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miércoles, 11 de septiembre de 2013

HAGAN JUEGO, SEÑORES


 Cuando una bella y distinguida hipótesis es asesinada por una fea y vulgar realidad hay que prescindir de la realidad, eso lo sabe todo el mundo. Y eso es lo que debieron pensar los legisladores de Iowa, que han decidido conceder a los ciegos licencia de armas de fuego argumentando que cercenar los derechos de una persona simplemente por ser ciega es discriminatorio y ellos no están por la labor. Bien se comprende que tienen toda la razón. ¿No es pan suyo de cada día que algún chiflado se líe a tiros y cercene el derecho a vivir de los alumnos de cualquier instituto? Y se trata de personas que disfrutan de toda su capacidad visual. Cualquier disparate que se nos ocurra –habrán pensado – sólo puede significar una mejora. 

Cualquier persona en su sano juicio puede comprender que andarse ahora con tiquismiquis y privar a un pobre ciego de disfrutar de su arma de fuego por un quítame allá esas pajas es cosa frívola que no debe entretener el buen hacer de unos legisladores serios. ¿No habíamos quedado en que todos los hombres son iguales? Pues ya está. Yo creo que ya he visto algo parecido en alguna película disparatada, pero ahora mismo no recuerdo en cuál . No importa, no tenemos más que pasarnos por Iowa para sentir que asistimos al rodaje de un disparate semejante: la realidad imita al arte. 

Lo que no se entiende muy bien es por qué se impide conducir un automóvil a quien está en las puertas del coma etílico, cuya posibilidad de salir ileso son aproximadamente las mismas que las que tiene un mirón inocente de regresar sano y salvo a casa si anda en las proximidades de ese pistolero ciego.  

Se pone de manifiesto que no hay más que dos clases de legisladores: los que tienen en cuenta la realidad y los que no; los que consideran que la realidad es lo más respetable del mundo y conviene conocerla y contar con ella, y los que prefieren vivir en un mundo ficticio, en el que la realidad se pliega sus deseos. Era cuestión de tiempo que saltara a los periódicos una noticia así, que nadie venga ahora echándose las manos a la cabeza. Estamos en éstas desde el día en que se recordó que todos los hombres son iguales pero dejó de recordarse bajo qué punto de vista son iguales. 

¿Quién ha dicho que los políticos no están en contacto con la realidad? Lo que hacen es corregirla. Mejorándola, sin duda. Hace mucho tiempo ya –cuando entonces- se decía que la justicia consistía en ajustarse a la realidad, en ceñirse a ella. Vivir con los ojos abiertos y poner en marcha el sentido común, eso era todo lo que se necesitaba. Así era muy fácil reglamentar la convivencia, cualquiera podía hacerlo. Hoy, en cambio, ni vivir con los ojos abiertos ni usar el sentido común tienen buena prensa: la realidad ha dejado de ser interesante y preferimos sustituirla por otra cosa menos resistente, menos áspera. Qué duda cabe que, de este modo, la cosa de la gobernación se complica, pero también se vuelve mucho más emocionante, dónde va a parar: la gracia está en la aventura,  lo inesperado, el riesgo que salta detrás de una mata y nos pilla por sorpresa. Un ciego con una pistola es una ruleta rusa corriendo por las calles, es verdad. Pero es una ruleta, al fin y al cabo.  

Hagan juego, señores.

martes, 10 de septiembre de 2013

ERA CUESTIÓN DE TIEMPO


Los legisladores del estado de Iowa acaban de reconocer a los ciegos el derecho a tener armas de fuego con el argumento es que no se pueden limitar los derechos de nadie por el simple hecho de ser ciego. Es el rechazo de la evidencia a favor de una idea, la dura realidad cede el paso a una dulce abstracción. Me ha venido a la cabeza Unamuno, que se lamentaba de que habíamos sustituido al “hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere –sobre todo muere- el que come, y bebe, y juega, y duerme, y piensa, y quiere: el hombre al que se ve y a quien se oye”, por una abstracción que “no es de aquí o de allí, ni de esta época o de la otra, que no tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir, un no-hombre”.

Cuando, en los nacientes Estados Unidos de 1776, hablaban de unos “derechos inalienables” dados al hombre por su Creador, no pensaban, en principio, en los habitantes de las trece colonias de finales del siglo XVIII, sino en todos los hombres. Igual que los revolucionarios franceses de 1789, que, cuando proclamaron los derechos del hombre y del ciudadano, se referían a cualquier hombre y a cualquier ciudadano. Y lo mismo que hizo la ONU en 1947, y todas las declaraciones que han venido después: no se referían a los hombres de un lugar determinado, o de un período de tiempo concreto, sino a “todos los hombres” en general, es decir, a “no-hombres”, como diría Unamuno.

Y, sin embargo, ninguna de estas declaraciones tuvo lugar en el vacío, todas han sido “históricas”, ligadas a unas circunstancias concretas –so pena de quedarse en documento puramente utópico-, y la mayoría de los derechos que hoy enumeramos no tendrían sentido en otros tiempos -y, desde luego, no serían realizables-, porque dependen de un sistema de valores generalmente aceptado, y de un conjunto de posibilidades reales.

Podría ser que la decisión tomada en Iowa estuviese justificada, pero eso es lo que habría que mostrar, no se puede dar por descontado. Y el argumento empleado no acaba de ser convincente: es como decir que no se puede impedir a nadie pilotar aviones de combate simplemente por ser epiléptico, que eso es discriminatorio. Hombre, vamos a ver: la discriminación no la hace la ley, ya está hecha por la naturaleza: la ley lo único que hace es reconocer esa realidad, y actuar conforme a ella. Lo contrario no es más que derecho desiderativo.

El derecho desiderativo toma el deseo como sustituto del derecho. Cuando oímos hablar a alguien de su pretendido derecho a… (lo que sea), lo que se comprueba con frecuencia es que no se trata más que de un deseo ascendido a derecho, un deseo con galones que no son suyos. Esto es así tanto para algo tan aceptado como el pretendido “derecho a tener un hijo” –un hijo es un don, y un don es siempre algo gratuito, inmerecido e inmerecible- como para el “derecho a empadronarse en Montecarlo” o el “derecho a lucir las joyas de la Corona”, que a nadie se le pasa por la cabeza “exigir” –de momento-. No tenemos derecho a todo lo que deseamos. Otra cosa es que no se pueda desear. Se puede, pero eso es otra cosa.

“La abstracción es el terror puesto en marcha”, decía Fichte. Reclamar derechos sin pensar en las circunstancias que lo hagan posible es la más peligrosa de las abstracciones, porque pone una pistola en las manos de quien no ve dónde dispara, o los mandos de un avión de combate en las de alguien que no controla sus movimientos. Pero no es más que la misma pendiente que ya recorrimos entera el día en que se decidió legislar sin atención a la realidad.

No, no tenemos derecho a  cualquier cosa que se nos ocurra, los derechos, como todo, deben mostrar su fundamento. Y el sujeto de derechos sólo es el hombre: todo lo demás (los paisajes, los animales, las obras de arte,…) no son sujeto de derechos, sólo son el objeto de esa carta de deberes humanos que está por proclamar.