A Félix Pila Gutiérrez, compañero entonces y hoy todavía amigo,
que asistió a la emoción de aquellos días con ojos deslumbrados.
Se
acerca el día 20 de julio, cuando se cumplirá el cincuentenario de la llegada
del hombre a la Luna. Puesta en duda ahora por una corriente de escépticos, los
que asistimos conmovidos a aquella hazaña sentimos que se agolpan
los recuerdos, las imágenes, la impresión de estar permanentemente pendientes
de una tripulación en el espacio -tan frecuentes llegaban a ser los vuelos-,
las sensaciones, en fin, ligadas a un acontecimiento que hizo que a partir de ese
momento el hombre haya empezado a sentirse prisionero en el planeta en el que ha
vivido desde sus orígenes. Lo que ahora se llama, con cierto desdén, la
“carrera espacial” fue algo más que un duelo entre las dos potencias
hegemónicas. Fue una proeza de la ingeniería impensable incluso mientras
se llevaba a cabo, una lección de determinación y de coraje capaz de superar
una y otra vez las dificultades y las desgracias que parecían confabularse
contra aquel proyecto, una demostración de hasta dónde se puede empujar el
límite de los sueños.
El
proyecto espacial parecía que iba a ser asunto sólo de los rusos: en 1957 lanzan
el Sputnik, en 1959 fotografían la cara oculta de la Luna y el 12 de abril de 1961 Gagarin da una vuelta completa a
la Tierra. Pero el 5 de mayo, con
Mercurio 1, sale al espacio exterior el americano Allan Shepard y ese mismo mes,
el día 25, Kennedy propone al Congreso llevar a un hombre a la Luna y traerlo
de vuelta antes de que acabe el decenio.
Comienzan a lanzarse sondas lunares de exploración. Alguna de ellas -Rangers 3-
yerra por 41000 km y queda atrapada en órbita solar; sigue allí todavía. En
febrero de 1962 John Glenn, con Mercurio 6, da tres vueltas a la Tierra.
El
proyecto es exorbitantemente caro, y Kennedy propone a Kruschov, el líder
soviético, un esfuerzo compartido. Pero Kruschov, seguro de su ventaja,
lo rechaza. Cinco meses después, el asesinato de Kennedy hace de él un mito, y
todo el país se pone en marcha para honrar su memoria. Cualquier esfuerzo será
poco para cumplir su deseo de poner a un hombre en la Luna en los siete
años que faltan para 1970.
Las
misiones Mercurio han terminado en mayo de 1963, y se pone en marcha el
proyecto Géminis. Entre sus objetivos figuran comprobar la integridad estructural
de la nave y los sistemas de rastreo, estudiar la salida y reentrada en la atmósfera
y realizar paseos espaciales, y encuentros y acoplamientos de dos vehículos en
el espacio. El esfuerzo para cumplir los plazos es exigente. Y hay que diseñar
una nueva cabina para dar cabida a dos tripulantes y al material necesario para
alcanzar los objetivos. Y aprenderlo todo desde cero, proponer y rectificar
cuando sea necesario. Entre abril de 1964 y noviembre de 1966 se lanzan 12
misiones Géminis -una cada dos meses-, diez de ellas, tripuladas.
Terminado el proyecto Géminis, va a
comenzar Apolo, que debe alcanzar la Luna. Eso exige nuevos cambios: los proyectos
Mercurio y Géminis eran impulsados por cohetes militares transformados, Apolo
llevará cohetes Saturno diseñados expresamente para esta misión. La programación
es, de nuevo, minuciosa: hay que estudiar
el comportamiento de los gigantescos depósitos de hidrógeno en la ingravidez, la
activación de la tercera fase después de permanecer parada en órbita de
aparcamiento e ingravidez, alcanzar la velocidad translunar correcta,
adecuar el rendimiento del cohete Saturno y su interacción con la tripulación, probar
los trajes que se utilizarán en los diferentes momentos de la misión, conseguir
retransmisiones en directo desde el espacio con nitidez, ensayar la separación
y reacoplamiento del módulo de mando y el módulo lunar en órbita lunar,...
Las tripulaciones se deciden con tres vuelos de adelanto para que cada astronauta
tenga tiempo de preparar su misión.
Pero
en enero de 1967, cuando ya están dispuestas todas las previsiones y mientras
se firma en París el Tratado del Espacio Exterior por el cual las potencias se
comprometen a prestarse ayuda mutua en el socorro de los astronautas, los tres
tripulantes que se preparan para la misión Apolo 1 -Gus Grissom, Ed White y
Roger Chaffe- mueren al declararse un cortocircuito en la cabina cuando están terminando un ensayo de entrenamiento en una atmósfera de oxígeno al 100%. El accidente obliga a cambios radicales en
el programa de seguridad - que no se completarán hasta el verano del año siguiente-,
y en las tripulaciones: Apolo 2 y 3 se eliminan, y Apolo 4, 5 y 6 no serán
tripuladas.
El
programa no se reanuda hasta noviembre de ese año, y la primera tripulación -Apolo
7- sale en octubre de 1968. Realiza la primera retransmisión desde el espacio.
Falta poco más de un año para que acabe el plazo propuesto por Kennedy en
1961.
En
diciembre de 1968 Apolo 8 es el primer vuelo tripulado que alcanza la órbita
lunar. Frank Bormann sufre el primer caso de la llamada “enfermedad del
espacio”, por efectos de la ingravidez sobre el laberinto del oído interno. Luego, en
marzo, Apolo 9 se separa y se acopla con un módulo lunar en órbita terrestre.
Mientras,
entre 1966 y 1969, el programa Surveyor está mandando sondas lunares -siete en
total- para estudiar la posibilidad de un aterrizaje suave. El lugar elegido es
el mar de la Tranquilidad.
Mayo
de 1969. Apolo 10 tiene la misión de orbitar la luna y separar el módulo lunar,
que hace un vuelo descendente hasta situarse a 15 km de la superficie.
Consideran la posibilidad de posarse, pero no hay garantías de que dispongan de
combustible bastante para el despegue posterior. La operación, no obstante,
sirvió para fotografiar el mar de la Tranquilidad buscando las zonas más
adecuadas.
Y
llegamos al vuelo al que estaban dirigidos tantos esfuerzos, el vuelo que
debería llevar un hombre a la Luna y traerlo de regreso. El 16 de julio
de 1969 despega de Cabo Kennedy el Apolo 11, tripulado por Neil Armstrong,
comandante de la misión, Edwin (“Buzz”) Aldrin, piloto del módulo lunar, y
Michael Collins, piloto del módulo de mando. La nave consta de tres módulos
acoplados en línea:
-el
módulo de mando (Columbia): 6 toneladas, 2 millones de piezas, y más de
800 interruptores e indicadores repartidos en 57 paneles. El espacio habitable
de un monovolumen que será dormitorio, aseo, laboratorio, observatorio, comedor
y zona de esparcimiento para los tres hombres durante una semana. Almacén para
comida, botiquín, ropa, herramientas, útiles de supervivencia, sujeciones para
dormir,… y doce kilos de documentación y planes de vuelo. Y un ordenador de 36
kilobytes de memoria interna, una capacidad dos millones de veces menor que la del iPhone XR menos capaz.
-el
módulo de servicio: 26 toneladas de material y estructura para el funcionamiento
del módulo de mando.
-el
módulo lunar (Eagle): necesita 12 toneladas de combustible para su
viaje de ida y vuelta entre el módulo de mando y la Luna, de modo que para el
alunizador propiamente dicho sólo se dispone de 4 toneladas. Las paredes, poco
más que papel metálico, son tan finas que se pueden atravesar con un
lápiz. Es ligero, pero debe ser resistente para soportar el alunizaje en
terreno irregular y polvoriento. Y sólo tendrán suerte si logran evitar
cualquier daño. Es la única nave espacial capaz de hacer un aterrizaje
propulsado. El motor de descenso genera un impulso de 4,5 toneladas y es el primer gran
cohete que puede propulsar hacia arriba y hacia abajo. En la mitad superior, junto
con el motor de ascenso, la cabina: Armstrong y Aldrin viajarán de pie en un armario
escobero de 1 m. de fondo, donde tendrán que comer, dormir y preparase para el
paseo.
Y
todo ello, sobre un cohete Saturno V, todavía el mayor ingenio construido nunca
por la NASA, una auténtica hazaña de la ingeniería. Mide más de 100 m. de
altura y pesa, cargado, 3300 toneladas, el 90% de las cuales son los tres
millones de litros de propergoles que utiliza como combustible. Genera en el
despegue un impulso de 3400 toneladas (ocho años antes, cuando Allan Shepard se
convirtió en el primer americano en llegar al espacio exterior, sus motores
habían generado en el despegue un impulso de 35 toneladas) y logra una velocidad
inicial de 9600 km/h.
Dejarán
en la superficie de la Luna, mudos testigos de su visita, el segmento inferior
del módulo lunar con una placa firmada por los tres astronautas y por el
presidente Nixon, que dice: “Aquí,
hombres del planeta Tierra pusieron pie por primera vez en la Luna, julio de
1969 d.C. Vinimos en son de paz en nombre de toda la Humanidad”. Dejarán
también un recolector de viento solar -un estrecho pliego de aluminio de 1,5 m
de altura- y una bandera de los Estados Unidos diseñada para colgar de un brazo
telescópico perpendicular al mástil. Pero después de mucho tirar no pudieron
extraer completamente el brazo telescópico, y la bandera quedó arrugada, lo que
ha dado pie a que los partidarios de la teoría de la conspiración lo atribuyan
a la existencia de viento, algo que es imposible en las condiciones de la Luna.
.
Una
semana más tarde estarán de regreso en la Tierra, aclamados en todos los
idiomas. La carrera espacial había alcanzado el objetivo que se había propuesto
Kennedy. Pero en el saldo final no podemos olvidar las vidas perdidas en el
intento, tanto estadounidenses como rusas: Vladimir Bodarenko (1961), Theodore
Freeman y Clifton Williams (1964), Charlie Bassett y Elliot See (1966), Gus
Grissom, Ed White, Roger Chaffe y Vladimir Komarov (1967).
No
nos dejemos confundir cuando miramos esos días. Que algo haya ocurrido no
significa que fuera probable. Poner a un hombre en la Luna y traerlo de regreso
era tan seguro como dejan entender las palabras de Jerry Lederer, jefe de
Seguridad del proyecto Apolo, quien, ante la pregunta de unos periodistas
sobre su confianza en la seguridad de Apolo 8, contestó: “El vehículo tiene 5,6
millones de piezas, de modo que si todo va bien al 99,9%, aún podemos
esperar 5.600 problemas.”
Algo
tan improbable que no parece posible. Por eso, la reacción de la nueva corriente escéptica es el mejor homenaje que pueden recibir aquellos
hombres.