Cuando una bella y distinguida hipótesis es
asesinada por una fea y vulgar realidad hay que prescindir de la
realidad, eso lo sabe todo el mundo. Y eso es lo que debieron pensar
los legisladores de Iowa, que han decidido conceder a los ciegos
licencia de armas de fuego argumentando que cercenar los derechos de
una persona simplemente por ser ciega es discriminatorio y ellos no
están por la labor. Bien se comprende que tienen toda la razón. ¿No
es pan suyo de cada día que algún chiflado se líe a tiros y
cercene el derecho a vivir de los alumnos de cualquier instituto? Y
se trata de personas que disfrutan de toda su capacidad visual.
Cualquier disparate que se nos ocurra –habrán pensado – sólo
puede significar una mejora.
Cualquier persona en su sano juicio puede
comprender que andarse ahora con tiquismiquis y privar a un pobre
ciego de disfrutar de su arma de fuego por un quítame allá esas
pajas es cosa frívola que no debe entretener el buen hacer de unos
legisladores serios. ¿No habíamos quedado en que todos los hombres
son iguales? Pues ya está. Yo creo que ya he visto algo parecido en
alguna película disparatada, pero ahora mismo no recuerdo en cuál .
No importa, no tenemos más que pasarnos por Iowa para sentir que
asistimos al rodaje de un disparate semejante: la realidad imita al
arte.
Lo que no se entiende muy bien es por qué se
impide conducir un automóvil a quien está en las puertas del coma
etílico, cuya posibilidad de salir ileso son aproximadamente las
mismas que las que tiene un mirón inocente de regresar sano y salvo
a casa si anda en las proximidades de ese pistolero ciego.
Se pone de manifiesto que no hay más que dos
clases de legisladores: los que tienen en cuenta la realidad y los
que no; los que consideran que la realidad es lo más respetable del
mundo y conviene conocerla y contar con ella, y los que prefieren
vivir en un mundo ficticio, en el que la realidad se pliega sus
deseos. Era cuestión de tiempo que saltara a los periódicos
una noticia así, que nadie venga ahora echándose las manos a la
cabeza. Estamos en éstas desde el día en que se recordó que todos
los hombres son iguales pero dejó de recordarse bajo qué punto de
vista son iguales.
¿Quién ha dicho que los políticos no están
en contacto con la realidad? Lo que hacen es corregirla. Mejorándola,
sin duda. Hace mucho tiempo ya –cuando entonces- se decía que la
justicia
consistía en ajustarse
a la realidad, en ceñirse a ella. Vivir con los ojos abiertos y
poner en marcha el sentido común, eso era todo lo que se necesitaba.
Así era muy fácil reglamentar la convivencia, cualquiera podía
hacerlo. Hoy, en cambio, ni vivir con los ojos abiertos ni usar el
sentido común tienen buena prensa: la realidad ha dejado de ser
interesante y preferimos sustituirla por otra cosa menos resistente,
menos áspera. Qué duda cabe que, de este modo, la cosa de la
gobernación se complica, pero también se vuelve mucho más
emocionante, dónde va a parar: la gracia está en la aventura,
lo inesperado, el riesgo que salta detrás de una mata y nos pilla
por sorpresa. Un ciego con una pistola es una ruleta rusa corriendo
por las calles, es verdad. Pero es una ruleta, al fin y al cabo.
Hagan juego, señores.