martes, 19 de agosto de 2014

CÉLULAS MASCULINAS Y CÉLULAS FEMENINAS




 Una de las cosas que más llaman la atención del estudiante de Medicina es la diferente frecuencia con que determinadas enfermedades afectan  a uno y otro sexo. Para el caso del hígado, por ejemplo, el 90% de los pacientes con cirrosis biliar primaria son mujeres, y el 70% de los pacientes con colangitis primaria esclerosante son varones; las mujeres suponen el 90% de los pacientes con tiroiditis de Hashimoto, y a los varones les toca el 90% de los síndromes de Goodpasture, que afecta a riñón y pulmón. Además, empezamos a conocer otras implicaciones, como que, a igualdad de los demás factores, el tabaco es más peligroso para la mujer, o que la obesidad les supone mayor riesgo de ictus que a los hombres.

Hace unos años se desarrolló una vacuna contra el herpes. Cuando, en una fase provisional, se observó que la efectividad era del 73% en las mujeres pero no subía de 0% en varones -en conjunto no llegaba a un 40% de efectividad- la empresa promotora retiró el proyecto. Pero, ¿de verdad no era efectiva la vacuna? Los estudios farmacológicos acostumbran a realizarse en varones para evitar la “inestabilidad” que supone las oscilaciones del ciclo hormonal femenino y la posibilidad de un embarazo, por lo que eso implica de pérdida de las condiciones basales para el estudio. Pero se sabe que, por ejemplo, la aspirina protege más a la mujer del infarto cerebral, y al varón del infarto de miocardio. Y ya hemos visto que los riesgos para los hombres no son los mismos que para las mujeres. Las casas farmacéuticas optan por ignorar estas diferencias, porque se obligarían a hacer un doble estudio en la población y a doblar el coste de la investigación, pero el Sistema Nacional de Salud de los EE.UU. obliga ya a hacer ese doble estudio a los laboratorios que aspiren a financiación oficial.

Y estas diferencias se mantienen en el plano celular. Se conoce desde hace años que los embriones macho tienen divisiones celulares más rápidas que los embriones hembra, una diferencia que llega a ser de 4 horas en los embriones de dos días. Y, en otro orden: según Zahra Zakeri, de la Universidad de Nueva York, las células madre musculares de machos tienen mayor facilidad para diferenciarse a cartílago o hueso, y las de hembras, a músculo, y hasta la mitad de los genes de las células de hígado, grasa y músculo se expresan de modo diferente en uno y otro sexo.

La costumbre ha sido siempre atribuir las diferencias entre los sexos a las hormonas masculina –testosterona- y femeninas –estrógenos y progesterona-, pero a esos embriones les faltan todavía seis semanas para empezar a producir sus hormonas, y las células madre se estudian en cultivos celulares libres de hormonas, de modo que hay que pensar en otra cosa.

Sabemos que todas las células del hombre tienen el par de cromosomas sexuales XY, y todas las de la mujer, XX, y eso tiene importancia reconocida en el desarrollo del embrión, cuando el cromosoma Y pone en marcha sus escasos genes –principalmente, el SRY- para convertir la glándula sexual indiferenciada en testículo, que en seguida empezará a producir testosterona. Pero, pasado ese momento, el papel del cromosoma Y parecía consistir en quedar silente a la espera de ser empaquetado en un espermatozoide, permaneciendo al margen de las aventuras metabólicas del organismo durante la mayor parte de su existencia. Este concepto ahora está cambiando: estamos viendo que sus productos regulan genes de otros cromosomas.

Para dejar más claro que esas diferentes sensibilidades no están relacionadas con las hormonas, Arthur Arnold, de la Universidad de Los Ángeles, ha introducido el gen SRY –responsable último de la producción de testosterona- en hembras XX, y lo ha suprimido de machos XY, consiguiendo así, en el primer caso, sexo cromosómico femenino con hormonas masculinas, y, en el segundo, sexo cromosómico masculino con hormonas femeninas. Y lo que ha visto es que, aun sin testosterona, el cromosoma Y se sigue asociando a baja frecuencia de enfermedades autoinmunes y a enfermedades neurodegenerativas más rápidamente progresivas, exactamente como ocurre en los machos normales.

Pero se ha visto más: se ha visto que, con el paso de los años, hasta un 20% de los varones pierde el cromosoma Y en algunas de sus células, y estos varones tienen mayor tendencia a desarrollar cáncer, lo que sugiere que el cromosoma Y podría tener alguna relación con genes vinculados al desarrollo del cáncer.

No, no parece que la presencia del cromosoma Y sea un dato anecdótico en la vida de una célula cualquiera. Como tampoco lo es contar con dos cromosomas X, porque hay que inactivar uno de  ellos, lo que consume energía que podría dedicarse a otros fines, y porque la inactivación nunca es completa, de modo que la mujer tiene una ración doble de algunos de sus genes.

Ni siquiera en el nivel celular el ser masculino o femenino resulta indiferente.