Así eran
las cosas antes del descubrimiento de la penicilina. Una infección
aparentemente banal podía acabar con la vida del enfermo: no existían las
infecciones banales.
Damos un
salto en el tiempo. En agosto de 2016 ingresa en el hospital una mujer de
Whasoe, en el estado de Nevada, por una infección en la cadera causada por una
bacteria que en poco tiempo pasa de la cadera a la sangre y produce un shock séptico que acaba
causándole la muerte. En enero, la noticia da la vuelta al mundo.
La misma
historia, 92 años después. La razón no es ahora la inexistencia de
antibióticos, sino su ineficacia: la bacteria era resistente a los 25
antibióticos que había en el hospital: contando esos antibióticos y todos los
miembros de sus familias, la bacteria resulta resistente a más de cien
antibióticos.
No debería
ser una sorpresa. Cuando en 1945 pronunciaba Fleming su discurso en la
ceremonia de entrega de los premios Nobel ya nos advertía de eso: “Existe el peligro de que un hombre ignorante
pueda fácilmente aplicarse una dosis insuficiente de antibiótico, y, al exponer
a los microbios a una cantidad no letal del medicamento, los haga resistentes”.
Nuestra situación actual es el resultado de nuestra sordera ante las palabras de Fleming. El uso injustificado de antibióticos y los tratamientos incompletos nos han traído hasta aquí. Según un estudio del Eurobarómetro:
-uno de cada tres europeos ha tomado antibióticos durante último año.
-el 57% de los europeos no sabe que los antibióticos no sirven contra los virus.
-el 44% no sabe que los antibióticos no hacen nada contra la gripe o los resfriados.
-el 18% cree que no pasa nada por no tomar todas las pastillas del tratamiento antibiótico que le ha recetado su médico.
-el 16% no sabe que los antibióticos se están volviendo inservible debido al uso inadecuado que hacemos de ellos.
Tenemos que contener nuestro afán por consumir antibióticos. Nos va la vida. Ya existen bacterias resistentes a los antibióticos más potentes, de última generación y utilizados como último recurso. Y las bacterias no encuentran fronteras: las mismas cepas resistentes originadas, pongo por ejemplo, en la India, no encuentran dificultad para extenderse: se las detecta en poco tiempo en las manillas de las puertas en los aeropuertos de todo el mundo. Con un agravante particular: esas resistencias no las transfieren únicamente a las bacterias “hijas”: no forman, en la mayoría de los casos, parte de su genoma, sino que están en un segmento de ADN que flota libre en su interior, y que se van pasando unas a otras, por contacto, entre bacterias de la misma especie o de especies diferentes.
La solución
no podemos dejarla en manos de las industrias farmacéuticas: desarrollar un
nuevo antibiótico es un proceso nada sencillo, que consume mucho tiempo y
dinero, y una vez que se dispone de él en el mercado, al cabo de unos
pocos años es ineficaz, y deja de venderse: una perspectiva poco ilusionante para la industria. De modo que los nuevos antibióticos son cada vez más caros…
¡y siguen provocando resistencias!
La solución
es hacer caso de lo que nos decía Fleming. En el mundo se consumen cantidades
ingentes de antibióticos de difícil justificación. Los datos del Eurobarómetro
son elocuentes. Y España tiene el dudoso honor de estar en el grupo de cabeza
en la lista mundial de consumo de antibióticos y de incidencia de bacterias
resistentes.
Hoy es el Día Europeo del Uso Prudente de los Antibióticos. Tomémoslo en serio. Hace unos años Gary French, del Hospital St. Thomas, de Londres, hoy retirado, advertía: “Los humanos no somos tan brillantes. Pensamos en muchas cosas; las bacterias sólo piensan en una: sobrevivir”.