Cuentan que cuando Pío XII recibió a la enviada especial de
los Estados Unidos, ésta empezó a exponer la situación en su país con
frecuentes incisos en los que afirmaba que "ella era católica”. Al Papa
parece que esta actitud le chocaba un poco, y tuvo que recurrir a su paciencia
para seguir con su afectuosa sonrisa escuchando a su invitada. Pero tanto fue
el cántaro a la fuente que llegó al final de la paciencia, allí donde se acaba
la paciencia y ya no hay más paciencia. Y, entonces, dicen que la interrumpió
con un “Señorita Baum, permítame recordarle que también Nos somos católico”.
No he podido evitar recordarlo al leer en la prensa de los
últimos días algunos de los numerosos artículos que se ocupan de la figura del
nuevo Papa. No me sorprende la extendida coincidencia en señalar que se trata
del primer Papa que es esto y aquello, y que se hace la comida, y que viaja en
autobús, y etc, etc, etc. Son aspectos de su persona que resultan novedosos y
suscitan comentario, a menudo entusiasta. Lo que ya no entiendo tan bien es
que, inmediatamente después de subrayar su cercanía a los más necesitados, se
espere que convierte a la Iglesia en una ONG. Y, definitivamente, soy incapaz
de entender que todos coincidan en subrayar que se trata de un Papa
“doctrinalmente conservador”.
Si durante siglos el Papa ha sido una figura lejana, cuyo
rostro –y no digamos la voz- era desconocido para la inmensa mayoría de los
fieles, hoy la televisión nos lo trae al salón de nuestra casa, al ámbito
privado de la familia. Eso tiene la ventaja de hacerlo más cercano y
entrañable, pero también más minuciosamente examinado, desmitificado, “vulgar y
corriente”, uno como nosotros. Así que le pedimos que se gane su prestigio.
Desde luego, como no se lo va a ganar es siendo como los
demás. “Si yo fuera Papa haría esto así y asá”. Si el Papa hiciese lo que haría
yo, tendríamos que buscarnos a otro Papa: ¡estaríamos arreglados! Y, es verdad,
“tiene que hablar el lenguaje de nuestra época”, pero no cualquier lenguaje de
nuestra época: el lenguaje tiene muchos registros, y a él le toca hablar “el
lenguaje de un Papa de nuestra
época”.
Ni doctrinalmente reformista, ni director de una ONG. No se
le puede pedir al Papa que se olvide del encargo que Jesús le ha confiado para
adaptarse a la opinión de unos hombres a los cuales tiene que servir
precisamente siendo el que tiene que ser. Ser mejor Papa es ser más Papa, no
menos. Y ser Papa significa ser el vicario de Cristo, que le asiste
especialmente -¿no hemos reconocido en su sonrisa la
sonrisa de Jesús? -, significa hacer presente a Jesús. A Jesús, que no
vino a acabar con el hambre (aunque si alimentó a algunos), ni con la
enfermedad (aunque sí sanó a algunos), sino a traernos a Dios: todo lo demás fue
por añadidura.
Ser más Papa quiere decir recordar el carácter sacro de su
mensaje. Y la forma más eficaz de profanar ese mensaje es trivializarlo. Por
eso no puede hacer de la Iglesia una ONG. Hay una jerarquía religiosa de las
verdades, de los problemas y de las urgencias. La inversión de esos valores es,
en su caso, una gravísima responsabilidad, y, en el nuestro, una grave
deformación de la realidad: si nos dejamos cambiar por su mensaje no harán
falta las ONGs, pero al revés no es verdad. Porque no
funciona: ya se ha intentado, y no funciona.