El senador de Compromís Carlos Mulet ha dirigido
un escrito al Gobierno instándole a eliminar los servicios de asistencia
religiosa de los centros sanitarios. Es una situación, dice, que consagra la
posición privilegiada de la Iglesia Católica, pues esta asistencia religiosa
sólo se le permite a ella, pero "no al resto de confesiones o sectas
religiosas”. Está, además, sobradamente justificada la eliminación de tales
servicios de nuestros hospitales, ya que, asegura, “la asistencia religiosa no
forma parte de ninguna rama de la medicina moderna”. No es la primera vez que
se plantea esta cuestión. En términos semejantes se ha manifestado
anteriormente la coordinadora general de Esquerra Unida del País Valencià, Rosa
Pérez Garijo, amparándose en que la asistencia religiosa “no tiene nada que ver
con la atención sanitaria”. El asunto merece, a mi juicio, una reflexión
detenida.
Para empezar, veamos cuál es la situación que se
quiere corregir. La Iglesia Católica se hace presente en los hospitales
públicos en función de un convenio firmado con el Estado por el cual
“subcontrata” la asistencia religiosa de dichos centros. No constituyen una
muchedumbre: la cobertura de este servicio para toda España está a cargo de
alrededor de 850 personas, muchos de ellos -pero no todos- sacerdotes. Y no es
algo que se conceda a la Iglesia Católica a título particular y privilegiado,
aunque el hecho de que la católica sea la confesión religiosa con mayor número
de miembros en nuestra sociedad hace que su presencia sea más visible y pueda
parecer la única. No hay aquí ninguna
discriminación por razón de religión: las otras confesiones, aunque no tan
significadas en nuestra sociedad, pueden también atender a los miembros de su
comunidad en todos nuestros hospitales. Es el caso de las comunidades
protestante (evangélica) y judía, que tienen acuerdos de cooperación con el
Estado en esta materia a través, respectivamente, de la Federación de Entidades
Religiosas Evangélicas de España y de la Federación de Comunidades Israelitas
de España. Otra comunidad de implantación creciente, la musulmana, puede
establecer conciertos con la Administración competente a través de la Comisión
Islámica de España. En cuanto a confesiones de menor implantación legalmente
reconocidas, como los mormones, los testigos de Jehová, los budistas, los
cristianos ortodoxos, etc., que no tienen convenios suscritos con el Estado, no
por eso están excluidos de la asistencia religiosa en los hospitales públicos:
ellos también están amparados por la Ley de libertad religiosa, y las lagunas
existentes en el ámbito estatal se suplen con normas autonómicas.
Otra cuestión es saber por qué se implantan
servicios religiosos en un hospital, que a lo que se dedica es a atender a
enfermos. Al llegar a este punto hay que recordar que los convenios a los que
me vengo refiriendo no se establecen por voluntad del Estado o por un afán de
las distintas confesiones de meter la religión en todos los rincones de la
vida. Se establecen para cumplir las directrices de la Organización Mundial de
la Salud.
Somos algo más que un cuerpo, algo más que un
conjunto de estructuras anatómicas, de fenómenos mecánicos y de reacciones
químicas. Tenemos una dimensión psíquica también, y una dimensión social. Y una
dimensión espiritual. Cuando enfermamos, no enfermamos únicamente en el
corazón, o en el estómago, o en la rodilla: enfermamos en todas nuestras dimensiones, como un "todo": enfermamos personalmente. Por eso, cada enfermo vive su
enfermedad a su manera, y requiere una atención personalizada. Un enfoque puramente biológico de la
asistencia sanitaria convertiría nuestros hospitales en clínicas veterinarias.
La OMS lo sabe muy bien, y subraya la condición humana del enfermo, que le hace
acreedor de una atención más allá de los cuidados científico-técnicos, una atención que integre el abordaje de todas las dimensiones de la persona (física, psíquica,
social y espiritual).
Por eso pide que haya en los hospitales psicólogos
clínicos, trabajadores sociales y asistentes religiosos: para dar al enfermo
una atención a la altura del hombre.