Cuando apenas ha pasado un año
desde la polémica aprobación en el Reino Unido del trasplante nuclear para el
tratamiento de las enfermedades mitocondriales, nos llega desde allí la noticia
de que la Autoridad en Fertilización Humana y Embriología acaba de autorizar al
Francis Crick Institute, de Londres, la edición genética de embriones humanos
con la técnica de CRISPR-Cas9. Aunque no es la primera vez que se hace algo
así: el trabajo inaugural lo publicó el año pasado el equipo del Dr. Junjiu
Huang, de la Universidad Sun Yat-sen, en Guangzhou (1).
El impulso que supuso el Proyecto
Genoma Humano dura hasta hoy. Una de sus consecuencias ha sido la posibilidad
de llevar a cabo la llamada “edición genética”, que, en esencia, consiste en la
modificación de secuencias concretas de ADN. Inicialmente, la secuencia-diana
era reconocida por proteínas artificiales, pero la dificultad para diseñar y
sintetizar esas proteínas, y para validar su eficacia, hacían que fuera un
proceso lento y muy caro. El salto adelante partió de los trabajos de Francisco
Mojica, microbiólogo de la Universidad de Alicante, que, en 1993, estudiando
las defensas bacterianas frente a los virus, descubrió un sistema que reconocía
segmentos de ADN del virus, y los bloqueaba. Denominó a este sistema CRISPR,
siglas de la expresión inglesa que describe su estructura y posición en el ADN
bacteriano. Años después, en 2012, Jennifer Doudna, de la Universidad de
California, en Berkeley, y Emmanuelle Charpentier, de la Universidad de Umea,
en Suecia, desarrollaron el modelo: le incorporaron una cadena-guía de ARN que
“busca” la secuencia de ADN diana y le añadieron la enzima Cas9, que corta esa
secuencia y la elimina. Se convirtió así en una sencilla herramienta fácil de
utilizar, rápida y muy barata, para modificar segmentos de la cadena de ADN.
El nuevo procedimiento ha sido
inmediatamente adoptado y ampliamente utilizado en diversos campos y con
distintos fines. Jennifer Doudna está recogiendo una lista de las criaturas
modificadas por este sistema: hoy la lista tiene tres docenas de entradas, que
van desde parásitos causantes de enfermedades a cerdos de raza enana, arroz y
trigo resistentes a las plagas o naranjas ricas en vitaminas. Y se está
estudiando su aplicación en la clínica humana para corregir defectos en los
genes mitocondriales y en “células somáticas” (es decir, las que no están
implicadas en la producción de óvulos y de espermatozoides).
El problema se plantea, por las
implicaciones éticas que presenta, precisamente en su aplicación a embriones
humanos, porque en ese estadio no se han separado aún las estirpes que darán
lugar a las células sexuales. Porque la cosa es algo más complicada que el
simple "copia y pega": el grupo chino mencionado al principio aplicó
esta técnica a 86 embriones con un gen de hemoglobina defectuoso; sobrevivieron
71, de los cuales se examinaron 54: sólo en 28 de ellos se había logrado
“cortar” el gen defectuoso, y en apenas
11 se había logrado implantar el gen sano. La manipulación, además, generó
diferentes alteraciones no deseadas en otros puntos del ADN, y, como el propio
Huang reconoce, “si hubiéramos analizado todo el genoma, habríamos encontrado
más”.
Son estos malos resultados los
que muestran que es aún prematuro utilizar esta técnica en embriones humanos,
pues la consecuencia lógica es que las modificaciones aleatorias provocadas, de
resultados imprevisibles, se transmitirían a la línea germinal y afectarían a
toda la descendencia. Pero no se trata sólo de trabajos con embriones humanos.
Doudna ha confesado que sus preocupaciones comenzaron cuando asistió a la
presentación de un trabajo en el que se diseñó un virus para introducir
CRISPR-Cas9 en ratones. Los ratones aspiraron el virus, permitiendo al sistema
CRISPR originar mutaciones y crear un modelo para cáncer de pulmón humano.
“Parecía increíblemente aterrador –dice- que pudieras tener estudiantes
trabajando con una cosa así. Cualquier pequeño error en el diseño de la guía de
ARN podría resultar en una CRISPR que actuara también en los pulmones humanos.
Es importante que la gente comprenda lo que este procedimiento podría
provocar”.
Andrea Ventura, investigador del
Memorial Sloan Kettering Cancer Center de Nueva York y uno de los autores de
ese trabajo en ratones, dice que su laboratorio extremó las medidas de
seguridad: las secuencias-guía fueron diseñadas para dirigirse a regiones del
genoma que son exclusivas de los ratones, y los virus fueron desactivados de
manera que no pudieran replicarse. Pero reconoce que es importante anticipar
incluso los riesgos más remotos. “Las
guías no están diseñadas para cortar el genoma humano, pero nunca se
sabe. No es muy probable, pero debemos considerar esa posibilidad.”
Por estas razones, Doudna convocó
el año pasado una reunión de científicos, expertos en bioética y juristas, de
la que resultó la solicitud de una moratoria para la aplicación a de
CRISPR-Cas9 en humanos mientras no se hayan resuelto toda esta serie de
dificultades teóricas y prácticas. Queda mucho camino por recorrer hasta que se
pueda recurrir a esta técnica para modificar el ADN en seres humanos con la
seguridad exigible.
El proyecto que pretende llevar a
cabo el Reino Unido, además, es comparable en ciertos aspectos con el realizado
en China, pero se diferencia también en algún aspecto que a los expertos en
bioética no les parece indiferente: mientras que el equipo chino utilizó para
su estudio embriones triploides (es decir, con una dotación cromosómica que no
es la de nuestra especie; no es, por lo tanto, una forma germinante de vida
humana), el Francis Crick Institute se propone editar el genoma de hasta 90
embriones viables, perfectamente sanos y de menos de una semana de vida, que
simplemente son desechados por los laboratorios por “superpoblación”. El
estudio consistirá en ir retirando cada uno de cuatro genes que se consideran
fundamentales para el desarrollo en ese momento de la vida, y observar qué
cambios se producen para deducir la función que ejercen en el embrión no
manipulado. Se alega el alto beneficio que se obtendrá con ese conocimiento,
pero se olvida que, cuando en Medicina se sopesan riesgos y beneficios, el
beneficio debe recaer, en primer lugar, el mismo “paciente” que corre ese
riesgo. No parece que ése vaya a ser el caso.
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(1) Protein Cell 2015, 6:363-372