La llegada de la sonda
Philae al cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko ha despertado en la prensa la
esperanza de descubrir el origen de la vida, dando por sentado que demostrar
que son los meteoritos los que aportaron a nuestro planeta el agua necesaria
para ello es lo mismo que establcer la forma en que surgió la vida.
Esta aventura comenzó en 1953 en la Universidad de
Chicago, donde Stanley Miller, alumno de doctorado de Harold Urey, llevó a cabo
un célebre experimento en el que reprodujo en un matraz las condiciones
supuestas de la atmósfera primitiva (vapor de agua, metano, amoníaco e
hidrógeno) y la sometió a descargas eléctricas en un intento de reproducir la
situación de nuestro planeta durante sus primeros mil millones de años de
existencia, en los que la inestabilidad geológica y los frecuentes impactos de
meteoritos eran la norma. Miller consiguió de esta forma sintetizar diecinueve
sustancias orgánicas elementales, incluyendo cuatro aminoácidos, que son las
piezas básicas que forman las proteínas.
Algunos años después, en 1961, el
español Juan Oró llevó a cabo experimentos análogos en la Universidad de
Houston: trabajando con una “sopa” de agua, ácido cianhídrico y amoníaco
sintetizó algunos otros aminoácidos y aportó un elemento nuevo: la adenina, que
está presente en los nucleótidos -los elementos que componen la cadena del ADN-
y es pieza fundamental para la producción y manejo de energía en la célula y
para el control de numerosas funciones celulares. La euforia se disparó en el
mundo científico de la época, seguros de tener al alcance de la mano la
síntesis de vida artificial.
Pero aquí terminan las buenas
noticias: dejando aparte el hecho de que hoy se considera que las sustancias
que reunió Miller en su matraz tienen poco que ver con las que existían
realmente en la atmósfera primitiva, lo cierto es que hay muchos aminoácidos
que aún no se han podido sintetizar, y, desde luego, no se ha podido ensamblar
la adenina (y otras bases similares) con azúcares y fosfatos para formar los
nucleótidos del ADN. Aunque la literatura de divulgación científica deja creer
al lector que los demás componentes básicos de los seres vivos, que son
centenares, aparecen sin más por estos procedimientos, lo cierto es que no sólo
es problemática la síntesis de los productos que se obtienen, sino que las condiciones
necesarias para la síntesis de algunos de ellos impiden la síntesis de otros.
En 1991, el propio Stanley Miller
aseguraba: “El origen de la vida ha resultado ser más complicado de lo que
muchos suponíamos”. Unos años más tarde, en 2000, alguien preguntó a Werner
Arber, Premio Nobel de Medicina por sus trabajos sobre los enzimas de
restricción –que fragmentan el ADN- qué es la vida. “No puedo contestar a
esa pregunta –dijo-. No entiendo cómo todas esas moléculas han podido juntarse
inicialmente para formar esos organismos unicelulares o multicelulares.
Simplemente, no lo comprendo. Estoy lejos de entender lo que es la vida”. Y
cuando en 2003 le preguntaron a Christian de Duve, Premio Nobel de Medicina por
sus trabajos sobre la endosimbiosis –teoría que considera que determinados
orgánulos celulares con membrana, como las mitocondrias, fueron en otro tiempo
células primitivas autónomas que se quedaron a vivir dentro de otras- en qué
punto estábamos de la comprensión del origen de la vida, respondió: “No
estamos en ningún punto, no sabemos nada”, y realizó un llamamiento para
rechazar teorías “basadas en probabilidades tan incomparablemente pequeñas
que sólo pueden considerarse “milagros”, fenómenos que se alejan del ámbito de
la investigación científica”.
¿Cómo de pequeñas son esas
probabilidades? Para ilustrar esto, el astrónomo Arthur Eddington propuso un
ejemplo que se ha hecho clásico: si cien mil chimpancés manipulasen un teclado
al azar durante el tiempo suficiente, acabarían escribiendo todo lo que
almacena la
Biblioteca Nacional británica. El punto clave aquí es
“durante el tiempo suficiente”. Pero parece ser que no disponemos de "el
tiempo suficiente": hoy, que, con los potentes ordenadores actuales, los
matemáticos pueden concretar algo más, Michael Starbird, experto en teoría de
probabilidades, asegura que mil millones de chimpancés tecleando una vez por
segundo una combinación de 18 letras durante los 13.700 millones de años que
tiene el universo tendrían una posibilidad entre mil millones de escribir “En
un lugar de la Mancha”.
¿Cuánto tiempo sería necesario para hacer que surgiera, por azar, la enorme
complejidad, estructural y funcional, de, pongamos,… la membrana celular?