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lunes, 13 de mayo de 2019

DAR DE SÍ

A Jim Galbally, con quien siempre aprendo cosas nuevas

La evolución de las especies es asunto que tiene poco debate en los días que corren. Todo el mundo -todo el mundo con opinión fundamentada- acepta que las especies actuales proceden de otras anteriores por divergencia, y que si retrocediéramos lo bastante en el tiempo -pongamos, 4000 millones de años- llegaríamos a un hipotético antepasado común de todos los seres vivos actuales: animales y plantas, hongos y bacterias.

Como es obvio, la condición previa es la reproducción de los seres vivos, de modo que cualquier cosa que impida esa reproducción impide también la evolución. No hay manual introductorio en la materia que no recuerde, por ejemplo, que la Revolución Industrial, que impregnó de hollín las corteza de los abedules, promovió en la mariposa de los abedules (Biston betularia) el predominio de ejemplares de alas grises, sobre los de alas pardas, que eran los habituales hasta entonces. O el de la liebre ártica, cuyo pelaje pardo se vuelve blanco durante los meses en los que el paisaje está cubierto de nieve. En ambos casos el cambio de color significa mayor posibilidad de pasar desapercibido a los ojos de los predadores, y, por lo tanto, de llegar a reproducirse.

Lo que ya no concita tanto acuerdo es cómo surge ese color tan ventajoso. ¿Estaba ya ahí? ¿Irrumpe repentinamente? La revista Journal of Evolutionary Biology acaba de publicar un artículo que puede aportar algo de luz en este asunto. Se refiere a los espermatozoides del pez cebra. Nadie negará que, para todo lo referido a cuestiones de reproducción, los espermatozoides tienen una importancia tal que el colorido, a su lado, se reduce a simple vanidad. Pues bien, el trabajo al que me refiero asegura que cuando el pez cebra macho nada feliz y relajado entre las hembras no considera necesario esmerarse en la producción de su semen. Pero cuando las circunstancias cambian, cuando en el mismo espacio aparecen más machos y la cosa se pone seria, el pez cebra procura producir espermatozoides más hidrodinámicos, más resistentes a la presión osmótica del agua, con un aparato propulsor más enérgico; en resumen: más eficaces en su misión reproductiva. 

Y, -¡qué curioso!- pocas semanas después ha publicado The Economist  un artículo titulado “Todo está en la mente” que nos viene a decir lo mismo, pero de otra forma. Describe un experimento realizado con jugadores de golf, que ante la supuesta menor dificultad de un recorrido reaccionan terminándolo en menos golpes de los que les costaba cuando pensaban que los hoyos eran más difíciles. “Intelectus apretatus discurren que rabian”, decíamos cuando jugábamos a hablar latín.

Venimos a lo mismo: cuando la cosa se ponen fea aparecen salidas donde no había ninguna. A estas alturas venimos a descubrir que la realidad, para decirlo coloquialmente, “da de sí”, algo que ya nos contaba, hace tantos años, Xavier Zubiri (entre paréntesis: su libro “La estructura dinámica de la realidad” es una de las obras más conmovedoras de la filosofía española del siglo XX).

 Digo que, finalmente, las ciencias experimentales y las ciencias humanas convergen en esta conclusión: la dificultad es creativa, da a luz nuevas posibilidades, enriquece la realidad. Conviene decirlo bien alto, para que lo oigan nuestros pedagogos y legisladores: el hombre siempre está llamado a más, a ser más, a ser mejor. No hacemos ningún favor a nadie envolviéndolo en algodones: es el modo más seguro de impedir su desarrollo. Sólo la lucha contra la adversidad nos permitirá obtener lo mejor de nosotros. O, como nos enseñaban en los rudimentos de Biología, "la función crea el órgano". 

domingo, 18 de noviembre de 2012

LA OTRA EVOLUCIÓN DE LAS ESPECIES


Cuando pensamos en la evolución de las especies nos vienen a la cabeza los grandes simios, y consideramos el camino que nos ha traído hasta aquí. Dicen los que saben de eso que el Australopiteco dio lugar al Homo Habilis hace alrededor de 2,5 millones de años, unas cien mil generaciones.

Las especies continúan evolucionando hoy, y esa evolución atañe a todos los seres vivos, lo que incluye las bacterias con las que diariamente tiene que enfrentarse la Medicina. Una bacteria da lugar a otras dos a un ritmo que depende de las condiciones ambientales; pongamos que cada 20 minutos: desde el comienzo de uso comercial de la penicilina habrán pasado más de un millón y medio de generaciones bacterianas. Si pensamos que esa distancia generacional supondría para nosotros 38 millones de años  -quince veces el tiempo transcurrido desde la aparición del género Homo- podemos hacernos una idea del amplio recorrido evolutivo de las bacterias desde entonces.

En los años 40 la penicilina supuso un arma revolucionaria que aplazó la muerte de muchos millones de personas al año en todo el mundo. Pero en ese mismo momento comenzó la adaptación de las bacterias a su efecto, y no pasó mucho tiempo antes de que se necesitasen nuevas moléculas que sorteasen las primeras resistencias. La vida es tacaña en esfuerzo, y sólo reacciona cuando es necesario, de modo que la variación de las especies es proporcional a las condiciones adversas del entorno: cuando se usan pocos antibióticos escasean las resistencias; cuando el ambiente está saturado de ellos las bacterias se modifican sin cesar, producen sin cesar nuevas formas de escapar a sus efectos.

No debemos olvidar que el fin del tratamiento antibiótico no es generalmente eliminar todo rastro de bacterias del cuerpo, sino reducir su número hasta unas cifras que pueda manejar cómodamente nuestro sistema defensivo. A menudo, una pequeña cantidad de bacterias no supone un peligro para la salud, y convivimos con ellas en buena armonía. Pero si administramos antibióticos en el momento en que no es necesario –por ejemplo, en una enfermedad viral, en la que las bacterias no son más que mirones inocentes-, o en cantidad o duración insuficiente para que logren el efecto deseado, lo que estamos haciendo no sólo no es beneficioso, sino que únicamente puede perjudicarnos. Lo que hacemos es mandar a las bacterias este mensaje: “Pon todos tus recursos imaginativos en acción: tienes ante ti una muestra de los peligros a los que vas a tener que enfrentarte, desarrolla ante ella las defensas que necesitarás más tarde”. Equivale, exactamente, a vacunarlas contra esos antibióticos y hacerlos inefectivos: a quedarnos desarmados frente a ellas. Con una circunstancia agravante: una bacteria vacunada pasa su resistencia a las demás. 

La panacea que fue en su momento la penicilina ha quedado ya muy atrás, y hoy existen ya bacterias resistentes a todos los antibióticos conocidos. Es un peligro grave que afecta a todo el mundo. Como muestra, y para no hablar de lo que ocurre en regiones más desfavorecidas del planeta, sólo en Europa, y sólo en 2011, se han producido 25000 muertes  por infecciones de bacterias resistentes a los antibióticos. La industria farmacéutica ve cada vez más difícil -y más caro- desarrollar un nuevo antibiótico para el que no haya ya resistencias provocadas. Y a pesar de que la Organización Mundial de la Salud se ha propuesto como objetivo para 2020 disponer de diez nuevos antimicrobianos, lo cierto es que desde 2008 sólo se ha conseguido introducir una molécula nueva en nuestro arsenal terapéutico.

Coordinado por el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades, se celebra hoy el Día Europeo para el Uso Prudente de los Antibióticos. Es ésta una cuestión que nos atañe a todos, y en la que, literalmente, nos va la vida. La responsabilidad de usar racionalmente los antibióticos está en las manos de cada uno de nosotros: en que los médicos –y los veterinarios, no nos olvidemos de ellos- no receten sin razón, en que las farmacias no dispensen sin justificante, en que todos nosotros, en nuestras casas, no reutilicemos viejos antibióticos sobrantes sin pedir el consejo de un profesional.