A finales de los años setenta la sociedad se conmovió con la publicación de un libro titulado “El informe Hite. Estudio sobre la sexualidad femenina”. Revelaba datos sorprendentes y desconocidos hasta entonces. Alguien podrá corregirme: “desconocidos por los hombres”, pero lo cierto es que no sólo por ellos. Llamaba la atención un dato declarado en el prólogo del libro: se había elaborado un cuestionario que se remitió por correo a cien mil mujeres de todos los Estados Unidos; tres mil de ellas lo devolvieron contestado, y sobre esos tres mil cuestionarios se elaboró el libro. Es decir, es un estudio hecho a partir de las respuestas del 3% de la población encuestada. Cualquiera podría pensar que para conocer la sexualidad femenina sería más interesante partir de la opinión de la gran mayoría de las mujeres, y no de ese 3 % residual que por alguna razón se sintió impulsada a optar por lo excepcional: contestar al cuestionario. Era como intentar conocer el habla de una comarca escuchando a sus tartamudos. Pero lo cierto es que ese libro quedó erigido en canon de los posteriores estudios sobre sexualidad. Inquieta pensar lo lejos de la realidad que podemos estar a estas alturas
A veces da la impresión de que después de unas elecciones pasa algo parecido: se sacan conclusiones a partir del 3 % de los votos, se gobierna con la mínima parte. ¿Qué van a hacer con mi voto? Probablemente servirá para apoyar un programa que voté, pero también para apoyar otro que ni voté ni comparto, servirá para apoyar algún aspecto de la política nacional contra mi parecer expreso, porque el caso es que nuestro voto es, hoy por hoy, un voto nómada, lo que no deja de parecer fraudulento. Pero la verdad es que ese nomadismo de nuestro voto tiene algo de previsible, y debemos tenerlo en consideración cuando lo decidimos.
Es verdad que no suelen ser las cosas tan sencillas como escoger entre lo bueno y lo malo. Es fácil sentirse de acuerdo con el que critica alguno de los principales partidos políticos que nos representan, y el primer impulso es renunciar a ellos. Importa entonces recordar las primeras palabras de la última novela de Javier Marías: “Uno no lo desea, pero prefiere siempre que muera el que está a su lado”. Ésta es la cuestión. Quizá no deseo este partido, pero lo prefiero a los demás. Y en esa consideración debe entrar el probable desplazamiento de nuestro voto hacia partidos distintos del que votamos.
Terminamos una legislatura que sirve de ejemplo de lo que quiero decir. Los votos de uno de los partidos han servido para promover iniciativas completamente ajenas al programa que pretendían apoyar, y se ha presentado como un apoyo social abrumadoramente mayoritario, pero de manera tan burda que cuando un programa radiofónico consultó a sus oyentes si apoyaban o no el “matrimonio” entre homosexuales, al finalizar su tiempo los oyentes nos quedamos sin saber cómo había resultado ese apoyo popular: nos negaron los resultados.
Ahora el juego es más declarado: los partidos minoritarios clave en el Parlamento exigen ya despenalizar ampliamente el aborto provocado. Con sus solos votos no obtendrán el apoyo necesario, pero podrían recibir más de algún partido mayoritario a cambio de soporte parlamentario para gobernar. Ése es un tema que estará implícito en estas elecciones. Ya está anunciado. No podremos decir que no lo veíamos venir.
Mientras no se cambie la ley electoral estaremos expuestos a que nuestro voto acabe donde menos imaginamos, de modo que conviene pensar bien hacia dónde podrían caer los votos finalmente. La cuestión es que no nos hagan creer que es opinión de cien mil lo que sólo es la respuesta del 3 %. La cuestión es que no nos hagan creer que nuestra habla es el habla de los tartamudos.