Ha pasado ya el tiempo necesario para hablar de ello con cierto sosiego. Ha sido la noticia nacional que más comentarios ha despertado por parte de todos el pasado mes, y por parte de todos ha sido duramente contestado. Sánchez Dragó declaraba sin tapujos su aventura sexual con menores japonesas, que luego ha querido teñir de obra literaria: el papel lo aguanta todo.
Todos esperábamos que hubiera sido cesado de su puesto en la televisión pública madrileña: la apología que hacía del sexo con menores parecía justificarlo. Pero quienes pueden tomar esa decisión no comparten este punto de vista. La presidente Aguirre ha sido la primera que, tras considerarlo género literario, se escabullía entre bambalinas mientras apuntaba con el dedo a los directivos de Telemadrid.
No hay que ser un lince para comprender que para tener una vida sexual sana es necesario haber alcanzado cierto grado de madurez; de lo contrario, la persona se convierte en pasto de los demás. Tienen toda la razón los dirigentes del PSOE cuando afirman que las palabras del escritor son “un ataque contra todos a los que nos parece execrable que haya presumido de haber mantenido relaciones sexuales con dos menores", y que "es absolutamente inadmisible que un tipo que presume de haber mantenido relaciones sexuales con niñas de 13 años aparezca en una empresa pública de comunicación”.
¡Albricias! He aquí que la condena de la pedofilia, la defensa del menor, viene hasta nosotros de la mano, como debíamos esperar, del partido que se presenta como defensor del más débil. Es verdad: es absolutamente inadmisible mantener con dinero público, que es dinero nuestro, a quien manifiesta a las bravas las excelencias del abuso sexualmente explícito con menores.
La pena es que todo este escándalo parece farisaico. Habría que recordarle a todos aquellos que se rasgan las vestiduras que la edad de consentimiento sexual en España son los 13 años. En Japón, a lo mejor, es pedofilia, pero aquí, si hay libre consentimiento, no pasa nada. Así está la ley. Y aún hay más. En este mismo año, el PNV propuso subir la edad de consentimiento sexual de los 13 a los 16 años, y el partido gobernante se negó en redondo a modificar el Código Penal. El mismo partido que promueve el consumo libre de la píldora del día siguiente como si se tratase de pastillas para la tos, el mismo partido que defiende el aborto libre para menores sin conocimiento de quien más interés tiene en su bienestar, sus propios padres. Tanta preocupación por las japonesas no me parece mal; pero las españolas, ¿no merecen también la preocupación de nuestros gobernantes?
No deberíamos echarnos las manos a la cabeza si después de tanta “salud sexual y reproductiva” nos encontramos con noticias como ésta. Convendría recordar los viejos versos gongorinos “¿De quién me quejo con tan grande extremo / si ayudo yo a mi daño con mi remo?”