El
reciente descubrimiento en una iglesia de Betanzos de una lápida escrita en
lo que podría ser gaélico, la antigua lengua celta de Irlanda (1), pone de actualidad las
viejas teorías que relacionan las poblaciones celtas de Irlanda y de nuestra
península.
Esa
relación iría más allá del simple celtismo de ambas poblaciones, pues la
presencia de celtas en estas regiones no tiene nada de particular: los celtas
–los galos de los latinos- se extendieron en un momento u otro de su
transcurrir histórico desde el Atlántico hasta el mar Negro, y desde el Mar del
Norte hasta el Mediterráneo, y encontramos restos de su presencia en la
topinimia polaca (Galitzia), turca (Galacia) y, naturalmente, británica (Gales)
e ibérica (Galicia).
Pero
el caso de Irlanda es singular, hasta el punto de que en el imaginario común es
todavía hoy Irlanda el país celta por excelencia. El sentimiento celta de la
población fue tan universal y tan profundo que muchos siglos después de haber
desaparecido como estructura social permanecía en la imaginación popular, y sus
Sagas fueron transmitidas oralmente durante muchas generaciones antes de ser
puestas por escrito.
Y
eso, ¿qué tiene que ver con nosotros? Pues ésa es la cuestión, que son las
propias Sagas irlandesas las que vinculan a los dos pueblos: el Libro de las
Conquistas cuenta que Ith, hijo del rey Breogán de Brigantia (¿La Coruña?,
¿Betanzos?), se sintió atraído por aquella isla, navegó hasta allí y allí
encontró la muerte. Algún tiempo más tarde su sobrino Mil invadió la isla y
sometió a la población. Las Sagas, tal como hoy las conocemos, son del siglo
XIX, pero recogen el núcleo mismo del corazón de Irlanda, que había conservado
con amor estas historias de sus orígenes.
¿Se
reduce todo a pura leyenda? Quizá no. A partir de la evolución de ciertas
consonantes, los conocedores de las lenguas celtas aseguran que se pueden hablar
de dos variantes: uno, llamado “celta de q” era el hablado en Irlanda y en
nuestra península, mientras que el otro, el “celta de p”, lo hablaban en Gran
Bretaña, en la Galia y en el norte de Italia. Lo más importante para nuestro
asunto es que el “celta de q” sería el estrato más antiguo, el que se hablaba
cuando partió la primera oleada; las que partieron más tarde llevaron ya
consigo el “celta de p”. Lo que significa que las poblaciones que alcanzaron
las actuales España e Irlanda comenzaron su emigración antes que las demás. Y
como la penetración de los celtas en la Península se fecha en alrededor del
siglo VIII a. JC., y los más antiguos testimonios irlandeses son de los siglos
VI a IV a. JC, se puede pensar que los celtas llegaron primero a la Península,
y desde aquí alcanzaron Irlanda: la lingüística parece apoyar la prehistoria
que se transparenta en las Sagas irlandesas.
Y,
como en un guiño, la Historia, que es también Poesía, se las arregla para que,
cuando en 1921 se constituye el primer Gobierno de la República de Irlanda,
recaiga la Presidencia en Eamon de Valera, llevando a la más alta
representación del nuevo Estado su sangre hispano-irlandesa: una metáfora
viviente, la encarnación de la historia nacional.
Sin
conocer nada de los tiempos remotos, pero con la intuición directa que le daba
su larga experiencia en relaciones europeas internacionales, Salvador de
Madariaga, nuestro gallego más internacional, estaba vivamente convencido de la
índole hispánica de los irlandeses, “arrojados, por una equivocación fatal, tan
lejos de su España nativa. Por eso son los únicos católicos del Norte de
Europa”, bromeaba. O, quizá, no.
Las creencias no tienen influjo en las
estructuras lingüísticas, pero sí ocurre lo contrario: la imagen que se forjan
los hombres del mundo en el que viven depende, en buena medida, da las formas
que emplean para comunicar sus experiencias. Por eso, cuando, en un almuerzo en
la Sociedad de Naciones, entretenía Madariaga a sus comensales señalando que el
español es la única lengua europea que distingue los verbos ser y estar, al tiempo que carece de verbo para expresar el significado
del francés devenir, el inglés to become
o el alemán werden, fue interrumpido
por De Valera, que estaba sentado frente a él, para decirle:
-“También en irlandés hacemos esa
distinción: is quiere decir ser y to quiere decir estar”.
Madariaga reaccionó como movido por un
resorte:
-“¿Y cómo dicen ustedes to become?
De Valera se quedó pensando:
“-To
become…, to become… No hay un
verbo irlandés para decir to become”.
-------------------------------
(1):http://www.lavozdegalicia.es/noticia/ocioycultura/2014/07/22/identifican-inscripcion-gaelico-iglesia-betanzos/0003_201407G22P38991.htm