En
la ciudad china de Wuhan ha sonado la alarma: más de 2000 afectados y 56 muertos en
los 26 días que lleva el coronavirus azotando la ciudad. La respuesta de las
autoridades -ya muy bregadas en estos asuntos, recordemos la epidemia de gripe
aviar de 2002, el síndrome respiratorio agudo severo, el temido SARS, en 2003, y la gripe H1N1 de
hace diez años- ha sido poner en cuarentena a la ciudad y a toda la provincia
de Hebei: 45 millones de personas, la población española al completo.
E
inmediatamente después se han puesto manos a la obra, y ya están edificando
un hospital de mil camas para atender a los afectados. Tienen previsto
terminarlo en 10 días. Capaces sí son los chinos, eso ya lo han demostrado: en
2003, en Xiaotangshan, 7000
trabajadores levantaron un hospital de 700 camas en
una semana. Y las
redes están sembradas de vídeos con sus hazañas.
Yo
me empeño en imaginar la misma situación en España, o en cualquier país
occidental, pero no me sale. Que ante una alarma epidemiológica alguien
proponga: “¡Hagamos un hospital de mil camas esta semana, y el próximo lunes
tenemos a todos los enfermos ingresados y aislados!” es, entre nosotros, sólo un
chiste. No es que nadie le hiciera caso, es que a nadie se le ocurriría plantear esa
locura.
Esa
es, para mí, la noticia: que se ha propuesto esa locura, y que la han
tomado en serio. Y se han puesto a ello. La gente acusa al Gobierno chino de aislacionista
y autosuficiente por pretender resolver esa situación sin la ayuda de nadie. Para
mí, lo destacable es la grandeza de ánimo colectivo de esa nación, que es capaz de
proponerse obras imposibles afrontando con fortaleza las dificultades, que
fácilmente se pueden adivinar.
Es verdad que para hacer lo que hacen los chinos hay que tener los recursos necesarios, pero esos recursos no
les han caído del cielo. A los chinos, como nos pasa a todos, les limitan las
circunstancias. Pero ellos han aprendido a “forzar” las circunstancias, han aprendido a volver favorables las
circunstancias adversas. Los módulos prefabricados a los que recurren ahora los
tienen a mano porque habían pensado ya en ellos. Y porque tienen la experiencia
de otras epidemias, es verdad. Ventajas de sacar enseñanza de la adversidad. Y
porque tienen un montón de gente para ponerse a discurrir y para solidarizarse, para ponerse al
tajo, que eso también ayuda. Bueno, en eso de tener un montón de gente quizás las autoridades han ido más
bien a la contra, pero ya sabemos que, digan lo que digan los economistas, los políticos y
demás agentes del ramo, el “recurso humano” es el único verdadero recurso.
Me ha venido a la cabeza una escena de “El Señor de los anillos”, cuando Frodo, sin esperanza y
sin ánimo, está a punto de abandonar la misión que se le había encomendado, -“No
se puede hacer esto, Sam”. Sam, su compañero, su mano derecha, en quien
puede confiar ciegamente, que sabe que lo que no se puede hacer es dejar de
esforzarse, le replica: -“Los protagonistas de la historia nunca tiraron la
toalla, señor Frodo. Y por eso cambiaron la historia. Ahora estamos igual que en las
grandes historias, las que realmente importan, llenas de oscuridad
y de constantes peligros. Esas historias de las que no quieres saber el final, porque
¿cómo van a acabar bien? ¿Cómo volverá el mundo a ser lo que era después de
tanta maldad como ha sufrido? Pero, al final, todo es pasajero. Incluso la
oscuridad se acaba para dar paso a un nuevo día. Y cuando el sol brilla, brilla
más radiante aún. Los protagonistas de esas historias, señor Frodo, se
rendirían si quisieran, pero no lo hacen. Siguen adelante. Y cambian la historia."
¡Levantar un hospital de mil camas en diez días! “Ten cuidado con lo que quieras, porque
lo conseguirás”, dicen que dicen los chinos. Empiezo a creer que es
verdad.