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jueves, 2 de septiembre de 2010

MUNDO OCCIDENTAL Y MUNDO ISLÁMICO

La construcción en la Zona Cero de una mezquita genera una viva polémica, Gadafi augura un futuro en el que el Islam será la religión de Europa, el Partido Renacimiento y Unión de España aspira a implantarse entre nosotros guiándose por los principios rectores del Islam... Nadie puede negar que el asunto de las relaciones entre el mundo occidental y el mundo islámico requiere nuestra atención, pero inquieta la irresponsable despreocupación de algunas declaraciones a las que tenemos que asistir últimamente.
De entrada llama la atención en este planteamiento la falta de simetría: lo propio sería hablar de mundo cristiano y mundo islámico, porque no podemos poner en duda la consistencia medular cristiana de Europa sin exponernos al bochorno. Pero Europa hace dejación de su raíz cristiana mientras en los países islámicos se produce la situación contraria: hay grupos que no consienten que se ponga en duda su condición religiosa. Esta deformación de la realidad es uno de los factores que enturbia las relaciones.
Pero hay otros. El más poderoso es la ignorancia de la Historia, que tiende a interpretar lo nuevo en vista de lo viejo conocido. En esta cuestión éste es un factor decisivo, porque un vistazo detenido nos enseña que las diferencias entre esos dos mundos son más que superficiales. Y si no se conoce la historia es imposible saber a qué atenerse.
Para empezar, el árabe propiamente dicho es, estrictamente, la lengua en la que está escrito el Corán, la única que consideran adecuada para que el hombre se dirija a Dios. Por eso ha habido durante siglos una resistencia heroica a traducir el Corán a otras lenguas, y por eso la difusión del Islam ha conllevado la difusión de la lengua árabe, la arabización de los pueblos. Éste es el origen del concepto de "nación árabe", que no deja de ser algo irreal: no podemos olvidar que sólo una mínima parte de los musulmanes es árabe (piénsese en Turquía, Albania, la Unión Soviética, Irán, Afganistán, Pakistán, Bangladesh, la India, Indonesia, la China, el África negra,...) E incluso en los propios países árabes la arabización es muy heterogénea, en función de su composición étnica, su desarrollo técnico o la fecha de islamización. No hay más que ver todo lo que separa a Egipto de Arabia Saudí, o la misma Arabia Saudí de Siria, o de los países del Magreb. Y ni siquiera es un mundo bien avenido: desde las turbulencias entre Damasco y Bagdad, pasando por los reinos de Taifas de al-Ándalus, a las invasiones, a partir del siglo XI, de los reinos musulmanes de la península ibérica por otros musulmanes llegados del norte de África (almorávides, almohades, benimerines), por no hablar del hostil recibimiento que encontraron los que cruzaron el estrecho tras la caída del reino de Granada, hasta los enfrentamientos en nuestro tiempo: el Líbano, la guerra de Irán e Irak, o de Irak y Kuwait (en la que, por cierto, los países musulmanes se alinearon en uno u otro bando de una guerra que enfrentó a dos países árabes).
Hasta aquí lo que se refiere a la homogeneidad del mundo musulmán. Vamos ahora con sus relaciones con Occidente. La invasión musulmana del sur del Mediterráneo tuvo como consecuencia, en las tierras del norte, una resistencia activa a la islamización, es decir, a dejar de ser cristianas (especialmente evidente en nuestra península y en Constantinopla, en el otro extremo del Mediterráneo). Desde entonces estas dos formas de vida, Islam y Cristiandad, se afirman recíprocamente de forma polémica, "frente" al otro, por contraste con el otro.
Pero no es asunto casual, ni cuestión puramente política, sino que en el fondo subyacen dos antropologías de carácter contrario: el Islam es, en cierto sentido, un retroceso hacia el monoteísmo que no acepta el giro cristiano de Dios encarnado, y una negación de la herencia griega que establece una relación mutua, pero en esferas separadas, entre razón y religión. Y mientras el cristianismo va asentando y fundamentando la autonomía de la razón, culminada ya en el siglo XII, en el Islam no se puede proponer algo análogo sin atentar contra su propio meollo. De modo que, cuando a partir del s. XII, y, sobre todo, del XV, surgen el pensamiento científico y el incomparable desarrollo de la técnica, y se descubren enormes territorios a merced del mundo occidental, se rompen el equilibrio dinámico entre los dos bloques.
Occidente continúa su desarrollo hacia adelante, y descubre los "derechos fundamentales", que derivan de la propia naturaleza humana. Son, por eso, "universalizables", y, en esa medida, también los países musulmanes han ido adoptando los sistemas jurídicos europeos. Pero en donde el Islam supone el centro de la organización política (Arabia Saudí, Irán,...) esos sistemas jurídicos se perciben como sistemas “sin Dios” que atentan contra la fe, y, por lo tanto, contra la propia existencia del Estado; se perciben como algo "ajeno", y, efectivamente, lo son.
Resumiendo: Occidente ha venido ensayando incesantemente, ya desde Grecia, nuevas formas de convivencia, de conocimiento, de comportamiento ante el mundo y ante el "otro". Mientras tanto, el Islam ha permanecido, con pocas y breves excepciones, afincado en formas, estilos y actitudes (políticas, morales, culturales,...) que perduran sin apenas variación a lo largo de los siglos. Tenemos ante los ojos la Europa que pudo ser: el norte de África y Oriente Próximo eran territorios de larga tradición y cultura latina y cristiana, pero aceptaron con mínima resistencia la nueva religión, y las consecuencias duran hasta hoy. 
No es fácil convencerse de la posibilidad de mantener la forma de vida europea bajo gobiernos de inspiración islámica si de veras queremos acercarnos a la realidad que representan. El “Renacimiento y Unión de España” parece algo deseable, pero si el precio ha de ser renunciar al fruto de siglos de esfuerzo por conocer y mejorar la realidad, entonces es un precio que no podemos pagar. A nadie le interesaría. Basta comprobar que la creciente emigración entre esos dos mundos se produce exclusivamente en una dirección. ¿Por qué querrían transformar el mundo en el que han elegido vivir en algo semejante a lo que rechazaron al venir a nosotros? ¿Qué sentido tendría esa impertinencia, ese abuso de hospitalidad?
Es necesario instaurar una relación cordial, pero inteligente y enérgica, ante el mundo árabe y, en general, islámico. En primer lugar, porque es un mundo de gran amplitud, con el que hay que contar, y, en segundo lugar, porque es fuente de problemas y peligros, y, porque tenemos la vocación de atender a su prosperidad (y de evitar sus errores). Pero es también un mundo complejo, y no podemos reaccionar ante él de forma mecánica, abstracta, como reaccionando ante un nombre: debemos tener en cuenta esa complejidad y atender a la realidad concreta de que se trate: confundir dos realidades diferentes simplemente porque les damos el mismo nombre puede traer las más peligrosas consecuencias.
No tiene sentido mostrar hostilidad hacia el mundo islámico. Pero no podemos caer en la vieja falacia de rechazar la violencia “venga de donde venga”, cuya única virtud es favorecer al que da primero: no merecen el mismo trato la violencia del agresor y la reacción del agredido. Por eso, inmediatamente después de afirmar que no tiene sentido mostrar hostilidad, hay que añadir: a menos que la ejerzan contra nosotros. Porque sería mucho pedir -y sería pedir una estupidez- que nos fuera indiferente su actitud ante lo que somos. El odio a Occidente, su difamación, los esfuerzos dirigidos a eliminarlo, no deben ser tolerados, menos aún alentados o recompensados.

viernes, 5 de junio de 2009

OBAMA EN LA ARCADIA



Sucesor de un presidente que entre el Tigris y el Éufrates se encontró con un infierno, Obama busca ahora el Paraíso en otras tierras, y nos ofrece como modelo “la tradicional tolerancia y libertad religiosa de al-Ándalus”, con lo que viene a recordarnos algo que ya sabíamos: que el hombre más poderoso de la Tierra no está bien informado. Piensa en al-Ándalus como en una Arcadia Feliz en la que los hombres vivían en paz dedicados a las artes y a los placeres sonrientes de la vida, y olvida que, junto a sus muchas e indudables cualidades, la Arcadia Feliz tenía un único inconveniente: no existía. Con la tolerante y libre al-Ándalus nos pasa algo parecido: los propios andalusíes nos dicen que de tolerancia y libertad, nada de nada. Un vistazo atento a los documentos musulmanes de la época nos muestran una sociedad formada por grupos aislados inspiradores de odios recíprocos y bajo un poder opresor.

Si hablamos de libertad religiosa, hay que recordar que la población no musulmana vivía sometida a constante presión: el impuesto de la dimma les compraba cierta autonomía, pero estaban obligados a mostrar sumisión ante cualquier musulmán, a no adelantarlos en el paso, a usar prendas identificativas, a agachar la cabeza ante sus insultos, a no montar a caballo, a no llevar armas… La condena moral llegó hasta el punto de obligar a los cristianos a circuncidarse en los siglos XI y XII, o a deportarlos en masa al norte de África (Málaga y Granada, principios del s. XII), cuando no a exterminarlos directamente (Córdoba, s. IX; Granada, s. XII). En el s. XI se proscribe que lleven atuendo honorable, que se les dé masaje, que se les venda ropa o libros de ciencia, etc. El rechazo a los judíos fue aún mayor, y llegó a reflejarse en las Capitulaciones de rendición, desde las de Zaragoza, de 1118, (“sobre ellos ni sobre sus haciendas se ponga a ningún judío”), hasta las de Santa Fe de Granada, de 1491, (“no se permitirá que los judíos tengan facultad ni mando sobre los moros”).
 
Y ahora vamos con la tolerancia. Un buen ejemplo es Abú Amir Muhammed, Almanzor (s. X), que, una vez adueñado de los resortes del imperio, mandó quemar los libros de la biblioteca de al-Hakam considerados heréticos; nos dice Sha’id al-Andalusi que desde entonces, y hasta el fin de los Omeyas, “los hombres de talento no dejaron de ocultar sus conocimientos y se limitaron a manifestar solamente aquellos relacionados con la ciencias cuyo estudio estaba permitido”. El episodio se repitió con las obras de Ibn Hazm (s. XI) y de Ibn al-Jatib de Granada (s. XIV), sin que tuvieran nada que ver los almorávides ni los almohades, a quienes ahora se adjudica en exclusiva la intolerancia.

Esa intolerancia se reflejaba en la vida diaria. Basta asomarnos a al-Wansarisi o a Ibn ‘Abdun para perder el menor deseo a recrear aquella sociedad: la mujer, de la que nos dicen ahora que disfrutaba de un trato independiente y libre, vivía encerrada y rodeada de prohibiciones: en el mercado, en el cementerio, en la calle: prohibido pasear en barca por el río, prohibido descubrirse, prohibido sentarse a la orilla del río, prohibido lavar la ropa en los huertos,… incluso prohibido usar de coquetería cuando están a solas, y prohibido hacer fiesta aunque tengan permiso para ello. Averroes se lamenta de que “parecen destinadas exclusivamente a dar a luz y a amamantar a los hijos” y de que “su vida trascurre como la de las plantas”. Sobre la poesía y la música caía el baldón de “actividad poco piadosa”, se prohibía fabricar vasos para escanciar vino –parece que la prohibición de beberlo no resultaba efectiva-, así como llevar el pelo largo y jugar al ajedrez o a las damas; se llega a disponer que se persiga a “jóvenes y comerciantes” para que no falten a las horas de oración. Para Serafín Fanjul (1) las prohibiciones sociales incluían "todas aquellas (conductas) que implicaran sentido lúdico, diversión, liberación de rasgos del carácter reprimidos, ruptura de las convenciones vigentes o transgresión en general". No desentona de los criterios generales de la época la pena de muerte para quien injurie al Profeta, pero nos resulta algo más difícil de aceptar la pena de linchamiento por entrar calzado en la mezquita.
 
Rosa María Rodríguez Magda (2) nos recuerda que las mismas biografías de las principales figuras de la cultura andalusí muestran que sus vidas se forjaron en la incomprensión, la marginación y la persecución:

-Ibn Masarra (s. X), acusado de impiedad y herejía, tuvo que exiliarse de Córdoba, y cuando pudo volver vivió una vida semiclandestina.
-Ibn Hazm (s. XI), defensor de la escuela zahirí, fue perseguido, encarcelado y desterrado, confiscándosele los bienes.
-Ibn Rusd (Averroes, s. XII) tras perder la relevancia política de que disfrutó, fue denunciado y recluido, y sus libros fueron quemados.
-Maimónides (s. XII) –judío presentado ahora como símbolo de buena convivencia- fue forzado a aceptar la fe islámica, lo que no evitó que se viera obligado a huir de Córdoba para salvar su vida.

¿Sabe Obama lo que nos propone como modelo? ¿De verdad cree en la Arcadia Feliz? Yo creo que no se ha informado bien, que no era esto lo que quería decir. Se merece que le concedamos un plazo de confianza para rectificar. Yo, personalmente, confío en que lo haga. Porque espero oír una oferta mejor que ésta.

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[1] Serafín Fanjul: La quimera de al-Ándalus. Siglo XXI. Madrid, 2004.
[2] Rosa María Rodríguez Magda: Inexistente al-Ándalus. Nobel. Oviedo, 2008.