miércoles, 5 de octubre de 2022

DISCREPAR DEL PAPA

      

Pocos Papas han sido recibidos tras su elección con un clamor popular como el que acogió a Francisco desde que se asomó al balcón para presentarse ante los fieles que esperaban en la plaza de san Pedro. Llovieron elogios desde todos los frentes, pero especialmente de las voces críticas con su antecesor, que lo recibían como un soplo de aire nuevo en la Iglesia. En seguida se conocieron las costumbres de Bergoglio, que sorprendían a tirios y troyanos. Se presentaba al nuevo Pontífice más como si fuera el líder de una ONG para el desarrollo que el Papa de la Iglesia Católica.

 

Pero también pocos Papas han visto cómo ese fervor popular es movedizo, y de un día para otro los parabienes se convierten en críticas desdeñosas o ironías mordaces. En fin, nunca llueve a gusto de todos.

 

No, nunca llueve a gusto de todos, pero cuando se trata del Papa es algo que se lleva mal. Enseguida se levantan voces de protesta, porque es un Papa conservador, inmovilista, y porque es un Papa rojo que rompe con la tradición. Mal porque acoge y mal porque condena, mal porque hace distingos y mal porque confunde las cosas. Es difícil gustar a todos. Muy difícil.

 

Se olvida, en primer lugar, algo que apuntó muy oportunamente Benedicto XVI en el prólogo de "Jesús de Nazaret": "no necesito decir que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal del rostro del Señor". No todo lo que dice un Papa es Magisterio de la Iglesia, algo que parecen desconocer los "vaticanólogos" que pontifican sobre el Pontífice. El Papa -cualquier Papa- tiene opiniones personales que no son vinculantes para nadie y de las que es lícito discrepar. Sólo cuando se pronuncia sobre doctrina de fe o de moral tienen sus palabras fuerza vinculante para un católico.

 

Se dirá que ya se sabe, y que qué importa eso. Pero debe ser que importa mucho cuando tanta tinta corre a propósito de todas estas cosas. Y cuando resulta que mucha de esa crítica viene del seno mismo de la Iglesia Católica, de creyentes que quizás consideran que la Iglesia estaría mejor gobernada si la pusieran en sus propias manos.

 

Y es claro que un Papa puede equivocarse cuando opina sobre cualquier otra materia: no está asistido por el Espíritu Santo cuando habla de las excelencias de Mozart, de "El festín de Babette" o del San Lorenzo, su equipo de fútbol. Tampoco cuando, sobre un asunto cualquiera, expresa opiniones personales en una conversación informal que no tardará en extenderse por todo el mundo para reprocharle lo que no era más que la expresión desprevenida y no matizada de una idea espontánea, quizá ni siquiera meditada con detenimiento. O cuando se pone a reformar. "¡No me gusta lo que hace!". Bueno, ¿y qué? El Papa es él. A él le corresponde tomar esas decisiones. Está, además, en una posición incomparablemente más ventajosa que la nuestra para apreciar los detalles y el conjunto. Pero si, aun con eso, nos parecen equivocadas sus decisiones, recordemos la escena en que Cam, que encuentra a su padre, Noé, ebrio y desnudo, acude a contarlo a Sem y a Jafet, y cómo estos, considerando el respeto que deben a su padre, en lugar de secundar las burlas de su hermano, acuden a taparlo caminando hacia él de espaldas para evitar la contemplación de su desnudez. Nosotros podemos adoptar la actitud de Cam, y salir corriendo a contarlo al mundo, o podemos apresurarnos a asistirlo en su debilidad y en su miseria, como corresponde a un hijo que valora y respeta la figura de su padre. 

 

Y, desde luego, no tener miedo. No olvidemos las primeras palabras de Benedicto XVI tras su elección: “Me consuela el hecho de que el Señor sabe trabajar y actuar incluso con instrumentos insuficientes”. Para añadir a continuación “Me encomiendo a vuestras oraciones”. Que es, también, lo primero que hizo Francisco desde el balcón. 

 

Todos somos instrumentos insuficientes de Dios. Pero gobernar la Iglesia es el encargo del Papa. El mío es rezar por él.