Mientras nos acercamos al día de la familia, la familia
anda ahora de cabeza en Noruega a cuenta de Marius Bodnariu, un rumano casado
con una noruega que hace diez años se trasladó con ella de Bucarest a Naustdal.
La cosa empezó el pasado 16 de noviembre, cuando agentes estatales acudieron a
la escuela en la que se encontraban dos hijos suyos, de 9 y 7 años, y se los
llevaron de allí sin ni siquiera comunicárselo a sus padres. Más tarde se
presentaron en su casa para llevarse a otros dos, de 5 y 2 años, dejando con su
madre sólo a un pequeño de 3 meses, pequeño al que también se llevaron de allí
veinticuatro horas más tarde. Y al cabo de dos días les comunicaron que habían
quedado a cargo de familias de acogida, y que se estaban adaptando bien.
¿Por qué este secuestro estatal? La
iniciativa partió del director de la escuela, quien, alertado por el hecho de
que los miembros de la familia Bodnariu eran "muy cristianos", y
considerando que eso "crea una discapacidad en los niños", los
denunció ante el Servicios de Protección Infantil: los Bodnariu son ahora
sospechosos de "radicalismo cristiano y adoctrinamiento". Las
autoridades llegaron a someter al bebé a radiografías y TACs, y pese a no haber
podido demostrar lesión alguna ni otros signos de maltrato infantil, Protección
Infantil insiste, contra todos los testimonios de familiares, vecinos y
conocidos, en que Marius es un hombre violento.
El pasado día 27 de noviembre
rechazaron un recurso de la familia para
que les devolviesen a sus hijos. El Estado les permite ahora ver a su hijo
pequeño dos veces a la semana -dos horas cada vez-, y también podrán ver a sus
hijos mayores, pero no se les permite visitar a sus hijas.
Mientras preparan una segunda
apelación, los Bodnariu llevan recogidas 30.000 firmas, y han abierto una
página en Facebook ("Norway Return the children to Bodnariu Family")
en la que cuentan su historia.
Con todo esto se ha destapado una
historia que merece ser conocida. La reclamación de Bodnariu ha sacado a la luz
numerosos hechos similares en los que el Estado noruego ha apartado a menores
de sus familias en un proceso sin garantía procesal alguna, y ha puesto en
marcha con ellos un proceso de “reeducación” durante el cual pierden su lengua
familiar y los recuerdos “de casa”. Son 38 familias de diferentes países
(Noruega, Polonia, Lituania, Eslovaquia, la República Checa, Rumanía, los
Estados Unidos, el Brasil, Turquía, Iraq, la India y Filipinas), que han
denunciado a Noruega por haber secuestrado a sus hijos, y han presentado la
documentación pertinente ante el Parlamento Europeo, la Comisión Europea, el
Vaticano y las Naciones Unidas.
No es la primera vez que un Estado
se empeña en sustituir a la familia. Son experimentos que, finalmente, acaban
siempre mal, y hay que retroceder a toda prisa, pero, para entonces, ya han
producido una enorme cantidad de dolor, dolor de personas concretas del que
quizás no se recobrarán nunca.
Cuando la alternativa es “o familia
o Estado”, la familia es la única posibilidad. No sólo porque la familia es tan
antigua como la humanidad, mientras que el Estado apenas tiene unos cientos de
años, sino porque es una necesidad antropológica profunda, algo sin lo cual el
desarrollo del hombre queda amputado.
La familia es el lugar en el que el
hombre es más plenamente él mismo, donde es mirado como tal y amado como tal:
en la familia no se considera a la persona como “un miembro de la clase media”,
“un obrero” o "un aristócrata”, sino como a la persona particular y
concreta que realmente es.
La familia es la única escuela del amor, en la familia aprende el hombre a amar
y a entregarse -es, en realidad, el único lugar en el que gente completamente
corriente ama a los demás más que a sí mismo-. Y el amor tiene un efecto
maravillosamente vitalizador. Gracias al amor la vida es digna de ser vivida,
mientras que sin él, cualquier grado de bienestar se rebaja hasta adquirir una
palidez mortal. Y esto, que es tan evidente cuando tratamos de las personas,
también lo es cuando tratamos de la sociedad, que ha sido definida como “un
conjunto de hombres unidos por estar de acuerdo acerca de las cosas que aman”.
Que no jueguen a Ingeniería Social
con la familia. La inmensa mayoría de los hombres de todas las épocas desean
nacer, crecer, vivir y morir en el seno de una familia, rodeado del afecto de
sus seres queridos. La familia es el lugar natural para alcanzar la felicidad.
No es función del Estado rivalizar
con la familia. La función del Estado es crear las condiciones para la paz
social; es defender la verdad y la justicia: si no defiende la verdad y la
justicia, ¿qué diferencia al Estado –pongamos por caso, al noruego-, qué lo
diferencia de una banda de delincuentes?
No, no le toca al Estado decidir el
tipo de ciudadanos que quiere: somos los ciudadanos los que debemos decidir el
tipo de Estado que queremos. No somos nosotros los servidores del Estado: es el
Estado el que es nuestro servidor, y tenemos que pedirle que nos haga
carreteras y hospitales, no que nos forme la conciencia.