lunes, 16 de agosto de 2010

¿LA VERGÜENZA DE NUESTRO EJÉRCITO, ME HACE EL FAVOR?

Tenía que ocurrir, y ya ha ocurrido. Nuestro ejército ha expulsado de sus filas a una mujer por negarse a hacer unas pruebas físicas durante un embarazo de alto riesgo (1). Desde luego, no se puede dudar del escrúpulo con el que los miembros de la Junta de Evaluación han actuado en este caso: la ley es ley para todos, y todos somos iguales ante la ley. Nada, por tanto, que objetar. No hay que temer que se den situaciones de discriminación por razón de sexo, ni por ninguna otra razón, porque ya no hay razones para hacer distingos. No tenemos ya sexo, como tampoco edad, raza, religión, ni ninguna otra circunstancia que haga de nosotros personas individuales. No hay nada que nos diferencie del prójimo.

Para el que tiene la misión de dictar sentencia esto es particularmente sabroso, porque contemplar ante sí a una persona individual podría darle más trabajo, algo en que pensar y algún quebradero de cabeza. Se enfrenta, pues, al que tiene ante él como a una encarnación de Medusa, temiendo que si lo mira a los ojos acabará convertido en piedra. Y recurre, como Perseo, a un espejo que le proteja de su mirada. Lo malo es que ese espejo le devuelve la imagen de su propio rostro. Pero, bueno, no importa: está convencido de que todos los rostros son iguales.

En este caso está claro que no lo son. Quizá sería de sentido común aplazar las pruebas el tiempo razonable, pero todo el mundo puede comprender que si el Derecho fuera cosa de sentido común no habría que estudiar cinco años. Y a la vista está que el sentido común, aquí, brilla por su ausencia.

Otra cosa es la Justicia, o, mejor dicho, la justicia. Para nuestros abuelos, hacer justicia era una forma de ajustarse a la realidad. Pero tampoco es éste el caso: la realidad, por una vez, es manifiesta, y la sentencia de la Junta de Evaluación revela que no acaban de verse sacando adelante un embarazo, y que, en todo caso, la realidad debe someterse a la ley. La ley dice que hombres y mujeres somos iguales, y si hay alguien que no sea igual, peor para él. Digo, para ella.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? La evidencia de la realidad es tan palmaria que sólo se me ocurre pensar en la “obediencia debida”, en este caso, obediencia debida a la norma. Pero es ésta una norma que niega la realidad, y la realidad es lo más respetable del mundo, porque es tozuda y no puede desistir, de modo que acabamos dándonos de bruces contra ella. Mala cosa parece obedecer a una norma así.

Después de esta clara posición adoptada por el Estado, ¿cómo nos atrevemos a quejarnos de que a los ancianos y a las mujeres embarazadas no se les cede el asiento en el metro o en el autobús? Y otra cosa: ¿vamos a seguir empeñándonos en que nuestro Ejército está al servicio de la vida?

-¡Vaya, parece que nos han pillado en una mentirijilla!

-Bueno,… y ¿qué?
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(1)http://www.diarioinformacion.com/nacional/2010/08/16/ejercito-expulsa-embarazada/1035666.html