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martes, 10 de septiembre de 2013

ERA CUESTIÓN DE TIEMPO


Los legisladores del estado de Iowa acaban de reconocer a los ciegos el derecho a tener armas de fuego con el argumento es que no se pueden limitar los derechos de nadie por el simple hecho de ser ciego. Es el rechazo de la evidencia a favor de una idea, la dura realidad cede el paso a una dulce abstracción. Me ha venido a la cabeza Unamuno, que se lamentaba de que habíamos sustituido al “hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere –sobre todo muere- el que come, y bebe, y juega, y duerme, y piensa, y quiere: el hombre al que se ve y a quien se oye”, por una abstracción que “no es de aquí o de allí, ni de esta época o de la otra, que no tiene ni sexo ni patria, una idea, en fin. Es decir, un no-hombre”.

Cuando, en los nacientes Estados Unidos de 1776, hablaban de unos “derechos inalienables” dados al hombre por su Creador, no pensaban, en principio, en los habitantes de las trece colonias de finales del siglo XVIII, sino en todos los hombres. Igual que los revolucionarios franceses de 1789, que, cuando proclamaron los derechos del hombre y del ciudadano, se referían a cualquier hombre y a cualquier ciudadano. Y lo mismo que hizo la ONU en 1947, y todas las declaraciones que han venido después: no se referían a los hombres de un lugar determinado, o de un período de tiempo concreto, sino a “todos los hombres” en general, es decir, a “no-hombres”, como diría Unamuno.

Y, sin embargo, ninguna de estas declaraciones tuvo lugar en el vacío, todas han sido “históricas”, ligadas a unas circunstancias concretas –so pena de quedarse en documento puramente utópico-, y la mayoría de los derechos que hoy enumeramos no tendrían sentido en otros tiempos -y, desde luego, no serían realizables-, porque dependen de un sistema de valores generalmente aceptado, y de un conjunto de posibilidades reales.

Podría ser que la decisión tomada en Iowa estuviese justificada, pero eso es lo que habría que mostrar, no se puede dar por descontado. Y el argumento empleado no acaba de ser convincente: es como decir que no se puede impedir a nadie pilotar aviones de combate simplemente por ser epiléptico, que eso es discriminatorio. Hombre, vamos a ver: la discriminación no la hace la ley, ya está hecha por la naturaleza: la ley lo único que hace es reconocer esa realidad, y actuar conforme a ella. Lo contrario no es más que derecho desiderativo.

El derecho desiderativo toma el deseo como sustituto del derecho. Cuando oímos hablar a alguien de su pretendido derecho a… (lo que sea), lo que se comprueba con frecuencia es que no se trata más que de un deseo ascendido a derecho, un deseo con galones que no son suyos. Esto es así tanto para algo tan aceptado como el pretendido “derecho a tener un hijo” –un hijo es un don, y un don es siempre algo gratuito, inmerecido e inmerecible- como para el “derecho a empadronarse en Montecarlo” o el “derecho a lucir las joyas de la Corona”, que a nadie se le pasa por la cabeza “exigir” –de momento-. No tenemos derecho a todo lo que deseamos. Otra cosa es que no se pueda desear. Se puede, pero eso es otra cosa.

“La abstracción es el terror puesto en marcha”, decía Fichte. Reclamar derechos sin pensar en las circunstancias que lo hagan posible es la más peligrosa de las abstracciones, porque pone una pistola en las manos de quien no ve dónde dispara, o los mandos de un avión de combate en las de alguien que no controla sus movimientos. Pero no es más que la misma pendiente que ya recorrimos entera el día en que se decidió legislar sin atención a la realidad.

No, no tenemos derecho a  cualquier cosa que se nos ocurra, los derechos, como todo, deben mostrar su fundamento. Y el sujeto de derechos sólo es el hombre: todo lo demás (los paisajes, los animales, las obras de arte,…) no son sujeto de derechos, sólo son el objeto de esa carta de deberes humanos que está por proclamar.