La libertad es tan esencial en la vida del hombre que no
aceptamos pacíficamente que se nos prive de su ejercicio. "Por la
libertad se puede, y aun se debe, aventurar la vida", dirá Cervantes.
Es condición de cualquier acto verdaderamente humano ser ejecutado en libertad.
Y es el fundamento de la entrega por amor: "¿Venís a contraer
matrimonio sin ser coaccionados, libre y voluntariamente?" se pregunta
a los novios que se casan.
La libertad es el sello que certifica la vinculación
de la persona en esa entrega. Los animales no pueden hacer nada semejante, su
conducta instintiva está en las antípodas de la libertad: no pueden elegir lo
que hacen, su comportamiento forma parte de una cadena preestablecida de causas
y efectos. Actuar libremente, en cambio, significa salirse de esa cadena y constituirse
en origen de una cadena causal nueva. Soy libre cuando dispongo incondicionalmente de
mí mismo, cuando mi conducta no depende de las circunstancias,
cuando su única causa es mi propia voluntad: cuando soy dueño de mí.
Por eso es un error considerar que al
entregarme estoy perdiendo mi libertad. Al contrario: mi compromiso es la
prueba de mi libertad. De ninguna conducta tenemos la seguridad de que es libre
como de la que llevamos a cabo por un compromiso asumido al margen de las
circunstancias. Un animal que pasa hambre y encuentra alimento disponible es
empujado a él por su instinto; yo soy capaz, en la misma situación, de decidir
mantener mi ayuno porque no estoy sometido a instintos, porque soy libre. De la
misma manera que puedo prometer bajar mañana a bañarme al río, independizándome
así de lo que pueda apetecerme mañana, algo que el chimpancé, que no es libre,
no puede hacer por más avispado que sea.
No es más libre el amor que se entrega en respuesta a
un sentimiento espontáneo que despierta en mí la otra persona –por lo bien que
me siento a su lado, por las emociones que me agitan cuando pienso en ella,..-.
Ese sentimiento tiene, como todos los sentimientos, fecha de caducidad, y,
cuando él se extinga se extinguirá mi amor. Entristece comprobar cómo gente
joven, -y gente "que hace ya mucho tiempo que es joven”- deja atrás una
historia de amor que podría y debería ser sumamente felicitaria, sólo porque se
ha entendido mal el hecho de que ese sentimiento inicial ha dado paso a
"otra cosa". ¡Pues claro que ha dado paso a otra cosa, no faltaba
más! El amor, como todo lo humano, admite grados, progresa, madura:
cambia.
No. El amor más libre es el que se entrega no por
razón de unas circunstancias, de unas apetencias, que podrían no haberse dado
-y que podrían dejar de darse-, sino por un compromiso asumido personalmente,
por una decisión de mi voluntad: porque lo he decidido yo. Te prometo que permaneceré a tu lado y que no te dejaré nunca sola -que no te dejaré nunca solo- porque
quiero. Y no me dejaré arrastrar por el viento: mantendré mi promesa de ahora cualesquiera que sean las circunstancias en las que nos encontremos en adelante: “en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida”. Porque quiero.
Al contrario que el amor sentimental, que tiene los días
contados, el amor libre está lleno de esperanza: si me comprometo a hacerte
feliz -a intentar hacerte feliz- en cualquier circunstancia, entonces el futuro es nuestro. Por
eso, el único amor verdadero y para siempre es el amor libre.