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miércoles, 20 de septiembre de 2023

VARÓN Y MUJER

 

En los animales la condición sexual está limitada a funciones y momentos concretos, pero en el hombre la condición sexuada está presente de modo permanente y totalizador. Hay dos formas de vida humana: la masculina y la femenina. Ser varón o ser mujer se vive en general como una condición valiosa, a pesar de que hay millones de ejemplares de cada uno. Eso se debe a que no es algo puramente biológico, sino biográfico: algo que no está “dado”, que debemos construirlo, que es un proyecto en marcha. Por eso es inseguro y admite grados: se puede ser más o menos hombre, más o menos mujer.

 Y por eso los papeles masculino y femenino varían a lo largo de la historia. Pero son los contenidos de la virilidad y de la feminidad los que varían; lo que no varía es su relación recíproca: se es varón con respecto a la mujer, y al revés. La condición sexuada se configura como proyección ante el otro sexo. 

 Pero esa proyección no es igualdad. Varones y mujeres no somos iguales: lo que existe entre los sexos es polaridad. Que no es oposición: entre las manos derecha e izquierda hay una relación de polaridad: no son iguales, pero no son contrarias: ambas son manos, formas diferentes de ser mano.

 Lo mismo pasa entre varones y mujeres. Por eso, las normas y estructuras válidas para cada uno de ellos no pueden derivarse del otro. Varón y mujer son iguales respecto a su dignidad y a su valor, pero son distintos respecto a su naturaleza. Y cuando esto se confunde todo se trastoca.

 Entre el hombre y la mujer no hay igualdad sino equilibrio, un equilibrio dinámico, hecho de desigualdad y de tensión. Que, como es equilibrio, mantiene a los dos al mismo nivel, y, como es dinámico, cualquier cambio que se produzca en uno de ellos se compensa con un cambio en el otro y con una cierta reinterpretación social de ambos.

 Esto se ve claramente cuando nos asomamos a series de retratos a lo largo de la historia: cuando los hombres se dejan barba las mujeres aparece con el rostro más limpio, mientras que cuando los hombres se afeitan las mujeres se ponen más polvos y colores en la cara; e incluso, cuando el hombre ha acudido al maquillaje y a las pelucas, como en el Rococó, en el siglo XVIII francés, la mujer ha acentuado el colorido de su cara, y se ha vestido con ropajes más llamativos. Incluso en aquellas cosas compartidas por ambos sexos se introduce enseguida una cierta estilización que restaura las diferencias: hasta hace unos años el pantalón era una prenda de uso exclusivamente masculino; la incorporación de pantalones al vestuario de la mujer no ha significado, sin embargo, la igualación en el vestir: ahora hay pantalones de hombre y pantalones de mujer. 

 La condición sexuada no se limita a la genitalidad. Las cualidades de la persona tienen matices propios, peculiares de uno u otro sexo: la forma de vivir la ternura, por ejemplo, o la firmeza, tienen rasgos propios en uno y en otra. O ciertas tendencias, cierta “facilidad” para vivir algunos de esos aspectos: el varón muestra mayor tendencia a la exactitud, a racionalización, a la técnica,…mientras que a la mujer  se le da mejor el conocimiento de las personas, la atención a lo concreto, la intuición, la delicadeza,… No se trata de un “reparto” de cualidades, sino de una disposición a la complementariedad, a la ayuda mutua.

La condición sexuada crea así el “campo magnético” de la convivencia: pone ante nosotros una forma de vida humana que nos será siempre ajena, que tiene sus propios cauces proyectivos, sus cualidades, sus valores, sus matices propios. Exige el uso de la imaginación para interpretar a esa persona que es radicalmente “otra” que yo, y eso crea una tensión emocional, una actitud de anticipación y expectativa, que culmina en la posibilidad de la ilusión.

 Esta tensión es el substrato del amor. Pero el amor no puede reducirse a la vida psíquica ni a una serie de actos. Tampoco es algo que se tiene, ni es cuestión de física ni de química: el amor es un estado en el que se está y desde el que se vive. Amar a una persona no es sólo proyectarse biográficamente hacia ella, sino con ella. Cuando me enamoro cambia el proyecto en que consisto para incluir a la mujer que amo. Pero como se trata del proyecto en que consisto, resulta que cuando estoy enamorado me convierto en otro, distinto del que era antes de amarla. Y esto responde a la pregunta de por qué necesito a la mujer de la que estoy enamorado: la necesito para ser verdaderamente quien soy. Por eso el amor auténtico se presenta como irrenunciable, y, en esa medida, es felicidad.

 Pero la felicidad no es ausencia de conflictos. Los viejos cuentos de hadas nos decían que el príncipe y la princesa fueron felices para siempre, no que vivieron sin conflictos para siempre. Creo que la mayoría de los matrimonios son felices, pero no existe el matrimonio sin conflictos, porque los esposos son personas distintas con puntos de vista distintos.  

Muchos matrimonios se rompen porque se olvida esta verdad. 

viernes, 21 de abril de 2023

LA "HUMANIDAD" DE LOS MONOS

La televisión ha traído hasta nuestras casas las imágenes de un mono que se esfuerza por rescatar a un gato del pozo seco en el que está atrapado. Nos emociona y nos sorprende esa generosidad desinteresada ante la desgracia ajena, esta muestra de compasión en un animal. Y por eso nos parece un rasgo que lo aproxima a nosotros, un rasgo que lo hace casi humano.

Es una intuición ya de muchos años. Louis Leakey, el descubridor de los primeros restos del Homo habilis, becó a tres jóvenes voluntarias sin estudios ni formación previos -sin “prejuicios”- para que acudiesen a estudiar a los grandes simios en su medio natural con el fin de intentar comprender los orígenes de nuestra especie. Fueron conocidas como “las Trimates”: Jean Goodall, que estudiaría a los chimpancés; Dian Fossey, que estudiaría a los gorilas, y Biruté Galdikas, que estudiaría a los orangutanes.

Louis Leakey sentó así las bases de la Primatología actual. Especialmente reveladores resultaron los estudios de Goodall, que, por estar dedicada a nuestros parientes más cercanos, conmovió más profundamente las conciencias de sus contemporáneos. Durante los siguientes sesenta años Goodall derribaría las barreras que la ciencia había establecido entre nuestra especie y sus “primos carnales”. Hoy sabemos que los chimpancés también se dan abrazos, besos y palmadas en la espalda, que incluso se hacen cosquillas. Y que son capaces de elaborar unas rudimentarias herramientas. 

Muestran también semejanza con nosotros en otros aspectos. Desde muy pequeños poseen ya una cierta autoconciencia y comprensión de los otros,  y son capaces de ponerse en el lugar de los demás. Y a partir de los dieciocho meses de edad, como nuestros niños, ayudan espontáneamente a otros a alcanzar o recoger objetos sin esperar ninguna recompensa, incluso aunque suponga un esfuerzo considerable, exactamente como vemos que hace este animal en el video.

Son, por otra parte -también como nosotros- capaces de engañar. Pueden controlar su ira y fingir conciliación para engañar a un oponente y que se acerque lo bastante como para poder atacarlo. Las madres chimpancés pueden dominar su angustia si un joven agarra a su bebé, para no asustarlo y que huya con su hijo. Los machos subdominantes también controlan su deseo de aparearse con una hembra -ocultando, incluso, su erección con las manos- mientras un macho dominante está a la vista.

Son, diríamos, “casi humanos”.

Pero les falta ese “casi”. Los momentos de empatía entre chimpancés son raros, poco frecuentes, y son de más corto alcance que los nuestros –“sólo para amigos”- y de más corto plazo –“sólo para ahora”-; más a menudo se muestran insensibles al bienestar de otros miembros del grupo. 

También su vida social es muy diferente de la nuestra. Aunque viven en grupos que parecen 'sociedades', los chimpancés se abren camino en la vida de una manera que a nosotros nos parecería solitaria e insolidaria. Es representativa la historia de Gregor, un macho adulto estudiado por Goodall. Por el contacto humano enfermó de poliomielitis y, paralizado de cintura para abajo, perdió el control de la vejiga y quedó a merced de las infecciones y de las moscas. Arrastrándose con los brazos, intentaba unirse a los otros chimpancés, pero fue rechazado, y hasta atacado por dos congéneres en una ocasión. Cuando llegó a un círculo de chimpancés que se acicalaban mutuamente extendió su mano esperando un contacto, pero la reacción del grupo fue alejarse rápidamente de él.

Numerosos estudiosos, seducidos por nuestras semejanzas, han intentado establecer comunicación con ellos, pero los resultados han sido siempre poco satisfactorios: los chimpancés carecen de capacidad para expresar sus sentimientos, y de pensamientos que comunicar, y aunque se les puede enseñar un lenguaje, lo utilizan sólo para comunicar sus necesidades físicas y sus deseos: lo que nos separa de ellos no es sólo nuestra habilidad para comunicarnos, sino lo que queremos comunicar.

Los bonobos –los chimpancés enanos- son algo diferentes: su sociedad es más parecida a las sociedades humanas primitivas. Muchos investigadores creen que en nuestro antepasado común las emociones podrían haber sido en muchos aspectos más parecidas a las de un bonobo: son más altruistas que los chimpancés comunes, menos competitivos, más tolerantes con los forasteros y menos agresivos dentro de sus grupos. Los bonobos son capaces de manejar sus sentimientos con el fin de consolar a otros, y tienen más desarrollada la capacidad para colaborar con los demás, para el entendimiento compartido o para no perder los estribos y no ser agresivos.

Pero ningún chimpancé o bonobo ha recibido un cuidado comparable al que durante decenios recibió, hace 3.500 años, en Man Bac (Vietnam), un varón parapléjico desde su infancia, que vivió hasta pasados los 30 años. O, hace 40.000 años, el Neandertal Shanidar-1, que sufrió en la infancia un accidente que le deformó el cráneo, le hizo perder el brazo derecho y le dejó una degeneración en las piernas hasta su muerte a la avanzada edad de 25-30 años. O el individuo del que procede "Elvis", la cadera de un varón Heildergensis de hace 580.000 años, en Atapuerca, que llegó a la avanzada edad de 50 años con una deformación pélvica grave que sólo le permitiría desplazarse apoyándose en un palo, e incluso entonces, sólo muy lentamente. O los que proporcionaron, hace 1,6 millones de años, a KNM-ER 1808, una hembra de Homo erectus cuyo esqueleto muestra huellas de hipervitaminosis A prolongada, una enfermedad que cursa con dolor abdominal, visión borrosa, pérdida de conciencia...; alguien debió quedarse con ella, llevarla a un lugar seguro, traerle comida y agua. O los que, hace 1,8 millones de años, en el amanecer aún del género Homo, recibió D-344/D-3900, el Homo erectus de Dmanisi que sobrevivió durante años con un solo diente gracias a los cuidados de su grupo. No importa cuánto retrocedamos en el tiempo: encontramos ejemplos que son impensables entre los simios.

Puede ser que hayamos tenido un antepasado común con orangutanes, gorilas, chimpancés y bonobos, pero cuando empezamos a cuidarnos unos a otros iniciamos un nuevo camino.

martes, 14 de febrero de 2023

ELOGIO DEL AMOR LIBRE

La libertad es tan esencial en la vida del hombre que no aceptamos pacíficamente que se nos prive de su ejercicio.  "Por la libertad se puede, y aun se debe, aventurar la vida", dirá Cervantes. Es condición de cualquier acto verdaderamente humano ser ejecutado en libertad. Y es el fundamento de la entrega por amor: "¿Venís a contraer matrimonio sin ser coaccionados, libre y voluntariamente?" se pregunta a los novios que se casan.

 

 La libertad es el sello que certifica la vinculación de la persona en esa entrega. Los animales no pueden hacer nada semejante, su conducta instintiva está en las antípodas de la libertad: no pueden elegir lo que hacen, su comportamiento forma parte de una cadena preestablecida de causas y efectos. Actuar libremente, en cambio, significa salirse de esa cadena y constituirse en origen de una cadena causal nueva. Soy libre cuando dispongo incondicionalmente de mí mismo, cuando mi conducta no depende de las circunstancias, cuando su única causa es mi propia voluntad: cuando soy dueño de mí.

 

  Por eso es un error considerar que al entregarme estoy perdiendo mi libertad. Al contrario: mi compromiso es la prueba de mi libertad. De ninguna conducta tenemos la seguridad de que es libre como de la que llevamos a cabo por un compromiso asumido al margen de las circunstancias. Un animal que pasa hambre y encuentra alimento disponible es empujado a él por su instinto; yo soy capaz, en la misma situación, de decidir mantener mi ayuno porque no estoy sometido a instintos, porque soy libre. De la misma manera que puedo prometer bajar mañana a bañarme al río, independizándome así de lo que pueda apetecerme mañana, algo que el chimpancé, que no es libre, no puede hacer por más avispado que sea.

 

 No es más libre el amor que se entrega en respuesta a un sentimiento espontáneo que despierta en mí la otra persona –por lo bien que me siento a su lado, por las emociones que me agitan cuando pienso en ella,..-. Ese sentimiento tiene, como todos los sentimientos, fecha de caducidad, y, cuando él se extinga se extinguirá mi amor. Entristece comprobar cómo gente joven, -y gente "que hace ya mucho tiempo que es joven”- deja atrás una historia de amor que podría y debería ser sumamente felicitaria, sólo porque se ha entendido mal el hecho de que ese sentimiento inicial ha dado paso a "otra cosa". ¡Pues claro que ha dado paso a otra cosa, no faltaba más! El amor, como todo lo humano, admite grados, progresa, madura: cambia.

 

 No. El amor más libre es el que se entrega no por razón de unas circunstancias, de unas apetencias, que podrían no haberse dado -y que podrían dejar de darse-, sino por un compromiso asumido personalmente, por una decisión de mi voluntad: porque lo he decidido yo. Te prometo que permaneceré a tu lado y que no te dejaré nunca sola -que no te dejaré nunca solo- porque quieroY no me dejaré arrastrar por el viento: mantendré mi promesa de ahora cualesquiera que sean las circunstancias en las que nos encontremos en adelante: “en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. Porque quiero. 

 

Al contrario que el amor sentimental, que tiene los días contados, el amor libre está lleno de esperanza: si me comprometo a hacerte feliz -a intentar hacerte feliz- en cualquier circunstancia, entonces el futuro es nuestro. Por eso, el único amor verdadero y para siempre es el amor libre.

lunes, 13 de febrero de 2023

EXPERIENCIAS CERCANAS A LA MUERTE

 

A Salva Tranche, cuyo corazón se partió hoy hace un año, con este viejo y fuerte afecto, entre el recuerdo y la esperanza. 

El reciente Congreso en Sax de la Sociedad Española de Investigación de Fenómenos Extraños me ha hecho recordar lo que se ha llamado "experiencias cercanas a la muerte" (ECM), un fenómeno que alcanzó gran popularidad tras la aparición, en 1975, del libro del doctor Raymond Moody "Vida después de la vida". Desde entonces se han comunicado varios miles de casos en más de cincuenta países y el fenómeno ha adquirido tal entidad y difusión que ha merecido una revisión en la revista médica Investigación clínica y hasta una sesión científica de nuestra Real Academia Nacional de Medicina. 

Las ECM comparten algunos rasgos muy llamativos: el abandono del cuerpo y el traslado a ambientes diferentes, de los que pueden reproducir la escena y las conversaciones que tienen lugar allí, el viaje a través de un túnel y la llegada a la presencia de una luz poderosa, “más luminosa que un millón de soles" -cuya contemplación, sin embargo, no daña la vista-, el encuentro con personas ya fallecidas -incluso con personas cuyo fallecimiento era entonces desconocido por el paciente, o que presentaban un aspecto irreconocible-, la revisión de la propia vida, en la que experimentan las emociones y el dolor de las personas a las que se lastimó,... Se podría creer que estos rasgos compartidos fueran “contaminación” de unos casos a otros, dada la popularidad de estos relatos, pero llama la atención que se repite constantemente, con mínima variación, en todas las culturas, que los niños menores de 5 años -a quienes debemos considerar ajenos a los relatos difundidos- reflejan la misma experiencia, y que hasta los ciegos de nacimiento relatan experiencias visuales complejas y certeras. 

Pese a los diferentes intentos de explicación que se han propuesto, las ECM siguen siendo para nosotros un enigma. Pero más enigmático es el cambio que se produce en la vida de quienes las han experimentado: pierden el miedo a la muerte, y surge -o se fortalece- la fe en la existencia de vida después de la muerte, al tiempo que consideran haber recibido un favor especial de Dios, y aumenta la compasión por los demás y el deseo de ayudarlos. Y al menos en dos ocasiones la ECM ha venido acompañada de una curación inmediata, completa e inexplicable: una adolescente en fase terminal de un linfoma de Burkitt (un tipo de linfoma muy agresivo que afecta a gente joven), cuyo tumor “se fundió" tras la ECM (“treinta y siete años después, sigo aquí"), y un paciente con cáncer de colon avanzado, que sufría desde su nacimiento una parálisis a consecuencia de la cual tenía una mano deformada que nunca había sido capaz de abrir completamente; después de la ECM pudo abrirla y utilizarla por primera vez. 

Lo sorprendente es que estos estados plenamente lúcidos tienen lugar en pacientes en situación clínica crítica: están inconscientes, no late el corazón, no respiran y no hay actividad cerebral. Para situar la cuestión, recordemos que cuando el corazón se detiene también lo hace el flujo de sangre al cerebro y de 10 a 20 segundos después la actividad cerebral necesaria para mantenernos conscientes cesa también. Por eso, las ECM plantean un reto que no podemos no afrontar, y que justifica el título que el Dr. Moody puso a su libro: ¿existe la vida después de la muerte? O, con otras palabras: ¿es concebible una vida racional no vinculada al cuerpo? Algunos hechos merecen detenida consideración:

-es inexplicable una experiencia lúcida y altamente organizada  mientras se está inconsciente o clínicamente muerto: las ECM no pueden proceder de un cerebro inactivo.

-lo que se percibe durante la experiencia extracorpórea es siempre real. Esas experiencias suponen una separación entre la conciencia y el cuerpo físico.

 -en las ECM que ocurren bajo anestesia general –en la que se bloquean tanto la sensibilidad externa como la interna- se vislumbra una conciencia separada del cuerpo. 

-las ECM de personas ciegas de nacimiento, que son idénticas a las de los demás, no se explican acudiendo al “conocimiento adquirido”. Y lo mismo cabe decir de la revisión de vida bajo la perspectiva de una tercera persona o del encuentro con conocidos de aspecto “irreconocible”. 

No hemos alcanzado, como digo, una explicación adecuada para las ECM. Pero eso no disuelve la pregunta, que sigue reclamando una respuesta.


BIBLIOGRAFÍA 

1.- Ernesto Bonilla:  Experiencias cercanas a la muerte. Revisión. Invest. clín 52, 1. 2011. (http://ve.scielo.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0535-51332011000100008#:~:text=Resumen.,los%20registros%20electroencefalogr%C3%A1ficos%20son%20planos.) 

2.- Francisco José Rubia Vila: Las experiencias cercanas a la muerte. Real Academia Nacional de Medicina, sesión científica del 8 de mayo de 2012. Anales de la RANM, CXXIX, 1º, (http://www.ranm.es/images/pdf/anales/2012-01.pdf) p 281-294.


viernes, 20 de mayo de 2022

¿PERSONAS NO HUMANAS?

 

La expresión “personas no humanas” ha surgido en el ámbito de la lucha por el reconocimiento de los “derechos fundamentales” de determinadas especies animales, y se quiere justificar en vista de la capacidad de experimentar dolor y de cierta capacidad afectiva y cognitiva. La cuestión merece que nos detengamos un minuto a considerarlo, pues rompe una larga tradición jurídica que considera que sólo el hombre es sujeto de derechos, y deberíamos estar seguros de que la novedad está bien justificada.  

 Cuando Aristóteles definió al hombre como “animal racional” no hacía presentes sólo los aspectos en que nos asemejamos a los animales, sino, sobre todo  lo que nos distingue de ellos. Y nosotros no podemos olvidar hoy su enseñanza, como tampoco podemos olvidar todo lo que la Biología -y la Antropología- han descubierto desde entonces.

El hombre y el animal no son seres asimilables, pues se enfrentan al mundo de formas muy diferentes. Los trabajos de Jakob von Uexküll nos han mostrado que la sensibilidad del animal sólo reconoce lo que le beneficia o le perjudica; todo lo demás pasa inadvertido. El animal no percibe el objeto en sí, sino sólo una determinada propiedad del objeto, la propiedad para la que tiene programado un comportamiento concreto. Eso es la conducta instintiva: una respuesta automática generada ante un estímulo exterior por la propia naturaleza del animal; por eso es común a todos los miembros de la especie.

 En el hombre, en cambio, las cosas son diferentes. El hombre carece de instintos, no tiene respuestas automáticas ya preparadas. Helmut Plessner, uno de los fundadores de la antropología filosófica, subraya que ante un estímulo exterior lo que se produce en el hombre es un momento de “suspensión”, que le sirve para “tomar distancia” y hacerse cargo de la realidad: de la suya propia, y de la realidad exterior a él, que se le presenta como autónoma, independiente de sus deseos, necesidades o miedos, y ante la que tiene que decidir un comportamiento: está forzado a “optar”.

 La seguridad inconsciente del animal es en el hombre deliberación y elección, pero con una inseguridad que el animal no conoce. Concebir el entorno como “mundo de realidades”, de “posibilidades”, deja al hombre a la intemperie. Se produce así un resquicio en la cadena de causas, y ese resquicio lo tiene que llenar él: es el momento de la libertad. Por eso se ha dicho que “el hombre es forzosamente libre” (Ortega). El hombre se erige así en “autor” de sí mismo, en el sentido de que es él quien decide sus propios actos. Por eso, al contrario que los animales, cada hombre es un individuo original.

 Éste es también el fundamento de la moral: si el hombre puede elegir su comportamiento tiene sentido que se le pida que opte por lo mejorDe ahí la necesidad de la formación y de la cultura, porque necesita saber qué es lo mejor, dónde está, cómo encontrarlo.

 Y aquí terminamos nuestro viaje: nos hemos encontrado con la persona. Ser persona es ser consciente de sí mismo y libre, tener el dominio de sí y ser responsable de sus actos. De modo que a la pregunta de si es posible que un animal sea persona hay que responder que no sólo no es posible, sino que ser persona es lo contrario de ser animal.

 ¿Y esto qué tiene que ver con los derechos? Los derechos no son una secreción de la voluntad de ningún César. El derecho a la vida, a la salud, a la libertad,… no dependen de que alguien nos los conceda. Tenemos esos derechos porque son un requisito de la propia naturaleza humana: el hombre está forzado a disponer de sí mismo, y ese disponer supone, por lo pronto, el dominio sobre lo que le constituye como persona -su vida, su libertad, su integridad física, su pensamiento,...- y sobre el mundo que le rodea y al que está forzado a recurrir para alcanzar sus propios fines personales. Por eso, porque los derechos derivan de la condición personal, no es posible hablar, en sentido propio, de “derechos de los animales”.

 Lo cual no significa que el hombre pueda hacer con ellos lo que le venga en gana. El hombre tiene ciertas obligaciones hacia ellos, como las tiene ante todo lo valioso que encuentra en su vida: reconoce el valor de la vida, y el deber de protegerla y ampararla, de promoverla, de evitar que se pierda. De la misma manera que tiene la obligación de respetar y cuidar la Ciudad Encantada de Cuenca, las pinturas de Altamira o la catedral de Burgos, sin que eso signifique que la Ciudad Encantada, las pinturas de Altamira o la catedral de Burgos tengan derechos de ninguna especie. Los animales no pueden ser sujetos de derechos, sencillamente, porque no son sujetos. Y así se entiende que mientras exigimos al hombre que cuide y proteja a los animales, a nadie se le ha ocurrido exigirles a los animales que cuiden y protejan al hombre: nadie cree que existan unas "obligaciones de los animales".

 Queda un asunto pendiente. Si ser persona es, como hemos visto, ser consciente, y libre, y responsable, y disponer de sí, ¿qué decir de esos seres humanos -el embrión, el menor de edad, el comatoso, el demente, el discapacitado severo,...- que no expresan esas capacidades? ¿Quedan fuera del estatus personal? ¿Carecen de derechos? La respuesta es: no. Si la condición personal deriva de la propia naturaleza humana, entonces es propia de todos aquellos que comparten dicha naturaleza. El hecho de que haya personas que no puedan expresar esa capacidad sólo señala una falta. Un ejemplo para explicar lo que quiero decir: el hombre no tiene alas, pero no decimos que le falten alas, sino, sencillamente, que carece de ellas, porque no le corresponde tenerlas; a un águila, en cambio, sí le corresponde tener alas, y cuando no las tiene le faltan. No queda convertida en otro animal diferente: sigue siendo un águila. Pero le faltan las alas: porque es un águila es por lo que decimos que le faltan las alas. Algo semejante ocurre en el caso que nos ocupa: no dejan de ser personas –ya que no dejan de ser seres humanos-, pero les falta expresarlo. Y les falta porque son personas. Corresponde por eso a otras personas suplir o paliar esa deficiencia.

 

miércoles, 16 de septiembre de 2020

LA MUJER NO ES UN HOMBRE ATROFIADO

Leo en el periódico que se ha inaugurado en Barcelona una exposición titulada “Los derechos trans son derechos humanos” cuyos organizadores preguntan: “¿Cuál es la fina línea que separa un clítoris grande de un pene pequeño? ¿En qué momento los labios externos de la vulva pasan a ser el escroto?". Me gustaría contribuir a dar alguna luz en este asunto.

Los biólogos hablan de "analogía" para referirse a la semejanza que guardan entre sí órganos de especies distintas que, aunque son en realidad profundamente diferentes en su composición y estructura, sin embargo, cumplen una función semejante. Son estructuras análogas, por ejemplo, el ala de una mosca y el ala de un águila. Un concepto diferente, casi inverso al de analogía, es el de “homología”, que se refiere a la relación que guardan entre sí estructuras que, aunque profundamente diferentes en su forma y su función, guardan, sin embargo, una gran semejanza en su composición y estructura, porque están estrechamente emparentadas desde el punto de vista evolutivo. Por ejemplo, la pata de un caballo, el ala de un murciélago y el brazo de un hombre son estructuras homólogas, como se puede comprobar comparando sus anatomías.

A partir de estas semejanzas biológicas entre especies diferentes el zoólogo alemán Ernst Haeckel popularizó lo que se llamó “Teoría de la Recapitulación”, hoy ya arrinconada en lo que se refiere a su sentido más pleno, literal. Expresado con las palabras técnicas que utilizó Haeckel, dicha teoría afirma que “la ontogenia recapitula la filogenia”, lo que dicho en lenguaje corriente significa que el desarrollo prenatal del embrión reproduce las etapas de la evolución de su especie.

Se hicieron populares entonces imágenes que mostraban embriones de diferentes especies en diferentes momentos de su desarrollo. En ellas se podía observar un parecido cada vez mayor con las respectivas formas adultas a medida que avanzaba el desarrollo. Sin embargo, mucha gente interpretó esas imágenes en sentido contrario: observó que cuanto más precoz era el embrión, más se parecía al embrión de otra especie, y de ahí nació el mito de que el desarrollo embrionario era un proceso de divergencia sucesiva, en el que se producía la separación de diferentes posibles caminos, hasta dar lugar a una forma adulta concreta.

Pero eso no es verdad: si el embrión de un cerdo encuentra impedido su desarrollo hasta la forma adulta del cerdo no se va a convertir en un conejo, ni en un perro. Morirá. No hay cambio de raíles en Biología.

Y lo que digo de un embrión lo digo de cualquiera de sus partes: en un embrión de pollo el esbozo de un ala no se convertirá en una pata: se convertirá en un ala, o no se formará extremidad. Ni siquiera adquirirá rasgos del otro sexo de su especie: todos está ya programado y no es modificable: si es macho, su cresta será la de un gallo, no la de una gallina. Dirá quiquiriquiquí, no dirá clo-clo-clo.

Después de Haeckel han venido la Paleontología, y la Embriología, y la Genética, y la Biología del Desarrollo, y hemos aprendido muchas cosas que Haeckel no podía saber. Por eso digo que, en su sentido literal, su teoría no se sostiene ya. Sin embargo, permanece aún en algunos esa idea mítica del “volantazo” a mitad de desarrollo; que, en cualquier momento, lo que se está desarrollando se podría convertir en otra cosa.

Por eso, para las preguntas a las que me refería al principio la única respuesta posible es: -“Pregunta equivocada”. Un clítoris puede alcanzar un desarrollo tal que llegue a parecer un pene pequeño. Pero sólo lo parecerá. Aunque ambos se desarrollan a partir de un tubérculo genital, ese tubérculo es ya esbozo de un clítoris o de un pene. No se distinguen por su tamaño, aunque habitualmente sus tamaños son muy distintos: lo que los distingue es que el clítoris está inserto en un aparato reproductor que concibe dentro de sí, mientras que un pene –también uno muy pequeño- está inserto en un aparato reproductor que concibe dentro de otro. Y lo mismo habría que decir de los labios externos de la vulva y el escroto.

En otras palabras: los labios externos de la vulva no pasan a ser el escroto en ningún momento; no hay ninguna fina línea que separe un clítoris grande de un pene pequeño. Lo único que les diferencia es que un clítoris grande no es un pene pequeño. De la misma manera que un dromedario grande no es una jirafa pequeña. 

O, como resumía una compañera mía: -“Las mujeres no somos hombres atrofiados”. 


martes, 7 de julio de 2020

UNPLANNED. NO APTO PARA MENORES


La película Unplanned ha llegado a nosotros. El argumento, muy resumidamente, cuenta la historia real de una mujer que trabaja para Planned Parenthood, una empresa dedicada a proporcionar los servicios necesarios a las mujeres que desean abortar. Durante años recibe a las clientes y las alienta para que no se dejen vencer por el miedo o la incertidumbre. Alcanza así uno de los más altos puestos en la empresa. Un día, por primera vez en todos esos años, entra en la sala donde se lleva a cabo un aborto. Sale de allí horrorizada por lo que ha visto, horrorizada por lo que ha recomendado durante tanto tiempo. Desde ese momento comienza su colaboración con organizaciones pro-vida.

Unplanned es una película militante, nadie va a llamarse a engaño. Pretende movilizar. Uno se pregunta a quién. No, desde luego, a los pro-vida, que no necesitan un alegato como éste. Y tampoco a los de enfrente, ¿quién se va a gastar el dinero para que los otros le hagan cambiar de opinión?

Me he asomado, por curiosidad, a las críticas que ha recibido. Hay de todo, como es natural. Dicen que no es una película “bonita”. Hay un cierto acuerdo en que tampoco es “exhibicionista”, pero bonita no es. Otros la consideran técnicamente pobre, carente de recursos, una historia “desaprovechada”. Y tampoco los actores, salvo dos o tres, han caído en gracia a los críticos.

Pero lo que más me ha llamado la atención es la furia que se transparenta en algunas de esas críticas. Que guste más o menos, que las imágenes crudas sean mejor o peor recibidas–cosa que no deja de ser sorprendente a la vista del cine gore que de tanto en tanto llega a nuestras pantallas sin grave escándalo de nadie-, que tal actor o actriz haría mejor en buscarse otro oficio,… todo eso lo damos ya por descontado en una crítica: para eso están. Pero no estamos acostumbrados a encontrarnos con una furia así. Nadie suelta tanta bilis por una cuestión estética. Esto sólo lo encontramos cuando están en juego las pasiones más que la razón. Como en una trifulca tabernaria, por ejemplo. O en un debate parlamentario.

Unplanned provoca pasiones porque es una película valiente que se atreve a romper con el "pensamiento único" y a dar información. Y la información levanta sospechas. En algún momento, años atrás, se propuso que uno de los requisitos para acceder al aborto fuera que la mujer contemplase una ecografía de su hijo. Se rechazó. Sin embargo, no era nada más que dar información, lo mismo que hace Unplanned. Información, eso que necesitamos cuando queremos tomar una decisión con conocimiento de causa, con responsabilidad. Con libertad.


Late en todo esto una cierta idea de que la mujer no está capacitada para distinguir lo bueno de lo mejor, y que alguien debe protegerla de la realidad, ocultándosela cuando, por su atrocidad, podría decidirla a conservar a su hijo. De modo que la mujer puede dormir tranquila: hay personas mayores que saben lo que le conviene, y lo que le conviene es abortar. Como sea. Incluso a ciegas.

lunes, 25 de mayo de 2020

ESPERAR LO INESPERADO

Parece ser que, en la desbandada que siguió a la invasión china del Tíbet, partieron de un monasterio tibetano dos niños en busca de otro lugar al que acogerse. En una bifurcación del camino optaron por hacer caso a un caminante que les advirtió del peligro que les esperaba por uno de los caminos, y se fueron por el otro. Pero donde se creyeron seguros fueron asaltados, apaleados y despojados de sus bienes. Cuando, a salvo ya, les preguntaron qué habían aprendido de aquello, uno de ellos contestó que había aprendido a no fiarse de nadie. Naturalmente, trataron de quitárselo de la cabeza: no es posible una vida humana desconfiando de todo el mundo. El otro contestó que había aprendido a esperar lo inesperado.

 Como tantos otros, yo también he aprovechado esta temporada de confinamiento para saldar lecturas atrasadas, y una de ellas  me ha resultado especialmente reveladora: me ha enseñado a esperar lo inesperado. Tuve yo en mi infancia un profesor que me parecía entonces un anciano divertido. Nos daba clases de Historia, Religión y Latín, y sus principales virtudes eran la devoción a la Virgen, su capacidad para inventarse cartas apócrifas de Julio César y su entrega a los colores de su equipo.  Era un fraile agustino, ya mayor a nuestros ojos, que parecía haber llegado al colegio para retirarse de su vida zarandeada. Durante muchos años había sido misionero en el Brasil, y, cuando estaba yo saliendo de la infancia, publicó un libro con sus recuerdos de aquellos años. Como era de esperar, el libro no suscitó en mí interés de ningún tipo, y lo dejé pasar sin pena ni gloria.

Sólo muchos años después recordé aquel libro, y sentí curiosidad por leerlo. Eran ya tiempos de Internet, y conseguí uno de los dos únicos ejemplares que localicé en las páginas de librerías de segunda mano. El otro, que desapareció de Internet también por aquellos días, alguien, a mil kilómetros de mí, y sin saber que andaba yo entonces detrás de él, lo compró para regalármelo, que así es la vida.

De modo que he dedicado algunos ratos a leer los recuerdos de mi viejo profesor. Después de sólo unas páginas descubrí a una persona desconocida: su buen escribir, sobrio pero matizado, su profunda sensibilidad para todo lo humano, su entrega y su defensa del indio amazónico, su conocimiento del corazón del hombre, su generosidad, su fortaleza para llevar adelante su labor en medio de las dificultades, también sociales, que encontraba. En fin, la riqueza interior de aquel hombre que había descendido hasta nuestro nivel y se había reducido a una especie de profesor chiflado.

Y me pregunto si no haré yo todavía muchas veces como hice entonces: dar a los que me rodean por sabidos, imposibilitándome para ver más allá de lo evidente. Es el peligro que encierra lo cotidiano: que parece encorsetar la realidad y excluir cualquier otra posibilidad. Y ni siquiera podría apreciar la novedad, porque no sería capaz de verla: sólo vemos lo que esperamos encontrar, estamos hartos de comprobarlo.

Todos respondemos, además, de acuerdo con lo que se espera de nosotros, de manera que nuestra confianza abre posibilidades, revela cualidades latentes: es la mano de nieve de la que nos hablaba Bécquer. Más que en ningún otro sitio, esto es evidente en la enseñanza, como sabía mi profesor. El padre Carlos se desprendió de sí mismo hasta casi desaparecer para hacerse a nosotros, sus alumnos. Permanecía, oculta, su gran riqueza personal, pero no hacía ostentación de ella. He sentido, al leerlo, un profundo agradecimiento, y ha crecido un cariño grande por él. Me apena no haberme dado cuenta entonces, habérmelo perdido. Y me hace pensar que puedo estar perdiéndome a otros todavía ahora, a fuerza de darlos por sabidos.