viernes, 6 de febrero de 2009

ELUANA: VIVIR O MORIR

Se trata de una cuestión delicada en la que fácilmente se entremezclan los sentimientos con la razón. Pero dicho esto, y si hemos de considerar una actitud éticamente acertada, hay que contemplar diversos aspectos: los datos que tenemos en la mano son que una mujer se encuentra en coma desde hace una serie de años y su familia pide que se deje de alimentarla y que muera al fin. Sin duda, ver así a tu hija durante años y años, y no ver salida a su estado, acaba con la entereza de cualquiera, máxime si se complica con la aparición de úlceras y otras lesiones derivadas que agravan la situación. Entonces se concibe una salida: dejar de alimentarla para que muera ya.

La opinión pública se desliza con toda facilidad a apoyar la petición de los padres de Eluana, porque no cuesta solidarizarse con los sentimientos de esa familia y no se encuentra una solución más aceptable. Es lo mismo que retirar el respirador a un enfermo paralizado y consumido por la enfermedad, alguien que necesita ese aparato para poder seguir respirando: Eluana necesita recibir alimentos por la sonda para poder seguir viviendo.

¡Ah! Pero no es lo mismo: si respirar por medio de una máquina es una condición que puede parecer desproporcionada, suministrar alimentación a cambio de conservar la vida no parece desproporcionado en absoluto; razonando así no tardarían en desaparecer de la superficie de la Tierra todos los enfermos que, por las más variadas causas, no son capaces de alimentarse por sí mismos, pero a los que la enfermedad propiamente no lleva a la muerte. Entonces, ¿qué ha fallado en nuestra argumentación?

Han fallado varias cosas: en primer lugar, nos hemos acercado con compasión a esos padres, que ven a su hija en ese estado yaciente, en lugar a acercarnos con esa misma compasión a la propia enferma. Parece lo mismo, pero no lo es, porque cuando consideramos el dolor de una familia que sufre por su hija, la compasión nos mueve a suprimir la causa del sufrimiento: su hija; pero si consideramos con compasión a Eluana lo que procuraremos es aliviarle o evitarle sufrimientos en la medida que nuestros conocimientos y nuestra técnica nos lo permitan. Y entonces se pone de relieve una cuestión que no habíamos considerado: que hay dos formas de acabar con una enfermedad: vencer a la enfermedad o acabar con el enfermo. Pero no son equivalentes: una de ellas es éticamente aceptable, la otra, éticamente inaceptable. En el fondo, lo que subyace es una antropología que cataloga las vidas humanas en “dignas” e “indignas”, y nos olvidamos de que nadie es indigno de vivir: ni siquiera los terroristas, como reconoce nuestra legislación. Pero sí hay personas viviendo en condiciones indignas. Y lo que hay que hacer entonces es corregir, o aliviar, esas condiciones: que no siempre sea posible no autoriza a afirmar que, en vista de eso, ya no son dignos de vivir.

Con todo esto no quiero decir que no haya nada que hacer: ya se habrá entendido que hay que curar a Eluana: de su enfermedad principal, si es posible, y de las complicaciones que vayan surgiendo. Y habría que añadir que no se debe dejar sola a la familia en esta situación, que el deber del Estado es atender las necesidades de sus ciudadanos y actuar subsidiariamente cuando así se requiera. Pero en ningún caso puede afirmarse una contradicción: la compasión no quita la vida, sino que la cuida hasta su final.