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lunes, 4 de junio de 2007

ESPAÑA EN AMÉRICA

Hoja de la espada de Juan Gallego, de la expedición de Francisco Vázquez Coronado (1540-1541) hallada en Kansas en  1886. Exhibe la inscripción "No me saques sin razón, no me enbaines sin honor".

A propósito del reciente viaje del Santo Padre a Brasil ha cobrado actualidad nuevamente el juicio de la acción de España en América. No estoy yo seguro de que sea acertado, ni acaso posible, hacer cuentas en asuntos de esta índole, tan ajenos a los métodos de las ciencias exactas o experimentales, pero si vamos a hacer cuentas, tenemos que hacerlas bien.

Se ha apelado para denostar la acción de España en América al testimonio de fray Bartolomé de las Casas y su célebre tratado “Brevísima relación de la destrucción de Indias”, cien páginas en las que no se encuentra más que robos, incendios, matanzas, indios quemados vivos, ahorcados, despanzurrados, mutilados: doscientos, miles, un millón, tres millones, quince millones, llegamos a sumar más de veinticuatro millones de indios muertos a manos de los españoles, una cifra que ni siquiera hemos alcanzado tras la invención de los modernos métodos de genocidio del siglo XX. Sorprende ver que aún se presenta como testimonio la voz de este fraile, sobre el que resultaría saludable la reedición del libro de Menéndez Pidal de 1963 "El padre de Las Casas: su doble personalidad". A su autor, ejemplo de probidad y rigor intelectual, le sacaba de quicio la absoluta irresponsabilidad del obispo de Chiapas, su permanente y patológica exageración, su constante desfiguración no ya de la realidad, sino de lo posible. Basta leer la formidable y deliciosa "Historia verdadera de la conquista de la Nueva España", de Bernal Díaz del Castillo, el soldado compañero de Cortés que escribió en su retirada ancianidad en Guatemala sus recuerdos de la conquista, para comprender, si no nos dejamos nublar por el partidismo, lo ajustado de la versión de Las Casas: “Pues de aquellas matanzas que dicen que hacíamos, siendo nosotros cuatrocientos y cincuenta soldados los que andábamos en la guerra, harto teníamos que defendernos no nos matasen y nos llevasen de vencida, que aunque estuvieran los indios atados no hiciéramos tantas muertes”. Como muestra, valga lo que dice John Tate Lanning -citado por Powell-: "Si cada español de los que integran la lista de Bermúdez Plata, en su "Pasajeros a las Indias" durante los cincuenta años inmediatos al Descubrimiento, hubiera matado un indio cada día laboral y tres los domingos, habría sido preciso el transcurso de una generación para alcanzar la cifra que le atribuye su compatriota".

Muchas veces hemos oído hablar de la superioridad de la armas de los españoles, pero la verdad es que esa superioridad llegaba poco más allá de la impresión inicial, pues los toscos e ineficaces arcabuces apenas eran más peligrosos que las flechas y cerbatanas que les oponían sus enemigos, no tenían más alcance, eran diez veces más lentas de disparar y dependían de una cantidad finita, y a menudo no renovable, de pólvora. En cuanto a las armaduras de hombres y animales, no sólo no protegían contra las puntas de flecha de ágata, sino que, pensadas para la guerra en Europa, tuvieron que desenvolverse con ellas en un clima en el que suponían más una incomodidad que una ayuda, además de una notable desventaja en un lance extremo frente a sus ágiles adversarios.

En cuanto a "las Colonias", hay que insistir en algo que parece estar completamente olvidado: que las Indias no eran Colonias, sino Reinos, con el mismo rango que los reinos que la Monarquía Hispánica tenía en nuestra península y en pie de igualdad con ellos. Esa es la razón de que los Reyes los consideraron siempre como súbditos y de que no se emprendiese contra ellos una tarea de exterminio, a lo que se opuso expresamente Isabel en primer lugar. Y esa es la razón de una legislación de Indias que, entre otras cosas, prescribía lo siguiente:
-castigo al que maltratase a los indios.
-prohibición de venta de indios.
-prohibición de traer indios a la Península aunque ellos quisieran venir. (se adivina la intención preventiva de abuso del europeo que tiene este punto).
-con la misma intención se prohibía al indio vender sus tierras.
-la prohibición de que los europeos casados con indias pudieran acceder a la propiedad de los bienes de la familia de su esposa.
-aplicación en aquellos territorios, como modelo legislativo, o en caso de vacío legal, de las leyes de Castilla.

Esto es, precisamente, lo que ha hecho decir a Edward Gaylord Bourne: “En América española fueron considerados los nativos desde el principio como súbditos de la Corona de España, mientras que en América inglesa se les trataba generalmente como naciones independientes (amigas o enemigas, según se presentara el caso)”, y Charles Fletcher Lummis ha apostillado: “El empeño de los exploradores españoles en todas partes fue educar, cristianizar y civilizar a los indígenas, a fin de hacerles dignos ciudadanos de la nación, en vez de eliminarlos de la faz de la tierra para poner en su lugar a los recién llegados, como por regla general ha sucedido con otras conquistas realizadas por algunas naciones europeas. De vez en cuando hubo individuos que cometieron errores y hasta crímenes, pero un gran fondo de sabiduría y humanidad caracteriza todo el generoso régimen de España, régimen que impone admiración a todos los hombres viriles”.

Hay que recordar algo muy olvidado: que la Corona no tuvo parte en el descubrimiento y conquista: no hubo allí ejércitos españoles, como sí hubo en Flandes, Italia, etc, sino sólo individuos que ponían sus vidas y sus bienes a esa carta. Todo fue primariamente obra de “iniciativa privada”. Díaz del Castillo dice: “Por lo que a mí toca y a todos los verdaderos conquistadores, mis compañeros, que hemos servido a su Majestad así en descubrir y conquistar y pacificar y poblar todas las provincias de la Nueva España, que es una de las buenas partes descubiertas del Nuevo Mundo, lo cual descubrimos a nuestra costa, sin ser sabedor de ello su Majestad...”. Ésta es la cuestión: han luchado, se han esforzado en “descubrir y conquistar y pacificar y poblar” como servicio al Rey, pero “a nuestra costa”, y, todavía más sorprendente, “sin ser sabedor de ello su Majestad”. Se les reprocha haber buscado el enriquecimiento, lo que, además de ser un móvil irreprochablemente digno –por el que tantos españoles han abandonado sus hogares y han salido al mundo todavía recientemente - no era, a sus ojos, lo único que merecía consideración: por raro que pueda parecer hoy, para ellos resultaba tan importante el interés evangelizador, por el que los españoles han corrido muchos miles de kilómetros a lugares remotos y sin ninguna relación con fuentes de riqueza, a través de selvas y de desiertos, únicamente para cumplir con el mandato “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio”. Si no fuera así, no podríamos explicar la presencia de poblamientos en lugares tan alejados de señuelos materiales como el Sur de los Estados Unidos, Chile o Yucatán.

Los conquistadores llevan a América la única sociedad que conocen, que es una sociedad feudal. Ése es el origen de las Encomiendas. Y cuando el Emperador, alarmado por las noticias que le llegan, ordenó a Hernán Cortés la completa libertad de los indios, éste, que estaba sobre el terreno y conocía la realidad, defiende la encomienda enfrentándola con la única alternativa posible: fuera de la encomienda la miseria del indio era permanente, en las encomiendas, en cambio, el encomendero, por su propio interés, se preocupaba de convertir la tierra en productiva y de promover e instruir a los indios. Ha habido escuelas españolas para indios en México desde el año 1524 –México se conquista en 1521- , y hacia 1575 se habían impreso en esa ciudad decenas de libros en doce diferentes dialectos indios. En muy pocos años ha pasado el continente de la Edad de Piedra al Renacimiento.

La acción de España en América es un ejemplo máximo de eficacia histórica de una pequeña nación en un breve plazo de tiempo. Lo que encontramos siempre son pequeños grupos de hombres: Colón se embarca en tres naves con 120 tripulantes, Hernán Cortés conquista México con 450 hombres, Pizarro el Perú con 200. El número de descubridores, exploradores, conquistadores, es increíblemente reducido. Y con la elementalísima técnica del siglo XV, pasados algunos decenios los españoles están en todas partes de América. El inmenso continente, con sus ríos caudalosos, sus cordilleras infranqueables, sus selvas y sus desiertos, sus fabulosas distancias, incomprensibles para los europeos, se llena de ciudades con sus plazas mayores, iglesias, catedrales, casas y palacios, audiencias, fuertes, imprentas, universidades.

Sería muy largo referirnos concretamente a cada conquistador, remito para ello a las excelentes obras sobre el particular, pero recomiendo comenzar, para situarnos en la ropa del protagonista, por las crónicas de los propios conquistadores, pues muchos de ellos han dejado memoria escrita de sus hechos: el propio Cortés, Díaz del Castillo, Vázquez de Tapia, El Conquistador Anónimo, fray Diego Landa, fray Diego López Cogolluda, Fidalgo de Elvas, Pedro de Alvarado, Vázquez de Coronado, Pedro de Aguado, Jiménez de Quesada, Pascual de Andagoya, Hernando Pizarro, Pedro Pizarro, Diego de Trujillo, Pedro de Valdivia, Pedro Cieza de León, Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Ulrico Schmidl, fray Gaspar de Carvajal, Toribio de Ortiguera, Pedro Aguado, Pedro Arias de Almesto, Alonso de Rojas, Jerónimo de Vivar, Juan Rodríguez Freyle, son algunos de los que pueden acompañar al curioso que quiera conocer su aventura de primera mano, sin aceptar que interesados o ignorantes se aprovechen de su inocencia para deformar la realidad, que es el secreto para no entender nada.

En una escena de “La vida de Brian” el líder de un grupo nacionalista hebreo opuesto a la ocupación romana hace una pregunta retórica: “¿Qué ha hecho Roma por nosotros?” y son sus propios seguidores quienes le contestan sucesivamente: “el acueducto”, “el alcantarillado”, “las carreteras”, “la irrigación”, “la sanidad”, “la enseñanza”, “el vino”, “los baños públicos”, “el orden”, “la paz”… No nos quedemos nosotros mudos cuando nos pregunten “¿Qué ha hecho España por América?”