La investigación
biológica con células madre ha despertado esperanzas tanto en el campo de la
medicina regenerativa como en lo que se ha llamado “reproducción asistida”: se
abren perspectivas de crear óvulos y espermatozoides artificiales con la carga
genética del adulto que desea “reproducirse”, y hasta se habla de fabricar
espermatozoides a partir de óvulos, y viceversa, lo que abriría un futuro
esperanzador a las parejas de homosexuales. Pero la cosa no resulta fácil,
porque no basta con empaquetar los genes en la nueva célula: es necesario algo
más, algo que se ha llamado “imprimación del genoma”. ¿De qué se trata?
Dejando al margen
los cromosomas sexuales del varón, cuya procedencia es cierta -el cromosoma X,
de la madre; el Y, del padre-, clásicamente se ha considerado que
era indiferente que un cromosoma concreto fuera de origen materno o paterno. Sin embargo, con
el avance de la genética en los últimos años las cosas aparecen de otra manera, como se ejemplifica con los síndromes de Prader-Willi y de Angelman. El síndrome
de Prader-Willi se caracteriza por dificultad en el aprendizaje, baja estatura,
necesidad compulsiva de comer y pies y manos pequeños. El síndrome de Angelman,
por su parte, consiste en retraso mental grave, convulsiones, movimientos rígidos
y en sacudidas y una expresión extrañamente alegre, rasgos estos últimos por
los que han recibido el nombre descriptivo de “marionetas felices”.
La sorpresa surgió
cuando los estudios genéticos, que acostumbran a caracterizar una enfermedad
por un perfil unívoco, descubrieron que estos dos síndromes tan diferentes eran
genéticamente idénticos: la misma alteración en el mismo punto del mismo
cromosoma: el 15. Con una particularidad: en todos los pacientes de
Prader-Willi el cromosoma afectado era el de origen paterno, mientras que en
los pacientes con Angelman era siempre el de origen materno. Se puso así
de manifiesto que la procedencia de los genes comporta alguna diferencia en su función, que no eran exactamente intercambiables. Pero ¿cómo distingue el
organismo el origen de los cromosomas?
Se sabía que los
genes son cadenas de ADN formadas por cuatro tipos diferentes de eslabones. Hoy
sabemos que uno de esos eslabones, las moléculas de citosina, reciben un
“marcaje” químico –una metilación- y que el número y la posición de esas
metilaciones es característico de cada cromosoma y diferente según el órgano de procedencia. La razón de ello es que ese "marcaje" provoca el "bloqueo" del gen
en cuestión, de modo que es fácil comprender que en cada órgano la
metilación será diferente, pues se trata de bloquear funciones que no se
llevan a cabo allí: por ejemplo, bloquear en las células nerviosas las
funciones de las células hepáticas.
Por lo tanto, se
podría esperar que el espermatozoide, que se desentiende de todo lo que no sea
desarrollar un sistema de desplazamiento rápido, tenga más metilaciones que el
óvulo, que mantiene sus funciones celulares y debe, además, desarrollar una
cubierta para dirigir la entrada del espermatozoide, y almacenar nutrientes que
permitan al embrión alimentarse hasta que acceda a otra fuente de recursos.
Pues bien, eso es exactamente lo que se observa: las metilaciones de los genes
en el espermatozoide son mucho más numerosas que en el óvulo. De hecho, más
numerosas que en cualquier otra célula del organismo.
Claro está
que una de las primeras tareas del embrión consistirá en ir eliminando esas
metilaciones, para dejarlo todo “a cero” y empezar a aplicar él las
metilaciones oportunas. Por eso, cuando se desarrollen los testículos y los
ovarios, y maduran espermatozoides y óvulos, no queda ya nada de aquel patrón
heredado, y las nuevas células sexuales reciben el patrón que les corresponde.
La cuestión es que
esa metilación “marca” los genes como procedentes del padre, o de la madre. Y
eso no es indiferente, al menos para ciertas funciones, como hemos visto en los síndromes de Prader-Willi y de Angelman. Otros ejemplos ocurren durante el desarrollo embrionario: el embrión construye la
placenta, el primer órgano que desarrolla su funcionalidad completa,
y el que le permite mantenerse con vida durante todo el tiempo que permanece en el
seno materno, con los genes que ha recibido de su
padre. Y, al contrario, de la disposición general del cuerpo se ocuparán
sus genes maternos.
La cuestión, para
lo que importa a los investigadores a los que me refería antes, es que el
desarrollo del embrión requiere la aportación conjunta de los genes del padre y
de la madre, de modo que si faltase uno de ellos –porque el óvulo o el
espermatozoide fuesen “artificiales”; no digamos si lo fuesen
los dos- no llega a formarse un nuevo individuo. La imprimación del genoma
constituye una verdadera barrera biológica que reafirma la vinculación
heterosexual originaria: la naturaleza dispone las cosas de tal forma que cada
"uno" o "una" proceda forzosamente de "una y uno".