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lunes, 16 de agosto de 2010

¿LA VERGÜENZA DE NUESTRO EJÉRCITO, ME HACE EL FAVOR?

Tenía que ocurrir, y ya ha ocurrido. Nuestro ejército ha expulsado de sus filas a una mujer por negarse a hacer unas pruebas físicas durante un embarazo de alto riesgo (1). Desde luego, no se puede dudar del escrúpulo con el que los miembros de la Junta de Evaluación han actuado en este caso: la ley es ley para todos, y todos somos iguales ante la ley. Nada, por tanto, que objetar. No hay que temer que se den situaciones de discriminación por razón de sexo, ni por ninguna otra razón, porque ya no hay razones para hacer distingos. No tenemos ya sexo, como tampoco edad, raza, religión, ni ninguna otra circunstancia que haga de nosotros personas individuales. No hay nada que nos diferencie del prójimo.

Para el que tiene la misión de dictar sentencia esto es particularmente sabroso, porque contemplar ante sí a una persona individual podría darle más trabajo, algo en que pensar y algún quebradero de cabeza. Se enfrenta, pues, al que tiene ante él como a una encarnación de Medusa, temiendo que si lo mira a los ojos acabará convertido en piedra. Y recurre, como Perseo, a un espejo que le proteja de su mirada. Lo malo es que ese espejo le devuelve la imagen de su propio rostro. Pero, bueno, no importa: está convencido de que todos los rostros son iguales.

En este caso está claro que no lo son. Quizá sería de sentido común aplazar las pruebas el tiempo razonable, pero todo el mundo puede comprender que si el Derecho fuera cosa de sentido común no habría que estudiar cinco años. Y a la vista está que el sentido común, aquí, brilla por su ausencia.

Otra cosa es la Justicia, o, mejor dicho, la justicia. Para nuestros abuelos, hacer justicia era una forma de ajustarse a la realidad. Pero tampoco es éste el caso: la realidad, por una vez, es manifiesta, y la sentencia de la Junta de Evaluación revela que no acaban de verse sacando adelante un embarazo, y que, en todo caso, la realidad debe someterse a la ley. La ley dice que hombres y mujeres somos iguales, y si hay alguien que no sea igual, peor para él. Digo, para ella.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? La evidencia de la realidad es tan palmaria que sólo se me ocurre pensar en la “obediencia debida”, en este caso, obediencia debida a la norma. Pero es ésta una norma que niega la realidad, y la realidad es lo más respetable del mundo, porque es tozuda y no puede desistir, de modo que acabamos dándonos de bruces contra ella. Mala cosa parece obedecer a una norma así.

Después de esta clara posición adoptada por el Estado, ¿cómo nos atrevemos a quejarnos de que a los ancianos y a las mujeres embarazadas no se les cede el asiento en el metro o en el autobús? Y otra cosa: ¿vamos a seguir empeñándonos en que nuestro Ejército está al servicio de la vida?

-¡Vaya, parece que nos han pillado en una mentirijilla!

-Bueno,… y ¿qué?
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(1)http://www.diarioinformacion.com/nacional/2010/08/16/ejercito-expulsa-embarazada/1035666.html

lunes, 16 de noviembre de 2009

EN MISA Y REPICANDO




No sé a qué obliga ser miembro de una logia masónica, o de un movimiento excursionista, por poner dos ejemplos. Pero como no lo soy, ni pretendo llegar a serlo, es asunto que no me interesa: allá sus miembros, y su disposición a aceptar esas condiciones. Y tampoco me imagino declarándome a favor ni en contra de esas obligaciones aceptadas libremente por sus miembros.

Sin embargo, cuando Monseñor Martínez Camino vincula el apoyo al aborto con la excomunión de la Iglesia Católica, falta tiempo para que se alce un coro de voces exaltadas que denuncian la intromisión de un Obispo en cuestiones políticas. No parecen darse cuenta de que estamos en el mismo caso: la Iglesia considera que promover el aborto voluntario es contradictorio con su fe, y hay que escoger. Pero es asunto que sólo concierne a los miembros de la Iglesia, o, mejor, a quienes aprecien serlo. A los que no lo son, el Obispo Auxiliar de Madrid no les ha dicho nada. A los que lo son, pero no les importaría dejar de serlo, tampoco. Monseñor Martínez Camino se dirige sólo a los miembros de la Iglesia que quieren seguir siéndolo, y les dice: “¡Cuidado!, ésa no es la dirección, por ahí no vas bien, te estás equivocando. Si te interesa venir con nosotros has de volver a este camino”. Nada más. Es doctrina vieja. Pero se ve que le ha parecido necesario recordarla. Y las reacciones que ha suscitado demuestran que, efectivamente, era necesario.

Cada quien es muy dueño de incorporarse a la Iglesia, o de abandonarla. Pero que los que se consideran alejados de ella quieran gobernarla parece excesivamente pretencioso. La Iglesia está definida. Podemos aceptarla o rechazarla, pero las dos cosas a la vez, no; no se puede estar en misa y repicando. Si yo quiero formar parte del equipo de fútbol de mi barrio, a lo que tengo que jugar es al fútbol. Y si alguien dice: “Yo, es que quiero coger el balón con las manos”, hay que decirle: “Muy bien. Pero eso no es fútbol. No te corresponde jugar en este equipo”.

Eso es lo que acaba de decir Monseñor Martínez Camino: que el que quiera favorecer el aborto provocado no puede estar en la Iglesia Católica. Nadie está obligado a preferir una cosa o la otra, pero si mi partido y mi fe se contradicen, o pongo mi fe por encima de mi partido, o pongo mi partido por encima de mi fe. Es tan elemental que no me explico los comentarios que suscita.

miércoles, 14 de octubre de 2009

PARA NO DESCONCERTAR A MIS BIÓGRAFOS

Circulan por Internet diferentes listados de razones por las que la gente se apunta a ir a la manifestación de Madrid.:
… porque ante un tema tan grave, creo que debo hacerlo: es una cuestión de responsabilidad personal.
… para que todas las mujeres de España se enteren de que hay millones de personas dispuestas a ayudarlas ante un conflicto derivado de un embarazo imprevisto, y comprendan que el aborto nunca es la solución, sino el inicio de más problemas.
… para que los gobernantes y parlamentarios de España sepan que hay una amplísima mayoría de españoles que rechazan toda legislación permisiva del aborto y reclaman alternativas solidarias de apoyo a la mujer embarazada.
… para que cuando mi hijo o mi nieto te pregunten: “…cuando había aborto en España, ¿qué hiciste tú para acabar con esa barbaridad? puedas contestarle que participé en la manifestación del 17 de octubre de 2009 en Madrid.

En el fondo, son diversas formas de decir lo mismo: que el que no actúa como piensa acaba pensando como actúa, y si después afirmar la vida "en vacío" nos quedamos al margen de esta iniciativa que lo transforma en hechos reales seremos "como bronce que suena o címbalo que retiñe". Si no se traduce en actos concretos es indiferente estar a favor del aborto, o en contra, y si no es indiferente, ¿en qué se nota? Si te preocupa que la gente sepa que estás contra el aborto, entonces no tienes por qué preocuparte, porque la verdad es que no estás contra el aborto.

Yo estoy a favor de la vida también es sus estadios embrionario y fetales, por eso voy el sábado a Madrid. Para no desconcertar a mis biógrafos.

martes, 22 de septiembre de 2009

VOTAMOS A FAVOR DE LA VIDA

Los preparativos para la gran concentración a favor de la vida del día 17 de octubre en Madrid ya se han puesto en marcha. Abandonar el sofá un sábado para pasar el día en carretera, concentrarse en Madrid y volver a ponerse al volante para llegar a casa a tiempo no es un plan que pueda considerarse propiamente atractivo, si no fuera por lo que hay detrás de todo esto.

El Gobierno, que se ha empeñado en modificar la “ley del aborto”, quiere presentar ahora esta modificación como “más de lo mismo”, pero no es verdad –tampoco eso es verdad-: si en la anterior situación el aborto estaba contemplado como un mal menor, en esta propuesta se presenta como un bien en términos absolutos. Ya no se tratará de un delito no punible, ahora será un derecho, algo exigible, a lo que se podría aspirar.

Y se presenta como una reclamación de la voluntad popular, de modo que cuesta decir que no, cuesta vencer la pereza para oponerse a la mayoría. Pero es que no se ve por ninguna parte ese apoyo de la mayoría. Es verdad que lo promueve el partido más votado, pero no llevó esta cuestión a su programa electoral y, por tanto, nadie votó a su favor. Ni en contra: no era eso lo que estaba en cuestión.

Ahora nos dicen que esa voluntad popular mayoritaria se demuestra simplemente por el pacto de los miembros del Congreso de los Diputados. Hay que contestar que entonces no sólo se trata de un proyecto de ley injusto, sino que es ya injusto el uso que hacen del voto que se les ha otorgado. Se trata de una falsificación -de otra falsificación- de la voluntad popular. Un abuso de poder, un abuso de confianza: han recibido nuestro encargo para dirigir la política del Estado, pero ponen en boca de los electores algo sobre lo que los electores no se han pronunciado.

Y la cuestión es que mantienen la intención de seguir adelante sin solicitar ese pronunciamiento. No quieren preguntar, porque no les interesa la opinión de los electores. Pero deberían interesarles saber si, efectivamente, tienen el apoyo de la población, y por eso, aunque no nos pregunten, debemos hacerles llegar nuestro punto de vista. Nos escamotean nuestra soberanía, nos niegan la consulta de las urnas: pues votaremos con los pies, como entonces.

Eso es lo que nos hace vencer la pereza, abandonar el sofá y pasar ese día en carretera, lo que nos pone en marcha para encontrarnos en Madrid el próximo día 17 de octubre: decir a los gobernantes que no están ahí para hacer lo que les venga en gana sin más límites que los de su peor ocurrencia. Que son un gobierno legal, pero están a punto de convertirse en un gobierno ilegítimo. Y que nuestro deber de lealtad para con las autoridades incluye avisarles del peligro de que incurran en indignidad. Al fin y al cabo, como sabía Ortega, “yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.

miércoles, 1 de julio de 2009

TRAZOS EN EL AGUA

Nuestro ordenamiento legislativo prevé determinadas circunstancias en las cuales acabar con la vida de otra persona no está penado: actuar en defensa propia, por ejemplo. De ahí no se deduce que nadie tenga “derecho a matar” a otro: sigue siendo delito, pero al que lo hace en esas circunstancias “no se le tiene en cuenta”.

Sin embargo, parece que, desde el principio, con la despenalización del aborto esto no se ha visto claro, y se ha extendido la creencia de que despenalizarlo lo convierte en un derecho, del mismo rango que mi derecho a tener una vivienda digna. Hasta el punto de que los últimos datos oficiales del aborto provocado en España permiten suponer que el recurso al aborto es contemplado, en un alto porcentaje de sus casos, como uno más de los medios anticonceptivos: el 19% de las gestaciones terminan por aborto provocado. Para hacernos una idea, las feroces matanzas entre hutus y tutsis de los años 90 acabaron con el 11% de la población de Ruanda.

Y ni siquiera se es consciente de lo que se destruye, porque después de declarar solemnemente que nuestro máximo valor es la vida humana, resulta que no sabemos en qué consiste eso que llamamos “vida humana”. Hay quienes se esfuerzan por trazar una línea en el desarrollo embrionario y decir: hasta aquí no hay vida humana. Los argumentos son variados, y diferentes autores trazan su línea en un punto diferente, lo cual es una prueba de que ninguna de ellas resulta convincente, ninguna de ellas está libre de prejuicio, todas son, en el fondo, decisiones arbitrarias que tras un análisis superficial se desvanecen como trazos en el agua.

Sin embargo, bastaría que pensásemos en nuestra propia vida para comprender que la vida humana no es algo concluso, terminado, cerrado, sino una vida que consiste en permanente desarrollo, que estamos siempre “en camino”: hemos venido a ser quienes somos hoy, estamos en camino de ser quienes seremos mañana. Sabemos que esto continuará hasta el momento de nuestra muerte, pero ¿cuándo empezó este camino? Al nacer, dicen algunos. Pero si pensamos en la víspera de nuestro nacimiento nos damos cuenta de que también a ese momento hemos “llegado”. Y si seguimos retrocediendo nos damos cuenta de que podemos llegar hacia atrás hasta la fecundación sin ser capaces de señalar un momento a partir del cual “comenzamos”.

Llegados a este punto, ¿qué hacer? Hemos de tomar una decisión al respecto, porque no tomarla es ya una decisión: la decisión de mirar para otro lado. No hay que hacer consultas a expertos, basta con que nos pongamos en situación: estoy ante una vida que no sé si es humana, exactamente como se encuentra el cazador con su escopeta cargada frente a un arbusto tras el cual algo se mueve. ¿Disparará? Si la vida humana es un bien superior a la vida animal, lo único que puede hacer es esperar a estar seguro, la mera posibilidad de que se trate de un hombre le impone una actitud de “alto el fuego”.

Si nuestro sabios no se ponen de acuerdo –y no se ponen de acuerdo en absoluto: la duda abarca desde reconocer vida personal germinante en la respuesta del embrión a los factores maternos durante su camino hacia el útero, hasta la que no admite rasgos de humanidad sino mucho tiempo después del nacimiento- no cabe otra decisión que la de “alto el fuego”: ¿por qué privilegiar un punto de vista?, ¿por interés político o por conveniencia social?, ¿es en eso en lo que consiste “tener como máximo valor la vida humana”?

lunes, 22 de junio de 2009

EL PODER LEGISLATIVO: ¿CAPRICHOSO O RACIONAL?

Después de leer el artículo “El aborto de menores”, de D. Luis Segovia López (1), de quien siempre aprendemos algo, me encuentro en la necesidad de hacer algunos comentarios con la esperanza de contribuir a iluminar este asunto, dicho sea sin ánimo de enfrentarme a su autor, a quien me une, además del agradecimiento por sus enseñanzas, el interés por desbrozar el camino de la realidad: “Soy amigo de la verdad, pero también soy amigo de Platón”.

1º.- Sus conocimientos jurídicos le permiten exponer doctrina y casi regalarnos una introducción al derecho comparado, pero le impiden “asomarse al exterior”. “Según nuestro Derecho…”, dice. No creo que sea esa la cuestión. Nuestro Derecho dirá lo que decidan nuestros legisladores; de lo que se trata es de saber si la ley puede ser injusta; no digo “no ajustada a derecho”, sino “injusta”. No se trata de hacer un ejercicio de teoría: nuestra historia contemporánea ya ha conocido leyes injustas.

2º.- Afirma que el embrión es un ser humano “únicamente en potencia”. Podría ser, no digo yo que no. Ni que sí: lo que digo es que ése no puede ser el punto de partida. Podrá ser, en todo caso, la conclusión a la que se llega. Pero hay que llegar a ella, no se puede dar por supuesta. Y no veo yo cómo ha llegado a ella D. Luis. Aunque quisiera verlo, porque me liberaría de la desazón que produce pensar que algo de tanta consecuencia podría no estar bien justificado.

3º.- Considera que el papel de los jueces es proteger al menor de la influencia de sus padres, y nos recuerda los casos en lo que se ha sabido de padres que no merecen ese nombre. Es verdad. Pero eso no puede poner a todos bajo sospecha. Al contrario, habíamos quedado en que la inocencia se supone, que es la culpa lo que hay que demostrar. De modo que no puede ser ése el “telón de fondo” sobre el que se levanta la nueva ley.

En definitiva, a mi juicio habría que plantear la cuestión en otros términos:

-¿cuál es el fundamento de la ley? ¿cualquier voluntad, por infundada que esté, puede, por el simple número de los votos, fundamentar un derecho? Para no buscar más cerca, la historia alemana del pasado siglo debería enseñarnos a pesar las opiniones antes que a contarlas.

-¿es el embrión humano un ser humano? Para contestar a esa pregunta antes deberemos ponernos de acuerdo en la respuesta de otra: ¿en qué consiste “ser humano”? Pero, de momento, la respuesta a esta última pregunta no es unánime. Yo estoy seguro de que si le consultásemos a D. Luis sobre si disparar o no disparar contra algo que se mueve tras un arbusto, nos diría que esperásemos hasta asegurarnos de que no se trata de una persona. Creo que el caso que nos ocupa es similar, y resolver la cuestión poniendo el principio de autoridad por encima del principio de razón suficiente no deja de ser inquietante.

-¿ahora lo que se supone es que somos culpables?, ¿lo que hay que demostrar ahora es que somos inocentes? Pues preparémonos, porque vamos a saber lo que es tener unos juzgados cortos de personal y de medios.


(1) http://www.diarioinformacion.com/opinion/2009/06/18/aborto-menores/899730.html

viernes, 6 de febrero de 2009

ELUANA: VIVIR O MORIR

Se trata de una cuestión delicada en la que fácilmente se entremezclan los sentimientos con la razón. Pero dicho esto, y si hemos de considerar una actitud éticamente acertada, hay que contemplar diversos aspectos: los datos que tenemos en la mano son que una mujer se encuentra en coma desde hace una serie de años y su familia pide que se deje de alimentarla y que muera al fin. Sin duda, ver así a tu hija durante años y años, y no ver salida a su estado, acaba con la entereza de cualquiera, máxime si se complica con la aparición de úlceras y otras lesiones derivadas que agravan la situación. Entonces se concibe una salida: dejar de alimentarla para que muera ya.

La opinión pública se desliza con toda facilidad a apoyar la petición de los padres de Eluana, porque no cuesta solidarizarse con los sentimientos de esa familia y no se encuentra una solución más aceptable. Es lo mismo que retirar el respirador a un enfermo paralizado y consumido por la enfermedad, alguien que necesita ese aparato para poder seguir respirando: Eluana necesita recibir alimentos por la sonda para poder seguir viviendo.

¡Ah! Pero no es lo mismo: si respirar por medio de una máquina es una condición que puede parecer desproporcionada, suministrar alimentación a cambio de conservar la vida no parece desproporcionado en absoluto; razonando así no tardarían en desaparecer de la superficie de la Tierra todos los enfermos que, por las más variadas causas, no son capaces de alimentarse por sí mismos, pero a los que la enfermedad propiamente no lleva a la muerte. Entonces, ¿qué ha fallado en nuestra argumentación?

Han fallado varias cosas: en primer lugar, nos hemos acercado con compasión a esos padres, que ven a su hija en ese estado yaciente, en lugar a acercarnos con esa misma compasión a la propia enferma. Parece lo mismo, pero no lo es, porque cuando consideramos el dolor de una familia que sufre por su hija, la compasión nos mueve a suprimir la causa del sufrimiento: su hija; pero si consideramos con compasión a Eluana lo que procuraremos es aliviarle o evitarle sufrimientos en la medida que nuestros conocimientos y nuestra técnica nos lo permitan. Y entonces se pone de relieve una cuestión que no habíamos considerado: que hay dos formas de acabar con una enfermedad: vencer a la enfermedad o acabar con el enfermo. Pero no son equivalentes: una de ellas es éticamente aceptable, la otra, éticamente inaceptable. En el fondo, lo que subyace es una antropología que cataloga las vidas humanas en “dignas” e “indignas”, y nos olvidamos de que nadie es indigno de vivir: ni siquiera los terroristas, como reconoce nuestra legislación. Pero sí hay personas viviendo en condiciones indignas. Y lo que hay que hacer entonces es corregir, o aliviar, esas condiciones: que no siempre sea posible no autoriza a afirmar que, en vista de eso, ya no son dignos de vivir.

Con todo esto no quiero decir que no haya nada que hacer: ya se habrá entendido que hay que curar a Eluana: de su enfermedad principal, si es posible, y de las complicaciones que vayan surgiendo. Y habría que añadir que no se debe dejar sola a la familia en esta situación, que el deber del Estado es atender las necesidades de sus ciudadanos y actuar subsidiariamente cuando así se requiera. Pero en ningún caso puede afirmarse una contradicción: la compasión no quita la vida, sino que la cuida hasta su final.

sábado, 31 de mayo de 2008

UNA SITUACIÓN DE ALTO RIESGO



Los espectáculos de los hipnotizadores presentan regresiones de sus voluntarios a una vida intrauterina que transcurre cómoda y feliz en un ambiente acogedor, cálido y seguro. Pero las últimas estadísticas hechas públicas por el Gobierno reflejan la situación exactamente contraria. Durante el año 2006 han tenido lugar en España 482.597 nacimientos y se han provocado 101.592 abortos. Es decir, había 584.189 vidas albergados en el seno de sus madres, y el 17,39 % de ellas se perdió de forma violenta provocada. Se trata de una situación sin igual. Para hacernos una idea, las feroces matanzas entre hutus y tutsis de los años 90 acabaron con el 11 % de la población. El útero materno es hoy un entorno más inhóspito que la guerra de Ruanda.

Pero hay otra conclusión. Los datos que acabamos de ver indican que el 17 % de las mujeres embarazadas se encuentra en una situación tal de angustia, soledad, desamparo o miedo ante su situación, que se ciega a las posibilidades reales y no ve otra salida que procurarse un aborto. Es algo que debería hacernos pensar. La protección del más débil debe ser asunto prioritario en cualquier acción de política social. Y la mujer embarazada es el motor de la renovación generacional, el origen mismo de la sociedad. Abandonarla en sus necesidades más elementales debe ser motivo de profunda vergüenza para todos nosotros.

Se está poniendo en marcha en todas las Comunidades Autónomas un proyecto que nos recuerda los deberes que tiene la sociedad con las mujeres más necesitadas en su situación más necesitada. La Iniciativa Legislativa Popular "Red Madre" aspira a ofrecer una alternativa a tantas mujeres que, cegadas por una situación en la que no deberían encontrarse solas, únicamente ven una solución para sus problemas.

miércoles, 26 de mayo de 2004

UNA PREGUNTA MÁS


     
       Por razones que no es importante apuntar ahora paso estos días en la habitación de un hospital y dispongo de más tiempo que de ordinario para la reflexión. Y coinciden estos días con la declaración de nuestro presidente de Gobierno en la que se compromete a ampliar la permisividad legal al aborto. Inmediatamente, los obispos de la Iglesia Católica se apresuran a negar al Gobierno legitimidad para ello. La historia la conocemos ya todos los que tenemos más que unos pocos años: el Gobierno -dicen unos- defiende el bien y la libertad del hombre y la Iglesia pretende continuar con su moral trasnochada; no -contestan desde el otro lado- es justamente la vida de un hombre lo que está en juego, y lo que nosotros defendemos. ¿Qué pensar? Todos proclaman a quien quiere oírlo que tienen como máximo valor la vida humana. Se trata, pues, de saber a qué llamamos 'vida humana', y para eso conviene avanzar por pasos contados, porque los grados de intelección pueden ser distintos.

Aprendamos, como siempre, en una enciclopedia. Si yo quiero saber lo que es un ser ideal, por ejemplo, un triángulo, la enciclopedia me da una definición: «Figura plana formada por tres rectas que se cortan formando tres ángulos». En cambio, si busco un ser real, un animal, por ejemplo, un gato, no es una definición lo que me encuentro, sino una descripción: «Mamífero carnívoro felino digitígrado doméstico de unos cinco decímetros de largo...», pero, eso sí, una descripción que se adapta a todos los gatos, desde los sumerios hasta los nuestros. Vamos a ver qué encontramos si buscamos una persona, por ejemplo, Cervantes: ya no hay definición, pero ni siquiera una descripción; ahora lo que tenemos es una biografía: «Escritor español nacido en Alcalá de Henares en 1547...», es decir, nos ofrece el relato de una vida humana siempre individual, que no es intercambiable o sustituible por otra.

No solemos reparar en estas cosas. El rasgo distintivo de la vida humana es su carácter dramático, argumental: una vida humana puede contarse; una cosa o un animal, no. Pero que sea argumental quiere decir que no está acabada, que tenemos que hacerla, que es una obra nuestra -al menos parcialmente: «la vida es lo que hacemos y lo que nos pasa» decía Ortega-, y que en cada momento puede modificarse, tomar otro rumbo, enriquecerse o empobrecerse, hacerse más o menos intensa, tener mayor o menor plenitud; en definitiva, está constantemente haciéndose, porque la persona tiene siempre proyectos y aspiraciones nuevos o incumplidos, es constitutivamente menesterosa.

Una de las consecuencias de todo esto es que no es cierta esa idea tan difundida de que «mi vida ya está hecha»: no hay ninguna vida humana presente que esté hecha «ya»: todas están haciéndose, todas son aún incompletas si las miramos desde el final del trayecto. Pero eso no las hace menos valiosas, al contrario: la riqueza de posibilidades es máxima al principio, aunque a medida que hacemos y nos pasan cosas se van obturando algunas de ellas, y otras se van realizando, al crearse las circunstancias favorables oportunas.

Hemos aprendido otra cosa con nuestra enciclopedia: que no podemos preguntar «¿qué es el hombre?» sino más bien «¿quién es el hombre?», o, mejor, «¿quién es Cervantes?», «¿quién soy yo?». No debería ser necesario decirlo, pero lo es, porque cada vez estamos más acostumbrados a pensar en la persona humana en términos de cosa o de animal, a «cosificarla» o a «animalizarla», y ese es el secreto para no entender nada. Y, sin embargo, cualquier niño de cuatro o cinco años podría explicarnos la diferencia entre «qué» y «quién'.

Y después de haber aprendido tantas cosas en nuestra enciclopedia cogemos el periódico y descubrimos que está en cuestión si un embrión humano vivo posee vida humana. «Sí, desde la concepción», dicen unos; «No, no es vida humana la del embrión», dicen los otros. Y argumentan que no es vida humana porque no es indivisible, o porque no es propiamente autónoma, en definitiva, porque no es 'per-fecta' en su sentido etimológico, porque no es 'completa'. Pero precisamente lo que hemos aprendido en nuestra enciclopedia es que ése es el rasgo que define a la vida humana: que no está completa, que está haciéndose, que progresa (o 'regresa': no todo cambio es un progreso, como parece creerse) siempre.

Ah -dicen-, pues sería una cuestión de grado: dependería de cuánto ha progresado desde el principio, cuánto ha evolucionado. Si ha evolucionado sólo durante cuatro semanas, eso no es una vida humana; si ha evolucionado durante veinticinco, sí.

¿Se puede defender esta afirmación seriamente, sólidamente, argumentadamente? ¿Qué ha ocurrido entre la cuarta y la vigésima quinta semana que lo justifique? La respuesta no puede ser 'hoy no se sabe, pero se sabrá algún día', porque, en ese caso tendríamos que contestar que seguiremos el debate cuando se sepa, pues, tratándose de vida humana, parece saludable concederle hoy el beneficio de la duda: ningún cazador dispararía contra algo que se mueve tras un arbusto hasta estar seguro de que lo que allí se esconde no es «una vida humana».

        A la falta de solidez de la posición del Gobierno hay que añadir un rasgo quizá más doloroso: se trata de una ley cínica. Equivale a decir: se puede disparar contra un hombre desarmado que se dirige hacia nosotros cuando está a quinientos metros, y eso está muy bien; si se encuentra a cien metros, eso no está muy bien; si ya ha llegado, eso no se puede hacer.

Pero oímos otra argumentación: vida humana por vida humana, el humanismo debe dar preeminencia a la de los padres, una vida cuya 'calidad' se vería notablemente disminuida por la existencia de un niño. Se produce así una situación en la que la vida humana incipiente se ve amenazada cuando más protegida parecería estar, justamente por quienes se diría que más deberían protegerla, y eso en virtud de un balance económico, social o político en el que la vida humana cuenta como un bien físico equiparable a otros. Pero ya hemos visto que la vida humana es 'alguien', y no puede compararse con los 'algo': pertenece a otro género más alto, más noble, más rico, más valioso.

En el fondo, lo que estamos viendo es que, aunque nuestra sociedad formula un derecho a la vida para 'todos', se propone una y otra vez nuevas restricciones para quienes no pueden defender su inclusión en ese 'todos'.

Los obispos dicen que se puede prever que los católicos se manifiesten en contra. No deberían ser sólo los católicos. La ampliación del aborto que se propone ahora nuestro Gobierno no es un ataque a una doctrina religiosa sino algo previo y más general: se trata de un ataque a la misma dignidad de la persona, destruyendo su vida justamente cuando se encuentran más indefensa. Cualquiera que no esté cerrado al encuentro interpersonal y a la voz de la conciencia puede entender el valor absoluto de toda vida humana.

La defensa de la vida del no nacido ha llegado a contemplarse hoy como una cuestión retrógrada y antidemocrática, la intrusión de la intimidad de la conciencia en el espacio público. Sin necesidad de recordar que esos argumentos son ya viejos de ciento cincuenta años -«un esclavo no es un ser humano», «nadie está obligado a tener esclavos. El que no quiera tener esclavos que no los tenga, pero no puede imponer su criterio a los demás»- hay que advertir que el humanismo, si no quiere ser egoísmo camuflado, no debe preocuparse sólo de sí mismo, sino que debe contar con las necesidades ajenas e intentar acercarlas con la imaginación como si fuesen propias, para valorarlas acertadamente. El mismo ejercicio que hacemos en unas elecciones hay que hacerlo ahora: hay que imaginar la sociedad que se nos propone, y procurar descubrir si nos parece atractiva. Especialmente, ya que a menudo el hombre no puede alcanzar lo que pretende, hay que descubrir si puede «ser impedido», si otros hombres pueden poner obstáculos que le impidan conseguir lo que le sería posible y legítimo alcanzar.

Se apela a la libertad para defender el aborto voluntario, para impedir que llegue el que «llegará si no se impide». «¡Se puede votar lo que se quiera!». Yo querría ir más lejos: es verdad, se puede votar «lo que se quiera», y eso tiene que ver con la libertad; pero puede darse un paso más, puede votarse «lo que se quiere», y eso tiene que ver con la autenticidad. Hoy añadimos una nueva pregunta a las que nos plantea la vida humana, y a las que no puede ser retrógrado ni antidemocrático contestar con libertad y con autenticidad: ¿me vas a impedir -a mí, o a cualquier otro que pudiera hacer esta pregunta- vivir donde puedo y quiero hacerlo?, ¿me vas a impedir desplazarme?, ¿me vas a impedir reunirme con mi familia?, ¿me vas a impedir desarrollar un trabajo digno?, ¿me vas a impedir defenderme judicialmente?, ¿me vas a impedir recibir una formación a la altura de mi tiempo?, ¿me vas a impedir acceder a los medios de cultura?, ...¿me vas a impedir nacer?