"No
es bueno que el hombre esté solo". Todos hemos oído esta frase
alguna vez, y todos tenemos alguna evidencia de ello. Pero, ya que no
hay nada tan frágil como la evidencia, conviene de vez en
cuando hacer un esfuerzo para traer esa verdad a nuestra presencia,
so pena de acabar confundiendo nuestra propia vida personal, que
sería la más grave confusión. Porque esa compañía que reclama la
frase entrecomillada al principio de este párrafo afecta a muy
diversas esferas de la vida. No se trata sólo de una necesidad
"sustitutiva", vicarial, como la que tiene el enfermo
dependiente, una necesidad indiscutida y para la que la voz pública
reclama la justa responsabilidad social. No, nuestra necesidad de los
otros afecta a múltiples facetas de nuestra vida, y crece a medida
que lo hace la plenitud de ésta.
Porque
además de cubrir nuestras necesidades materiales necesitamos también
cubrir nuestras necesidades espirituales, nuestras necesidades
humanas. No olvidemos que ese medio ambiente tan necesario para la
vida, del que nos habla la Ecología, es, en nuestro caso, el medio
ambiente humano: la convivencia con otros hombres. En primer lugar,
la familia, y, en seguida, los amigos, con quienes compartir
tristezas, desilusiones, proyectos, entusiasmos y alegrías.
Pero
a medida que la vida se enriquece necesitamos también, como en
círculos concéntricos que se van ensanchando, otras personas que
vienen a satisfacer nuevas necesidades: biólogos, físicos, químicos
o matemáticos, que nos enseñan a conocer la naturaleza y sus leyes;
astrónomos, geógrafos e historiadores, que nos dicen dónde estamos
y cómo hemos llegado hasta aquí; poetas, músicos y artistas, que
nos ayudan a desentrañar la belleza y la hacen aflorar; psicólogos,
filósofos y teólogos, que nos dicen quiénes somos y nos acercan al
bien y a la verdad...; en fin, todo eso que da sentido y plenitud a
nuestras vidas y sin lo cual la vida humana, personal, se degrada a
simple biología.
Y,
al revés, necesitamos también aportar a la sociedad en la medida de
nuestras posibilidades, necesitamos contribuir a su
construcción y desarrollo con nuestras capacidades y talentos, con
nuestros propios puntos de vista de una realidad tan compleja como la
que nos rodea, para enriquecer a los demás con lo que a nosotros nos
enriquece.
Esta
honda necesidad de comunicarnos con los demás está en el mismo
origen de la escritura, que nos permite saltar las barreras del
tiempo y del espacio para prolongar este contacto, y por eso
introduce a los pueblos en la Historia: “Retirado en la paz de
estos desiertos, /con pocos pero doctos libros juntos,/ vivo en
conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los
muertos”, nos dice Quevedo desde la Torre.
Y
es el motivo por el que es tan dolorosa la deportación, el
destierro: un castigo que ha llegado a significar la muerte, no por
sed o por hambre, sino por desarraigo, porque la vida humana no puede
sostenerse sin convivencia.
Pero
ahora, con la nueva política -aunque la cosa ya venía de lejos-
está cobrando fuerza la opinión de que ciertos aspectos de
nuestra vida –la fe religiosa, por ejemplo, o la concepción del
hombre y de la sociedad- pertenecen a la intimidad de la persona y
deben quedarse ahí. Se trata de un error, de un desenfoque, motivado
por no saber en qué consiste ser persona. Porque ni la fe religiosa
ni el concepto que se tenga del hombre y de la sociedad pertenecen a
la intimidad: adonde pertenecen es a la vida personal. Que, como
sabemos, tiene una inevitable vertiente pública. Cuando decimos de
algo que es asunto íntimo, lo que decimos es que el individuo –no
la sociedad, no el Estado, no ninguno de los poderes públicos
reconocidos- ha decidido hurtar a la mirada pública ese aspecto de
su vida personal y protegerlo en una zona íntima y reservada. Cuáles
son los aspectos de la vida personal que deben reducirse a ese ámbito
y cuáles pueden aparecer en el espacio público es algo que le toca
al individuo decidir. Nadie puede obligar a exponerlo en la sociedad
ni a relegarlo al círculo de lo íntimo.
Se
trata de un error muy habitual que se disuelve con sólo consultar el
Diccionario: Intimidad:
zona espiritual reservada de una persona o de un grupo, especialmente
de una familia.