miércoles, 4 de abril de 2012

NO ME ARREPIENTO DE NADA



Las FARC han estado de nuevo de actualidad por la liberación de los policías y militares que mantenía retenidos. Hace un año el que saltaba a la actualidad era José Luis Álvarez Santacristina, “Txelis”, antiguo jefe de ETA, que tras haber pasado 19 años en prisión, y después de haber renegado de su pasado, de haber perdido perdón a las víctimas y haberlas “indemnizado” según sus posibilidades, era fotografiado cuando se acercaba a comulgar.

Estamos tan acostumbrados a vernos comparados con los animales –especialmente ahora que cada día salen a relucir las semejanzas de nuestro genoma con el de alguna especie cercana- que se nos pasa por alto que lo único que diferencia a las personas de los animales es que las personas no somos animales: no tenemos un repertorio de instintos que nos permitan responder automáticamente a la situación en que nos encontramos. Nosotros no tenemos las respuestas “hechas”, tenemos que inventárnoslas cada vez, tenemos que deliberar, siquiera sea por un instante, y decidir qué vamos a hacer. Es decir, tenemos que decidir en qué situación queremos estar luego, más tarde, una hora después o dentro de un año.

Eso es la libertad. No consiste tanto en la facultad de escoger nuestro comportamiento como en la facultad de escoger quién voy a ser yo mañana. Pero muchas veces pasa que lo que pretendemos conseguir mañana no es más que un espejismo, una ilusión, y cuando lo alcanzamos, cuando deberíamos sentir la satisfacción del objetivo cumplido, lo nos sentimos es engañados por un señuelo. O bien, que lo que nos parecía valioso ayer hoy ya no nos lo parece tanto. No sé cuál es el caso de Txelis y de las FARC, pero sí sé que me ha hecho pensar en una frase que escuchamos con creciente frecuencia y en numerosos ámbitos: “no me arrepiento de nada”. Parece ser que el arrepentimiento no goza de buena fama, que se considera indicio de debilidad, cuando no de masoquismo; algo, en fin, que debemos alejar cuanto antes de nosotros si queremos alcanzar una vida noble, fuerte y segura de sí misma.

Sin embargo, yo dudo de que podamos alcanzar una vida simplemente humana si no conocemos el arrepentimiento, si nos encontramos permanentemente amarrados a nuestro pasado, porque me da la impresión de que no está cercano el día en que todas nuestras decisiones sean acertadas. Y, al contrario de lo que parece creerse, dar carpetazo a la dirección que habíamos dado a nuestra vida, olvidar el pasado y lanzarnos hacia un futuro nuevo rompiendo con lo que hemos sido hasta ese momento tiene muy poco que ver con la debilidad o el miedo: hace falta valor para romper con el pasado, porque no es fácil admitir que lo que hicimos de nosotros no es algo valioso que merezca la pena conservar.

Pero el que es capaz de dar ese paso recibe una nueva oportunidad de cotizarse al alza, de revalorizarse. El que se arrepiente se vuelve sobre sus pasos para rehacerse, para borrar lo malo y apegarse a lo bueno descubierto. Asume su pasado para superarlo, y, como lo asume, no ofrece excusas ni se disculpa: pide perdón. Pero el perdón es justamente lo que no se merece, lo que no se puede exigir, un regalo inmerecido, una gracia, un don sobreabundante, un (su)per-don. No se puede exigir, pero siempre puede esperarse. Siempre. Estos días recordamos, después de tanto tiempo, al ladrón que literalmente en el último momento dio un volantazo decisivo a su vida y recibió el regalo sobreabundante: -"Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino". -"Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso".