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domingo, 9 de febrero de 2014

NO, NO PODRÁ



Dice René Goscinny que en el Bagdad de las mil y una noches, bajo el califato de Harum el-Pussah, conspiraba en la sombra el visir Iznogud, que quería “ser Califa en lugar del Califa”. Algo de Goscinny ha debido de quedar en las cabezas de los jerarcas de la ONU, que, ahora exigen a la Iglesia Católica que modifique sus enseñanzas sobre moral para darles gusto a ellos: quieren ser el Papa en lugar del Papa. El modelo que se han buscado, desde luego, no es de lo mejor que se despacha: Iz-no-gud no-es-bueno, y así le va.  

 La ONU, preocupada –con razón- por la pederastia, reclama al Vaticano medidas que el Vaticano ya había implantado, como quedó de manifiesto en el informe presentado ante la sede de la ONU en Ginebra el pasado 16 de enero: no es la primera vez que la ONU llega tarde, como sabemos todos. 

 Lo malo no es que llega tarde, lo malo es su incapacidad para ver la realidad. Atendamos a algunos datos, referidos principalmente a los EE.UU, que es donde más extensa y más profundamente se ha estudiado este problema, y donde más denuncias se han presentado contra sacerdotes pederastas:  

-en un artículo publicado en 2009 con datos recogidos en 22 países,  la revista Clinical Psychology Review concluyó que el índice de pederastia era de 9,2 % en Europa y de 10,1 % en los EE.UU; en Asia y África, donde la cultura no tiene un fundamento básicamente cristianismo, los índice son 23,9 y 34,4 %, respectivamente.  

-según esa misma fuente, los padres son responsables del 30% de las agresiones, y personas del entorno familiar y escolar provocan otro 60%; sólo el 10% son desconocidos de la víctima.  

-a juicio del Departamento de Educación de los Estados Unidos, en 2004 un 9,6% de los alumnos de primaria y secundaria había sufrido algún abuso sexual en la escuela pública.  

-según la revista Newsweek (7 de abril de 2002), alrededor del 8% de los adultos americanos ha cometido abuso sexual a niños alguna vez. Con una población de 80 millones de varones entre 30 y 70 años (2011), supone una población total de 6400 pederastas en los EE.UU.

-según la BBC (4 de mayo de 2010), en Alemania el 0,8% sacerdotes católicos están implicados en estos abusos; en los EE.UU, según  Philip Jenkins, de la Universidad de Pensilvania ­–“Pedófilos y sacerdotes: anatomía de una crisis social”-, ese índice es de  0,2%. Lo que, sobre 40.000 sacerdotes católicos (2011), arroja un total de 80 sacerdotes católicos pederastas, el 1,02% del total de pederastas de los EE.UU.

-el psiquiatra alemán Manfred Luetz no cree que el celibato católico pueda incentivar este tipo de agresiones sexuales,  y afirma que “un padre de familia tiene 36 veces más probabilidades de agredir sexualmente a un niño que un sacerdote célibe.” (BBC, 6 de abril de 2010). 

-Hans-Ludwig Kröber, director del Instituto de Psiquiatría Forense de la Universidad Libre de Berlín, que se proclama ateo, ha declarado: “En vista de que los delincuentes de abusos sexuales con menores son extraordinariamente raros entre célibes, no puede decirse que el celibato sea la causa de la pedofilia. El pedófilo no es nunca una persona que se esfuerza por vivir la abstinencia sexual”. 

-y el dato definitivo: las pólizas de seguros en los EE.UU. no tienen un recargo cuando cubren a niños escolarizados en colegios asistidos espiritualmente por sacerdotes católicos. 

 Bueno, pues, pese a todo, la ONU señala con el dedo a la Iglesia Católica, y únicamente a ella: su interés se concentra, para el caso de los EE.UU., en el 1,02% de los pederastas: el 98,98% de los culpables no merece su atención. Es inevitable la sospecha de insinceridad, sospecha que cobra fuerza cuando reparamos en que ni siquiera investiga las numerosas denuncias de abusos sexuales realizados por los propios Cascos Azules en diferentes partes del mundo: en los años 90, en los Balcanes, Camboya y Timor Oriental; en 2002, en África occidental; en 2004, en la República Democrática del Congo; en 2007, en Haití y Sri Lanka; en 2010, de nuevo en la República Democrática del Congo; en 2011, en Costa de Marfil y Benin; en 2012, en Haití. 

 Quizá, al fin y al cabo, su interés no son las víctimas de la pederastia, quizá sólo pretende criminalizar a la Iglesia Católica para que deje de ser una autoridad moral independiente más allá de las presiones políticas, sociales y económicas, un palo atravesado en las ruedas que mueven el discurso de lo políticamente correcto, como la ideología de género y la "salud reproductiva y sexual". “¿Por qué no desapareces?”, parece preguntarle. 

 Trabajo perdido, como aprendió ya Napoleón en su momento: “¡Voy a destruir a su Iglesia!” le dijo al cardenal Consalvi. “No podrá” contestó éste. “¡Sí, la destruiré!”, insistió el Emperador. “No, no podrá. Ni siquiera nosotros - los millones de pecadores que la minamos desde dentro todos los días desde hace dos mil años- hemos podido hacerlo”.  

Pues eso.


 

miércoles, 3 de noviembre de 2010

SÁNCHEZ DRAGÓ, O EL ESCÁNDALO DEL PSOE



Ha pasado ya el tiempo necesario para hablar de ello con cierto sosiego. Ha sido la noticia nacional que más comentarios ha despertado por parte de todos el pasado mes, y por parte de todos ha sido duramente contestado. Sánchez Dragó declaraba sin tapujos su aventura sexual con menores japonesas, que luego ha querido teñir de obra literaria: el papel lo aguanta todo.

Todos esperábamos que hubiera sido cesado de su puesto en la televisión pública madrileña: la apología que hacía del sexo con menores parecía justificarlo. Pero quienes pueden tomar esa decisión no comparten este punto de vista. La presidente Aguirre ha sido la primera que, tras considerarlo género literario, se escabullía entre bambalinas mientras apuntaba con el dedo a los directivos de Telemadrid.

No hay que ser un lince para comprender que para tener una vida sexual sana es necesario haber alcanzado cierto grado de madurez; de lo contrario, la persona se convierte en pasto de los demás. Tienen toda la razón los dirigentes del PSOE cuando afirman que las palabras del escritor son “un ataque contra todos a los que nos parece execrable que haya presumido de haber mantenido relaciones sexuales con dos menores", y que "es absolutamente inadmisible que un tipo que presume de haber mantenido relaciones sexuales con niñas de 13 años aparezca en una empresa pública de comunicación”.

¡Albricias! He aquí que la condena de la pedofilia, la defensa del menor, viene hasta nosotros de la mano, como debíamos esperar, del partido que se presenta como defensor del más débil. Es verdad: es absolutamente inadmisible mantener con dinero público, que es dinero nuestro, a quien manifiesta a las bravas las excelencias del abuso sexualmente explícito con menores.

La pena es que todo este escándalo parece farisaico. Habría que recordarle a todos aquellos que se rasgan las vestiduras que la edad de consentimiento sexual en España son los 13 años. En Japón, a lo mejor, es pedofilia, pero aquí, si hay libre consentimiento, no pasa nada. Así está la ley. Y aún hay más. En este mismo año, el PNV propuso subir la edad de consentimiento sexual de los 13 a los 16 años, y el partido gobernante se negó en redondo a modificar el Código Penal. El mismo partido que promueve el consumo libre de la píldora del día siguiente como si se tratase de pastillas para la tos, el mismo partido que defiende el aborto libre para menores sin conocimiento de quien más interés tiene en su bienestar, sus propios padres. Tanta preocupación por las japonesas no me parece mal; pero las españolas, ¿no merecen también la preocupación de nuestros gobernantes?

No deberíamos echarnos las manos a la cabeza si después de tanta “salud sexual y reproductiva” nos encontramos con noticias como ésta. Convendría recordar los viejos versos gongorinos “¿De quién me quejo con tan grande extremo / si ayudo yo a mi daño con mi remo?

domingo, 4 de abril de 2010

El LODO EN LA SOTANA

Abrimos el periódico y parece que buscamos nuevos titulares sobre otro caso de pedofilia de sacerdotes, las autoridades de la Iglesia no dan abasto para desmentir o dar unas explicaciones que a pocos parecen convencer, nos acostumbran a relacionar sacerdocio con homosexualidad y pedofilia… Todo esto no podemos asumirlo y pasar a otro asunto: merece una reflexión detenida.
Pastores consagrados de la Iglesia aparecen, de pronto, como ejemplo de incontinencia sexual y de comportamiento homosexual y pedófilo, es decir, un compendio de todo lo que rechaza la Iglesia en materia sexual. ¿Cómo ha sido posible? Porque nadie que quiera entender la realidad puede tomarse en serio la afirmación de que esos comportamientos son consecuencia de su pertenencia a la Iglesia, que predica exactamente lo contrario desde hace dos mil años. Y tampoco puede relacionarse con el compromiso de celibato: después de una fase de abstinencia sexual uno no deja de soñar con mujeres atractivas y empieza de repente a soñar con menores: en este campo, para un varón heterosexual los niños carecen de interés. Pero es que, además, la promesa de vivir el celibato no la hacen los sacerdotes hasta los 25 ó 30 años, cuando la identidad sexual está ya plenamente formada.
El profesor Hans-Ludwig Kröber, director del Instituto de Psiquiatría Forense de la Universidad Libre de Berlín, uno de los más prestigiosos profesores de su especialidad en Alemania, que en su juventud militó en el Partido Comunista, y que se proclama públicamente ateo, ha declarado: “Naturalmente que siempre es posible combatir el celibato y defender el punto de vista de Lutero; pero, en vista de que los delincuentes de abusos sexuales con menores son extraordinariamente raros entre las personas celibatarias, no puede decirse que el celibato es la causa de la pedofilia. El típico pedófilo no es en ningún caso una persona que se esfuerza por vivir la abstinencia sexual”.
Entonces, si no surgen del celibato, y si la identidad sexual se forja en los años de la adolescencia, ¿dónde está el origen de estas conductas? Yo creo que la respuesta hay que buscarla, más que en su condición sacerdotal o religiosa, en la sociedad en la que se desenvuelve. ¿Cómo contempla esa sociedad la sexualidad humana? Desde luego, no bajo el prisma de principios cristianos: primero la Ilustración y después la Revolución Francesa separaron la moral de la religión. Jeremy Bentham y John Stuart Mill identificaron el bien con el placer. En el siglo XIX, Frederick Engels planteó la ruptura de la relación heterosexual tradicional como la primera fase de la lucha de clases, y, ya en el siglo XX, Freud concedió a la sexualidad una importancia determinante en la configuración de la personalidad, aunque aceptaba la necesidad de controles y normas para que no se imposibilitase la civilización.
En el último siglo, las ideas marxistas y freudianas han sido radicalizadas por autores-icono, de los que son paradigma Wilhelm Reich y Herbert Marcuse, el primero por su promoción de la satisfacción sexual plena sin condicionamientos, y el segundo por su oposición a cualquier ordenamiento de la sexualidad, sea familiar, moral o social. A esto hay que añadir los trabajos de Alfred Kinsey, que defendió la “naturalidad” de la homosexualidad y de la sexualidad de menores. Hoy sabemos que la investigación de Kinsey estuvo sesgada, y que incluso se permitió “experimentos” sexuales inauditos con niños, pero nada de eso ha importado realmente.
Actualmente, la propia sociedad civil ha puesto en marcha una iniciativa legislativa para tolerar las relaciones sexuales con menores si se da consentimiento por parte de éstos, hace retroceder la edad por debajo de la cual una persona deba considerarse “menor” en lo que se refiere a materia sexual y facilita el ejercicio irresponsable de la sexualidad entre jóvenes incluso al precio de su propia salud.
Claro está que el impulso sexual es poderoso, pero cuando la personalidad se forja en estas circunstancias y no se fortalece la voluntad para gobernarlo adecuadamente su poder parece multiplicarse. Y no es de extrañar que la sexualidad acabe erigiéndose en rector de la conducta. ¿Podemos sorprendernos si después nos encontramos con adultos que no han aprendido a dominar su impulso sexual y que buscan su satisfacción sin parar en trabas externas? Aquellos polvos nos han traído estos lodos.
No, ésta no es la cultura de la Iglesia, sino la de nuestra sociedad laica, una cultura que la Iglesia viene combatiendo desde hace dos mil años.

jueves, 1 de abril de 2010

"POVERA E NUDA VAI,..."

Su Santidad el papa Benedicto XVI se dispone a celebrar la Pasión del Señor bajo el signo de la persecución: el pasado día 24 Laurie Goodstein publica en el New York Times un extenso artículo con la documentación pertinente en el que se implica al Precepto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que entonces –entre 1996 y 1999- era el Cardenal Ratzinger, en el silenciamiento y amparo del sacerdote Lawrence Murphy, acusado de puede que hasta 200 abusos sexuales entre los años 1950 y 1974.

Las acusaciones que entonces se produjeron fueron desoídas tanto por las autoridades civiles como por los superiores del sacerdote, que se limitaron a trasladarlo a otra diócesis. Pero, de pronto, más de 20 años después, en 1993, un nuevo flujo de denuncias, lleva a Mons. Weakland, arzobispo de Milwaukee, a hacer que lo examine una asistente social especialista en paidófilos, que, tras celebrar con Murphy tres entrevistas, declaró en su informe que el sacerdote había reconocido los hechos y no mostraba arrepentimiento.

La periodista nos cuenta que Mons. Weakland, sin embargo, no intentó que Murphy fuera excluido del ministerio sacerdotal hasta julio de 1996, cuando escribió dos cartas sobre el caso al Cardenal Ratzinger, cartas que éste no contestó. Sólo al cabo de ocho meses, en marzo de 1997, el secretario de la Congregación, Tarcisio Bertone –actualmente Cardenal Secretario de Estado– indicó que abriera un proceso canónico contra Murphy.

Goodstein no explica, quizá porque no lo sabe, por qué llegó el caso Murphy a la Santa Sede: Weakland supo, en las diligencias previas, que algunos de los delitos denunciados eran de solicitación, o sea, cometidos en el confesonario, y que, en ese caso, caían bajo la jurisdicción de la Congregación que dirigía Ratzinger, por lo que no tuvo otra opción que paralizar el proceso hasta conseguir de ella la autorización necesaria. Y cualquiera que fuera la razón por la que la carta no fue contestada en seguida, la comunicación entre ambas partes no falló, pues, como se puede leer en la documentación que aporta la propia Goodstein, en noviembre del mismo 1996, cuatro -¡no ocho!-meses después de la primera notificación a Ratzinger, ya estaba en marcha de nuevo el proceso.

Pero la historia tiene más enjundia: en la carta de marzo de 1997, Bertone señaló que, para la investigación y juicio de estos delitos, debían aplicarse las normas vigentes cuando se cometieron –una Instrucción de 1962- por lo que era preciso reiniciar el procedimiento. A raíz de eso, el Tribunal encargado se percata de que, de acuerdo con aquella Instrucción, el obispo competente es el de la diócesis de residencia del acusado, lo que obliga a cerrar el caso en Milwaukee y pedir a Mons. Fliss, obispo de Superior, que abra otro. Mons. Fliss abre proceso contra Murphy en diciembre de 1997.

Todo ello es ajeno a ningún interés cómplice en la Congregación que dirigía Ratzinger. El hecho de que se haya producido un retraso no deseado por la invalidación sucesiva de dos procesos se debe solamente a que la voluntad del juzgador se somete a la ley; ¿alguien propone lo contrario?

Nos cuenta después Goodstein que Murphy escribió a Ratzinger en enero de 1998 -al mes de abrirse el caso en Superior- para solicitar que se abandonara el proceso abierto contra él, alegando que su edad era avanzada y su salud frágil, y que las normas canónicas fijaban el plazo de un mes entre la comisión del delito y el inicio de un proceso. La periodista reprocha que, tras esta apelación, Bertone “detuvo” el proceso.

La verdad es que la cosa no fue repentina: Bertone, como es natural, no podía detenerlo, lo que podía era trasmitir al tribunal que juzgaba el caso las alegaciones del acusado, y eso fue lo que hizo en el mes de abril, recomendando, eso sí, que se tuvieran en cuenta; los cargos fueron, finalmente, retirados en agosto de 1998, mes en el que falleció Murphy.

Hay un dato más que hace pensar que sin Ratzinger por medio no habría historia, y que pone en tela de juicio la honradez profesional de la periodista: el propio Weakland, en su escrito a Ratzinger de julio de 1996 consultó sobre otro caso antiguo de sacerdote acusado de abusos de menores, cuyo proceso se autorizó igualmente, y que terminó con la condena y exclusión del acusado del estado clerical. Si Goodstein, como parece, conoce los documentos que cita, debió conocer también este asunto. Pero lo ha silenciado, en vista de que su conclusión echaría por tierra el escandaloso titular que le sirve de lanzadera: “El Vaticano rehusó expulsar a un sacerdote de EE.UU. que abusó de niños”. Pobre y desnuda anda la verdad.