A propósito de la celebración del Corpus Christi en Toledo el pasado jueves, día 23, ha vuelto a cobrar actualidad la cuestión de la religión y su vinculación con normas de comportamiento, que se han tachado de excluyentes: “la exclusión no es de estos tiempos”. Es lo mismo que piensa Lady Gaga, que ha sido educada en la fe católica, y que a la pregunta de un periodista sobre si creía “en el Dios católico o en algo más espiritual” optaba por "algo más espiritual", por “no excluir a nadie”.
Son éstos, efectivamente, tiempos poco proclives a la exclusión de nadie, tiempos en los que triunfa la tolerancia indiferenciada. Así que se rechaza la idea de religión, que resulta antipática y dura, y se sustituye por algo más dulce, más tierno: la espiritualidad. “Espiritual, pero no religioso” es el lema de nuestra época.
Lo más que esa espiritualidad está dispuesta a aceptar es la existencia de un dios tenue y encantador que no nos compromete a nada, un “dios espiritual” de tolerancia universal, que nos acepta indiferentemente y que no pone objeciones a nadie, lo que resulta muy atractivo para muchos. Pero se nos olvida que sólo se puede tolerar el mal: al bien no se le tolera, al bien se le busca y se le abraza. Por eso, un dios de tolerancia universal no objeta nada tampoco a los ladrones, ni a los adúlteros, ni a los corruptos, ni a los torturadores, lo que no resulta atractivo para nadie.
De modo que “no excluir” no es ventajoso en absoluto, y antes de pronunciarnos sobre la expresión “espiritual, pero no religioso” debemos preguntarnos qué es ser “espiritual” y qué es ser “religioso”.
Hace algunos años, en un estudio universitario sobre la práctica religiosa, se definió lo espiritual como “el desarrollo de la autocomprensión, la preocupación por los demás, la transformación en alguien más cosmopolita y la aceptación de otros que pertenecen a confesiones distintas”: es decir; se llamó “espiritual” a aquellas actitudes de las que eran partidarios. Y, claro está, una gran mayoría resultó partidaria de “lo espiritual”.
Pero la verdad es que para expresar todas esas cosas ya tenemos otras palabras más adecuadas: justicia, humildad, comprensión, generosidad, filantropía, apertura al otro, disponibilidad, entrega, bondad, amor,… Si no queremos sacar a las palabras de su quicio, “espiritual” debe hacer referencia a un espíritu: un espíritu que nos ama y nos enseña, que nos propone un ideal que debemos alcanzar y que nos ayuda a alcanzarlo. Desde el momento en que reconozco la realidad de ese espíritu que orienta mi existencia, me siento ligado a él y estoy atento a lo que espera de mí, desde ese momento tengo una religión y prefiero unas normas de comportamiento.
Una espiritualidad desligada de toda religión, como la del estudio universitario al que me he referido antes, no es espiritualidad, sino otra cosa: lo que David Mills ha llamado “materialismo con esmoquin”. Pero, al fin y al cabo, tiene cierta consistencia. La alternativa que nos ofrece Lady Gaga no es más que la huida hacia un mundo irreal de angelitos y nubecillas vaporosas en el que podemos dar rienda suelta a nuestros deseos de que viva el amor y vivan las flores, con la tranquilidad de que no nos comprometemos a nada, de que no va a cambiar nuestra vida en absoluto, porque es una espiritualidad que resulta equivalente a no tener espiritualidad alguna.