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miércoles, 5 de octubre de 2022

DISCREPAR DEL PAPA

      

Pocos Papas han sido recibidos tras su elección con un clamor popular como el que acogió a Francisco desde que se asomó al balcón para presentarse ante los fieles que esperaban en la plaza de san Pedro. Llovieron elogios desde todos los frentes, pero especialmente de las voces críticas con su antecesor, que lo recibían como un soplo de aire nuevo en la Iglesia. En seguida se conocieron las costumbres de Bergoglio, que sorprendían a tirios y troyanos. Se presentaba al nuevo Pontífice más como si fuera el líder de una ONG para el desarrollo que el Papa de la Iglesia Católica.

 

Pero también pocos Papas han visto cómo ese fervor popular es movedizo, y de un día para otro los parabienes se convierten en críticas desdeñosas o ironías mordaces. En fin, nunca llueve a gusto de todos.

 

No, nunca llueve a gusto de todos, pero cuando se trata del Papa es algo que se lleva mal. Enseguida se levantan voces de protesta, porque es un Papa conservador, inmovilista, y porque es un Papa rojo que rompe con la tradición. Mal porque acoge y mal porque condena, mal porque hace distingos y mal porque confunde las cosas. Es difícil gustar a todos. Muy difícil.

 

Se olvida, en primer lugar, algo que apuntó muy oportunamente Benedicto XVI en el prólogo de "Jesús de Nazaret": "no necesito decir que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal del rostro del Señor". No todo lo que dice un Papa es Magisterio de la Iglesia, algo que parecen desconocer los "vaticanólogos" que pontifican sobre el Pontífice. El Papa -cualquier Papa- tiene opiniones personales que no son vinculantes para nadie y de las que es lícito discrepar. Sólo cuando se pronuncia sobre doctrina de fe o de moral tienen sus palabras fuerza vinculante para un católico.

 

Se dirá que ya se sabe, y que qué importa eso. Pero debe ser que importa mucho cuando tanta tinta corre a propósito de todas estas cosas. Y cuando resulta que mucha de esa crítica viene del seno mismo de la Iglesia Católica, de creyentes que quizás consideran que la Iglesia estaría mejor gobernada si la pusieran en sus propias manos.

 

Y es claro que un Papa puede equivocarse cuando opina sobre cualquier otra materia: no está asistido por el Espíritu Santo cuando habla de las excelencias de Mozart, de "El festín de Babette" o del San Lorenzo, su equipo de fútbol. Tampoco cuando, sobre un asunto cualquiera, expresa opiniones personales en una conversación informal que no tardará en extenderse por todo el mundo para reprocharle lo que no era más que la expresión desprevenida y no matizada de una idea espontánea, quizá ni siquiera meditada con detenimiento. O cuando se pone a reformar. "¡No me gusta lo que hace!". Bueno, ¿y qué? El Papa es él. A él le corresponde tomar esas decisiones. Está, además, en una posición incomparablemente más ventajosa que la nuestra para apreciar los detalles y el conjunto. Pero si, aun con eso, nos parecen equivocadas sus decisiones, recordemos la escena en que Cam, que encuentra a su padre, Noé, ebrio y desnudo, acude a contarlo a Sem y a Jafet, y cómo estos, considerando el respeto que deben a su padre, en lugar de secundar las burlas de su hermano, acuden a taparlo caminando hacia él de espaldas para evitar la contemplación de su desnudez. Nosotros podemos adoptar la actitud de Cam, y salir corriendo a contarlo al mundo, o podemos apresurarnos a asistirlo en su debilidad y en su miseria, como corresponde a un hijo que valora y respeta la figura de su padre. 

 

Y, desde luego, no tener miedo. No olvidemos las primeras palabras de Benedicto XVI tras su elección: “Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes”. Para añadir a continuación “Me encomiendo a vuestras oraciones”. Que es, también, lo primero que hizo Francisco desde el balcón. 

 

Todos somos instrumentos insuficientes de Dios. Pero gobernar la Iglesia es el encargo del Papa. El mío es rezar por él.


domingo, 9 de febrero de 2014

NO, NO PODRÁ



Dice René Goscinny que en el Bagdad de las mil y una noches, bajo el califato de Harum el-Pussah, conspiraba en la sombra el visir Iznogud, que quería “ser Califa en lugar del Califa”. Algo de Goscinny ha debido de quedar en las cabezas de los jerarcas de la ONU, que, ahora exigen a la Iglesia Católica que modifique sus enseñanzas sobre moral para darles gusto a ellos: quieren ser el Papa en lugar del Papa. El modelo que se han buscado, desde luego, no es de lo mejor que se despacha: Iz-no-gud no-es-bueno, y así le va.  

 La ONU, preocupada –con razón- por la pederastia, reclama al Vaticano medidas que el Vaticano ya había implantado, como quedó de manifiesto en el informe presentado ante la sede de la ONU en Ginebra el pasado 16 de enero: no es la primera vez que la ONU llega tarde, como sabemos todos. 

 Lo malo no es que llega tarde, lo malo es su incapacidad para ver la realidad. Atendamos a algunos datos, referidos principalmente a los EE.UU, que es donde más extensa y más profundamente se ha estudiado este problema, y donde más denuncias se han presentado contra sacerdotes pederastas:  

-en un artículo publicado en 2009 con datos recogidos en 22 países,  la revista Clinical Psychology Review concluyó que el índice de pederastia era de 9,2 % en Europa y de 10,1 % en los EE.UU; en Asia y África, donde la cultura no tiene un fundamento básicamente cristianismo, los índice son 23,9 y 34,4 %, respectivamente.  

-según esa misma fuente, los padres son responsables del 30% de las agresiones, y personas del entorno familiar y escolar provocan otro 60%; sólo el 10% son desconocidos de la víctima.  

-a juicio del Departamento de Educación de los Estados Unidos, en 2004 un 9,6% de los alumnos de primaria y secundaria había sufrido algún abuso sexual en la escuela pública.  

-según la revista Newsweek (7 de abril de 2002), alrededor del 8% de los adultos americanos ha cometido abuso sexual a niños alguna vez. Con una población de 80 millones de varones entre 30 y 70 años (2011), supone una población total de 6400 pederastas en los EE.UU.

-según la BBC (4 de mayo de 2010), en Alemania el 0,8% sacerdotes católicos están implicados en estos abusos; en los EE.UU, según  Philip Jenkins, de la Universidad de Pensilvania ­–“Pedófilos y sacerdotes: anatomía de una crisis social”-, ese índice es de  0,2%. Lo que, sobre 40.000 sacerdotes católicos (2011), arroja un total de 80 sacerdotes católicos pederastas, el 1,02% del total de pederastas de los EE.UU.

-el psiquiatra alemán Manfred Luetz no cree que el celibato católico pueda incentivar este tipo de agresiones sexuales,  y afirma que “un padre de familia tiene 36 veces más probabilidades de agredir sexualmente a un niño que un sacerdote célibe.” (BBC, 6 de abril de 2010). 

-Hans-Ludwig Kröber, director del Instituto de Psiquiatría Forense de la Universidad Libre de Berlín, que se proclama ateo, ha declarado: “En vista de que los delincuentes de abusos sexuales con menores son extraordinariamente raros entre célibes, no puede decirse que el celibato sea la causa de la pedofilia. El pedófilo no es nunca una persona que se esfuerza por vivir la abstinencia sexual”. 

-y el dato definitivo: las pólizas de seguros en los EE.UU. no tienen un recargo cuando cubren a niños escolarizados en colegios asistidos espiritualmente por sacerdotes católicos. 

 Bueno, pues, pese a todo, la ONU señala con el dedo a la Iglesia Católica, y únicamente a ella: su interés se concentra, para el caso de los EE.UU., en el 1,02% de los pederastas: el 98,98% de los culpables no merece su atención. Es inevitable la sospecha de insinceridad, sospecha que cobra fuerza cuando reparamos en que ni siquiera investiga las numerosas denuncias de abusos sexuales realizados por los propios Cascos Azules en diferentes partes del mundo: en los años 90, en los Balcanes, Camboya y Timor Oriental; en 2002, en África occidental; en 2004, en la República Democrática del Congo; en 2007, en Haití y Sri Lanka; en 2010, de nuevo en la República Democrática del Congo; en 2011, en Costa de Marfil y Benin; en 2012, en Haití. 

 Quizá, al fin y al cabo, su interés no son las víctimas de la pederastia, quizá sólo pretende criminalizar a la Iglesia Católica para que deje de ser una autoridad moral independiente más allá de las presiones políticas, sociales y económicas, un palo atravesado en las ruedas que mueven el discurso de lo políticamente correcto, como la ideología de género y la "salud reproductiva y sexual". “¿Por qué no desapareces?”, parece preguntarle. 

 Trabajo perdido, como aprendió ya Napoleón en su momento: “¡Voy a destruir a su Iglesia!” le dijo al cardenal Consalvi. “No podrá” contestó éste. “¡Sí, la destruiré!”, insistió el Emperador. “No, no podrá. Ni siquiera nosotros - los millones de pecadores que la minamos desde dentro todos los días desde hace dos mil años- hemos podido hacerlo”.  

Pues eso.


 

sábado, 16 de marzo de 2013

TAMBIÉN EL PAPA ES CATÓLICO


Cuentan que cuando Pío XII recibió a la enviada especial de los Estados Unidos, ésta empezó a exponer la situación en su país con frecuentes incisos en los que afirmaba que "ella era católica”. Al Papa parece que esta actitud le chocaba un poco, y tuvo que recurrir a su paciencia para seguir con su afectuosa sonrisa escuchando a su invitada. Pero tanto fue el cántaro a la fuente que llegó al final de la paciencia, allí donde se acaba la paciencia y ya no hay más paciencia. Y, entonces, dicen que la interrumpió con un “Señorita Baum, permítame recordarle que también Nos somos católico”.
 
No he podido evitar recordarlo al leer en la prensa de los últimos días algunos de los numerosos artículos que se ocupan de la figura del nuevo Papa. No me sorprende la extendida coincidencia en señalar que se trata del primer Papa que es esto y aquello, y que se hace la comida, y que viaja en autobús, y etc, etc, etc. Son aspectos de su persona que resultan novedosos y suscitan comentario, a menudo entusiasta. Lo que ya no entiendo tan bien es que, inmediatamente después de subrayar su cercanía a los más necesitados, se espere que convierte a la Iglesia en una ONG. Y, definitivamente, soy incapaz de entender que todos coincidan en subrayar que se trata de un Papa “doctrinalmente conservador”.

 Lo primero que hay que decir es que si quedaba alguna duda de la importancia del Papa, a estas alturas ya se ha disuelto: todo el mundo se apresura a sugerir cómo debe ser y qué debe hacer el Papa. No sé yo si es muy oportuno. Cuando el piloto del avión en el que viajo salga de su cabina para preguntar a los pasajeros qué altura, qué velocidad y qué rumbo desean llevar, yo me levantaré de mi asiento y pediré un paracaídas. Creo que se pierde de vista una forma de servicio particularmente importante y delicada, que consiste en el ejercicio adecuado de la autoridad. Que es, precisamente, para lo que ha sido elegido el Papa: ¿cómo es posible que se subraye de un Papa que es “doctrinalmente conservador” si está puesto precisamente para eso, para conservar la doctrina? Esa es su razón de ser, su justificación.

Si durante siglos el Papa ha sido una figura lejana, cuyo rostro –y no digamos la voz- era desconocido para la inmensa mayoría de los fieles, hoy la televisión nos lo trae al salón de nuestra casa, al ámbito privado de la familia. Eso tiene la ventaja de hacerlo más cercano y entrañable, pero también más minuciosamente examinado, desmitificado, “vulgar y corriente”, uno como nosotros. Así que le pedimos que se gane su prestigio.

Desde luego, como no se lo va a ganar es siendo como los demás. “Si yo fuera Papa haría esto así y asá”. Si el Papa hiciese lo que haría yo, tendríamos que buscarnos a otro Papa: ¡estaríamos arreglados! Y, es verdad, “tiene que hablar el lenguaje de nuestra época”, pero no cualquier lenguaje de nuestra época: el lenguaje tiene muchos registros, y a él le toca hablar “el lenguaje de un Papa de nuestra época”.

Ni doctrinalmente reformista, ni director de una ONG. No se le puede pedir al Papa que se olvide del encargo que Jesús le ha confiado para adaptarse a la opinión de unos hombres a los cuales tiene que servir precisamente siendo el que tiene que ser. Ser mejor Papa es ser más Papa, no menos. Y ser Papa significa ser el vicario de Cristo, que le asiste especialmente -¿no hemos reconocido en su sonrisa la sonrisa de Jesús? -, significa hacer presente a Jesús. A Jesús, que no vino a acabar con el hambre (aunque si alimentó a algunos), ni con la enfermedad (aunque sí sanó a algunos), sino a traernos a Dios: todo lo demás fue por añadidura.

Ser más Papa quiere decir recordar el carácter sacro de su mensaje. Y la forma más eficaz de profanar ese mensaje es trivializarlo. Por eso no puede hacer de la Iglesia una ONG. Hay una jerarquía religiosa de las verdades, de los problemas y de las urgencias. La inversión de esos valores es, en su caso, una gravísima responsabilidad, y, en el nuestro, una grave deformación de la realidad: si nos dejamos cambiar por su mensaje no harán falta las ONGs, pero al revés no es verdad. Porque no funciona: ya se ha intentado, y no funciona.


viernes, 15 de febrero de 2013

NO SE TRATABA DEL PODER

          El día 16 de abril de 2005 el cardenal Ratzinger cumplía 78 años y, preguntado por su situación en el Cónclave que se iniciaba dos días más tarde, aseguró su completa falta de ambición papal. Había invertido sus ahorros en comprar una casa en Alemania a la que retirarse con su hermano Georg, y si no estaba ya en ella era porque Juan Pablo II le había pedido que aplazase su jubilación.
La víspera del Cónclave Ratzinger era considerado el candidato con más posibilidades, y la prensa europea atacaba de frente. El Sunday Times recordaba en portada su integración en las Juventudes Hitlerianas, los “vaticanófobos” consideraban que un conservador a machamartillo entraba Papa al Cónclave y su paso “de Gran Inquisidor a jefe de la Iglesia Católica” no auguraba nada bueno. El “guardián de la fe” no era el candidato más idóneo para poner en marcha la larga serie de reclamaciones que la prensa europea recordaba a los cardenales: celibato sacerdotal, aborto, ordenación de mujeres, matrimonio homosexual,… Ratzinger era demasiado viejo, demasiado enfermo, demasiado europeo, demasiado intelectual, demasiado “línea dura”
Pero cuando, al día siguiente, se iniciaba el Cónclave, desde la primera votación se confirmó su posición destacada, poniéndose de manifiesto la libertad de los cardenales por encima de las presiones de los medios. Las cosas no salían como Ratzinger hubiera deseado. Él mismo ha confesado que, al ver que en las sucesivas votaciones aumentaba su ventaja, dirigió su oración a Dios: “¡No me hagas esto!”. El segundo día de votaciones, mientras se iban leyendo en voz alta los votos de la urna, dos lágrimas corrían por sus mejillas. Con 78 años a cuestas, cansado ya de estar cansado, se le pedía la entrega definitiva, apurar la oblación. Seguro de su debilidad, pero también seguro de la asistencia de Dios, se puso en Sus manos y consintió en Su voluntad.
El mismo día de su elección, desde el balcón del Palacio Apostólico, afirmaba: “Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes, y sobre todo me encomiendo a vuestras oraciones. En la alegría del Señor resucitado, confiando en su ayuda continua, sigamos adelante. El Señor nos ayudará y María, su santísima Madre, estará a nuestro lado.” Con la humildad que le caracterizó como profesor, como teólogo y como Prefecto emprendió un Pontificado apoyado únicamente en la palabra de Jesús, que le había dicho: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra Yo edificaré mi Iglesia”.
Y le dejó edificar. Los críticos que temían un poder avasallador se encontraron con un Papa que pedía perdón por los pecados de la Iglesia, que reconocía que el mayor enemigo de la Iglesia estaba dentro de ella, que tendía una mano a los disidentes, que no confundía su obra privada con el magisterio petrino. Se encontraron con que un Papa al que habían calificado de conservador… ¡renunciaba a la Cátedra de Pedro!
Las mismas voces que le acusaron en 2005 de haber hecho campaña para ser elegido le reprochan ahora “bajarse de la Cruz”, y son las mismas voces que reprocharon a Juan Pablo II “aferrase al poder”. No comprenden nada. Ignoran que Dios tiene un plan personal para cada uno de nosotros, que no pide lo mismo a todas las personas, y tampoco pide lo mismo a todos los Papas. Que lo decisivo es el servicio a la fe, el servicio a la Iglesia de Cristo. Benedicto XVI lo ha explicado con mucha claridad: dadas sus condiciones físicas, y después de mucho tiempo de oración ante el Señor, y por el bien de la Iglesia, toma la decisión de renunciar al servicio que tenía encomendado. Tras consultarlo largamente con el Señor, y por el bien de Su Iglesia. Hay poco que añadir. Sólo una cosa: que se encomendó a mis oraciones, y yo no he rezado bastante por él.

domingo, 21 de agosto de 2011

SIEMPRE ES NUEVO EL AMOR

Ha cruzado España una multitud de más de un millón de jóvenes. Vienen de todos los continentes, de todas las razas; andando, en bicicleta, en autobuses, desde países vecinos y desde países lejanos de nombres impronunciables, durante días o semanas, a veces después de haber ahorrado durante años para encontrarse aquí ahora. En todas las ciudades van dejando el recuerdo de su entusiasmo y de su alegría, de la sinceridad de una fe que proclaman sin vergüenza. Les hemos visto con sus mochilas y sus banderas, cantando al paso y sentándose en el suelo de las plazas para comunicar a los demás su itinerario de fe. No hablan de la crisis, de miseria –algunos la conocen muy de cerca-, de memorias del pasado, de odios ni revanchas. Cantan, rezan.

Para estos jóvenes, pasar unas horas en Madrid junto al Papa, oyéndolo y viéndolo de cerca, escuchando su palabra clara y estimulante, merece todo el sacrificio que les ha supuesto este viaje. Y también para el Papa, que, octogenario ya y con dificultades de movimiento, supera sus debilidades para acercarse hasta ellos, para convivir con ellos, para contagiarse de su alegría y dejarles el ejemplo de la fidelidad a la misión a la que ha sido llamado: “apacienta mis ovejas” (Jn 21, 16). Apacentar sus ovejas es proclamar la verdad y defenderla, desenmascarar la falsedad, llamar al pan, pan; y, al vino, vino, decirles que el bien es el bien y que el mal no es el bien, que no se dejen engañar. Alguien le ha pedido que no se meta en cuestiones como el aborto o la eutanasia. Es un ingenuo. O no ha entendido bien esta visita.

¿Qué podemos decirles a estos jóvenes? Se les está recibiendo en muchas ocasiones con una hostilidad que no pueden entender, con un rechazo que, en realidad, no va dirigido contra ellos. Ellos no entienden de guerras ni de mercados ni política ni de bandas sociales: no tienen poder ni dinero. Están aquí para encontrarse con Cristo-en-la-tierra (“Somos adictos a Benedicto”), para trasmitir un mensaje de amor y renovación interior, para cambiar el mundo. A su paso rugen los leones, les amenazan, les insultan, les llaman borregos y pederastas. No es importante, no tienen miedo: les anima una alegría invencible, una confianza firme. A mí me recuerdan a María, sentada a los pies de Jesús mientras a su alrededor el tráfago distrae la atención de Marta. “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, pero sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte, y no le será arrebatada” (Lc 10, 41-2).

No buscan enfrentamientos, porque saben que somos, todos, imperfectos, complicados, llenos de debilidades, de perezas, de contradicciones y paradojas. Y saben que podemos ser lobos para los que no piensan como nosotros, podemos lanzarnos sobre ellos y desplazarlos, destruirlos, los seres humanos somos así. Pero también saben que hay otra forma, que acoger, comprender y disculpar abre nuevas posibilidades, que el amor puede renovar el mundo. Eso sí, hay que vencer las dificultades que nos salen al camino. También las propias. Por eso se ha llenado el Retiro de confesonarios, y, en todas las lenguas, los jóvenes –pero también los mayores, que se han visto arrastrados por esa marea de fe- vuelven la mirada atrás, echan cuentas, restañan las heridas y se disponen a recomenzar con la ilusión renovada y el corazón limpio.

Durante cuatro días hemos asistido a la alegría contagiosa de la vida, del amor. Hemos visto cómo respondía la muchedumbre a la llamada de un Papa que les convocaba a no dejarse intimidar, que les animaba a ser sinceros, abiertos y francos, a estar orgullosos de su fe en el Resucitado, y a hacerlo presente en sus vidas por encima de burlas, incomprensiones y dificultades. Y hemos aprendido que es posible deshacerse del barro pegado en las alas y volar alto, sentir la mirada de Dios que sonríe complacido ante nuestro esfuerzo por ser mejores, y renovar el mundo. Hoy suenan las palabras de la última cena: “Os he destinado para que vayáis, y deis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Jn 15, 16).

viernes, 12 de agosto de 2011

SAMPEDRO Y EL PAPA

La generosidad de una antigua y querida amiga me ha permitido conocer el vídeo en el que José Luis Sampedro expone su opinión acerca de la visita del Papa a la JMJ(1). Si yo tuviera por el escritor la misma admiración socio-política que tengo literaria, estaría tan orgulloso como a él se le ve, de todo lo que dice y piensa, y de todo lo que no dice y no piensa. Pero no la tengo, ésa es la cuestión.
José Luis Sampedro ataca en dos frentes principalmente: la Iglesia y la enseñanza.
-propone que la política nacional no tenga en cuenta la opinión de los católicos, ya que apenas el 27% va a misa todos los domingos, de lo que deduce que el 73% comparte su posición laicista. Para empezar, parece difícil de asumir que se pida al Gobierno que no tenga en cuenta a la cuarta parte de la población. Pero probablemente será más, porque olvida que más a menudo nos dejamos llevar por la pereza que por las convicciones, o por intereses mayores o más gratificantes, ¿o pretenderá que sólo están en contra de esta visita los españoles que así se manifiesten en Madrid?
-acusa a los gobiernos de tener miedo al voto católico, como si tener en cuenta al 27% de la población sólo puede ser consecuencia del miedo, y como si ese voto fuese de mala calidad, de segunda clase, despreciable: habrá que recordarle que los católicos no perdimos nuestro derecho a ser ciudadanos corrientes el día de nuestro bautizo.
-considera que la educación a los niños en centros católicos es una “colonización de las mentes infantiles”: ¡hombre, claro!, en eso consiste cualquier educación, en implantar en esas cabecitas frescas y vírgenes unos conocimientos y unos criterios que hayan de servirles más adelante.
-le parece que esa educación “impide que sean ciudadanos”: volvemos a lo de antes: ¿por qué se emperra en que la fe católica suprime la ciudadanía?, ¿no será que esconde una cierta intolerancia de la que acusa al prójimo? Pretende extender patente de ciudadanía: ciudadanos, sí, pero los que él diga. Vamos a ser serios: habíamos quedado en que en eso consistía precisamente la democracia, en que todos tienen voz y voto: equiparar democracia con laicismo no es un ejemplo de democracia, sólo es un ejemplo de laicismo.
-además, “no podrán –esos niños educados en la fe católica- razonar por su cuenta”. ¿No?, ¿no podrán? ¿No pudo Julián Marías razonar por su cuenta?, ¿no pudieron Gabriel Marcel, Jacques Maritain, Emmanuel Mounier, Edith Stein,… razonar por su cuenta? ¡Ah, no! ¡Lo había entendido mal!: lo que dice es que quiere que no se les permita pensar por su cuenta: "¡los educados en la fe católica no podrán -no se les permitirá- pensar por su cuenta!" Así sí, así se entiende mejor.
Decía al principio que no tengo por Sampedro la misma admiración socio-política que literaria. Lo que sí tengo, en cambio, es la impresión de que Sampedro ha trastocado los papeles: no son ya los ciudadanos los que han de tener el Estado que quieren: ahora es el Estado el que ha de tener los ciudadanos que quiere. Mal asunto.

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martes, 2 de noviembre de 2010

A PROPÓSITO DE PEDRO


El Papa se dispone a visitar España, y, como sucedió en su visita al Reino Unido, se levantan voces críticas sobre su actitud pastoral. Espero que también sea igual el aumento de la estimación de la gente al final de la visita, pero no es de eso de lo que quiero ocuparme ahora.
De lo que quiero ocuparme ahora es de algo previo que está en la base de esta reacción. Juan José Tamayo acaba de hacer pública una vez más, por si alguien aún no se hubiese enterado, el aprecio que siente por el Papa: “una autoridad religiosa antidemocrática” que es “uno de los factores que más han contribuido al fracaso (sic) del cristianismo en su historia” (1). Creo que estas manifestaciones merecen alguna reflexión.
“Democracia” es una de las palabras que mejor ejemplifican la hipertrofia semántica que puede llegar a producirse. En realidad, no es más que una de las formas que se han inventado para decidir quién va a mandar: el más votado. Cuánto va a mandar el más votado es ya otra cuestión. Pero “antidemocrático” resulta una palabra antipática, y viene bien para denostar todo lo que no sea “yo y los míos”.
Lo que ocurre es que dar el salto al ámbito religioso es no saber de qué se está hablando. Cualquier católico sabe que la fe de la Iglesia no es más –ni menos- que el banderín de enganche de Dios entre nosotros, el mensaje de salvación que Jesús confió a Pedro y a los apóstoles. Y no es asunto de libre interpretación: no hay más que ver en qué ha parado el luteranismo tras cinco siglos de libre interpretación.

Todos los padres saben que la necesidad de alimentarse bien, o la conveniencia de evitar situaciones de peligro no es algo que se decida por votación: la realidad es la que es, y únicamente podemos elegir ser consecuentes con ella o no serlo; pero nuestra decisión no va a cambiar la propia realidad, sólo cambiarán las consecuencias para nosotros.
Lo mismo pasa en el caso que nos ocupa: Jesús ya dijo la última palabra acerca de la salvación del hombre, y sólo nos queda aceptar esa verdad y trasmitirla. Y la responsabilidad de la custodia de esa palabra la tiene precisamente el Papa: ésa es su misión. Que ahora venga alguien, so capa de teólogo, a poner en tela de juicio una verdad tan palmaria sólo hace pensar que no está bien informado, o que no le guía una intención recta: no hay otra opción.
El señor Tamayo aboga por un Pontífice “plebiscitario”, sometido a la voluntad popular. Claro está que su ministerio sería entonces incomparablemente menos ingrato, pero sabe bien el Papa que no ocupa la silla de Pedro para contemporizar, sino para confirmar en la fe. No hay que pedirle que haga dejación de su papel de cabeza y pastor de la Iglesia. Lo que hay que pedirle es que sea más Papa, que sea más plenamente pastor, que guíe y proteja al rebaño que se le ha confiado; lo que hay que pedirle es fidelidad a su ministerio, no acuerdos o cesiones a los críticos con el único fin de callarlos.
Cuesta creer que diga en serio que es éste un factor determinante en lo que llama “fracaso del cristianismo”. En primer lugar, porque no se ve bien dónde está ese fracaso del cristianismo. A lo que asistimos sin dificultad, más bien, es a un fracaso de los cristianos, que a menudo no estamos a nuestra altura. Pero, en segundo lugar, porque no hay cristiano de verdad que no esté firmemente cierto en la victoria final de Jesús y de su Iglesia, con la que ha prometido estar “todos los días, hasta el fin del mundo”. Y Jesús no pierde batallas. No es ésa su preocupación, su preocupación no es la Iglesia, sino, más bien, tantos hombres que por ignorancia o por desinterés se alejan de ella y de la salvación que ofrece. Esa es la preocupación de los cristianos, y del Papa en primer lugar.
Cuando leo manifestaciones como la del señor Tamayo no puedo dejar de imaginar que si un Cónclave le ofreciera la silla de Pedro la rechazaría para no renunciar a su propia infalibilidad.

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[1] Juan José Tamayo: “La visita del inquisidor de la fe” El País, 2 de noviembre de 2010.
http://www.elpais.com/articulo/opinion/visita/Inquisidor/Fe/elpepuopi/20101102elpepiopi_5/Tes