Asegura un estudio llevado recientemente a cabo en varias clínicas de los Estados Unidos que el hecho de que un tutor trate de impedir que el menor a su cargo reciba terapias "trans" para, hipotéticamente, alejar el riesgo de secuelas mentales o de autolesión, puede considerarse como negligencia. Y “la negligencia, como término médico-legal, puede usarse para iniciar una evaluación por parte de los Servicios de Protección Infantil y dejar de considerarlo tutor legal de un niño en los casos más graves”.
Se presiona a las familias asegurando que el riesgo de suicidio del menor es alto si no se le afirma en su voluntad de ser reconocido como del sexo opuesto, y que eso se evitará con la “transición”. Pero no es verdad: un estudio llevado a cabo por Cecilia Dhejne en Suecia ha mostrado que la transición médica completa al género deseado no libra a las personas trans de exhibir una tasa de suicidios mayor que la media, y Kaltiala-Heino, en Finlandia, después de revisar las historias clínicas de 52 adolescentes diagnosticadas de disforia, observó que la aplicación de hormonas del otro sexo (de efectos no siempre reversibles) no atenuaba los síntomas psiquiátricos. “La reasignación de género no es suficiente para mejorar el funcionamiento y aliviar las comorbilidades psiquiátricas entre adolescentes con disforia de género”, apuntó.
Cuando la subsecretaria de Sanidad de Estados Unidos declaró que en la cuestión de los tratamientos para la transición de género no había “nada de lo que preocuparse”, Erica Anderson, psicóloga clínica con amplia experiencia en este tipo de terapias y ella misma trans (de sexo biológico masculino pero autoidentificada como mujer), ha afirmado que eso "simplemente no es cierto. Existe un problema, y negarlo solo perjudica a los pacientes". Señala que se están produciendo negligencias en el diagnóstico y tratamiento de los pacientes, y muchos jóvenes arrastran factores psicológicos especiales que deberían ser tenidos en cuenta: el confinamiento y su impacto en las relaciones personales, el abuso de las redes sociales, o el influjo que ejercen en ellos algunas personas que, sin la preparación profesional adecuada, han hecho del cambio de género un negocio. Anderson explica que “la revisión cuidadosa de los problemas concurrentes o incluso preexistentes no priva a esas personas de atención, sino, al contrario, la adapta y personaliza, y eso siempre es positivo”. El creciente número de transexuales arrepentidos de haberse sometido a estas terapias, “confirma la necesidad de que cada paciente reciba una evaluación personalizada”.
En
este contexto, el NHS (el Servicio Nacional de Salud británico) encargó un
estudio sobre la eficacia y la seguridad de tales terapias hormonales al NICE (National Institute of Health and
Care Excellence), que, tras valorar las investigaciones empíricas publicadas -en total 19
estudios- concluye que todos presentan graves deficiencias:
- Estudian poblaciones muy pequeñas: sólo unos pocos
incluían a más de cien individuos, y la mitad no llegan a cincuenta.
-No cumplen las condiciones
necesarias para distinguir los efectos que
pueden deberse a otros factores.
·ninguno contó con un
grupo de control, imprescindible para saber si un tratamiento da mejores
resultados que no aplicarlo.
·la mayoría no detalla otros trastornos que los pacientes pudieran tener ni otros tratamientos
que estuvieran recibiendo.
· o carecen de análisis estadístico, por lo que no permiten valorar la relevancia de las diferencias observadas.
-El seguimiento es muy corto y, en muchas ocasiones, pobre en datos.
Por tanto, advierte el NICE, todos esos estudios son vulnerables al sesgo y a la confusión de factores. Haría falta realizar experimentos controlados, pero, en opinión de los especialistas, eso sería peligroso, por las posibles repercusiones para la salud psíquica de los sujetos del grupo de control.
Entre nosotros, Luisa González, vicepresidente del Colegio de Médicos de Madrid, denuncia que “no hay suficiente evidencia científica en la literatura que sostenga hacer estos tratamientos de hormonación cruzadas simplemente a bote de un deseo expresado por un adolescente en un momento dado, sin que se haga un diagnóstico de la causa que nosotros llamamos etiológico y sin que se haga un abordaje integral de toda la situación que lleva a un adolescente en cuestión de semanas a plantear que su cuerpo no es correcto y que desea un cambio de sexo”.
Es preocupante que tenga más fuerza el consentimiento del interesado que la valoración del especialista, y también es preocupante que se limite la libertad de práctica clínica: todo médico tiene la obligación ética de intentar comprender las causas del malestar de la persona que le pide ayuda, y eso implica valorar todas las opciones posibles; pero en este nuevo modelo de atención, el profesional debe posicionarse en un marco de pensamiento único que impide la exploración y la contextualización individual.
En resumen, no hay evidencia científica de un
beneficio clínico de estos tratamientos, ni libertad para su adecuada
asistencia. Y la falta de datos científicos, la irreversibilidad del
tratamiento y la ausencia de beneficio clínico parecen motivo suficiente para
frenar esta ley.