es la verdadera solución, no la que pasa por ponerse un preservativo y tener relaciones sexuales promiscuas con las personas infectadas con un virus mortal.
Supongamos que al Papa le preguntasen acerca de las muertes en asalto a un banco por uso de armas de fuego, y él dijese que si alguien está resuelto a asaltar un banco llevando consigo armas de fuego, sería deseable que el arma estuviese descargada a fin de evitar víctimas mortales. ¿Alguien creería que el Papa está instruyendo acerca de la manera de sacar dinero del banco? No, el Papa simplemente pretendería elevar la moralidad de un acto en sí mismo inmoral: el asalto a un banco: si alguien quiere robar, que no mate.
El Papa no justifica moralmente el ejercicio desordenado de la sexualidad. Pero ante una situación en la que el ejercicio de la sexualidad representa un verdadero riesgo para la vida del otro, la utilización del preservativo para disminuir el peligro de contagio es "un primer acto de responsabilidad", "un primer paso en el camino hacia una sexualidad más humana". En este sentido, el razonamiento del Papa no puede ser definido como un cambio revolucionario.
No, el Papa no reforma la enseñanza de la Iglesia. Al contrario: la reafirma, poniéndola en la perspectiva del valor y de la dignidad de la sexualidad humana, como expresión de amor y responsabilidad.

viernes, 5 de noviembre de 2010

"ENTRE PICOS, PALAS Y AZADONES..."

El Observatorio de la Laicidad no ha tardado en lanzar una campaña que, con el título “Pásale factura al Papa”, pretende subrayar el aspecto económico de la visita que Benedicto XVI se dispone a realizar a España este fin de semana, y que supondrá, a su juicio, unos gastos de 5 millones de euros. A lo que añade otros 50 millones previstos para la visita con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud del próximo año. 

Sorprendente, sorprendente, no se puede decir que sea. Más bien, al contrario: indica falta de imaginación. Pero no me molestaría en escribir estas líneas si no fuera porque me ha hecho llegar la noticia alguien a quien considero persona de juicio y de criterio que sabe distinguir las voces de los ecos y no se deja nublar con facilidad. Y el hecho de que me llegue de alguien así me ha encendido las alarmas: por respeto a él y a quienes, como él, opten por conocer la verdad estoy ahora escribiendo esto.

No voy a discutir las cifras que proporcionan en ese manifiesto, que doy por buenas. Pero quisiera recordar que la casilla del IRPF que asigna fondos a la Iglesia Católica es la alternativa de la de “otros fines de interés social”, lo que hace pensar, por una parte, que se considera a la Iglesia “de interés social”, y, por otra, que ese dinero no lo da el Estado, sino el contribuyente que desea hacerlo, y que si no se dedica a eso forzosamente ha de dedicarse a esos “otros fines”. Pero no va a pagar a la Iglesia el que no quiera hacerlo, pueden dormir tranquilos. 

Pero vamos al asunto. Lo más importante que habría que decir es ¿quién puede ver las cosas bajo ese prisma? ¿Qué pensaríamos si alguien pasase las cuentas de una visita del presidente ruso Medvédev o del presidente iraní Ahmadineyad, con quienes la población española tiene menos vínculos que con el Papa? No olvidemos que, de acuerdo con los datos que publica el CIS, el 73% de los españoles se declara católico. 

Y, ¿qué pensarían de mí si le reprocho a mi mujer el gasto en café y pastas que suponga una visita de amistades suyas, con el pretexto de que no son mis amigos, pero el dinero sale de mi cuenta bancaria? Lo primero, que estoy dolorosamente metalizado, y lo segundo, que no tengo ningún respeto por la que a ella le importa. Es una postura verdaderamente poco elegante, aunque estoy dispuesto a admitir el derecho que asiste a todo el mundo de comportarse de manera poco elegante. Al fin y al cabo, la libertad de expresión está para eso: para que sepamos quién es quién y a qué atenernos con cada uno. Como sabía Fichte, “la clase de filosofía que se tiene depende de la clase de hombre que se es”.

Dicho queda lo más importante. Pero dado el interés crematístico que manifiestan, no quiero dejar de aportar algunos datos que servirán para que quienes estén interesados puedan saber “hacia dónde cae” la realidad económica de la Iglesia. Para hablar sólo de lo que revierte a la sociedad, hay que recordar que:
-uno de cada dos edificios catalogados como Monumento Nacional (que son atractivos turísticos de primera magnitud, con lo que eso conlleva) pertenece a la Iglesia, que corre con los gastos de su mantenimiento. 
-Manos Unidas ha recibido este año fondos públicos (procedentes del Estado español y de la Unión Europea) por un total de 12 millones y ha invertido en labor social por valor de más de 49 millones (datos de Manos Unidas) 
-Cáritas ha recibido este año fondos públicos (íd) por un total de 87 millones y ha invertido en labor social por valor de 230 millones (datos de Cáritas) 
-cada plaza escolar en centro concertado supone para el Estado un ahorro de 1677 € anuales, lo que supone un total anual de 3378 millones de euros (datos del Ministerio). 

Dice la leyenda que cuando Fernando el Católico pidió a Gonzalo Fernández de Córdova, El Gran Capitán, cuentas de sus gastos en la victoriosa campaña que mantenía contra los franceses en Italia, y que valió a la Corona de Aragón el Reino de Nápoles, éste comenzó con las palabras que figuran en el título, y terminó con éstas otras: “… y cien millones de ducados por escuchar que el Rey le pide cuentas a quien le ha regalado un Reino”.

Eran otros tiempos, y otra gente.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

SÁNCHEZ DRAGÓ, O EL ESCÁNDALO DEL PSOE



Ha pasado ya el tiempo necesario para hablar de ello con cierto sosiego. Ha sido la noticia nacional que más comentarios ha despertado por parte de todos el pasado mes, y por parte de todos ha sido duramente contestado. Sánchez Dragó declaraba sin tapujos su aventura sexual con menores japonesas, que luego ha querido teñir de obra literaria: el papel lo aguanta todo.

Todos esperábamos que hubiera sido cesado de su puesto en la televisión pública madrileña: la apología que hacía del sexo con menores parecía justificarlo. Pero quienes pueden tomar esa decisión no comparten este punto de vista. La presidente Aguirre ha sido la primera que, tras considerarlo género literario, se escabullía entre bambalinas mientras apuntaba con el dedo a los directivos de Telemadrid.

No hay que ser un lince para comprender que para tener una vida sexual sana es necesario haber alcanzado cierto grado de madurez; de lo contrario, la persona se convierte en pasto de los demás. Tienen toda la razón los dirigentes del PSOE cuando afirman que las palabras del escritor son “un ataque contra todos a los que nos parece execrable que haya presumido de haber mantenido relaciones sexuales con dos menores", y que "es absolutamente inadmisible que un tipo que presume de haber mantenido relaciones sexuales con niñas de 13 años aparezca en una empresa pública de comunicación”.

¡Albricias! He aquí que la condena de la pedofilia, la defensa del menor, viene hasta nosotros de la mano, como debíamos esperar, del partido que se presenta como defensor del más débil. Es verdad: es absolutamente inadmisible mantener con dinero público, que es dinero nuestro, a quien manifiesta a las bravas las excelencias del abuso sexualmente explícito con menores.

La pena es que todo este escándalo parece farisaico. Habría que recordarle a todos aquellos que se rasgan las vestiduras que la edad de consentimiento sexual en España son los 13 años. En Japón, a lo mejor, es pedofilia, pero aquí, si hay libre consentimiento, no pasa nada. Así está la ley. Y aún hay más. En este mismo año, el PNV propuso subir la edad de consentimiento sexual de los 13 a los 16 años, y el partido gobernante se negó en redondo a modificar el Código Penal. El mismo partido que promueve el consumo libre de la píldora del día siguiente como si se tratase de pastillas para la tos, el mismo partido que defiende el aborto libre para menores sin conocimiento de quien más interés tiene en su bienestar, sus propios padres. Tanta preocupación por las japonesas no me parece mal; pero las españolas, ¿no merecen también la preocupación de nuestros gobernantes?

No deberíamos echarnos las manos a la cabeza si después de tanta “salud sexual y reproductiva” nos encontramos con noticias como ésta. Convendría recordar los viejos versos gongorinos “¿De quién me quejo con tan grande extremo / si ayudo yo a mi daño con mi remo?

martes, 2 de noviembre de 2010

A PROPÓSITO DE PEDRO


El Papa se dispone a visitar España, y, como sucedió en su visita al Reino Unido, se levantan voces críticas sobre su actitud pastoral. Espero que también sea igual el aumento de la estimación de la gente al final de la visita, pero no es de eso de lo que quiero ocuparme ahora.
De lo que quiero ocuparme ahora es de algo previo que está en la base de esta reacción. Juan José Tamayo acaba de hacer pública una vez más, por si alguien aún no se hubiese enterado, el aprecio que siente por el Papa: “una autoridad religiosa antidemocrática” que es “uno de los factores que más han contribuido al fracaso (sic) del cristianismo en su historia” (1). Creo que estas manifestaciones merecen alguna reflexión.
“Democracia” es una de las palabras que mejor ejemplifican la hipertrofia semántica que puede llegar a producirse. En realidad, no es más que una de las formas que se han inventado para decidir quién va a mandar: el más votado. Cuánto va a mandar el más votado es ya otra cuestión. Pero “antidemocrático” resulta una palabra antipática, y viene bien para denostar todo lo que no sea “yo y los míos”.
Lo que ocurre es que dar el salto al ámbito religioso es no saber de qué se está hablando. Cualquier católico sabe que la fe de la Iglesia no es más –ni menos- que el banderín de enganche de Dios entre nosotros, el mensaje de salvación que Jesús confió a Pedro y a los apóstoles. Y no es asunto de libre interpretación: no hay más que ver en qué ha parado el luteranismo tras cinco siglos de libre interpretación.

Todos los padres saben que la necesidad de alimentarse bien, o la conveniencia de evitar situaciones de peligro no es algo que se decida por votación: la realidad es la que es, y únicamente podemos elegir ser consecuentes con ella o no serlo; pero nuestra decisión no va a cambiar la propia realidad, sólo cambiarán las consecuencias para nosotros.
Lo mismo pasa en el caso que nos ocupa: Jesús ya dijo la última palabra acerca de la salvación del hombre, y sólo nos queda aceptar esa verdad y trasmitirla. Y la responsabilidad de la custodia de esa palabra la tiene precisamente el Papa: ésa es su misión. Que ahora venga alguien, so capa de teólogo, a poner en tela de juicio una verdad tan palmaria sólo hace pensar que no está bien informado, o que no le guía una intención recta: no hay otra opción.
El señor Tamayo aboga por un Pontífice “plebiscitario”, sometido a la voluntad popular. Claro está que su ministerio sería entonces incomparablemente menos ingrato, pero sabe bien el Papa que no ocupa la silla de Pedro para contemporizar, sino para confirmar en la fe. No hay que pedirle que haga dejación de su papel de cabeza y pastor de la Iglesia. Lo que hay que pedirle es que sea más Papa, que sea más plenamente pastor, que guíe y proteja al rebaño que se le ha confiado; lo que hay que pedirle es fidelidad a su ministerio, no acuerdos o cesiones a los críticos con el único fin de callarlos.
Cuesta creer que diga en serio que es éste un factor determinante en lo que llama “fracaso del cristianismo”. En primer lugar, porque no se ve bien dónde está ese fracaso del cristianismo. A lo que asistimos sin dificultad, más bien, es a un fracaso de los cristianos, que a menudo no estamos a nuestra altura. Pero, en segundo lugar, porque no hay cristiano de verdad que no esté firmemente cierto en la victoria final de Jesús y de su Iglesia, con la que ha prometido estar “todos los días, hasta el fin del mundo”. Y Jesús no pierde batallas. No es ésa su preocupación, su preocupación no es la Iglesia, sino, más bien, tantos hombres que por ignorancia o por desinterés se alejan de ella y de la salvación que ofrece. Esa es la preocupación de los cristianos, y del Papa en primer lugar.
Cuando leo manifestaciones como la del señor Tamayo no puedo dejar de imaginar que si un Cónclave le ofreciera la silla de Pedro la rechazaría para no renunciar a su propia infalibilidad.

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[1] Juan José Tamayo: “La visita del inquisidor de la fe” El País, 2 de noviembre de 2010.
http://www.elpais.com/articulo/opinion/visita/Inquisidor/Fe/elpepuopi/20101102elpepiopi_5/Tes

miércoles, 20 de octubre de 2010

LA PARTE POR EL TODO



Las células madre empiezan a mostrar una faceta inesperada: abaratar nuestro gasto de farmacia.
La experimentación con un fármaco de reciente diseño incluye conocer cómo se reparte por el organismo, y cómo se metaboliza, y también cómo se comporta el organismo ante él, cuál es la dosis mínima eficaz, la mínima tóxica, cómo se controlan o reducen sus efectos, etc. Para eso se recurre inicialmente a los animales de laboratorio, pero, antes o después, hay que observar los efectos en el hombre.
Todo esto tiene un alto coste, en primer lugar por escrúpulo ético: por una parte, algunos defensores de los animales muestran rotundamente su desacuerdo con estas prácticas, y, por otra, el dilema ético durante la fase humana puede aparecer respecto a los móviles que impulsan a los que se presentan voluntarios, y también respecto al riesgo al que se les somete, por remoto que sea.
Pero tiene también un coste económico no despreciable: pensemos que la fase animal puede costar unos cinco millones de dólares, y la fase clínica, llevada hasta el final –unos diez años- alcanzar los mil millones.
Y en cualquier momento de todo este recorrido puede surgir un inconveniente que haga imposible utilizar ese fármaco en la clínica humana. Entonces se pierde todo lo invertido hasta ese momento, y surge la pregunta: ¿no podría hacerse un primer descarte de forma más económica?
Los laboratorios Roche acaban de anunciar que su desarrollo de un nuevo antiviral ha sido suspendido por los efectos observados en el corazón de roedores, efecto que después han confirmado en tejido cardiaco humano desarrollado para ellos por Cellular Dynamics International a partir de células madre. Se ahorraban así los millones que les habría costado la fase humana, y podían haberse ahorrado los tres millones de dólares que les costó la fase con animales si hubieran empezado por ahí.
La competitividad hace el resto. Si Roche, con este nuevo método, puede cambiar años de trabajo y millones de dólares por una placa de laboratorio, las demás farmacéuticas no tardarán en hacer lo mismo. Pfizer y GlaxoSmithKline ya lo han hecho, y Cellular Dynamics International está haciendo su agosto: después de desarrollar células cutáneas y sanguíneas, se propone, para el próximo año, líneas celulares hepáticas y nerviosas. Mientras, su competidor, iPierian, no quiere quedarse fuera y comienza a desarrollar bancos celulares en los que se probarán nuevos fármacos para diabéticos y para pacientes con enfermedades neurodegenerativas. Y todos los esfuerzos utilizan células madre inducidas a partir de tejidos adultos, lo que suprime los dilemas éticos desde el principio.
Las células madre siguen siendo fuente de esperanza: menos gastos de producción significarán abaratar el producto final. Todos lo agradeceremos.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

OBAMA, DEJA YA DE JODER CON LA PELOTA

Los líderes mundiales se reúnen estos días en la sede central de la ONU para revisar los Objetivos de Desarrollo del Milenio para 2015 que fueron acordados hace diez años. Incluyen diversas facetas, desde la erradicación del hambre hasta la creación de una asociación mundial para el desarrollo. Y como es natural, unos son más asequibles que otros. Está claro que el hambre no se va a borrar de la tierra en este tiempo, pero mejorar la salud de la población mundial debería ser más fácil.

Pues tampoco. Pese a que Mark Malloch Brown, Jefe de Gabinete del entonces Secretario General, Kofi Annan, manifestó en 2005 que no se podía considerar el aborto como parte de la salud reproductiva, la Secretaria de Estado de Obama, la señora Clinton, ha dicho ahora que considera que el aborto es una parte de la salud materna (no se ha atrevido a considerarlo un instrumento para reducir la mortalidad infantil, todavía). Y como el aborto es algo prohibido o restringido por la ley en 125 de los 192 estados miembros de la ONU, esas imprudentes manifestaciones comprometen ahora la concesión de los fondos requeridos. El Primer ministro del Canadá, Stephen Harper, ha expresado el parecer de muchos otros dirigentes: "Queremos asegurarnos de que nuestros fondos se utilizan para salvar las vidas de mujeres y niños y no para dividir a la población canadiense".

El aborto es, por definición, mortalidad infantil, y se dirige directamente contra el Cuarto Objetivo: “reducir en dos terceras partes la mortalidad de niños menores de cinco años”. Se requieren para ello muchas actuaciones: no sólo prevención y tratamiento de las enfermedades, sino, principalmente, mayor acceso de la población (de los niños y de sus madres) a alimentos, a agua potable, a vacunaciones, a tratamientos de rehidratación, a antibióticos,…en fin, a cuidados elementales de la salud antes y después del nacimiento: la salud del niño comienza en el útero.

Podría haber alguien con una resistencia tal a contemplar el mundo con sus propios ojos que haya llegado a creer que matando fetos se salvan vidas infantiles. Pero es más sorprendente que se pueda creer en la contribución del aborto a la salud de la mujer, que es justamente el Quinto Objetivo del Milenio, “reducir en tres cuartas partes la mortalidad materna”. No acierto a comprender cómo ha llegado a esa conclusión la Secretaria de Estado de Obama, a la que debemos suponer acceso a información documentada y contrastada. Porque se sabe desde hace mucho tiempo que las vidas de las mujeres de las regiones más desfavorecidas del planeta se salvan con asistencia especializada durante el parto, con tratamientos para detener las hemorragias, con acceso a transfusiones seguras y a antibióticos,… es decir, precisamente combatiendo situaciones que se multiplican a consecuencia del aborto.

Da la impresión de que la señora Clinton se deja llevar por consignas ideológicas ajenas a la realidad. No hay nada más peligroso cuando se trata de políticos con poder, como es el caso. Y habrá que hacer algo, porque contaminar el progreso con el aborto acaba haciendo que nos quedemos sin progreso, como dan a entender las palabras del Primer Ministro canadiense.

No, no hay que meter el aborto en estas lides. Lo que hay que hacer es decirle a Obama y a su Secretaria de Estado que el objetivo de esta Cumbre debería ser que el mundo esté libre de aborto, no aborto libre para todo el mundo.

domingo, 5 de septiembre de 2010

¡SEA HAWKING! Y HUBO OSCURIDAD...

El profesor Stephen Hawking saca ahora un nuevo libro en el que, según avanza el diario The Times, niega la existencia de Dios por considerarla una hipótesis científicamente inaceptable. El profesor de Astrofísica más conocido en el mundo –ninguno de los profanos en la materia ignoramos su nombre, ni conocemos el de ninguno de sus colegas- se apoya en sus enormes conocimientos de ciencia, y en su renombre mundial, para hacer pública una primicia: la Física puede demostrar que Dios no existe. Y, abochornados por el peso de su prestigio, el público enmudece admirado y se dispone a rectificar su paradigma. Parece como si Hawking nos repitiese la pregunta que un día formuló Marx (en este caso, Groucho): -“¿A quién vas a creer, a mí o a tus ojos?”

Porque no es algo evidente que Dios sea objeto de la Física. Todas las ciencias son construcciones parciales del hombre para entender la realidad. Pero son parciales: los criterios de la Biología, por ejemplo, no son válidos fuera del ámbito de la Biología: por eso, mientras los físicos nos dicen que el desorden aumenta incesantemente (aumento de la entropía), los biólogos afirman que lo que aumenta incesantemente es el orden (evolución de las especies).

No, ni la Física, ni ninguna otra ciencia, puede demostrar que Dios no existe, como tampoco puede demostrar que sí existe. Pero eso no es un defecto de la ciencia, sino simplemente la consecuencia del hecho de que Dios no es un dato empírico. No es el método científico mismo, sino la fe en el ilimitado alcance explicativo de la ciencia, lo que está reñido con la fe en Dios. Las ciencias son niveles importantes en una jerarquía ordenada de explicaciones de la realidad. Pero las ciencias, todas las ciencias, dejan fuera de sus teorías, hipótesis y modelos una buena porción de lo que existe en el mundo, y no están en condiciones de ofrecer explicaciones últimas.

A cambio de una entrada para ver lo que la ciencia ha sacado a la luz, los lectores de Hawking se comprometen a no preguntar sobre el sentido de las cosas. Deben mirar a los objetos expuestos a través de lentes que filtran los colores que no interesa que vean, y han de prestar atención a las partes, procesos y mecanismos componentes que hacen que las cosas funcionen de determinada manera, pero no al “todo” que componen.

La mejor manera de entender la fe es como respuesta a preguntas límite, no como soluciones a problemas particulares que la ciencia puede resolver por sí sola. La fe, como la ciencia, tiene que ver con lo que realmente ocurre en el universo, pero abre una dimensión de la realidad que no puede sino pasar desapercibida para la investigación científica.

Supongamos que tengo al fuego un cazo con agua hirviendo y alguien me pregunta por qué está hirviendo el agua. Puedo contestar que el agua hierve porque sus moléculas escapan a medida que se calienta el cazo. Es una explicación perfecta, pero no excluye otras. También puedo contestar que está hirviendo porque he encendido el fuego: otra explicación aceptable, pero que también permite seguir profundizando. En tercer lugar, puedo decir que está hirviendo porque quería hacerme un té… No tendría sentido decir que el agua hierve por la actividad molecular más que por mi deseo de tomar té, ni porque deseo tomar té más que porque he encendido el fuego

Razonando así, el profesor Hawking se esfuerza en negar su propia afirmación, y se expone a que actuemos en consecuencia. Cuando le vemos comunicarse a través de la voz metálica de un ordenador sentimos la tentación de decirle:

-Ese sonido que oigo procede de una máquina: sé cómo se produce y cómo se transmite. Hasta puedo expresarlo en términos matemáticos… Me temo, querido maestro, que tu existencia ya es sólo una hipótesis. Más aún: creo que no existes.

jueves, 2 de septiembre de 2010

MUNDO OCCIDENTAL Y MUNDO ISLÁMICO

La construcción en la Zona Cero de una mezquita genera una viva polémica, Gadafi augura un futuro en el que el Islam será la religión de Europa, el Partido Renacimiento y Unión de España aspira a implantarse entre nosotros guiándose por los principios rectores del Islam... Nadie puede negar que el asunto de las relaciones entre el mundo occidental y el mundo islámico requiere nuestra atención, pero inquieta la irresponsable despreocupación de algunas declaraciones a las que tenemos que asistir últimamente.
De entrada llama la atención en este planteamiento la falta de simetría: lo propio sería hablar de mundo cristiano y mundo islámico, porque no podemos poner en duda la consistencia medular cristiana de Europa sin exponernos al bochorno. Pero Europa hace dejación de su raíz cristiana mientras en los países islámicos se produce la situación contraria: hay grupos que no consienten que se ponga en duda su condición religiosa. Esta deformación de la realidad es uno de los factores que enturbia las relaciones.
Pero hay otros. El más poderoso es la ignorancia de la Historia, que tiende a interpretar lo nuevo en vista de lo viejo conocido. En esta cuestión éste es un factor decisivo, porque un vistazo detenido nos enseña que las diferencias entre esos dos mundos son más que superficiales. Y si no se conoce la historia es imposible saber a qué atenerse.
Para empezar, el árabe propiamente dicho es, estrictamente, la lengua en la que está escrito el Corán, la única que consideran adecuada para que el hombre se dirija a Dios. Por eso ha habido durante siglos una resistencia heroica a traducir el Corán a otras lenguas, y por eso la difusión del Islam ha conllevado la difusión de la lengua árabe, la arabización de los pueblos. Éste es el origen del concepto de "nación árabe", que no deja de ser algo irreal: no podemos olvidar que sólo una mínima parte de los musulmanes es árabe (piénsese en Turquía, Albania, la Unión Soviética, Irán, Afganistán, Pakistán, Bangladesh, la India, Indonesia, la China, el África negra,...) E incluso en los propios países árabes la arabización es muy heterogénea, en función de su composición étnica, su desarrollo técnico o la fecha de islamización. No hay más que ver todo lo que separa a Egipto de Arabia Saudí, o la misma Arabia Saudí de Siria, o de los países del Magreb. Y ni siquiera es un mundo bien avenido: desde las turbulencias entre Damasco y Bagdad, pasando por los reinos de Taifas de al-Ándalus, a las invasiones, a partir del siglo XI, de los reinos musulmanes de la península ibérica por otros musulmanes llegados del norte de África (almorávides, almohades, benimerines), por no hablar del hostil recibimiento que encontraron los que cruzaron el estrecho tras la caída del reino de Granada, hasta los enfrentamientos en nuestro tiempo: el Líbano, la guerra de Irán e Irak, o de Irak y Kuwait (en la que, por cierto, los países musulmanes se alinearon en uno u otro bando de una guerra que enfrentó a dos países árabes).
Hasta aquí lo que se refiere a la homogeneidad del mundo musulmán. Vamos ahora con sus relaciones con Occidente. La invasión musulmana del sur del Mediterráneo tuvo como consecuencia, en las tierras del norte, una resistencia activa a la islamización, es decir, a dejar de ser cristianas (especialmente evidente en nuestra península y en Constantinopla, en el otro extremo del Mediterráneo). Desde entonces estas dos formas de vida, Islam y Cristiandad, se afirman recíprocamente de forma polémica, "frente" al otro, por contraste con el otro.
Pero no es asunto casual, ni cuestión puramente política, sino que en el fondo subyacen dos antropologías de carácter contrario: el Islam es, en cierto sentido, un retroceso hacia el monoteísmo que no acepta el giro cristiano de Dios encarnado, y una negación de la herencia griega que establece una relación mutua, pero en esferas separadas, entre razón y religión. Y mientras el cristianismo va asentando y fundamentando la autonomía de la razón, culminada ya en el siglo XII, en el Islam no se puede proponer algo análogo sin atentar contra su propio meollo. De modo que, cuando a partir del s. XII, y, sobre todo, del XV, surgen el pensamiento científico y el incomparable desarrollo de la técnica, y se descubren enormes territorios a merced del mundo occidental, se rompen el equilibrio dinámico entre los dos bloques.
Occidente continúa su desarrollo hacia adelante, y descubre los "derechos fundamentales", que derivan de la propia naturaleza humana. Son, por eso, "universalizables", y, en esa medida, también los países musulmanes han ido adoptando los sistemas jurídicos europeos. Pero en donde el Islam supone el centro de la organización política (Arabia Saudí, Irán,...) esos sistemas jurídicos se perciben como sistemas “sin Dios” que atentan contra la fe, y, por lo tanto, contra la propia existencia del Estado; se perciben como algo "ajeno", y, efectivamente, lo son.
Resumiendo: Occidente ha venido ensayando incesantemente, ya desde Grecia, nuevas formas de convivencia, de conocimiento, de comportamiento ante el mundo y ante el "otro". Mientras tanto, el Islam ha permanecido, con pocas y breves excepciones, afincado en formas, estilos y actitudes (políticas, morales, culturales,...) que perduran sin apenas variación a lo largo de los siglos. Tenemos ante los ojos la Europa que pudo ser: el norte de África y Oriente Próximo eran territorios de larga tradición y cultura latina y cristiana, pero aceptaron con mínima resistencia la nueva religión, y las consecuencias duran hasta hoy. 
No es fácil convencerse de la posibilidad de mantener la forma de vida europea bajo gobiernos de inspiración islámica si de veras queremos acercarnos a la realidad que representan. El “Renacimiento y Unión de España” parece algo deseable, pero si el precio ha de ser renunciar al fruto de siglos de esfuerzo por conocer y mejorar la realidad, entonces es un precio que no podemos pagar. A nadie le interesaría. Basta comprobar que la creciente emigración entre esos dos mundos se produce exclusivamente en una dirección. ¿Por qué querrían transformar el mundo en el que han elegido vivir en algo semejante a lo que rechazaron al venir a nosotros? ¿Qué sentido tendría esa impertinencia, ese abuso de hospitalidad?
Es necesario instaurar una relación cordial, pero inteligente y enérgica, ante el mundo árabe y, en general, islámico. En primer lugar, porque es un mundo de gran amplitud, con el que hay que contar, y, en segundo lugar, porque es fuente de problemas y peligros, y, porque tenemos la vocación de atender a su prosperidad (y de evitar sus errores). Pero es también un mundo complejo, y no podemos reaccionar ante él de forma mecánica, abstracta, como reaccionando ante un nombre: debemos tener en cuenta esa complejidad y atender a la realidad concreta de que se trate: confundir dos realidades diferentes simplemente porque les damos el mismo nombre puede traer las más peligrosas consecuencias.
No tiene sentido mostrar hostilidad hacia el mundo islámico. Pero no podemos caer en la vieja falacia de rechazar la violencia “venga de donde venga”, cuya única virtud es favorecer al que da primero: no merecen el mismo trato la violencia del agresor y la reacción del agredido. Por eso, inmediatamente después de afirmar que no tiene sentido mostrar hostilidad, hay que añadir: a menos que la ejerzan contra nosotros. Porque sería mucho pedir -y sería pedir una estupidez- que nos fuera indiferente su actitud ante lo que somos. El odio a Occidente, su difamación, los esfuerzos dirigidos a eliminarlo, no deben ser tolerados, menos aún alentados o recompensados.

viernes, 27 de agosto de 2010

EL DIOS DE LOS ENFERMOS

Recientemente he tenido ocasión de asistir a una conferencia en la que un médico exponía sus experiencias como enfermo de cáncer y extraía de ellas conclusiones que podían ser útiles para los que le escuchábamos, médicos también todos nosotros. Y recuerdo que una de las afirmaciones que, aunque evidente y conocida de antemano, más me hizo pensar, fue que la diferencia entre él y nosotros era que nosotros todavía no teníamos cáncer.

Efectivamente, en una primera aproximación se puede decir que todo el que vive lo bastante acaba muriendo de cáncer, de modo que es ésta una enfermedad que nos aqueja a todos, a unos en forma actual, y a otros en esa forma especial que consiste en ir a padecerla. “Todos somos enfermos, unos ya y otros todavía no” podía ser el mensaje de aquella conferencia.

Y al oír esto vino a mi memoria una afirmación oída a propósito de un famoso pensador que, tras muchos años de hacer profesión de ateísmo, ante la proximidad de la muerte había experimentado una conversión profunda a Dios. El comentario pretendía desvalorizar su conversión, atribuyéndola al temor -“¡Bah, cuando se van a morir a todos les entra el miedo!”-, como si la proximidad de la muerte nos introdujese en un espejismo, como si nos alejase de la realidad.

La cuestión, efectivamente, es saber si esa inmediatez de la muerte desvirtúa la determinación de la voluntad o si, por el contrario, la sitúa en su lugar; si el sufrimiento, la angustia y el dolor sacan al hombre de su condición natural, o si es ésa precisamente la condición del hombre. Yo creo que no es necesario haber vivido muchos años o haber sufrido circunstancias excepcionalmente dolorosas para que nuestra propia experiencia nos ofrezca una respuesta clara: el hombre hace su vida desde la cuna entre aspiraciones, tensiones y deseos contradictorios, entre cosas que hace sin querer y pretensiones que no alcanza, rodeado siempre de limitaciones que lo condicionan, a veces decisivamente. Por debajo de las alegrías y satisfacciones que endulzan nuestra vida, escondida tras los fulgores momentáneos, subyace siempre la condición necesitada, menesterosa y débil del hombre, y eso nos hace comprender que nuestro conferenciante tenía razón, que el hombre enfermo somos todos, y que la perspectiva de quien se encuentra desasido de apoyos ante la muerte es, simplemente, la auténtica perspectiva humana. La proximidad de la muerte no nos aleja de la realidad, como quería hacer creer aquel comentario: lo que hace es, más bien, despojarnos del disfraz.

Es verdad que es fácil sentirse exultante y satisfecho cuando no tenemos experiencia del verdadero dolor y la vida es una fiesta. Pero cuando la fiesta se acaba, cuando entramos en últimas cuentas con nosotros mismos y nos hacemos la única pregunta que de verdad nos importa -“¿qué va a ser de mí?”-, entonces ya no nos sirven los viejos apoyos que dejamos atrás, unos apoyos que sólo nos sostienen a condición de que no necesitemos que nos sostengan. Lo que de verdad necesitamos en ese momento es un Amor cálido, profundo y total que nos sonría, nos abrace y nos conforte: lo que necesitamos entonces es al Dios de Abrahám, de Isaac y de Jacob, un Dios de vivos que tiene predilección por el menesteroso, que se enternece ante el necesitado; un Dios del que “no tienen necesidad los sanos, sino los enfermos”. Los enfermos. O sea, todos nosotros.

lunes, 16 de agosto de 2010

¿LA VERGÜENZA DE NUESTRO EJÉRCITO, ME HACE EL FAVOR?

Tenía que ocurrir, y ya ha ocurrido. Nuestro ejército ha expulsado de sus filas a una mujer por negarse a hacer unas pruebas físicas durante un embarazo de alto riesgo (1). Desde luego, no se puede dudar del escrúpulo con el que los miembros de la Junta de Evaluación han actuado en este caso: la ley es ley para todos, y todos somos iguales ante la ley. Nada, por tanto, que objetar. No hay que temer que se den situaciones de discriminación por razón de sexo, ni por ninguna otra razón, porque ya no hay razones para hacer distingos. No tenemos ya sexo, como tampoco edad, raza, religión, ni ninguna otra circunstancia que haga de nosotros personas individuales. No hay nada que nos diferencie del prójimo.

Para el que tiene la misión de dictar sentencia esto es particularmente sabroso, porque contemplar ante sí a una persona individual podría darle más trabajo, algo en que pensar y algún quebradero de cabeza. Se enfrenta, pues, al que tiene ante él como a una encarnación de Medusa, temiendo que si lo mira a los ojos acabará convertido en piedra. Y recurre, como Perseo, a un espejo que le proteja de su mirada. Lo malo es que ese espejo le devuelve la imagen de su propio rostro. Pero, bueno, no importa: está convencido de que todos los rostros son iguales.

En este caso está claro que no lo son. Quizá sería de sentido común aplazar las pruebas el tiempo razonable, pero todo el mundo puede comprender que si el Derecho fuera cosa de sentido común no habría que estudiar cinco años. Y a la vista está que el sentido común, aquí, brilla por su ausencia.

Otra cosa es la Justicia, o, mejor dicho, la justicia. Para nuestros abuelos, hacer justicia era una forma de ajustarse a la realidad. Pero tampoco es éste el caso: la realidad, por una vez, es manifiesta, y la sentencia de la Junta de Evaluación revela que no acaban de verse sacando adelante un embarazo, y que, en todo caso, la realidad debe someterse a la ley. La ley dice que hombres y mujeres somos iguales, y si hay alguien que no sea igual, peor para él. Digo, para ella.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? La evidencia de la realidad es tan palmaria que sólo se me ocurre pensar en la “obediencia debida”, en este caso, obediencia debida a la norma. Pero es ésta una norma que niega la realidad, y la realidad es lo más respetable del mundo, porque es tozuda y no puede desistir, de modo que acabamos dándonos de bruces contra ella. Mala cosa parece obedecer a una norma así.

Después de esta clara posición adoptada por el Estado, ¿cómo nos atrevemos a quejarnos de que a los ancianos y a las mujeres embarazadas no se les cede el asiento en el metro o en el autobús? Y otra cosa: ¿vamos a seguir empeñándonos en que nuestro Ejército está al servicio de la vida?

-¡Vaya, parece que nos han pillado en una mentirijilla!

-Bueno,… y ¿qué?
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(1)http://www.diarioinformacion.com/nacional/2010/08/16/ejercito-expulsa-embarazada/1035666.html

martes, 8 de junio de 2010

TODAVÍA NO QUIERE

sábado, 15 de mayo de 2010

EL ARTE DE LA MEDICINA

El ejercicio de la Medicina ha sido tradicionalmente considerado una ciencia y un arte: ciencia porque se apoya en unos conocimientos de la biología que no dejan de crecer, y arte, porque al acercarnos a la persona doliente nos acercamos a una realidad que sólo puede conocerse mediante la experiencia directa y personal, lo que se ha reflejado en el aforismo "no existen enfermedades, sino enfermos".

"En Medicina y en amor, no digas ‘siempre’ ni ‘nunca’ " nos enseñaban en la Facultad en tiempos menos relativistas que éstos. No se trata de "blanco o negro", hay infinidad de grises, y el médico, está obligado, en esta situación, a tomar una decisión según su leal saber y entender y teniendo siempre presente el bien del enfermo. Pero tenerlo presente no es garantía de alcanzarlo, y el azar se introduce en su quehacer profesional, que no es una ciencia exacta sino una rama de la Biología: algo abierto, inseguro, inestable, frágil.

Vienen estas consideraciones a propósito de una reciente sentencia que condena a un ginecólogo a pagar un millón de euros por la parálisis sobrevenida a una paciente (1). Y el motivo que se indica es "mala praxis" por no haber informado de ese riesgo en la administración de un fármaco. Vaya por delante mi convicción de que la paciente no debe quedar abandonada a su suerte: tenemos la obligación de ayudarla en su situación, y hay formas adecuadas para ello. Pero dicho esto, inmediatamente hay que recordar que del hecho de que haya ocurrido un accidente no se deduce la existencia de una culpa. Sólo podemos ser responsables del mal que procuramos, y del que podemos razonablemente esperar y no evitamos. Y en este punto, la palabra clave es "razonablemente".

La Medicina está siempre expuesta a un accidente, y la primera ocasión puede ser la ocasión fatal: la desgracia no siempre es previsible. Claro está que esto no tiene por qué saberlo un juez, un juez no es un médico. Pero, precisamente por eso, la prudencia aconseja dejarse asesorar por quienes sí lo son. En este caso parece ser que no han tenido peso suficiente los informes exculpatorios emitidos por distintas especialidades, y por la propia Agencia Estatal del Medicamento. Si se desprecia la opinión de los expertos, desde luego, eludimos el peligro de corporativismo, pero también se hace más difícil emitir un juicio responsable.

Se argumenta que, dada la gravedad de la complicación, por muy improbable que sea, debe exigirse un consentimiento informado antes de administrar el fármaco. Podría ser. Pero, en tal caso, habrá que exigirlo igualmente para productos con complicaciones igual de graves y más probables, algunos de los cuales –estoy pensando, por ejemplo, en la aspirina o los anovulatorios, por no hablar de la píldora del día siguiente- se consiguen hoy no sólo sin hoja de consentimiento informado, sino directamente sin necesidad de pasar por el médico.

Conozco personalmente al ginecólogo castigado con esta sentencia. Hace más de veinte años que trabajo en el mismo hospital que él, y soy testigo de su calidad humana y profesional. No trabaja a la ligera, y su preocupación por sus pacientes no termina cuando deja de tenerlas delante: todavía en estos momentos tan duros para él, no se despreocupa de reclamar el resultado de un análisis que se demora. Desde luego, lo que menos cuadra con él es el calificativo de "negligente".

Termino ya. Y quiero hacerlo recordando que el médico y el enfermo juegan en el mismo equipo, que no son rivales. Pero esto, que lo sabemos todos, puede perderse de vista ante la desgracia repentina por la tendencia a buscar un responsable sobre el que vaciar nuestro dolor y nuestra rabia. Se puede comprender sin dificultad, pero si nuestra sociedad no se esfuerza en discernir con más cuidado, la consecuencia será una Medicina a la defensiva en la que el médico se tentará muy bien la ropa antes de tomar una decisión. Y nada bueno puede salir de ahí.
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(1) El País, 3 de mayo de 2010.

domingo, 4 de abril de 2010

El LODO EN LA SOTANA

Abrimos el periódico y parece que buscamos nuevos titulares sobre otro caso de pedofilia de sacerdotes, las autoridades de la Iglesia no dan abasto para desmentir o dar unas explicaciones que a pocos parecen convencer, nos acostumbran a relacionar sacerdocio con homosexualidad y pedofilia… Todo esto no podemos asumirlo y pasar a otro asunto: merece una reflexión detenida.
Pastores consagrados de la Iglesia aparecen, de pronto, como ejemplo de incontinencia sexual y de comportamiento homosexual y pedófilo, es decir, un compendio de todo lo que rechaza la Iglesia en materia sexual. ¿Cómo ha sido posible? Porque nadie que quiera entender la realidad puede tomarse en serio la afirmación de que esos comportamientos son consecuencia de su pertenencia a la Iglesia, que predica exactamente lo contrario desde hace dos mil años. Y tampoco puede relacionarse con el compromiso de celibato: después de una fase de abstinencia sexual uno no deja de soñar con mujeres atractivas y empieza de repente a soñar con menores: en este campo, para un varón heterosexual los niños carecen de interés. Pero es que, además, la promesa de vivir el celibato no la hacen los sacerdotes hasta los 25 ó 30 años, cuando la identidad sexual está ya plenamente formada.
El profesor Hans-Ludwig Kröber, director del Instituto de Psiquiatría Forense de la Universidad Libre de Berlín, uno de los más prestigiosos profesores de su especialidad en Alemania, que en su juventud militó en el Partido Comunista, y que se proclama públicamente ateo, ha declarado: “Naturalmente que siempre es posible combatir el celibato y defender el punto de vista de Lutero; pero, en vista de que los delincuentes de abusos sexuales con menores son extraordinariamente raros entre las personas celibatarias, no puede decirse que el celibato es la causa de la pedofilia. El típico pedófilo no es en ningún caso una persona que se esfuerza por vivir la abstinencia sexual”.
Entonces, si no surgen del celibato, y si la identidad sexual se forja en los años de la adolescencia, ¿dónde está el origen de estas conductas? Yo creo que la respuesta hay que buscarla, más que en su condición sacerdotal o religiosa, en la sociedad en la que se desenvuelve. ¿Cómo contempla esa sociedad la sexualidad humana? Desde luego, no bajo el prisma de principios cristianos: primero la Ilustración y después la Revolución Francesa separaron la moral de la religión. Jeremy Bentham y John Stuart Mill identificaron el bien con el placer. En el siglo XIX, Frederick Engels planteó la ruptura de la relación heterosexual tradicional como la primera fase de la lucha de clases, y, ya en el siglo XX, Freud concedió a la sexualidad una importancia determinante en la configuración de la personalidad, aunque aceptaba la necesidad de controles y normas para que no se imposibilitase la civilización.
En el último siglo, las ideas marxistas y freudianas han sido radicalizadas por autores-icono, de los que son paradigma Wilhelm Reich y Herbert Marcuse, el primero por su promoción de la satisfacción sexual plena sin condicionamientos, y el segundo por su oposición a cualquier ordenamiento de la sexualidad, sea familiar, moral o social. A esto hay que añadir los trabajos de Alfred Kinsey, que defendió la “naturalidad” de la homosexualidad y de la sexualidad de menores. Hoy sabemos que la investigación de Kinsey estuvo sesgada, y que incluso se permitió “experimentos” sexuales inauditos con niños, pero nada de eso ha importado realmente.
Actualmente, la propia sociedad civil ha puesto en marcha una iniciativa legislativa para tolerar las relaciones sexuales con menores si se da consentimiento por parte de éstos, hace retroceder la edad por debajo de la cual una persona deba considerarse “menor” en lo que se refiere a materia sexual y facilita el ejercicio irresponsable de la sexualidad entre jóvenes incluso al precio de su propia salud.
Claro está que el impulso sexual es poderoso, pero cuando la personalidad se forja en estas circunstancias y no se fortalece la voluntad para gobernarlo adecuadamente su poder parece multiplicarse. Y no es de extrañar que la sexualidad acabe erigiéndose en rector de la conducta. ¿Podemos sorprendernos si después nos encontramos con adultos que no han aprendido a dominar su impulso sexual y que buscan su satisfacción sin parar en trabas externas? Aquellos polvos nos han traído estos lodos.
No, ésta no es la cultura de la Iglesia, sino la de nuestra sociedad laica, una cultura que la Iglesia viene combatiendo desde hace dos mil años.

jueves, 1 de abril de 2010

"POVERA E NUDA VAI,..."

Su Santidad el papa Benedicto XVI se dispone a celebrar la Pasión del Señor bajo el signo de la persecución: el pasado día 24 Laurie Goodstein publica en el New York Times un extenso artículo con la documentación pertinente en el que se implica al Precepto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que entonces –entre 1996 y 1999- era el Cardenal Ratzinger, en el silenciamiento y amparo del sacerdote Lawrence Murphy, acusado de puede que hasta 200 abusos sexuales entre los años 1950 y 1974.

Las acusaciones que entonces se produjeron fueron desoídas tanto por las autoridades civiles como por los superiores del sacerdote, que se limitaron a trasladarlo a otra diócesis. Pero, de pronto, más de 20 años después, en 1993, un nuevo flujo de denuncias, lleva a Mons. Weakland, arzobispo de Milwaukee, a hacer que lo examine una asistente social especialista en paidófilos, que, tras celebrar con Murphy tres entrevistas, declaró en su informe que el sacerdote había reconocido los hechos y no mostraba arrepentimiento.

La periodista nos cuenta que Mons. Weakland, sin embargo, no intentó que Murphy fuera excluido del ministerio sacerdotal hasta julio de 1996, cuando escribió dos cartas sobre el caso al Cardenal Ratzinger, cartas que éste no contestó. Sólo al cabo de ocho meses, en marzo de 1997, el secretario de la Congregación, Tarcisio Bertone –actualmente Cardenal Secretario de Estado– indicó que abriera un proceso canónico contra Murphy.

Goodstein no explica, quizá porque no lo sabe, por qué llegó el caso Murphy a la Santa Sede: Weakland supo, en las diligencias previas, que algunos de los delitos denunciados eran de solicitación, o sea, cometidos en el confesonario, y que, en ese caso, caían bajo la jurisdicción de la Congregación que dirigía Ratzinger, por lo que no tuvo otra opción que paralizar el proceso hasta conseguir de ella la autorización necesaria. Y cualquiera que fuera la razón por la que la carta no fue contestada en seguida, la comunicación entre ambas partes no falló, pues, como se puede leer en la documentación que aporta la propia Goodstein, en noviembre del mismo 1996, cuatro -¡no ocho!-meses después de la primera notificación a Ratzinger, ya estaba en marcha de nuevo el proceso.

Pero la historia tiene más enjundia: en la carta de marzo de 1997, Bertone señaló que, para la investigación y juicio de estos delitos, debían aplicarse las normas vigentes cuando se cometieron –una Instrucción de 1962- por lo que era preciso reiniciar el procedimiento. A raíz de eso, el Tribunal encargado se percata de que, de acuerdo con aquella Instrucción, el obispo competente es el de la diócesis de residencia del acusado, lo que obliga a cerrar el caso en Milwaukee y pedir a Mons. Fliss, obispo de Superior, que abra otro. Mons. Fliss abre proceso contra Murphy en diciembre de 1997.

Todo ello es ajeno a ningún interés cómplice en la Congregación que dirigía Ratzinger. El hecho de que se haya producido un retraso no deseado por la invalidación sucesiva de dos procesos se debe solamente a que la voluntad del juzgador se somete a la ley; ¿alguien propone lo contrario?

Nos cuenta después Goodstein que Murphy escribió a Ratzinger en enero de 1998 -al mes de abrirse el caso en Superior- para solicitar que se abandonara el proceso abierto contra él, alegando que su edad era avanzada y su salud frágil, y que las normas canónicas fijaban el plazo de un mes entre la comisión del delito y el inicio de un proceso. La periodista reprocha que, tras esta apelación, Bertone “detuvo” el proceso.

La verdad es que la cosa no fue repentina: Bertone, como es natural, no podía detenerlo, lo que podía era trasmitir al tribunal que juzgaba el caso las alegaciones del acusado, y eso fue lo que hizo en el mes de abril, recomendando, eso sí, que se tuvieran en cuenta; los cargos fueron, finalmente, retirados en agosto de 1998, mes en el que falleció Murphy.

Hay un dato más que hace pensar que sin Ratzinger por medio no habría historia, y que pone en tela de juicio la honradez profesional de la periodista: el propio Weakland, en su escrito a Ratzinger de julio de 1996 consultó sobre otro caso antiguo de sacerdote acusado de abusos de menores, cuyo proceso se autorizó igualmente, y que terminó con la condena y exclusión del acusado del estado clerical. Si Goodstein, como parece, conoce los documentos que cita, debió conocer también este asunto. Pero lo ha silenciado, en vista de que su conclusión echaría por tierra el escandaloso titular que le sirve de lanzadera: “El Vaticano rehusó expulsar a un sacerdote de EE.UU. que abusó de niños”. Pobre y desnuda anda la verdad.