miércoles, 3 de diciembre de 2014

GRACIAS POR SONREÍR



No es posible negar que estamos en una época en que lo mezquino, lo chabacano, tiene una presencia pública como nunca había tenido. Asistimos con normalidad y constantemente a ejemplos de intolerancia, de egoísmo, de deslealtad, de soberbia, tonos exaltados, exabruptos, críticas que no muestran su justificación: se impone lo desagradable, lo antipático, ha desaparecido de nuestro entorno común lo noble y hermoso, lo atractivo.  

Aún no está muy lejos el tiempo en que los personajes públicos -de la política, del mundo de la comunicación, del arte,...- eran ejemplos de cualidades valiosas, que parecían atractivas: su simpatía, su resolución, su constancia, merecían ser imitados. Nos atraía su manera de ser, las cualidades que eran evidentes. La sociedad mostró su preferencia por ellos, se decidió por aquel estilo vital, y el paso del tiempo ha confirmado lo acertado de aquella preferencia.

La mezquindad, lo miserable, no es cosa nueva, lo ha habido siempre. La novedad reside en el aprecio que recibe, en la adhesión a estas formas de mal humor, de talante agrio y desabrido. La novedad reside en el odio a la excelencia, en la persecución de los valores humanos. Si aparece una figura nueva en el escenario, podemos estar seguros de que no tardará alguien en salpicarla con algún rumor que le perjudique, que señale que también esa persona podría tener su lado oscuro, y se insistirá en ello hasta convencer a la víctima que es mejor acabar cuanto antes confesando cualquier tropiezo, que será cuidadosamente magnificado. Parece que somos incapaces de apreciar lo bueno que hay en los demás, que se nos atragantan las cualidades favorables ajenas, y hasta escondemos las que podamos tener nosotros; nos avergüenzan, procuramos que no se noten.

Pero este comportamiento es insincero, una impostura: en la vida privada, la vida concreta de cada uno, siguen resultando atractivos los rasgos que públicamente se denigran. La simpatía no ha dejado de atraernos: cuando la contemplamos agradecemos siempre su presencia, la echamos de menos cuando falta. Es la mejor tarjeta de visita. Una persona simpática siempre juega con ventaja: tenemos más indulgencia para sus defectos, más tolerancia para sus errores. Puede parecer injusto, pero no creo que lo sea: tras la simpatía adivinamos la profunda bondad que la sustenta, el fondo luminoso del que nace.

Tenemos  que manifestar públicamente el aprecio que sentimos por lo que nos parece valioso, y rechazar públicamente lo que nos parece rechazable. Lo contrario no es más que una forma de falsificación, vivir una mentira. Y eso genera, en primer lugar, descontento, una sensación profunda de frustración. Pero es que, además, cierra el horizonte.

 El prestigio de lo negativo es una de las actitudes menos inteligentes y más dañinas que podemos adoptar. La forma en que miramos la realidad resulta decisiva porque condiciona nuestro futuro: fijarnos en los aspectos positivos y favorables hace que nos sintamos capaces de emprender tareas que difícilmente se afrontan cuando sólo vemos inconvenientes y defectos. Pero si se extiende la impresión de que todo está torcido terminaremos por desconfiar de nuestras posibilidades, y nos imposibilitaremos para llevar a cabo labores que permitan sacar lo mejor de nosotros.

Fray Luis de León, al que no faltaron graves desazones, comenzaba su “Oda a Salinas” con unos versos que expresan lo que quiero decir: El aire se serena /y viste de hermosura y luz no usada, /Salinas, cuando suena / la música estremada, / por vuestra sabia mano gobernada”.  La vida ‑todos lo sabemos‑ está sembrada de penas y sufrimientos, y a menudo tenemos que vivirla a contracorazón. Por eso, intentemos aliviar con nuestra presencia tanto dolor escondido. Una palabra cercana y cordial, una mirada alegre y sincera, una sonrisa cálida y profunda levantan el ánimo, curan las heridas y nos dan nuevas fuerzas y nuevas esperanzas cuando las hemos perdido, de eso todos tenemos experiencia. Serenar el aire es la condición para contemplar la realidad con ojos nuevos, inocentes, que es la única forma de ver con claridad. Los siguientes versos de la Oda lo descubren: A cuyo son divino / el alma, que en olvido está sumida, / torna a cobrar el tino / y memoria perdida / de su origen primera esclarecida. / Y como se conoce, / en suerte y pensamientos se mejora; / el oro desconoce, / que el vulgo vil adora, / la belleza caduca, engañadora”.

Y como se conoce, / en suerte y pensamientos se mejora”. Es una virtud valiosa y escondida esa de hacer que el aire se serene, que el corazón se remanse y el alma se esponje agradecida. Y no hay nadie que no pueda alcanzarla. Francisco Salinas, ciego desde los 10 años, supo serenar desde su oscuridad la vida de Fray Luis.

Una experiencia común de la vida diaria es que sólo encontramos lo que vamos buscando. Podemos pasar de largo ante asuntos de importancia, simplemente porque lo que tenemos en la cabeza en ese momento es otra cosa. Eso es lo que ocurre también en estos asuntos. Magnificamos el caso desgraciado hasta no ver más que casos desgraciados. La belleza, la nobleza, pasan desapercibidas y sin discípulos; el lado soleado de la vida queda lejos, y nuestra existencia trascurre en un paisaje inhóspito y frío, en el fondo, profundamente hostil, en el que la felicidad es inalcanzable.

El mal humor destiñe y tizna, la simpatía despeja el horizonte y abre posibilidades nuevas. Urge una campaña por la simpatía. Gracias por sonreír.

jueves, 13 de noviembre de 2014

LA CONQUISTA DEL COMETA Y EL ORIGEN DE LA VIDA


 La llegada de la sonda Philae al cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko ha despertado en la prensa la esperanza de descubrir el origen de la vida, dando por sentado que demostrar que son los meteoritos los que aportaron a nuestro planeta el agua necesaria para ello es lo mismo que establcer la forma en que surgió la vida.

Esta aventura comenzó en 1953 en la Universidad de Chicago, donde Stanley Miller, alumno de doctorado de Harold Urey, llevó a cabo un célebre experimento en el que reprodujo en un matraz las condiciones supuestas de la atmósfera primitiva (vapor de agua, metano, amoníaco e hidrógeno) y la sometió a descargas eléctricas en un intento de reproducir la situación de nuestro planeta durante sus primeros mil millones de años de existencia, en los que la inestabilidad geológica y los frecuentes impactos de meteoritos eran la norma. Miller consiguió de esta forma sintetizar diecinueve sustancias orgánicas elementales, incluyendo cuatro aminoácidos, que son las piezas básicas que forman las proteínas.

Algunos años después, en 1961, el español Juan Oró llevó a cabo experimentos análogos en la Universidad de Houston: trabajando con una “sopa” de agua, ácido cianhídrico y amoníaco sintetizó algunos otros aminoácidos y aportó un elemento nuevo: la adenina, que está presente en los nucleótidos -los elementos que componen la cadena del ADN- y es pieza fundamental para la producción y manejo de energía en la célula y para el control de numerosas funciones celulares. La euforia se disparó en el mundo científico de la época, seguros de tener al alcance de la mano la síntesis de vida artificial.

Pero aquí terminan las buenas noticias: dejando aparte el hecho de que hoy se considera que las sustancias que reunió Miller en su matraz tienen poco que ver con las que existían realmente en la atmósfera primitiva, lo cierto es que hay muchos aminoácidos que aún no se han podido sintetizar, y, desde luego, no se ha podido ensamblar la adenina (y otras bases similares) con azúcares y fosfatos para formar los nucleótidos del ADN. Aunque la literatura de divulgación científica deja creer al lector que los demás componentes básicos de los seres vivos, que son centenares, aparecen sin más por estos procedimientos, lo cierto es que no sólo es problemática la síntesis de los productos que se obtienen, sino que las condiciones necesarias para la síntesis de algunos de ellos impiden la síntesis de otros.

En 1991, el propio Stanley Miller aseguraba: “El origen de la vida ha resultado ser más complicado de lo que muchos suponíamos”. Unos años más tarde, en 2000, alguien preguntó a Werner Arber, Premio Nobel de Medicina por sus trabajos sobre los enzimas de restricción –que fragmentan el ADN- qué es la vida. “No puedo contestar a esa pregunta –dijo-. No entiendo cómo todas esas moléculas han podido juntarse inicialmente para formar esos organismos unicelulares o multicelulares. Simplemente, no lo comprendo. Estoy lejos de entender lo que es la vida”. Y cuando en 2003 le preguntaron a Christian de Duve, Premio Nobel de Medicina por sus trabajos sobre la endosimbiosis –teoría que considera que determinados orgánulos celulares con membrana, como las mitocondrias, fueron en otro tiempo células primitivas autónomas que se quedaron a vivir dentro de otras- en qué punto estábamos de la comprensión del origen de la vida, respondió: “No estamos en ningún punto, no sabemos nada”, y realizó un llamamiento para rechazar teorías “basadas en probabilidades tan incomparablemente pequeñas que sólo pueden considerarse “milagros”, fenómenos que se alejan del ámbito de la investigación científica”.

¿Cómo de pequeñas son esas probabilidades? Para ilustrar esto, el astrónomo Arthur Eddington propuso un ejemplo que se ha hecho clásico: si cien mil chimpancés manipulasen un teclado al azar durante el tiempo suficiente, acabarían escribiendo todo lo que almacena la Biblioteca Nacional británica. El punto clave aquí es “durante el tiempo suficiente”. Pero parece ser que no disponemos de "el tiempo suficiente": hoy, que, con los potentes ordenadores actuales, los matemáticos pueden concretar algo más, Michael Starbird, experto en teoría de probabilidades, asegura que mil millones de chimpancés tecleando una vez por segundo una combinación de 18 letras durante los 13.700 millones de años que tiene el universo tendrían una posibilidad entre mil millones de escribir “En un lugar de la Mancha”. ¿Cuánto tiempo sería necesario para hacer que surgiera, por azar, la enorme complejidad, estructural y funcional, de, pongamos,… la membrana celular?

viernes, 10 de octubre de 2014

NUNCA BAILARON JUNTOS


En poco tiempo nos hemos encontrado con dos noticias relacionadas con las “técnicas de reproducción asistida”: la primera contaba que una pareja australiana había pagado a una mujer tailandesa para que fuese inseminada y llevase a cabo la gestación de la que resultaron dos hermanos gemelos: Pipah, una niña sana que ya está en Australia con su padre y la mujer de éste, y Gammy, un niño con síndrome de Down, que no fue aceptado por su progenitor y quedó con su madre en Tailandia. Quizá no sea inoportuno añadir que Pattaramon Chanbua, la madre de las criaturas, es una muchacha de 21 años que trabaja como cocinera para alimentar a sus hijos de 3 y 6 años, y que aceptó quedar embarazada y dar a luz tras inseminarse porque con esos 10000 € podría pagar sus deudas y dar estudios a sus hijos.

La segunda noticia se refiere a Jennifer Cramblett, una mujer blanca de Ohio de 36 años que acudió a un banco de semen para conseguir satisfacer su deseo de tener un hijo. Jennifer descubrió, cuando estaba embarazada, que el donante de semen era de raza negra, lo que echaba por tierra su ilusión de tener un niño blanco y rubio, un angelito de Murillo. Como es natural, ha demandado al banco de semen por “nacimiento injusto y violación de la garantía”.

Son dos historias que nos hablan del deseo de tener un hijo, algo que no puede sino despertar nuestras simpatías. Y, sin embargo, hay en ellas algo que nos sorprende y nos violenta, algo que, como hace 200 años, vincula los conceptos “vida humana” y “mercancía”: la persona no es amada ya por sí misma, sino en función de determinados rasgos que debe presentar antes de ser aceptada. No se trata de su actitud; se la rechaza por algo que es superior a ella, y que es, además, la razón de su propia existencia, lo que se buscó desde antes de concebirla: el objeto de la persona, su destino final. Es decir, la cosificación como razón de ser.

Y así se entienden mejor estas noticias: si se concibe esa vida como un objeto de consumo es natural que esas transacciones caigan plenamente en el ámbito mercantil: es derecho de todo consumidor rechazar el producto defectuoso, y eso es lo que ha hecho el padre de Gammy, que nunca hubiera pagado esa cantidad por una mercancía imperfecta. Y lo que se refleja en la demanda de Jennnifer, que acusa al banco de semen de violación de garantía: ella pidió ser inseminada con semen de determinadas características para conseguir el producto deseado, y se siente estafada en sus derechos de consumidora.

Lo más sorprendente es que no lo haya comprendido así el propio abogado de Jennifer, Timoteo Misny, que ha declarado: “El Banco de Semen Midwest cometió un error que un banco de esperma no puede cometer. Esto no es como pedir una pizza”. El señor Misny se equivoca: esto es exactamente lo mismo que pedir una pizza: el consumidor solicita su producto con los ingredientes deseados y espera que el resultado tenga el aspecto apetecido.

¿Cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Qué es lo que ha fallado? A mí me da la impresión de que algo está equivocado en esa idea tan aceptada del “derecho a tener un hijo”. El deseo de tener un hijo puede ser muy intenso, y el hecho de que en muchas parejas ese deseo acabe frustrado puede ser muy doloroso. Pero no podemos identificar “deseo” con “derecho” (algo que se podría exigir). Es ésta una equivalencia que ni siquiera en otros campos de la realidad nos parece válida: yo puedo desear ser el presidente de General Motors, pero eso no lo convierte en un derecho mío; un estudiante desea, sin duda, aprobar sus asignaturas, pero no tiene derecho a ello hasta haberlas estudiado y aprendido.

Pues si esto es así en lo que se refiere a nuestros deseos materiales, cuando hablamos de personas la distancia es incomparable. Yo creo que en ese campo el único “derecho” que asiste a la pareja es el derecho a realizar actos que en sí mismos estén orientados a la fecundidad, sin que ninguna autoridad pueda obligarles a ello ni impedírselo. Todo lo que pase de ahí ya no es un derecho.

Eso, en lo que se refiere a derechos de la pareja. Otra cuestión es el derecho que pudiera tener el hijo. Recientemente se ha abierto la página web AnonymousUs.org, creada por Alana S. Newman, una escritora californiana hija de un donante anónimo de semen, que tiene por objeto reflejar las vivencias y sentimientos de los hijos y padres en relación con la fecundación artificial. Allí podemos oír la voz de esos niños procreados artificialmente. El dolor y el resentimiento de algunas de esas personas produce desconcierto: “Soy un ser humano. Sin embargo, fui concebida con una técnica que al principio se usó para la cría de animales. Peor aún: los granjeros conservaban mejor los expedientes genealógicos de su ganado que las clínicas de reproducción asistida. También me hace sentirme extraña pensar que mis genes son la suma de los de dos personas que nunca se quisieron, nunca bailaron juntas, y ni siquiera se conocen.”

Ésta es la cuestión.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

FIN Y CONTINUACIÓN

La retirada del anteproyecto de Gallardón, y la del propio ministro del ruedo político ha sido recibida con regocijo por el sector favorable al aborto libre al grito de “Ganamos todos”. Sin embargo, la tradición humanista de Occidente se ha esforzado siempre en defender la vida humana, especialmente cuando se encuentra más débil e indefensa, incluyendo expresamente la vida del no nacido, como fue proclamado por la izquierda en el lejano siglo XIX. El aborto procurado nunca ha formado parte de la historia de la democracia ni de las libertades.

En realidad, el anteproyecto que lleva el nombre de Gallardón debe su existencia a Zapatero: la ley de 2010 provocó una gran reacción social: convocamos grandes manifestaciones, se habló de ello en la calle, en la radio, en la televisión, se trató en asunto en la prensa escrita, etc. En definitiva,  se hizo visible ante la opinión pública que una parte muy importante de la sociedad española  estaba a favor de la vida. Y  eso fue lo que llevó al PP a incluir en su programa electoral  la modificación de la Ley del Aborto. El que ahora haya sido retirado no invalida el hecho, la importancia de la manifestación pública a favor de la vida.

Lo cual sirve para darnos cuenta de la trascendencia histórica de las cosas que hacemos,  porque todos los que nos movimos en la sociedad española para defender la vida en los años 2009 y 2010 éramos gente irrelevante.  Pero muchos. Y muchos irrelevantes son una fuerza histórica y pueden provocar que pasen cosas como ésta. De ahí  la importancia de que nos tomemos todos en serio la defensa de la vida.

¿Por qué se da este debate sobre el anteproyecto de ley del concebido en España,  y no en Francia,  o en Italia, o en Alemania, que legalizaron el aborto antes que nosotros?  Porque en esos países, poco a poco, se fueron acostumbrando, dejó de hablarse de ello.  Pero en España, desde que se aprobó la ley del aborto en 1985, hubo mucha gente que no se acostumbró. En España ha seguido siendo siempre un tema conflictivo, en el que los políticos han sentido la presión de la calle para opinar en las campañas electorales. Se ha mantenido vivo el debate, y lo hemos mantenido la gente defensora de la vida. Porque hemos seguido hablando de la defensa de la vida, porque hemos articulado instituciones para ayudar a la mujer embarazada - como Red Madre-, porque no nos hemos acostumbrado al aborto ni lo hemos banalizado. Cuando una parte relevante de la sociedad no banaliza el mal y no se acostumbra a él está en condiciones de superarlo, y en España, muchos españoles, durante muchos años, gente anónima que nunca saldrá en los libros de historia, ha ido dando esta batalla.

Estas cosas se pueden hacer. Los éxitos no suelen ser inmediatos, pero se pueden hacer. Y ahora que este anteproyecto de ley ha sido retirado seguiremos dando pasos para defender la vida
- el primero es el compromiso personal con la vida: el primer sitio donde debe hacerse visible el amor a la vida es en mi vida, en mi actitud ante el embarazo de mi mujer, de  mi hija; en si le tengo miedo a la vida o no.
- en segundo lugar, la defensa de la vida es hablar bien de la vida,  del compromiso, y de la mujer, y del embarazo. Y de la discapacidad;  no porque sea deseable, sino porque, cuando existe, es digna, porque el discapacitado es digno. Y no podemos tenerle miedo a eso. Tenemos que hablar bien de las cosas buenas. En la cafetería, en la cola de la compra, en el periódico, en la radio,… donde podamos. Vale la pena arrimar el hombro e impulsar iniciativas que contribuyan a que la sociedad actual comprenda la trascendencia que tiene la defensa de la vida humana y la protección del no nacido.  
-y, en tercer lugar, solidaridad con la mujer. Hay mujeres que lo pasan muy mal. Hay situaciones profundamente injustas en nuestra sociedad. Y una ley del aborto muy laxa genera estructuras de violencia alrededor de la mujer para que aborte: como la ley lo permite, es la manera fácil de quitarse de encima los problemas, y… ¡allá ella! Y por eso, con una ley del aborto, o con otra, o sin ninguna, siempre habrá que estar al lado de la mujer embarazada para ayudarla a que no sea tan oneroso seguir adelante con su embarazo.

Una buena ley en materia de aborto es aquella que protege siempre, y sin ninguna excepción, al niño no nacido, y que protege siempre, y sin ninguna excepción, a la mujer embarazada, para que nunca se sienta sola. Una ley que  no protege a uno o a otra es una ley injusta, y una ley que no protege ni a uno ni a otra, como hace la ley de España de 2010, es doblemente injusta.




viernes, 19 de septiembre de 2014

UNA LECCIÓN DE DON QUIJOTE

Parece ser que el Gobierno se replantea llevar adelante el anteproyecto de Gallardón sobre el aborto provocado, lo que ha dado lugar a la convocatoria de manifestaciones a favor de la vida en diversas ciudades españolas (en Alicante,  el sábado 20 de septiembre, a las 20 h, en La Muntanyeta; en Madrid,  el domingo 21, a las 12 h, en Gran Vía,  esquina a San Bernardo) . Más allá de valoraciones políticas y electorales, surge una cuestión: si todos consideramos que la vida humana es el máximo valor, ¿por qué no nos ponemos de acuerdo para defenderla en lo concreto? Yo creo que no se piensa en ella con claridad, que en el fondo no sabemos muy bien en qué consiste, y por eso adoptamos posturas un poco sobre la marcha, al hilo de la exigencia del momento, considerando que, en el fondo, no es sino “otra cosa más” de las que adornan el mundo.

 Y, sin embargo, la vida humana tiene poco que ver con el resto de realidades. No es otra “cosa”; ni siquiera una forma de vida animal, como oímos tan a menudo: los animales son intercambiables, sustancialmente idénticos; nuestros gatos son como los gatos de los faraones, y su vida está determinada desde su nacimiento hasta su muerte: los instintos suponen la vida ya hecha desde el principio, y hecha con una exactitud matemática.

La vida humana pertenece a otro género. Para empezar, no tenemos la vida ya hecha desde el principio: tenemos que hacérnosla nosotros, decidir qué queremos hacer ahora, esta tarde, mañana, el próximo año. Tenemos que tomar constantemente decisiones personales que condicionan nuestra situación futura, decidir, en definitiva, quién vamos a ser. Y ese futuro que elijo condiciona mi actitud ahora: me levanto en este momento del sofá porque quiero estar dentro de una hora en el cine.

 La vida de un gato es la vida de todos los gatos, escrita ya desde que apareció el primero de su especie; mi vida no es como la vida de otro. Y no está escrita, la voy escribiendo yo, dependerá de las decisiones que tome a lo largo de ella: la vida es lo que hacemos y lo que nos pasa. Creamos y destruimos sin cesar nuevas posibilidades para nuestra vida: “El camino de nuestra vida está flanqueado por las ruinas de los que pudimos ser y no fuimos”, decía Bergson.

 Yo creo que gran parte de la devaluación que sufre la vida humana a los ojos de muchos nace, en el fondo, de no comprender que la vida humana es un conjunto de posibilidades que tenemos que escoger y desplegar, que no estamos abocados a una existencia impersonal y clónica, que el don de la vida es, también, una tarea que se nos encarga, y que supone, precisamente, que, en buena medida, estamos en nuestras propias manos: yo elijo quién quiero ser, y encamino mis pasos hacia esa meta.

 Si no veo esto, si carezco de un proyecto original, propio, que oriente mi vida como una brújula, si me limito a calzarme un modelo de vida que me llega desde fuera, si renuncio a tomar las decisiones que construyan una vida que pueda llamar mía, entonces es muy difícil que comprenda el enorme valor de toda vida humana. Porque no hay nada atractivo en una vida impersonal: el molde común, la felicidad para todos. Es decir, una felicidad ajena a la vida concreta y particular de cada uno; o sea, la felicidad para nadie.

 La riqueza de la vida consiste en la posibilidad que tiene de desplegarse como un abanico y llenarse de sí misma. Cada uno es hijo de sus obras, nadie es capaz de adivinar en quién podría llegar a convertirse con tal de ponerse seriamente a ello. Don Quijote, en eso, como en tantas cosas, nos da una lección: “Yo sé quién soy, y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los Nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por sí hicieron se aventajarán las mías”. Y, aun en el caso de que las cosas se tuerzan -porque también la inseguridad es un componente de nuestra vida- no hay razón para claudicar: “Podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo será imposible”.

 Cuanto más nos esforcemos en imitar a nuestro Caballero, y más empeño pongamos en tomar la vida en nuestras manos, más difícil será que nos convenzan de que no somos más que vida animal; cuanto más sepamos apreciar el potencial de nuestra propia vida más difícil será despreciar cualquier otra vida humana. En cualquier momento en que se encuentre.

jueves, 11 de septiembre de 2014

LA DIADA. CATALUÑA Y EL REY: 300 AÑOS



Se celebra hoy la Diada, fiesta catalana por excelencia, cargada este año de un significado especial. Conmemora su derrota en la Guerra de Sucesión Española, guerra que es presentada a menudo como la contienda entre dos aspirantes a la Corona de la Monarquía Hispánica. No lo fue: se trató de una guerra que enfrentó al Rey de España con un Aspirante que pretendía ocupar ese Trono. Ésta es la historia.

España, corazón de una Monarquía que se extiende por las cinco partes del mundo, es a finales del siglo XVII un conjunto heterogéneo de entidades políticas diferentes -los Reinos de Castilla, Aragón, Valencia, Baleares y Navarra, y el Condado de Cataluña- mutuamente separadas por fronteras recíprocas, y cada una de ellas con Cortes, moneda, sistema jurídico y fiscal y sistema de pesos y medidas propios. Castilla soporta sola el peso de la política de los Austria, y el empeño del Conde-Duque de Olivares por aglutinar esfuerzos y recursos con su programa “Unión de Armas” no había conseguido más que la rebelión de Portugal -que conserva su independencia hasta hoy- y de Cataluña, que sólo regresó a la Monarquía tras doce años de guerra. 

Cuando acaba el siglo, el rey, Carlos II, se acerca a la muerte. Sin descendientes, tiene ante sí una disyuntiva: la continuidad dinástica de los Austria en la persona de su sobrino Carlos, hijo del emperador Leopoldo I de Austria, o la implantación de la dinastía de Borbón con Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia. Dubitativo hasta el último momento, Carlos II, que pretende evitar la fragmentación de la Monarquía, designa sucesor a Felipe. 

En Castilla, que ha asistido a la degeneración del sistema y a la debilidad del Rey frente a la arbitrariedad de los nobles, y que ha soportado el peso de la política de los Austria, el cambio se ve como una oportunidad. En cambio, en la Corona de Aragón, que no sufría el peso de la Monarquía, y que temía la implantación de un Estado centralizado, a lo que se añadía la animadversión hacia los franceses establecidos en su Reino, que se enriquecían ante sus ojos ejerciendo los oficios que ellos despreciaban, la peor perspectiva es el cambio dinástico. Y por eso, cuando en 1700 muere el Rey y llega a España Felipe, que cuenta entonces 17 años, es pacíficamente recibido y aceptado como Rey de Castilla, mientras que la Corona de Aragón exige unas garantías que manifiestan el recelo que sienten por el nuevo Rey. 

Pero cuando ya es el rey Felipe V de España, su abuelo, Luis XIV, declara que no por ello queda excluido de la sucesión al Trono francés. La respuesta inmediata del Reino Unido, Holanda, Prusia, Saboya y Austria es formar una alianza antiborbónica para arrancar a Felipe del Trono español y colocar en su lugar al Archiduque Carlos. 

Los primeros enfrentamientos tienen lugar en los territorios de la Corona en el norte de Italia, pero en 1704 Portugal se une a la guerra. El Rey acude a hacerle frente, y en su ausencia, la Reina, María Luisa Gabriela de Saboya, apenas una niña de 13 años, moviliza todos los recursos disponibles para hacer frente a los rumores de levantamientos en distintas ciudades españolas. Esta demostración de voluntad y de temple del Rey en los momentos difíciles, y la energía y dotes demostrados por la Reina, impropios de su edad, les ganaron la devoción de los castellanos.

Los ingleses, entre tanto, intentan aprovechar el frente portugués para promover en Cataluña un levantamiento contra el Rey. El intento fracasa, pero, en su retirada, bombardean Gibraltar hasta rendirlo. Aunque bombardean en nombre del Archiduque, toman posesión en nombre de su Rey. 

Pero el sentimiento antiborbón es fuerte en la Corona de Aragón y, finalmente, en 1705 Cataluña y Valencia se sublevan y proclaman Rey al Archiduque, convirtiendo en guerra civil lo que hasta ese momento era una guerra internacional. Don Carlos, con acceso libre ahora al territorio español, desembarca en Barcelona y avanza hacia Madrid, aunque el hostil recibimiento que le tributan los madrileños le obliga a permanecer fuera de la ciudad.

Pero el ejército de los aliados permanece en Castilla durante dos años, y su predominio es indiscutible. Todo parece perdido para el Rey hasta que el 25 de abril de 1707, frente a Almansa, las tropas hispanofrancesas destruyen al ejército aliado. Desde ahí, Felipe V avanza y recupera sucesivamente todo el Reino de Valencia, casi todo el Reino de Aragón y las comarcas periféricas de Cataluña. Dos meses más tarde se publican los decretos de Nueva Planta, que suprime las fronteras interiores y equipara la moneda, la fiscalidad, la legislación y las Cortes según el modelo castellano.

La situación se mantiene hasta que, en 1710, una grave derrota en Almenara obliga al Rey a retirarse nuevamente del territorio aragonés. Don Carlos vuelve a Madrid, pero la hostilidad de la población civil le obliga a replegarse a territorio aragonés. Para no dar la impresión de que se produce una huida, decide hacerlo lentamente, dividiendo su ejército en dos cuerpos, que Felipe V alcanza y destruye, uno en Brihuega y el otro en Villaviciosa.

En este mismo año, la repentina muerte del emperador José I convierte al Archiduque en el emperador Carlos VI, y Europa siente ahora el temor de estar contribuyendo a la creación de una hegemonía hispanoaustríaca. En 1713, en Utrech, se firma la paz y el reparto de los territorios europeos de la Corona Española. Sólo Austria se mantiene en guerra, pero la suerte ya está echada, y el 11 de septiembre de 1714 las fuerzas borbónicas asaltan la última resistencia del Castillo de Montjuich. La paz entre España y Austria se sella ese año en Rastatt. 

Resulta difícil establecer con seguridad si Felipe V tenía en mente desde el principio la formación de un Estado absolutista. La Nueva Planta, de indudable carácter punitivo, y pieza fundamental para unificar el sistema de gobierno, el aparato legislativo y la organización judicial, parece apuntar a eso. Pero es de 1707. Y en 1701 había mostrado el Rey su desacuerdo con Luis XIV, que le recomendaba centralizar la Administración española. Su interés por salvaguardar la España que recibió lo demuestra el respeto que siempre mantuvo a las peculiaridades de Navarra y el País Vasco -peculiaridades que colean todavía hoy-, y el que tuvo también inicialmente a las instituciones de la Corona de Aragón -llegando en Barcelona a concesiones que ningún monarca había otorgado-. Pero tras la rebelión de 1705, que estuvo a punto de costarle el trono, Felipe V se mostró inflexible: la Corona de Aragón había perdido todo derecho sobre sus fueros por haber faltado a su juramento de fidelidad y haber traicionado a su Rey en el campo de batalla; y su reincorporación a la Monarquía se producía, finalmente, bajo el estatuto de territorio conquistado en guerra. Pero incluso entonces, el trato no fue igual para todos: mientras municipios rebeldes, como Barcelona y Tortosa, fueron completamente “castellanizados”, otros, que habían mantenido su lealtad al Rey -como es el caso de Cervera- la vieron recompensada con importantes privilegios.

martes, 19 de agosto de 2014

CÉLULAS MASCULINAS Y CÉLULAS FEMENINAS




 Una de las cosas que más llaman la atención del estudiante de Medicina es la diferente frecuencia con que determinadas enfermedades afectan  a uno y otro sexo. Para el caso del hígado, por ejemplo, el 90% de los pacientes con cirrosis biliar primaria son mujeres, y el 70% de los pacientes con colangitis primaria esclerosante son varones; las mujeres suponen el 90% de los pacientes con tiroiditis de Hashimoto, y a los varones les toca el 90% de los síndromes de Goodpasture, que afecta a riñón y pulmón. Además, empezamos a conocer otras implicaciones, como que, a igualdad de los demás factores, el tabaco es más peligroso para la mujer, o que la obesidad les supone mayor riesgo de ictus que a los hombres.

Hace unos años se desarrolló una vacuna contra el herpes. Cuando, en una fase provisional, se observó que la efectividad era del 73% en las mujeres pero no subía de 0% en varones -en conjunto no llegaba a un 40% de efectividad- la empresa promotora retiró el proyecto. Pero, ¿de verdad no era efectiva la vacuna? Los estudios farmacológicos acostumbran a realizarse en varones para evitar la “inestabilidad” que supone las oscilaciones del ciclo hormonal femenino y la posibilidad de un embarazo, por lo que eso implica de pérdida de las condiciones basales para el estudio. Pero se sabe que, por ejemplo, la aspirina protege más a la mujer del infarto cerebral, y al varón del infarto de miocardio. Y ya hemos visto que los riesgos para los hombres no son los mismos que para las mujeres. Las casas farmacéuticas optan por ignorar estas diferencias, porque se obligarían a hacer un doble estudio en la población y a doblar el coste de la investigación, pero el Sistema Nacional de Salud de los EE.UU. obliga ya a hacer ese doble estudio a los laboratorios que aspiren a financiación oficial.

Y estas diferencias se mantienen en el plano celular. Se conoce desde hace años que los embriones macho tienen divisiones celulares más rápidas que los embriones hembra, una diferencia que llega a ser de 4 horas en los embriones de dos días. Y, en otro orden: según Zahra Zakeri, de la Universidad de Nueva York, las células madre musculares de machos tienen mayor facilidad para diferenciarse a cartílago o hueso, y las de hembras, a músculo, y hasta la mitad de los genes de las células de hígado, grasa y músculo se expresan de modo diferente en uno y otro sexo.

La costumbre ha sido siempre atribuir las diferencias entre los sexos a las hormonas masculina –testosterona- y femeninas –estrógenos y progesterona-, pero a esos embriones les faltan todavía seis semanas para empezar a producir sus hormonas, y las células madre se estudian en cultivos celulares libres de hormonas, de modo que hay que pensar en otra cosa.

Sabemos que todas las células del hombre tienen el par de cromosomas sexuales XY, y todas las de la mujer, XX, y eso tiene importancia reconocida en el desarrollo del embrión, cuando el cromosoma Y pone en marcha sus escasos genes –principalmente, el SRY- para convertir la glándula sexual indiferenciada en testículo, que en seguida empezará a producir testosterona. Pero, pasado ese momento, el papel del cromosoma Y parecía consistir en quedar silente a la espera de ser empaquetado en un espermatozoide, permaneciendo al margen de las aventuras metabólicas del organismo durante la mayor parte de su existencia. Este concepto ahora está cambiando: estamos viendo que sus productos regulan genes de otros cromosomas.

Para dejar más claro que esas diferentes sensibilidades no están relacionadas con las hormonas, Arthur Arnold, de la Universidad de Los Ángeles, ha introducido el gen SRY –responsable último de la producción de testosterona- en hembras XX, y lo ha suprimido de machos XY, consiguiendo así, en el primer caso, sexo cromosómico femenino con hormonas masculinas, y, en el segundo, sexo cromosómico masculino con hormonas femeninas. Y lo que ha visto es que, aun sin testosterona, el cromosoma Y se sigue asociando a baja frecuencia de enfermedades autoinmunes y a enfermedades neurodegenerativas más rápidamente progresivas, exactamente como ocurre en los machos normales.

Pero se ha visto más: se ha visto que, con el paso de los años, hasta un 20% de los varones pierde el cromosoma Y en algunas de sus células, y estos varones tienen mayor tendencia a desarrollar cáncer, lo que sugiere que el cromosoma Y podría tener alguna relación con genes vinculados al desarrollo del cáncer.

No, no parece que la presencia del cromosoma Y sea un dato anecdótico en la vida de una célula cualquiera. Como tampoco lo es contar con dos cromosomas X, porque hay que inactivar uno de  ellos, lo que consume energía que podría dedicarse a otros fines, y porque la inactivación nunca es completa, de modo que la mujer tiene una ración doble de algunos de sus genes.

Ni siquiera en el nivel celular el ser masculino o femenino resulta indiferente.


sábado, 26 de julio de 2014

UNA LÁPIDA GAÉLICA EN BETANZOS


El reciente descubrimiento en una iglesia de Betanzos de una lápida escrita en lo que podría ser gaélico, la antigua lengua celta de Irlanda (1), pone de actualidad las viejas teorías que relacionan las poblaciones celtas de Irlanda y de nuestra península.

Esa relación iría más allá del simple celtismo de ambas poblaciones, pues la presencia de celtas en estas regiones no tiene nada de particular: los celtas –los galos de los latinos- se extendieron en un momento u otro de su transcurrir histórico desde el Atlántico hasta el mar Negro, y desde el Mar del Norte hasta el Mediterráneo, y encontramos restos de su presencia en la topinimia polaca (Galitzia), turca (Galacia) y, naturalmente, británica (Gales) e ibérica (Galicia).

Pero el caso de Irlanda es singular, hasta el punto de que en el imaginario común es todavía hoy Irlanda el país celta por excelencia. El sentimiento celta de la población fue tan universal y tan profundo que muchos siglos después de haber desaparecido como estructura social permanecía en la imaginación popular, y sus Sagas fueron transmitidas oralmente durante muchas generaciones antes de ser puestas por escrito.

Y eso, ¿qué tiene que ver con nosotros? Pues ésa es la cuestión, que son las propias Sagas irlandesas las que vinculan a los dos pueblos: el Libro de las Conquistas cuenta que Ith, hijo del rey Breogán de Brigantia (¿La Coruña?, ¿Betanzos?), se sintió atraído por aquella isla, navegó hasta allí y allí encontró la muerte. Algún tiempo más tarde su sobrino Mil invadió la isla y sometió a la población. Las Sagas, tal como hoy las conocemos, son del siglo XIX, pero recogen el núcleo mismo del corazón de Irlanda, que había conservado con amor estas historias de sus orígenes.

¿Se reduce todo a pura leyenda? Quizá no. A partir de la evolución de ciertas consonantes, los conocedores de las lenguas celtas aseguran que se pueden hablar de dos variantes: uno, llamado “celta de q” era el hablado en Irlanda y en nuestra península, mientras que el otro, el “celta de p”, lo hablaban en Gran Bretaña, en la Galia y en el norte de Italia. Lo más importante para nuestro asunto es que el “celta de q” sería el estrato más antiguo, el que se hablaba cuando partió la primera oleada; las que partieron más tarde llevaron ya consigo el “celta de p”. Lo que significa que las poblaciones que alcanzaron las actuales España e Irlanda comenzaron su emigración antes que las demás. Y como la penetración de los celtas en la Península se fecha en alrededor del siglo VIII a. JC., y los más antiguos testimonios irlandeses son de los siglos VI a IV a. JC, se puede pensar que los celtas llegaron primero a la Península, y desde aquí alcanzaron Irlanda: la lingüística parece apoyar la prehistoria que se transparenta en las Sagas irlandesas.

Y, como en un guiño, la Historia, que es también Poesía, se las arregla para que, cuando en 1921 se constituye el primer Gobierno de la República de Irlanda, recaiga la Presidencia en Eamon de Valera, llevando a la más alta representación del nuevo Estado su sangre hispano-irlandesa: una metáfora viviente, la encarnación de la historia nacional.

Sin conocer nada de los tiempos remotos, pero con la intuición directa que le daba su larga experiencia en relaciones europeas internacionales, Salvador de Madariaga, nuestro gallego más internacional, estaba vivamente convencido de la índole hispánica de los irlandeses, “arrojados, por una equivocación fatal, tan lejos de su España nativa. Por eso son los únicos católicos del Norte de Europa”, bromeaba. O, quizá, no.

Las creencias no tienen influjo en las estructuras lingüísticas, pero sí ocurre lo contrario: la imagen que se forjan los hombres del mundo en el que viven depende, en buena medida, da las formas que emplean para comunicar sus experiencias. Por eso, cuando, en un almuerzo en la Sociedad de Naciones, entretenía Madariaga a sus comensales señalando que el español es la única lengua europea que distingue los verbos ser y estar, al tiempo que carece de verbo para expresar el significado del francés devenir, el inglés to become o el alemán werden, fue interrumpido por De Valera, que estaba sentado frente a él, para decirle:
-“También en irlandés hacemos esa distinción: is quiere decir ser y to quiere decir estar”.
Madariaga reaccionó como movido por un resorte:
-“¿Y cómo dicen ustedes to become
De Valera se quedó pensando:
“-To become…, to become… No hay un verbo irlandés para decir to become”.

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(1):http://www.lavozdegalicia.es/noticia/ocioycultura/2014/07/22/identifican-inscripcion-gaelico-iglesia-betanzos/0003_201407G22P38991.htm

jueves, 10 de julio de 2014

NATURALEZA Y CULTURA



Es moneda corriente considerar al conocimiento científico fruto de la observación y de la experimentación. Pero olvidamos con ello el papel decisivo que juega el punto de partida: la posición intelectual del observador. No fueron las feroces guerras del siglo XVII las que acabaron con las brujas en Alemania: fue su desaparición del imaginario popular.

Lo mismo ocurre ahora: son sus creencias, más que los hechos observados, lo que condiciona el trabajo del investigador. En Noruega, país señalado como cabeza del movimiento por la igualdad entre hombres y mujeres, el Gobierno ha retirado la subvención anual de 56 millones de euros a la Investigación de Género. Todo empezó cuando Camilla Schreiner, estudiando la situación de los adolescentes en 20 países diferentes, observó que cuanto más adelantado era el país menos se interesaban las chicas por las profesiones técnicas. El sociólogo Harald Eia entró al trapo, y confirmó una tendencia que lleva a las chicas a preferir profesiones en las que se relacionan con la gente, y a los chicos, a inclinarse por las ramas técnicas. Naturalmente, hay solapamientos, pero la diferencia es estadísticamente significativa.

Eso no ha gustado a los “investigadores de género” Jørgen Lorentzen, del Centro Interdisciplinario de Investigación de Género de la Universidad de Oslo, y Cathrine Egeland, del Instituto de Investigación Laboral, que creen que todo es debido a la influencia social sobre los niños, y aseguran que si desapareciese esa influencia los interesas de uno y otro sexo serían semejantes.

Eia ha acudido entonces a Richard Lippa, profesor de Psicología de la Universidad Estatal de California. Lippa ha encuestado a 200000 adolescentes en 53 países, y en todos ellos ha encontrado la misma tendencia en cuanto a preferencias laborales –habla de preferencia, del gusto personal: naturalmente, en los países pobres lo importante es encontrar trabajo, y si el trabajo es la ingeniería o la informática, por ahí va a ir la profesión elegida-: el varón se inclina por la técnica y la mujer por el trato personal. A Lippa le parece que la biología podría tener algo que ver con eso.

Pero no tiene pruebas, y sin pruebas no hay conocimiento científico serio. De modo que Eia ha recurrido a Trond Diseth, profesor de Psiquiatría de la Universidad de Oslo. Diseth ha estudiado el comportamiento de bebés de 9 meses ante diferentes juguetes: 4 “femeninos”, 4 “masculinos” y 2 “neutros”, y ha llegado a conclusiones que justifican esos calificativos para los juguetes. A su juicio, nacemos con una clara predisposición biológica, que, luego, la influencia socio-cultural favorece o dificulta.

¿Es posible que a los 9 meses ya sufran esa influencia? El siguiente paso ha sido Simon Baron-Cohen, profesor de Psiquiatría del Trinity College, en Cambridge. Ha observado a bebés de sólo un día de edad, y ha comprobado que los niños se quedan más tiempo mirando “cosas”, y las niñas, mirando “caras”. Pero ha ido más lejos: ha medido los niveles de testosterona intraútero y ha observado que cuanto mayores han sido esos niveles menos contacto visual establecen, más tardan en desarrollar el lenguaje y más preferencia muestran por juguetes mecánicos. Y cuando ha vuelto sobre ellos a los 8 años de edad ha comprobado mayor dificultad para empatizar con los demás, y mayor interés por conocer el funcionamiento de las cosas en los que se desarrollaron con altos niveles de testosterona.

Aunque estos trabajos sugieren que algo tiene que ver la biología en las preferencias estudiadas, para Egeland sólo significan que uno encuentra lo que anda buscando, y rechaza la idea de que la biología tenga ahí ningún papel. Pero reconoce que no tiene pruebas de ello, que es sólo un punto de vista teórico, y cree que las Ciencias Sociales deberían dirimir esa cuestión. Lorentzen va más allá: aunque admite que él niega esa influencia biológica “por hipótesis", considera que quienes no comparten su punto de partida "están frenéticamente interesados en probar una influencia biológica", y los califica de “investigadores mediocres”.

¿De verdad "le corresponde a las Ciencias Sociales dirimir la cuestión"? ¿No debería ser la Biología la que concluya si existen o no influencias biológicas? Podría ser que Egeland y Lorentzen estuvieran en lo cierto, pero habría que llegar a esa conclusión, no puede ser ése el punto de partida. Y ni una ni otro presentan pruebas de lo que dicen –ni siquiera indicios-, de modo que uno se queda con la impresión de que “están frenéticamente interesados” en descartar cualquier tipo de influencia de la biología. Al fin y al cabo, los trabajos que ellos desprecian no afirman que todo es biología, simplemente dicen: “No nos olvidemos de la biología”. 

Sí, no nos olvidemos de la biología: no nos olvidemos de que, en el embrión, el cromosoma Y se pone en marcha antes que el X, y el cerebro masculino empieza a formarse imbuido en un ambiente hormonal rico en testosterona desde fases muy precoces de su desarrollo, mientras que el cerebro femenino no recibe influjo hormonal hasta más tarde, y carece de las altas concentraciones de testosterona: no parece razonable empecinarse en que genéticas diferentes en ambientes diferentes den resultados idénticos. 

En el Centro Interdisciplinario de Investigación de Género sí lo parecía, y partieron ya de la conclusión: nada es biología. Un atajo que les va a costar 56 millones de euros anuales.

sábado, 28 de junio de 2014

CAZA DE BRUJAS


Los extremos se tocan, eso ya lo sabíamos. Cuando dejábamos atrás los tics del dogmatismo en favor de la tolerancia y se imponía el relativismo del “todo vale” resurge el fanatismo con una fuerza ya olvidada. La mentalidad dominante hoy ni siquiera admite una opinión contraria. Opinión contraria que es por lo general perfectamente legítima y, muy a menudo, profundamente moral y socialmente mayoritaria. Pero el fanatismo es incompatible con la libertad; con la libertad del otro, quiero decir.

La voz de alarma la ha dado el ex-alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg: “Los dos partidos se gritan el uno al otro y desprecian las investigaciones que desafían sus ideologías” Pero ya sabemos que cuando chocan dos ruedas de molino, el que sale perdiendo es el pequeño grano de trigo que se encontraba en el lugar equivocado. Continúa Bloomberg: “Habría que preguntarse si los estudiantes están siendo formados en la diversidad de puntos de vista que una universidad debería ofrecerles”.

Hay pocas dudas al respecto. Si imaginamos la vida universitaria como un florecimiento de argumentaciones y disputas tenemos que irnos al París del siglo XIII. Las cosas se hacen ahora de otra manera, de una manera que se repite sospechosamente en diferentes partes:
-Ayaan Hirsi es una mujer somalí que lleva años denunciando la inferioridad de la mujer en su país. La Universidad de Brandeis, en Massachusetts, le ha concedido un premio por su defensa de la mujer, pero se han vuelto atrás tras acusarla de islamofobia. Quizás tenga razón en lo que dice,  y quizás no. Pero no vamos a averiguarlo tapándole la boca.
-el Sindicato de Estudiantes de la Universidad de Cardiff, en Gales, prohíbe a las asociaciones de estudiantes participar en manifestaciones a favor de la vida. La razón que dan lo explica todo: ellos están a favor de la libertad de elegir.
-el Real Colegio de Obstetricia y Ginecología del Reino Unido niega el título de experto en salud reproductiva a quienes tengan “objeciones morales o religiosas” a la contracepción y la píldora del día siguiente.
-los Colegios de Abogados de Ontario y Nueva Escocia, en el Canadá, no admiten el Grado en Derecho de la Trinity Western University. ¿Porque imparten una formación juridica deficiente? No. Porque no están a favor de las relaciones homosexuales.

¿Nada nuevo bajo el sol? Es verdad que la Inquisición es una vieja compañera de la Humanidad, pero algo nuevo ha aparecido. No hace tanto tiempo, cuando Fernando de los Ríos visitó la Unión Soviética y elogiaba la Revolución, se atrevió a decirle a Lenin que, de todas formas, echaba de menos la libertad. “¿Libertad? ¿Para qué?”, respondió Lenin. Hoy, la novedad es que se presenta a la nueva Inquisición como adalid de la libertad: defensora de su víctima, ésa es la novedad. 

Pero hay otro motivo de alarma. El afán de lo políticamente correcto ha llegado, en las universidades norteamericanas, a eludir el tratamiento de asuntos con los que alguien, en algún momento, por alguna razón, pueda sentirse violentado: cualquier material que trate sobre racismo, homofobia, sexismo, colonialismo, minusvalía física, violencia, suicidio, acoso,... debe llevar un aviso. Así, Huckleberry Finn es condenado por racista y El mercader de Venecia, por antisemita. El objeto confesado de todo eso es que los alumnos se pongan en el lugar del otro, pero ¿cómo lo harán si no conocen el punto de vista del otro, si sacralizamos la posición en que se encuentran? Karen Swallow, profesora de la Universidad de Nueva York, recuerda a una alumna a la que una novela del siglo XIX le hacía sufrir al recordarle  los abusos sufridos en su infancia: “Una persona traumatizada por leer una novela victoriana es una persona que necesita ayuda”, declaró. Swallow la puso en contacto con una especialista que la ayudó a resolver el problema.

El miedo a herir y a ser herido destruye la posibilidad de que el debate llegue a conclusiones racionales, igual que la destruye la imposición del pensamiento único. El fin de la Universidad es conocer la verdad y valorar esa verdad por sí misma, independientemente de intereses políticos, laborales o económicos. Las Universidades deben ser templos de la razón, del pensamiento crítico, no centros del dogmatismo, deben ser el lugar donde puedan expresarse todas las ideas y se fomente el debate cívico.

Isaiah Berlin, claro defensor de la libertad -además de judío y minusválido físico- dejó escrito: "Quedaba para el siglo XX concebir que la forma más eficaz de tratar las cuestiones que se planteaban, particularmente los temas recurrentes que habían confundido y a menudo atormentado a las mentes originales y honestas de cada generación, no era empleando las armas de la razón, y menos todavía las de aquellas capacidades más misteriosas denominadas visión o intuición, sino eliminando las cuestiones mismas".

lunes, 16 de junio de 2014

LA RAZÓN PERDIDA




Se cumplen cien años del nacimiento de Julián Marías (Valladolid, 17 de junio de 1914 - Madrid, 15 de diciembre de 2005), que tuvo, como pidió en oración en Tierra Santa durante el Crucero Universitario de 1933, “una vida intensa y llena de sentido cristiano”. Discípulo y continuador de Ortega, fue su defensor cuando no favorecía asociar ese nombre al propio. Su primera obra "personal" es “Introducción a la Filosofía”, en el que por primera vez aplica de forma metódica la razón vital a su meditación. Desde entonces el tema central de su pensamiento fue la vida humana, única “realidad radical”, como había visto su maestro. Tras veintisiete siglos de pensamiento de las cosas, Marías, comprendiendo la insuficiencia de ese planteamiento en el estudio de la vida personal, despliega ante nosotros su auténtica realidad, siempre inestable y menesterosa, siempre por hacer.

Su libro “Antropología metafísica” es, seguramente, su obra cumbre, aquella en la que Julián Marías, según sus propias palabras, “alcanza su nivel”. En ella se desarrollan todos los conceptos esbozados anteriormente: la menesterosidad de la vida humana, su dimensión irreal y futuriza, su estructura polar, el carácter sexuado, su irreductibilidad a nada anterior, su instalación vectorial, la pretensión de felicidad. A partir de este momento su meditación  va ganando en amplitud y profundidad: “La mujer en el siglo XX”, “La mujer y su sombra”, “Breve tratado de la ilusión”, “La felicidad humana”, “Mapa del mundo personal”, “La educación sentimental”, “Persona”. Su delicioso librito “Tratado de lo mejor” es la presentación de una moral sustentada en la propia realidad humana rehuyendo un fundamento apriorístico en Dios, a pesar de ser Marías un pensador de profundas raíces cristianas.

Ha aplicado también la razón vital a la vida colectiva: después de estudiar el concepto histórico-social de la generación en “El método histórico de la generaciones” –ampliado más tarde en “Generaciones y constelaciones”- Julián Marías, tras haber conocido las sociedades americanas del norte y del sur, cuya influencia en su pensamiento siempre reconoció con agradecimiento, publica en 1955 su gran obra sociológica, “La estructura social”. En ella analiza detenidamente conceptos previos como las generaciones y las creencias, de tan clara raíz orteguiana, y se pone de manifiesto su autonomía respecto a su maestro, del que dos años después aparece, póstumamente y sobre el mismo tema, “El hombre y la gente”, tan distinto en sus planteamientos y su desarrollo. Y todavía en 1984 publica “España inteligible”, que supone el primer intento serio de comprender la realidad española como un proceso de estructura dramática con un argumento bien definido, lo contrario de la incomprensibilidad de la historia de España que durante tiempo se ha venido pregonando.

Pero no se agota aquí el interés de Julián Marías. Hombre esperanzado, cree que la voluntad humana es en buena medida capaz de superar cualquier dificultad con tal de aplicarse a ello seriamente. En “Meditaciones del Quijote” –escrito precisamente en 1914, año del nacimiento de Marías- había escrito Ortega su tan frecuente e incompletamente citada frase “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Marías toma esta enseñanza al pie de la letra y adopta un lema que le acompañará toda la vida: “Que por mí no quede”. Pronto tuvo ocasión de aplicarlo: tiene 24 años cuando acaba la guerra civil, que él ha pasado en Madrid, y su catedrático de Lógica, Julián Besteiro, se esfuerza por evitar una prolongación innecesaria de la guerra. Marías se une a ese esfuerzo por evitar tanta destrucción estéril. Muchos años más tarde, cuando escribe sus memorias, reconocerá que esta actividad desplegada entonces –aun infructuosa, como fue- constituía su único motivo de orgullo.

Esos antecedentes, y su firme lealtad a unos valores que le impedían prestar el juramento que exigía el régimen franquista, imposibilitaron que realizase su profunda vocación de profesor universitario en España –lo fue en otros países-, y cuando, en 1964, es elegido miembro de la Real Academia, alguien acudió a Franco para que bloqueara ese ingreso. Pero la Real Academia Española se había mantenido firme desde el principio ante los intentos de Franco de intervenir en sus decisiones, y Franco sabía que no tenía influencia sobre ella.

Con el fallecimiento de su mujer, Dolores Franco, Lolita, en la Navidad de 1977, se produce una suspensión en su vida, que se mantiene hasta mediados de año, cuando acepta dar un ciclo de conferencias en Buenos Aires. Se le acerca allí una anciana de provincias para contarle un sueño que se le ha repetido a primeros de año, y que carecía para ella de sentido hasta reconocer su nombre en los carteles que anunciaban las conferencias. En ese sueño le decían: “Dolores Franco ha llegado a la presencia del Señor; debe decírselo a Julián Marías”. Nuestro autor confesó guardar estas palabras en su corazón, y recordaba su viaje de novios por los pueblos castellanos, cuando Lolita conseguía que les abriesen las iglesias cerradas que pretendían visitar y él bromeaba diciendo que, llegado el momento, ella se encargaría también de que le abriesen las puertas del cielo.

Julián Marías siguió trabajando hasta los últimos meses, cuando, reducido a la ceguera, había dejado de publicar. En el prólogo de "La fuerza de la razón" se despedía de sus lectores con estas líneas que reproduzco:

"Ahora aparece La fuerza de la razón, que, como he dicho, recoge mi últimos artículos. Más que nunca, son precisamente eso: últimos. Quizá, con seguridad, ya no escriba más. La razón es divina, como nos recuerda Lope de Vega. Dios es Logos, es Razón. Y la ha depositado en nosotros, aunque a veces se debilite debido a nuestra fragilidad. No perdamos la esperanza. Mientras gracias a esa fuerza me encamino a Dios e imagino cerca, con ilusión, la vida perdurable, pido a mis amables lectores -que me han acompañado benevolentes y atentos durante tanto tiempo- tengan presente el último verso de ese primer soneto de las Rimas sacras de Lope: "Vuelve a la patria la razón perdida", cuando su luz venza mi oscuridad. Esa luz perpetua que siempre me iluminará. Nos iluminará, divina y admirablemente, a todos con su hermosísima claridad. Con su todopoderosa fuerza."